Clyo Mendoza: “A las escritoras mujeres se nos reprocha la oscuridad de nuestros libros” 

julio 09, 2025
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La escritora mexicana fue parte de las visitas que recibió la más reciente Furia del Libro de invierno. Tras publicar una edición de su novela Furia en Chile bajo el sello de Banda Propia, Clyo revisa el viaje que ha tenido este libro, sus tópicos, el lugar de la ficción, el tema de la paternidad y la animalidad. “La escritura es un tipo de deriva”, dice la autora.

Un perro azul sobre un rojo furioso. Así luce la portada de la edición local de la novela Furia de la escritora mexicana -oaxaqueña para ser exacta- Clyo Mendoza. Publicada por Banda Propia, la novela trajo a la autora a Chile, a una serie de actividades y encuentros con el público lector, incluyendo la más reciente edición de La Furia de Libro. 

Pero Clyo no vino sola. Como se suele decir, vino acompañada de sus libros e imaginario literario, y de alguien más: su pequeña hija Haiku, quien anduvo recorriendo la capital y Valparaíso como parte de una agenda de eventos literarios y afectivos. Y es que Clyo, cuenta, tiene grandes amistades por el sur del mundo, como la escritora Daniela Catrileo, quien estuvo a cargo de presentar la novela en Santiago. 

Clyo Mendoza también escribe poesía. Entre sus poemarios se encuentran los títulos Anamnesis del 2016 y Silencio del 2023, con el cual se ganó el Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz en 2017. 

En la novela Furia dos soldados desertores se ocultan en el desierto para vivir su amor, sin saber que el pasado los une fuertemente. Un personaje que se metamorfosea en perro, Vicente Barrera, es padre de una estirpe bastarda de hombres que van apareciendo en el relato, abriendo la pregunta -como comenta Clyo en esta conversación- de cuántos y cuántas más quedan por ahí a la deriva en el desierto. 

Este último territorio es parte fundamental del relato. En el imaginario de la autora se sitúa en el desierto mexicano, el de ese norte, pero, aclara, ese lugar se constituye más bien en un espacio psíquico. “El desierto siempre lo hace  propio quien lo ve. Eso me parece increíble porque confirma también que es un territorio más arquetípico, más mitológico, psíquico. O sea, tiene que ver con otra cosa más que con un espacio geográfico, un territorio específico”, dice Clyo. 

“El desierto era el mejor refugio, el lugar que confundía a los enemigos  en la guerra. Lo que el mar fue para los marinos, era el desierto para los soldados”, se lee en una de sus páginas. 

De la maternidad y la escritura, de la ficción, de las generaciones y sus paternidades, y maternidades, la animalidad y la locura va esta conversación que sostuvimos las tres, incluyendo a la pequeña y hermosa Haiku frente a unas papitas fritas, un completito y unos schop. 

***

Furia se publicó el 2021. Ha viajado editorialmente harto. ¿Cómo describirías la ruta que ha tenido el libro desde que salió de México y ahora que llega hasta acá? ¿Cómo ha sido ese viaje?

Me ha encantado la llegada del libro a muchos territorios latinoamericanos que a mí especialmente siempre me habían interesado. Es una cosa bien rara el destino que tiene el libro; la voluntad del libro de elegir los espacios, de tomar los espacios que al final toma. Por ejemplo, que saliera en Bolivia también fue muy importante. Allá conocí a Daniela Catrileo. Salió por Dum Dum de la escritora Liliana Colanzi y fue súper importante para mí estar allá. En Argentina también. Además, claro, el libro se enriquece con la interlocución entre lectoras y lectores. Para mí ha sido fundamental escuchar lo que tienen que decir respecto al libro; me ha ayudado mucho ahondar en sus problemáticas. 

