Johanna Elberskirchen: apuntes para una educación sexual
De las comparecencias del autor ante los tribunales resultan las resoluciones siguientes que declaran que estos medios:
1) No constituyen ofensas a la moral pública (Juicio por jurados, 16-3-1906)
2) No son pornográficos (Juicio por Jurados, 7 junio 1906)
3) La publicación de los medios preventivos de la fecundación no producen escándalo público (Juicio por Jurados 2 julio 1908)
4) No constituyen delito. (Sentencia del tribunal de Derecho: fallo absolutorio. Juicio del día 15 de junio de 1912)
(Audiencia de Barcelona, sección de lo Criminal)
Huelga de vientres, Luis Bulffi
Los fascistas se pavonean cada vez más autocomplacientes en su pretendida provocación. Prácticamente le usurparon el desplante de orgullosa excentricidad al Mister Gay del pride. Resulta también verosímil que en la actualidad Falabella tenga, junto a su temporada de verano, una oligárquica temporada morada con Lux Pascal de rostro y su eslogan “Arriba mujeres”. Esto es perfectamente compatible con el hecho de que los dueños de la multitienda financien holgadamente a los promotores y herederos del pinochetismo: aproximadamente 20 millones aportaron para la precandidatura de Joaquín Lavín en 2021 y un total de 230 millones para los convencionales del pacto derechista en el primer proceso constituyente (1).
Aquel es el sector político que recurrentemente invoca a un enemigo, la denominada “Ideología de género”, cuya materialización más peligrosa y perversa, aseguran, es la educación sexual. Paradójicamente aciertan en la peligrosidad del fantasma que alimentan, pero obviamente no por las razones correctas. En términos generales, la educación sexual ‘expone’ que el pretendido sentido y sensibilidad común que invocan las derechas no responde a un orden natural; y, a la vez, que el género y la sexualidad, lejos de ser asuntos valóricos o privados, son un fundamento de las relaciones sociales. Por tanto, nos interpelan sin distinción y están sujetos a crítica, a desacuerdos, a modificaciones. El sentido común de la derecha sería, más bien, otra ideología más entre tantas: es la visión de mundo dominante, por eso mismo jamás es imparcial ni desinteresada al defenderse a sí misma. Para ese sentido común, del que incluso algunos autodenominados sectores progresistas participan de manera voluntaria e involuntaria, las izquierdas tuvieron recientemente un giro que denominan ‘identitario’, woke, luego de haber sido históricamente misóginas, homofóbicas y transfóbicas.
Aquella afirmación además de ser deshonesta intelectualmente, es mordazmente simplista. En Chile, por citar tan solo un ejemplo, durante la década del treinta Marta Vergara, cuyas militancias fueron el MEMCH y el Partido Comunista, ya fundamentaba su postura a favor del aborto no precisamente en la autonomía individual, sino como una cuestión de clase: “Mejor salario y menos hijos. Todo lo demás serán mejoras parciales y superficiales que no irán a curar la raíz misma del mal» (2). Tal vez marginal y estigmatizada frente a otras corrientes dominantes de pensamiento de izquierda, la reflexión sobre la sexualidad y sus vínculos con la (re)producción del orden social ha estado presente en los últimos siglos. Wilhelm Reich, tal vez, sea el más radical de los pioneros en este ámbito.
La teoría y la praxis que aborda la sexualidad como un vector de explotación, en términos generales, encuentran sus fundamentos en el heterodoxo y muchas veces minoritario pensamiento de izquierdas. Ejemplos paradigmáticos sobran; a inicios de siglo se fragua la “huelga de vientres» (3) como horizonte político. También está el auge del anarcofeminismo, los influjos de la teoría neomalthusiana y la experiencia olvidada de la Liga Mundial por la Reforma Sexual (1921-1935).
