“Un tercer ojo para el tiempo de la tristeza” de la poeta peruana Vanessa Martínez, nos presenta la cosmogonía de un mundo, de una nación, un paisaje desmayado y de un amor. Amor –nos lo clamará muchas veces– es Roma, igual al amor invertido / se nos incendia. El origen de los tiempos, el de la narración y el de la poética se inicia en el instante en que amanece consumido y calcinado. Una culebra que se muerde la cola, cierra un círculo, demarcando un espacio, una comunidad, una pequeña ciudad. Amuralla fronteras para el ardor, el olvido y la guerra. Sólo queda atrás aquello que ha sido dividido, una idea, una culpa, un cuerpo abusado, el sexo embrutecido. Queda atrás el balbuceo de los amantes, de los niños, de los cuerpos ajados que humedecen las mejillas y se atrincheran en el recuerdo. Olvido y memoria como lánguida sombra que se trasviste en letanía y hiel, ambas coladas en el umbral de aquello que arriba solapadamente, como una escritura felina desacelerada o un canto estruendoso, de sirenas, chirridos y coros orgullosos.
Vanessa presenta una escritura sonora, dramática sin vueltas, que incendia la letra y se inscribe desde la tristeza nocturna, el brillo de las perlas, el resplandor de superficies que le acercan al lecho de muerte. Es cierto: ¡todos han muerto! nos grita. Afirma sobre una conversación coja de la que no sabemos más que una corroboración sobre la vida, la pasión y la insalubridad desventajosa de una vergüenza más física que lírica, de un cuerpo y un ethos delirante, discontinuo, triste y noble: un ethos de izquierda. Dirá:
(…) Los tristes somos de izquierda noble
antagónicos de la real condición
Vestimos una frontera de juncos amarillos
donde insectos
en sus puntas
defecan y destilan sus venenos
Lo chupamos todo
Ebrios
e inexcusables
Vibramos ante la sobredosis publicitaria de las urnas
Con las venas inundadas
por el torrente de lo que significa ser una cruz (…)
Me pregunto si acaso esta no es esta una fotografía y una crítica a la misma comunidad literaria, no quiero decir chilena, no quiero decir peruana, no quiero decir mexicana, tampoco española. Pero lo digo igual. La húmeda liquidez de esta comunidad extiende sus brazos vibrantes, los zumbidos molestos, las lenguas nefandas o sus bordes vegetales; más acá de los goces y los sacrificios que significan permanecer escribiendo, en una vida desvelada, siendo una cruz para la gran mayoría de párpados, manos y ediciones. Sin oropel, ni diamantes, deviniendo en una chorreada dactilar, caen las noches y aterrizan los amigos, esos torbellinos y hematomas que nos tragan en la devoción fiestera, en el ritmo destructivo incendiario de (tanto) amor invertido. Celebraciones, estrellas fugaces o peculiaridades espectrales asisten en bengalas, son víctimas que expropian piezas, sombras, sueños.
La poeta dirá: “Todos se han llamado César / Y todos se han hecho llamar César”, quién reseña –la aquí presente– duda: ¿quiénes le llamarán César? ¿Otros César? ¿Se puede ser César entre otros César? Pregunto. A truenos con el nombre llueve una nube marginal, una tonada de tres acordes, líquidos, buscadores que trenza Césares embrutecidos. Empapados en palabras, murmullos queda la mujer pop y el hombre pop, habitantes de una ciudad que la autora no viene conociendo, pero recién rueda.
Quizá sólo llega quien ejerce su derecho a huir, como la roca, la arenilla soplada que rota y se vuela, como la piedra vagabunda girada por las calles, como la invocación a ese amigo de la imagen y la semejanza, llamado caos. El (caos) de la vida, la migración, la escritura, la envoltura desabrochada de un cuerpo mudanza, cuerpo mujer, cuerpo poeta. Las palabras y las rocas, el choque sonajero, el pellejo y la arena empeñadas en las leyes de la pose y el color: Ser tralina Clon / Clon azepán –escribe Vanessa. Delante y trastienda del viaje. En la vuelta a la habitación quedan las espumas de los sábados. Cada día tiene sus propios destinos y afanes, como el mar, nos hunden los ojos en su particular temperatura. Lejos, bajo el parloteo de las moscas, la patria emerge como una maldición, un desconsuelo contingente, la furia que destruye con y al pueblo. La política rapiña de la nostalgia, se cuela en carruseles voladores, como las moscas, como las aves, como los aviones o las flores que mueren ante el horizonte. Del vuelo sólo sabemos el chirrido del aterrizaje, un paisaje desmayado.
Mientras queremos olvidar, volvemos a escribir, de forma inevitable y feroz, como un hogar con un lobo disfrazado, como cuentos de amor borderline, como las conciencias de las niñas en conflicto con el bien y el mal. Al centro del hogar aguarda lo siniestro, en Freud, pero también en Martínez: bajo la mesa, bajo el silencio, en las manos de los hijos que ven la televisión. Una famélica unión de juramentos, acecha rezos, huellas de animales sacrificados en nombre de Dios y la patria. Pesebres infernales que templan la piel, sujetando o escondiendo el bulto. Con el sexo en la mano y el cuerpo kitsch, aparecen las pieles golpeadas bajo el bulto paterno, las horas de castigo o encierro, las paredes manchadas como espejo y la madre hermosa, su perfume, su seno, el primer símbolo de la niña, la Roma, la cantante que avizora ojos en las cerraduras. En caída libre van las migajas del pan vueltas en nubes de hambre, festín de aleteos y fugas, travesía de descenso y urgencias invisibles. La poeta lanza, emigra, ama y cerca hecatombes cascabel en una escritura de quebradas piernas y ojos hundidos.

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Vanessa Martínez Rivero (Lima, Perú, 1979)
Poeta y cantante. Fue la vocalista del grupo punk-rock TsunamiKill. Ha publicado los poemarios La hija del carnicero (Editorial Zignos, Lima 2007), Coraza (Av. de Sapere, Trujillo 2009), Carne (Editorial Melón, Buenos Aires 2012), Cartografías de la carne (La one hit wonder, Guayaquil 2012), La hija del carnicero reedición (El viaje – La rueda cartonera, Guadalajara 2014), Redondo (Ediciones El Viaje, Guadalajara 2015), Redondo reedición (Lustra editores, Lima 2016), Un tercer ojo para el tiempo de la tristeza (Vallejo & Company, Lima 2018), Redondo y un tercer ojo para el tiempo de la tristeza reedición (Casa de poesía de Costa Rica, San José 2019). Arte-Facta, Selección Multilingüe (Vallejo & Company, Lima 2021), ganador del fondo de representación de autores del MINCUL (Perú,) en el Sangam Fest de la India. Su poesía ha sido traducida a varios idiomas y ha participado en festivales en distintos continentes.
Andrea Ocampo Cea (Santiago, Chile, 1985)
Escritora, comunicadora e investigadora de cultura urbana. Licenciada en Filosofía y Magíster en Estéticas Americanas de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha publicado “Patio 29, la democracia imaginaria” (Ed. Animita Cartonera, 2007), “Ciertos ruidos, nuevas tribus urbanas chilenas (Ed. Planeta, 2009) y “Piñata” (Auto, 2011). Becaria de la Fundación Neruda (2009), cursó los talleres de escritura de Guadalupe Santa Cruz y de “Poesía y Rock” con Mauricio Redolés, ha sido profesora de crítica cultural en Balmaceda Arte Joven. Ha publicado en múltiples medios nacionales e internacionales como Vice en Español, Nylon, Zona de Obras, entre otras.
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