Si bien Furia no es un libro construido con el público lector, creo que el siguiente inevitablemente sí lo estará, porque han sido demasiadas conversaciones las que he tenido, en latitudes con problemáticas muy diferentes. Por ejemplo, el desierto siempre lo hace la propio quien lo ve. Eso me parece increíble porque confirma también que es un territorio más arquetípico, más mitológico, psíquico. O sea, tiene que ver con otra cosa más que con un espacio geográfico, un territorio específico. 

–A propósito de esta ruta, has dado hartas entrevistas. ¿Qué preguntas crees que no han surgido?, ¿qué espacios crees que falta explorar en Furia?

Creo que la mayoría, inevitablemente se va al tema de la violencia. Ahora que Juan Cárdenas leía lo que había escrito, me salían un montón de temas….

–Él hizo un tremendo psicoanálisis…

… tremendo psicoanálisis y tremendo psicoanálisis inevitablemente para mí. Fue increíble ver que el libro sigue teniendo cosas nuevas para mí, eso es precioso.

Creo que a los lectores y quizás a los periodistas también les da miedo preguntar cuál es el verdadero final del libro, si sus hipótesis son ciertas. Eso es algo muy divertido para mí, que tengamos tan diversas maneras de ver el final del libro de acuerdo a la subjetividad.

No me han preguntado mucho sobre los hijos de Vicente Barrera que aparecen en el libro. ¿Eran los únicos hijos o  hay más?, porque probablemente un hombre así no tiene tres o cuatro hijos nada más. También, aunque pareciera una cosa más obvia, el tema de los perros es un tema en el que muy pocas personas han profundizado y entiendo por qué, porque parecen obviedades. 

–Esto que dices de si Vicente Barrera tenía más hijos, ¿es porque tu siguiente libro continúa con el imaginario literario de Furia?

Creo que sí. Intenté que no con mucha pasión (ríe), de que no fuera por ahí, y reescribí el libro muchas veces durante varios años, pero me di cuenta de que no hay otra cosa que me preocupe más, que quiero saber eso: ¿qué pasaría si Vicente Barrera hubiera tenido hijas en vez de hijos?, ¿cómo hubiesen vivido la animalidad? Si hubieran sido madres, ¿cómo hubieran vivido en la animalidad? No creo que tenga que ver tanto con el árbol genealógico del libro, pero sí con un mismo espacio geográfico, porque al final me di cuenta de que sí me importa –aunque parezcan espacios mitológicos–, sí me importa mucho cómo se entremezcla la política con la geografía de un espacio. No son casuales los eventos históricos que hay alrededor del territorio y cómo eso enmarca también las historias. Eso me sigue preocupando.

–¿En qué parte va ese libro?

Digo que voy a la mitad pero en realidad llevo un tercio del libro, pero ya lo edité tantas veces que ahorita siento que estoy avanzando de forma más fluida. También es lo que me permite la maternidad, porque soy una escritora nocturna, con mucho menos tiempo. Materno sola, básicamente, entonces es muy complicado dedicarme a la escritura. La maternidad también ha sido un catalizador muy fuerte de este momento vital, o viceversa. No sé qué ha sido catalizador de qué cosa, pero creo que la maternidad sí me abrió la posibilidad de encontrarme con un proceso creativo que no concebía antes y con otras preguntas, inevitablemente.

–Ahora hiciste un viaje con Haiku, que también es un viaje literario. ¿Cómo ha sido este viaje con ella? 

Sí, yo he viajado con Haiku, que es una cosa que me propuse muy fuertemente al ser mamá. Cuando tenía unos cuantos meses de embarazo me dijeron que si viajaba con Haiku la iba a perder. En ese momento cambié de médico y más tarde descubrí que en realidad todos los médicos tienen ese punto de vista. Solo me dijeron que era peligroso viajar embarazada, y yo estaba muy entregada a la idea de que si iba a ser mamá no iba a dejar de hacer las cosas. Obviamente muchas cosas cambiaron y hay muchas otras en las que fui bastante ingenua, que pensé que podía preservar, pero no quería que eso tuviera que ver con delegar los cuidados en una tercera persona.