En esta última participó la alemana Johanna Elberskirchen (1864-1943), olvidada militante socialista y lesbiana, ensayista y conferencista; crítica inclaudicable de lo que denominaba el ‘capitalismo sexual’ y pionera en la reivindicación política de la homosexualidad. Sus escritos constituyen un valiosísimo documento que perfila nítidamente un momento histórico y algunas de las corrientes fundacionales de los cruces tácticos entre socialismo y feminismo. Su escritura es panfletaria en el mejor sentido posible, ya que logra encarnar en la letra la oratoria de la avezada conferencista. Elberskirchen, sin ir más lejos, levanta un activismo que concilia el desenfado del ensayismo con el rigor cientificista de la medicina y el derecho, a través de lo que ella denomina “una protesta científica y moral”.
Anarquía sexual, feminismo y homosexualidad (2020) es el título de una importante y lamentablemente poco cuidada selección de textos de Johanna Elberskirchen, que fue traducida al español por Magdalena Antosz, en una edición chilena a cargo de Paidós (Grupo Planeta). En términos generales, la selección permite acceder a un pensamiento político coherente, compacto, a pesar de encontrarse disperso en textos publicados entre 1896 y 1904. Estos funcionan incluso sin la figura del compilador y, por tanto, sin criterios de selección transparentados. La reedición descontextualizada se radicaliza con un título desafortunado y sensacionalista, cuyos tres significantes tienden, en su estridencia, al equívoco, y entorpecen una aproximación rigurosa que sitúe en su contexto de producción al pensamiento de Elberskirchen.
Los cinco textos que componen el volumen comparten un objetivo, a pesar de sus diferentes objetos: relevar y criticar un problema, lo que Elberskirchen denomina indistintamente “capitalismo sexual” o “anarquía sexual”. En sus palabras, el capitalismo sexual es un régimen político y económico que promueve el “derecho del hombre a la explotación sexual de la mujer, tan descaradamente proclamado y aprobado”. El capitalismo sexual salvaguarda a través de un cuerpo legal la irrestricta libertad sexual del hombre. De este modo, perpetúa una cultura de la violación. Con tal de potenciar aquel deseo, las mujeres son reducidas a su sexo, empaquetadas mediante el despojo de su humanidad, con tal de facilitar el consumo masculino. En “Socialdemocracia y anarquía sexual” (1897), Elberskirchen interpela a sus compañeros; los provoca, al exponerlos reaccionarios por su alevosa complicidad cultural con la burguesía y su ideología burguesa:
«El capitalismo es el capitalismo. Y si este se ejerce sobre un trabajador, una mujer u otro mortal que se ponga en la escena por medio de dinero o por medio de sexo, el efecto es siempre el mismo: la explotación, el daño irresponsable de los intereses de uno en beneficio de los intereses del otro. La explotación sexual de la mujer es tan antisocialista como la explotación económica del trabajador. El capitalismo sexual es, desde el punto de vista socialdemócrata, tan reprobable como el capitalismo económico, y un socialdemócrata que participa en el capitalismo sexual no puede pretender ser llamado socialdemócrata. ¡La explotación es la explotación! ¡El capitalismo es el capitalismo!»
La lucha contra el capitalismo económico, para Elberskirchen, es indisoluble de la lucha contra el capitalismo sexual. Son la misma, se implican, ya que ambas se oponen programáticamente a la explotación. Sin embargo, la explotación sexual, que incluye la violencia contra los homosexuales, era un escandaloso punto ciego no tan solo para los sectores ideológicamente reaccionarios, sino también para los mismos que decían erradicar toda explotación. Mediante el uso predominante de una segunda persona que concilia didactismo e injuria, Elberskirchen no se limita a meter el dedo en la llaga, eso sería un favor para el masoquismo rigurosamente hetero y reaccionario de sus compañeros. Mete y vuelve a meter con más saña su revolucionario y lesbiano dedo en otro orificio, aquel infame y clausurado, aquel desaprovechado por sus compañeros que, parafraseando libremente a Trotsky, piensan como revolucionarios y se masturban como filisteos. Al principio, podría decir Elberskirchen, duele un poco y genera extrañeza, pero luego se aprende de placer y sobre todo de libertad. Abre, así, su provocador discurso “La prostitución del hombre” (1896) con la siguiente declaración:
«Yo no quiero moralizar desde su perspectiva, sino desde la mía, completamente distinta. Desde una perspectiva que no surge de lo metafísico, sino que se basa en una subjetividad no condicionada. Por lo tanto, no esperen de mí objetividad. No pertenezco a los objetivos. ¡Al final, la objetividad tiende a validarlo todo, incluso a los parásitos y a los cerdos, incluso su moral y su moralidad!»
