La afición irreprochable de plegarse hacia el despojo

Sobre Detrito del desastre, de Valún Paillaleve
Detrito del desastre (Pez Espiral, 2024) es un poemario escrito por Valún Paillaleve, artista transdisciplinar, poeta, bailarina y mediadora artística. En esta reseña, Amapola nos habla de sus 40 poemas y nos adelanta que «la destrucción nunca será terminal, nunca será el derrumbe total de fuerzas, fluidos y materias, siempre será un interludio repleto de potencias».
Nota preliminar: Me gusta inventar conceptos. Ahí donde crean que hay palabras mal escritas, no lo están, es intencional. Ahora el turno se lo dejo a ustedes, para que piensen en los por qué de cada uno de esos “errores”.
Valún Paillaleve es una escritora que va más allá de las categorías tradicionales, tanto en su impronta como en su escritura. Cuando te acercas a su poemario Detrito del desastre, lanzado el 13 de diciembre de 2024 por la editorial Pez Espiral en el Palacio Pereira, te des-concentras de una manera que es terriblemente cautivadora. Porque implica, de a ratos, des-centrarse del cuerpo construido y estructurado bajo narrativas tradicionales del poder, y des-centrarse de un mundo atiborrado de antropocentrismo, y arrojarse a la deleitosa ausencia de categorías, jerarquías y poder. A una horizontalidad de plasticidades.
El poemario que ha sido conjurado por Valún es un acercamiento a porosidades y formas de vida con las que convivimos cotidianamente, pero que solemos olvidar en la hegemonía de la ciudad, el concreto y el trabajo. Formas de vida que poseen otros ritmos a explorar, que contienen su propia sabiduría y razón de existencia. En estos territorios inexplorados, que parecen inhóspitos, pero están llenos de vida, resistencia y metamorfosis, se adentra Valún, y nos invita a hundirnos en el fango. A caminar en él, a nadar en él, a escarbar, tanto en estos escenarios diversos, como en las memorias de su vida, sus paisajes y constelaciones.
Uno de sus poemas-bitácoras, llamado Periscopio, declama lo siguiente:
“Cuántas sales lluvias evaporadas
hacen de los colores cáscara
del polvo agarre para los musgos
y de los músicos cama para las dudas
que se espejan de tropezón contra los charcos.”
Quizás sea por su manera multidisciplinaria de percibir y dejarse afectar por las materialidades, por su identidad Williche, o por su necesidad curiosa e inquieta de entrecruzar los lenguajes científicos con los artísticos, pero el poemario es un acercamiento microscópico a texturas, sensaciones, y habitares con los que no nos encontramos en el día a día, porque van más allá de lo humano, del cuerpo-humano, del cuerpo-especie.
¿Qué es un periscopio? Desde la aclamada y tensionada Real Academia Española, se nos responde que es un “instrumento óptico que permite, por medio de espejos o prismas instalados en un tubo vertical, la observación de una zona inaccesible a la visión directa; como el de los submarinos”. Son dispositivos con una historia curiosa: datan, aproximadamente, del siglo XVII, como parte de un experimento científico sobre lo óptico. De cierta manera, la idea era poder jugar, a partir del reflejo de la luz, con los alcances visuales de distintos ángulos; con llegar a ver lo, hasta entonces, inaccesible. Fue, sin embargo, durante el siglo XIX que se dio otro uso a esta herramienta, a partir de lo bélico. Lo que surgió como una manera de deformar el punto de fuga de la visión humana tradicional, se convirtió rápidamente en una tecnología con fines de destrucción, de la mano del incipiente capitalismo bélico. Así, el periscopio, como muchos otros inventos y creaciones, se volvió una máquina de guerra, desagenciada de esa dimensión lúdica. Pese a esto, en todo caso, con el paso de los siglos y las décadas, pudo volver a ser utilizado con fines de observación educativa, de investigación científica.
Da la impresión de que el uso de la figura del periscopio en el poema de Valún está retornando esta herramienta a su escenario primero. Da la impresión, igualmente, de que Valún está narrando desde el centro de la tierra, con un periscopio que emerge de sus grietas y aperturas, entremedio de placas tectónicas, a las que roza levemente, produciendo pequeños movimientos telúricos en quien lee, y observando detalles imperceptibles para hacerlos evidentes y honrarlos a través de la palabra escrita y la invitación a la imaginación (no tan) especulativa.
Así es este poemario: es un gesto de excavar, hurgar, rasgar, hasta desenterrar misterios, mientras vas de paseo con su autora. Y es que el carácter bitacórico que tiene genera la sensación de ir caminando, contemplando estos paisajes imponentes que están cargados de esa magnificencia propia de una naturaleza que, además de resentirse con el paso del tiempo, de sus eras geológicas y de una crisis climática salvaje y desatada, se resiste a la misma, sosteniéndose sobre los pilares de sus propias leyes y causas innatas.