Sé cada vez más que el trabajo de maternar o de cuidar infancias no se pueda hacer sola. No sé quién tiene realmente una red ideal. Afortunadamente, en los lugares a los que he ido con Haiku ha sido más visible esa red. He viajado mucho con ella, he dado clases con ella, hago talleres con ella estando ahí. Eso ha sido muy lindo también porque he visto que la gente alrededor de mi quehacer literario ha entendido que ella forma parte de él.

Hay muchas preguntas que me surgen de ser mamá. Una de ellas es el tema del salvajismo, la idea de cómo vivimos la animalidad es muy distinta en un cuerpo masculino que en un cuerpo femenino. Recuerdo mucho a las perras, a mis propias perras, en su proceso de gestación y me identifico mucho con ellas.

–¿Por qué elegiste la figura del perro? Si hablamos del desierto, podría haber sido la serpiente u otro tipo de animales… ¿Qué representa el perro para ti? 

Es el animal que mejor conozco. Ahora, especialmente que hablo de los procesos de gestación. Crecí con perros y me parece que no son del todo animales domesticados. No me da la sensación de que realmente se hayan entregado. Lo he vivido así con mis perras, que en el momento en que pueden desplegar su naturaleza más salvaje, lo hacen, siempre lo aprovechan.

El perro es un animal que me interesa mucho por eso, por la situación límite entre lo salvaje y lo doméstico, porque creo que se ha mimetizado mucho con la humanidad. 

–Esta animalidad no se da en cualquier parte. No es lo mismo ser un perro feral en la ciudad que en el desierto. ¿Cuál es tu actual relación con el desierto?

No he vuelto a ir porque ahora soy mamá y es un territorio bastante agreste, pero lo estoy planeando bien. Creo que le debo mucho a ese espacio. Tengo unos amigos que viven allá, entonces me gustaría regresar.

Es lejos. Por tierra, desde donde yo vivo, son varios días de camino. Si hago vuelos son unas tres horas, pero no hay vuelos que lleguen directo a estos territorios. Tienes que hacer muchos transbordos. Yo hice viajes de mochila, viajes derivados. Me gusta mucho el situacionismo, me gusta mucho pensar derivando, en realidad. O sea, la escritura es un tipo de deriva también para mí.

Decías que en los lugares en los que se ha lanzado el libro hay una lectura sobre el desierto. ¿Cuáles son esas lecturas y cómo han nutrido tu propio imaginario de ese lugar?

Las personas que leen el libro te comparten cuestiones muy personales con las lecturas, y eso es increíble, pero no creo que eso influya tanto en lo que estoy escribiendo. Me importan otras cosas que tienen más que ver con la geografía y el territorio. A eso voy con que el desierto es un territorio arquetípico o mitológico, que lo que contiene es una manera de pensar; no tiene tanto que ver con la delimitación geográfica.

–Los personajes huyen al desierto. Los soldados están en el desierto, pero se pierden ahí. Hay una frase que marqué que dice algo como que “ahí nadie encuentra, nadie busca”. ¿Qué representa en ese sentido de lugar de escape?

Eso tiene que ver con que cuando empecé a escribir el libro, más bien cuando lo estaba terminando, había pasado por una ruptura muy dolorosa con una persona con la que había pasado periodos en el desierto; no sé si largos, porque el tiempo allá es otra cosa. Ese capítulo en específico, el de María y Salvador, tiene mucho que ver con ese delirio del duelo. No se puede escribir un capítulo así si no estás atravesado un duelo de altas magnitudes, que en realidad es algo que no le deseo a nadie que atraviese. Yo estaba muy afectada por eso. También me atemorizaba mucho que el libro se comiera un poco mi realidad. 

–¿Cambia mucho el libro para ti en la medida que sale una nueva edición?, ¿eres de cambiar cosas?