Elberskirchen impugna los alcances del socialismo predominante en su tiempo, al develar la arbitrariedad con la que se segmenta teóricamente la realidad. Ese corte define lo que es histórico, por tanto, socialmente transformable, de lo natural, es decir, de lo dado y pretendidamente prepolítico. Esta no es una prerrogativa socialista, pues como señala la filósofa española Rosa Cobo, es un cimiento patriarcal de la teoría política moderna: Rousseau, uno de los teóricos más prominentes del contrato social, concibe la explotación sexual “a través del recurso metodológico del estado de naturaleza… como un hecho natural y espontáneo” (4). Elberskirchen se opone a la moral patriarcal, cuya pretendida objetividad concibe un estado de naturaleza que justifica la explotación sexual de la mujer y la persecución de los ‘desviados sexuales’.
De la idea de naturaleza se desprende la idea de lo antinatural. La sodomía ha sido y sigue siendo catalogada como pecado nefando, como acción contra natura. Johanna Elberskirchen invierte los valores patriarcales para rebatir aquellas falacias que se aferran a lo natural. Para ella, en cambio, el amor heterosexual sería lo antinatural: “¿Qué atenta contra la naturaleza? Todo lo que la profana, debilita y destruye”. El capitalismo sexual, en nombre del amor heterosexual, ha levantado instituciones como la prostitución, el matrimonio y la violación. La apelación a la naturaleza permite que “la sensualidad bruta de los heterosexuales” sea norma indiscutida, lo que le sirve a Elberskirchen para señalar el cinismo con el que los hombres castigan socialmente a las prostitutas y homosexuales. Cinismo con el que, insiste, deshumanizan a la mujer, castigan su sexualidad y la explotan escudándose en una naturaleza, a la que también vulneran:
«deroga[n] la ley natural de la paternidad y de la forma menos escrupulosa exime[n] al padre (¡desgraciadamente no a la madre!) de las consecuencias ‘sobrantes’ de la vida sexual, y le autoriza su barata y completa satisfacción».
La escritura de Elberskirchen redirige los influjos de las corrientes higienistas y abolicionistas, predominantes en su época, para afilar su crítica anticapitalista al capitalismo sexual, a la anarquía sexual. En sus argumentaciones abundarán dardos, figuraciones de parásitos sociales, lacras, enfermedades, abominaciones antinaturales, que esta vez no serán lanzados a los chivos expiatorios de la modernidad, sino a la burguesía bien pensante, a la burguesía que resguarda aguerrida o cínicamente el capitalismo sexual. La prostitución será antinatural, el amor homosexual mayoritariamente “fino, bello y natural”, los homosexuales, por su lado, los más adecuados para resguardar la reproducción espiritual de la humanidad (los heteros, con su tendencia al parasitismo y la bestialidad, son más proclives a reproducir físicamente la humanidad).
El texto que cierra el volumen, “El feminismo y la ciencia” (1903), probablemente condensa el pensamiento político de Elberskirchen, ya que funciona como un manifiesto que explicita los fundamentos teóricos de los textos precedentes. La autora, como médica y conferencista de la Liga Mundial por la Reforma Sexual, fundamenta su feminismo en la ciencia. Asegura que “la crítica al feminismo que se hace en nombre de la ciencia a menudo tiene que ver poco con la ciencia… los hombres científicos son demasiado hombres y muy poco o nada científicos”. Su reivindicación de la homosexualidad y de la arbitrariedad de la discriminación a las mujeres se fundamenta en una teoría de las “variedades bisexuales”, cuyo principal sustento teórico es la biología. Para Elberskirchen, “es evidente que el hombre y la mujer absolutos son una quimera, una ilusión, una aberración”. Previo a Simone de Beauvoir, Monique Wittig y Judith Butler, e incluso antes de las olas feministas y los movimientos sociales de la década del sesenta, ella sostendrá que:
«Hay tantas variedades bisexuales cuantos son posibles los grados de desarrollo del esbozo bipotencial; son tantas las posibilidades de mezcla, tantas las formas transitorias de lo femenino a lo masculino. La cantidad de variaciones determina la cantidad de desplazamientos y complejidades de la orientación sexual, desde el amor heterosexual hasta el amor homosexual».