Ojo con esto, porque -y es una de las dimensiones que más me cautivaron de este poemario-, si bien reivindica una naturaleza sin intervención humana, incluso a una escala atómica, no cae en los clichés de romantizar los procesos biológicos, geológicos, físicos, microscópicos, etc. Intenta explicarlos, darles ese vuelco científico y hacia adentro, hacia los afectos, comprendiendo que así como puede ser creadora, la naturaleza también guarda un componente de destrucción.
De ahí su nombre, Detrito del desastre. El detrito, en términos de definición, es el sedimento restante de un proceso de destrucción o descomposición. Hay de distintos tipos: detritos orgánicos, urbanos, marinos, tecnológicos, espaciales… incluso podríamos tener pensamientos que devienen detritos. Pensamientos que se exaltan sobre sí mismos en una rumiación inagotable y terminan por derrumbarse. En fin… A partir de la impronta de Valún, asumiremos que, en el contexto de su poemario, se refiere a detritos de procesos de descomposición orgánica. Para acotar aún más esto, vamos a dar ejemplos de detritos orgánicos: restos de hojas secas o ramas en el suelo del bosque; algas descompuestas en la playa; restos de comida o residuos biológicos en la naturaleza. El detrito, sin embargo, pese a ser parte de un ciclo incesante de la propia naturaleza en su regeneración, tiene el riesgo de acumularse, y retrasar el proceso de recomposición.
Ahí está contenida una contradicción maravillosa, que es expresión de lo antes mencionado: este poemario no romantiza la naturaleza: la expone tal cual es. Y esa contradicción es una que es inherente a todo organismo existente: la que se juega en el movimiento de descomposición-recomposición. El simbolismo de este juego, este movimiento, es el detrito. Y, asociado con el desastre, habla de los restos y residuos que quedan luego de un evento que causó destrucción. ¿Es siempre mala la destrucción o, más bien, es parte de este mismo ciclo y este movimiento?
Valún nos ha dejado un sedimento de su propio desastre. Aquí tenemos una síntesis de una destrucción, que se da de manera simultánea a miles de destrucciones, miles de sedimentos. No estamos tan lejos de esta regeneración, tampoco tan lejos de retornar a la caída.
Caminar, mediante la lectura, con Valún y sus residuos desastrosos nos adentra a deambular entre la sensación de dimensiones colosales, inmensas, apoteósicas, y sensaciones diminutas, etéreas, llenas de texturas y sensorialidades. Nos invita a explorar en, incluso, encontrar lo macrocósmico en una espora, o a resignificar nuestras gestualidades a través de sus comparativas con otras materialidades.
La importancia de este residuo poemal, a mi parecer, es que se entrega a la destrucción, y nos brinda la esperanza rigurosa de lo científico, de que la destrucción nunca será terminal, nunca será el derrumbe total de fuerzas, fluidos y materias, siempre será un interludio repleto de potencias. El despojo es siempre transitorio, al igual que la conservación.
“Muerte en la costa«
El antojo de la espuma
por plegarse hacia otro borde
deja ofrendas de muerte en la orilla
Alga-crustáceo roca semilla
concha esqueleto nalca carroña
Con la potencia de las olas
entre láminas de piedras
se forma un micromundo en una poza
En el borde de la noche yacen
balumbas de bestias bailarinas:
cochayuyos embriagados de salEl pacto del Líquen por aunar tierra con mar
se ciñe a la piedra naranja redondez
Se ablandaban estructuras por la humedad de mayo:
descompone nodos arrullados por la broza
conviene un tratado micelial en vez de arterias
confunde costillas con helechos
convierte el tronco en túnel
de los escarabajos helados
En la tierra-del-sur no hay ser más vivo
que tronco de árbol muerto”
Si me dices que no sentiste este poema como una meditación o un viaje astral, no te creeré. Porque, justamente, la magia de la palabra escrita de Valún es esa: hasta cuando está describiendo escenarios, los evoca.
Eso es este detrito: un chamanismo.
Una invitación valiente, curiosilla, desmesurada, por re-conectar con las dimensiones de las formas de vida, en un periodo de crisis ecológica que nos tiene en una creciente extinción masiva. Se requieren otras formas de inteligencia, de habitar, si queremos salvar nuestro ecosistema.
Hay que volver hacia afuera, hacia adentro, y volver a salir.
Hay que usar el periscopio para mirar desde el centro de la tierra, y hacia ella.
Tenemos que andar de cabeza.
Eso es, en resumen, Detrito del desastre.