El libro se va depurando como si se fuera limpiando con cada intervención. Creo que entre más manoseado está el manuscrito, más limpia está la edición. La edición de Banda Propia es la edición más impecable.

Furia es una novela que tiene un lenguaje muy poético. ¿Cómo te va con ese juego entre los géneros? 

Es porque me dedico a esto que no le presto tanta atención. Creo que a eso le dedican atención los académicos. Yo trato de no preocuparme porque cuando me empiezo a preocupar puedo perder cierta espontaneidad de la escritura.

Hasta cierto punto me molesta un poco de mí también no saber qué respuesta tengo que dar. Me doy cuenta de que hay mucha gente que transita voluntariamente de la poesía a la novela, sobre todo porque aspiran a vivir de la escritura, que es una ambición válida y es la que todo el mundo tiene al empezar a escribir, pero no es algo que yo pueda descifrar. No me parece que haya una fórmula de cómo se debe hacer. 

Incluso algo que en algún momento quisieron hacer fue que uno de los libros de poesía se volviera una novela, porque era más comercial, pero para mí es muy importante si estoy haciendo un libro de poesía, que sea de poesía, incluso si eso hace que se venda menos. Me interesa más la postura estética, porque al final también es una postura política. 

Existe, o existía –espero– este imaginario de que los poetas y escritores son grandes figuras. ¿En qué momento dijiste “sí, yo soy escritora?, ¿desde qué posición lo tomas?  

Todavía me cuesta trabajo. 

–Tiene una variable de género, también.

Claro, sí. No siento que a los hombres les moleste decir que son escritores, incluso hay una suerte de orgullo ahí. Hay un libro de Annie Ernaux, donde habla de la vergüenza en el ascenso de la clase social, que tiene inevitablemente que ver con el capital cultural y simbólico, el capital intelectual, a final de cuentas, de ella, que venía de una familia de clase baja o media baja, que había ascendido por su capacidad de escribir. Me identifico mucho con eso, no en el sentido del ascenso social como ascenso económico, pero sí está la vergüenza de que cuando alguien te pregunta “¿a qué te dedicas?”, decir que eres escritora suena hasta pretencioso. Al final yo casi siempre digo que soy maestra, porque si vas por la vida diciendo que eres escritora es un trabajo bastante inverosímil. ¿Cómo que es escritora? Es muy difícil para la gente concebir eso, hacerse una idea de ti a través del ejercicio de la escritura. Es muy ambiguo como para configurar a alguien, entonces solo lo digo cuando quiero generar esa ambigüedad; pero, por ejemplo, cuando conozco a alguien en alguna comunidad digo que soy maestra, porque al final de cuentas en realidad también el trabajo de dar talleres, de dar clases es algo que me ha sostenido en muchos niveles: material, intelectual, emocional, y un poco habla de la necesidad de socializar las lecturas. Me parece muy increíble lo que hacen los clubes de lectura, que es más bien del análisis, que exista esa posibilidad de unir gente a través de libros. A mí me sigue volando la cabeza eso.

No digo que soy escritora, salvo cuando me siento auténticamente cómoda con decirlo. Y aún así, por ejemplo, cuando voy a consultas de mi bebé y me preguntan en el hospital mi ocupación, digo escritora, dan vuelta la cabeza y dan por hecho que muy probablemente no voy a poder pagar la consulta (rie).

–Sobre la ficción, cuando leí el libro pensaba en lo increíble de algunos hechos, pero en el campo a mi familia o a algunas amigas les han pasado cosas parecidas a sus antepasados. En ese sentido, ¿en qué medida la ficción nos ayuda a explicar ciertas trayectorias?, ¿cuál es tu percepción respecto al uso de la ficción en el imaginario de Furia?