Las variedades bisexuales tendrán un sustento anatómico y endocrinológico. Con el esbozo bipotencial Elberskirchen apunta a una anatomía compartida, a las genitalidades que tienen un esbozo común, ni opuesto ni complementario, tan solo desarrollado de distintas maneras. El sustrato biológico de su teoría funcionará como un método para blindar a las variedades bisexuales de la moralina capitalista sexual. Elberskirchen nuevamente productiviza la retórica de sus adversarios, sus rígidas convenciones argumentales se tornan dúctiles, y así levanta su “protesta científica y moral”. Su prosa comprometida con la ciencia y el feminismo se distancia de una medicina servil a la explotación, aquella cuyos tratados de medicina estigmatizaron la sodomía y que André Gide despreciaba por su “intolerable olor a clínica» (5). Estas primeras escrituras médicas que abordaban las desviaciones sexuales tendían a ser cómplices de la ideología higienista que fundamentó la criminalización histórica de sodomitas, prostitutas, lesbianas, transgéneros y otras multitudes.
Elberskirchen concluye su manifiesto científico-feminista con un llamamiento. Si feminismo y ciencia no son excluyentes, tampoco lo es la medicina de la crítica al capitalismo sexual:
«¿Acaso los científicos pusieron a los hombres y a las mujeres en las mismas condiciones experimentales, es decir, las mismas condiciones de vida, la misma educación, para evaluar las capacidades mentales y físicas de ellos? … Por lo menos, no revistan los muy limitados resultados de la subjetividad por resultados objetivos de la investigación científica».
La interpelación rebosa lamentablemente de salud y vigencia. Aquellos que intervienen con una pretendida exterioridad en los debates sobre sexualidad (¿será posible?), e incluso los que no lo hacen por una biempensante y pudorosa omisión, preservan el momento actual del capitalismo sexual que Johanna Elberskirchen perfiló hace más de un siglo. Elberskirchen es una más de los precedentes de la lucha por la educación sexual, cuyos olvidados itinerarios involucraban corrientes de pensamiento inesperadas para nuestro presente. Aquellos que se oponen a la educación sexual y braman ‘con mis hijos no’, ‘pervertidos’, ‘ideología de género’, se esmeran más en proteger férreamente su orden natural que a las víctimas realmente existentes de la explotación sexual. ¿Qué sería lo natural para ellos? Elberskirchen lo dice fuerte y claro:
«¿Qué quieren entonces, ustedes, a quienes no les basta con su indignación y arrogancia fanfarronas, perversas e hipócritas? ¿Qué quieren ustedes, quienes ven lo natural solo cuando la bestia sexual brama realmente fuerte y ‘disfruta plenamente’, para usar el eufemismo que ocupan ustedes, de la forma más bruta?
[1]https://factchecking.cl/user-review/familia-solari-duena-del-grupo-falabella-ha-aportado-legalmente-16-millones-a-la-candidatura-presidencial-de-sebastian-sichel/
[2] “Mejor salario y menos hijos son los requisitos indispensables para emancipar a la mujer”. La Mujer Nueva (5). 1936. 2.
[3] Bulffi, Luis. “Huelga de vientres”. 1906.
[4] Cobo, Rosa. Patriarcado y feminismo: del dominio a la rebelión. El Valor de la Palabra: Hitzaren balioa. 2008.
[5] Gide, André. Corydon. 1911.