Personalmente –no sé cómo lo vivan otras personas–, he tenido una imaginación muy desbordante, para bien y para mal; puedo empezar a leer un libro y distanciarme totalmente de la realidad. Es algo que extraño mucho de antes de ser mamá, porque ahora no me puedo alejar de la realidad salvo cuando estoy jugando con mi bebé. Todavía no estamos en el momento en el que solo podamos jugar y ella tenga una perfecta motricidad, entonces tengo que estar cuidando a alguien para que esa ficción no nos devore. Antes podía entregarme mucho más, de forma más inmersiva; entrar en un libro y perderme durante horas y horas y salir al mundo y sentir que ese libro se había desbordado sobre la realidad; generar una suerte de psicosis controlada, pensar si este libro se desborda en la realidad, un pacto de la ficción exacerbado.

Pero también me gusta ahora la posibilidad de tener que anclar todo a la realidad, que es algo que hago en el libro, trato de anclarlo a la realidad, pero desde un mecanismo mucho más artificioso de como me lo parece ahora. Todo el tiempo tengo que estar aterrizando con la vida real de los personajes. ¿Cómo sería un personaje si no lo aterrizara con respecto a esta dimensión, a este mundo?

También me pregunto mucho qué efecto tiene generar este tipo de ficciones sobre la realidad misma. ¿La voy a trastocar?, ¿seguirá idéntica?, ¿lo que haré será positivo o negativo? Esas son cosas me siguen importando un montón. ¿Hasta qué punto los discursos moldean la realidad? Porque me han escrito muchas personas diciéndome que sueñan raro, que empiezan a tener un vínculo especial con los perros cuando hacen un click especial con el libro. Y eso me gusta mucho, pero también es algo que no controlo, pero me gusta saber que además no lo controlo. Incluso probablemente eso me controla a mí (ríe).

–Hablaste de los personajes odiosos y creo que es el gancho perfecto para hablar de la paternidad como función social, como un marco de referencia, como parte de la masculinidad; está el abandono, el bastardeo. ¿Cómo dirías que se aplica este tópico en el libro?

Lo dije en la presentación con Dani Catrileo [en La Furia del Libro], que a las escritoras mujeres se nos reprocha la oscuridad de nuestros libros. Hubo un punto en que empecé a buscar una perspectiva más luminosa de lo mismo que yo había querido escribir, y no encontré casi ningún libro de paternidades luminosas, salvo quizás, Literatura infantil de Alejandro Zambra, a propósito de chilenos. Fue el único que me hizo reír, hasta se lo regalé a mi papá. 

Mi papá creo que ha sido un hombre que ha ejercido una paternidad luminosa y le debo un montón: sus influencias, sus amistades. Sin venir del mundo intelectual, me regaló todo un bagaje que yo he vertido en los libros. Por eso es también importante decir que Furia no es un libro biográfico, porque mucha gente debe pensar que mi papá es horrible, un abandonador y que mi mamá es una persona oscura y cruel como Sara, pero y seguramente por momentos, inevitablemente, lo han sido. 

Sobre los padres siempre se cierne una suerte de sospecha y, como nunca les conociste como personas, no sabes realmente con quiénes estás hablando, porque fueron tus padres siempre, y en el mejor de los casos creo que comúnmente te van a regalar una descripción positiva de sí mismos.

–Desde ese rol muy establecido.

Sí. A mí eso me reveló muchas cosas y eso lo estoy trabajando en mis proyectos siguientes, el deseo que sintieron alguna vez los cuerpos que ahora son cuerpos que no se considerarían deseables, los cuerpos de las personas de la tercera edad. Todas esas personas desearon, se erotizaron, sintieron pulsiones. La idea de persona tiene que ver justamente con esos preceptos: si se erotiza, si piensa, si siente, si se enamora, si razona, etc., pero, ¿y si no lo hace? Al final todos los animales desean, las plantas pareciera que también se vinculan. Ahí traigo a  Marosa Di Giorgio, que tiene esta visión del deseo y de la belleza del erotismo mucho más allá de lo antropocéntrico. ¿Y si el deseo fuera eso, una cualidad propia de lo que llamamos personas? 

Estoy yéndome por las ramas porque es un tema inevitablemente complicado. Los hombres juegan con un montón de máscaras –o sea, todos jugamos máscaras– y eso es muy fuerte también. Quizás la forma más límpida de vincularnos sea la amistad, sobre todo entre mujeres. Eso lo tengo mucho más claro ahora, y es algo positivo si lo puedo ver desde ese lado de las paternidades ausentes. 

Hace poco hice un texto para la revista Universidad de México. Me encomendaron un texto sobre redes y escribí sobre las redes durante y después de la maternidad. Pensaba mucho, por ejemplo, en mi abuela y las redes que ella se hizo, pues es una persona que debido a la gran carga de trabajo jamás pudo hacer redes más que con sus hijas; ni siquiera sus hermanas, que eran muy grandes. Ahí los hombres encuentran una vulnerabilidad y se vuelven seres acechantes, depredadores. Y en ese sentido también creo que Furia está compuesto de personajes masculinos que son depredadores, que no aman, que su deseo, su forma de amar, es depredación. Creo que lamentablemente esta época de la humanidad está sustentada en esos principios. Quienes construyeron los principios económicos, políticos, afectivos de este mundo inevitablemente son ese tipo de hombres. Eso es una enfermedad contagiosa y mortal. 

–¿Qué otras capas le ves a esta relación con el imaginario de Rulfo?

El mismo Rulfo es un padre ausente que escribió dos libros y se fue (ríe). Lo estoy diciendo un poco de broma. Tú esperas un afecto sostenido y de pronto dices no más. Me encantaría poder decir lo mismo. Por supuesto que él lo decía desde el trabajo, él tenía un trabajo de burócrata. La mayoría de las personas con las que he hablado aquí en Chile me dicen “tengo dos o tres trabajos, además de escribir, de ser periodista, de ser editora”. Creo que la mayoría de las personas hemos hecho eso.

A mí me explicó hace años un maestro –mi primer y más importante maestro– que si quería dedicarme a la escritura tenía que encontrar otro trabajo que me mantuviera a nivel material, sobre todo si quería hacer una familia o vivir viajando. No porque no confiara en que yo podía vivir de la escritura, sino porque también vivir de la escritura es en un término imposible, es algo quizás más contemporáneo, que tiene que ver con las redes y el internet. Y todo eso es lo que decías de los efectos colaterales de publicar un libro, porque al final no vives de publicar un libro, vives de dar talleres, de dar ponencias, y yo trato de ser muy honesta con los alumnos y alumnas que tengo: no vas a vivir de escribir. O sea, eso es muy difícil. Incluso si lo logras, eso no significa que seas libre realmente. Cuando logres tener tiempo para escribir serás libre: al contrario, porque tienes industrias detrás de ti, un tipo de industria editorial que te obliga a entregar un libro cada cierto tiempo, a reducir la calidad de tu trabajo, a adscribir tus tiempos personales a los tiempos de producción que la escritura a veces no advierte. 

Mi aspiración escritural es poder escribir para vivir cosas importantes que nutran mi propia escritura, entre eso la maternidad. En realidad, eso es lo que más me importa. No me importa el éxito literario y creo que depende mucho también de lo que busque cada persona que quiere escribir. 

Y sí, sobre Rulfo y otros tantos personajes, porque Rulfo ha sido muy importante, pero también lo ha sido David Lynch, Nelly Campobello o Héctor Viel Temperley. Para mí él ha sido… no creo que hubiera aguantado ciertos golpes de la vida sin haber leído su poesía.

AUTOR/A/ES
POR 
Francisca Palma
Nortina y hospiciana. Periodista, funcionaria pública y bordadora. Autora de Iquique Glorioso (Editorial Radio U. de Chile, 2016) e Iconoclastas (Navaja, 2024).
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