Lucas Costa: “La poesía es la capacidad de dejarse habitar por otros”

agosto 01, 2025
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Fotografías de Willy Fierro

«Le salió el tiro por la culata». Así resume Costa el gesto de su madre, que lo obligó a leer para sacarlo de la rebeldía adolescente. Lo que ella no esperaba era que ese empujón terminaría activando una relación vital con la palabra, una que comenzó con letras de canciones y terminó mutando en una poesía que, como él mismo señala, no se deja instrumentalizar ni vender. Esto y más es lo que revisa el autor a propósito de su nuevo libro “gozo”, publicado y distribuido gratuitamente por Editorial Aparte.

Esta entrevista traza, entre otras cosas, el recorrido de un poeta que encontró refugio primero en la música, luego en los libros, y más tarde en una comunidad de voces y afectos que fue modelando su escritura. Desde la influencia de una profesora que supo tender puentes entre el punk y Pablo de Rokha, hasta un tráfico doméstico de poesía latinoamericana en plena adolescencia, lo que se despliega aquí es una historia de formación cruzada por resistencias, descubrimientos y una desconfianza profunda hacia el sistema educativo y literario.

En un país como el nuestro, donde todo tiende a medirse en términos de utilidad o rentabilidad, la apuesta por publicar un libro gratuito no es solo una decisión editorial: es un gesto político, ético y afectivo. El libro se llama gozo y su publicación abierta responde al deseo de que la poesía circule como lo hace un don, no como una mercancía.

Más que respuestas cerradas, lo que deja esta conversación son preguntas abiertas sobre qué puede un poema, para qué sirve —si es que sirve— y por qué, en ciertas condiciones, la poesía se convierte en lo único verdaderamente gratuito que nos queda.

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-¿Cómo lograste incluir humor en un libro sobre el duelo?

Es que, para mí, no se trata solo del duelo. También trata sobre el amor, la crianza, etc. En ese punto, imposible que no salga un poco de humor, sobre todo si hay niños de por medio. Y además creo que es imposible vivir sin humor. No necesariamente desde la ironía, sino desde la capacidad de reírse de uno mismo. Para mí, la vida es inconcebible sin poder subirse al columpio un rato. Recuerdo la celebración que tuvimos después de la muerte de mi madre. Era puro echar la talla, risas en medio del dolor. Eso es algo muy chileno también. Como ese video del 27F, con los viejos tomando y muertos de la risa en plena catástrofe. Es bien absurdo, pero real. Y creo que mi visión de la vida es esperanzada. Esa mirada, a pesar del duelo, impregna el libro.

-¿Sentiste que este libro cerró una etapa en tu vida?

Te diría que más bien la abrió. Siempre he querido llevar el lenguaje al límite. Pero con gozo, las experiencias ya eran tan al límite, que no podía empujar más. La vida misma me puso ese borde.

Mi libro anterior, Calcio en la mirada de la noche va sobre la paternidad o sobre los límites del decir. En cambio, acá sentía que estaba sacando lo que tenía dentro sin mucho pudor, y esa conexión íntima con el poema es algo que siempre ha estado. Pero sí: gozo cierra una etapa, sobre todo por lo que estoy escribiendo ahora. Si miras todos mis libros se puede ver un hilo medio narciso, en el sentido que el ímpetu de los libros parte de experiencias personales. No creo que deje de escribir desde ahí, pero ahora estoy haciendo un texto que está en las antípodas, que es un poema largo sobre la vida de los otros. Quizás gozo cerró un ciclo, aunque no significa que no lo vuelva a retomar. No depende de mi voluntad.

¿Qué consejo le darías a alguien que quiere publicar un libro íntimo, pero se siente inseguro de exponerse?

Que sea fiel a lo que siente al escribir. La intimidad siempre está mediada por el lenguaje, y el lenguaje es engañoso. Lo personal en la poesía va más allá de lo que se dice literalmente. Las palabras no tienen fondo. Yo también tuve muchas dudas sobre publicar este libro. De hecho, no lo escribí con la idea de que fuera publicado. Lo escribí para comunicarme con los que me rodeaban, especialmente con mis hermanos.

Las personas más cercanas a mí lloraban al leerlo. Y con eso ya sentí que los poemas habían logrado aquello para lo que los había escrito. No necesitaba nada más. Nunca pensé que iban a conformar un libro publicado.

-¿Tus hermanos también leyeron el libro? ¿Cómo lo recibieron?

Sí. Somos siete. Uno de ellos está con mi vieja en el cielo.

Ellos, claro, me celebraban todo al principio, cuando les leía los textos por audios de WhatsApp. Pero cuando les fui mostrando otros, ya en vivo, se daba una especie de catarsis colectiva. Yo sentía que ahí los poemas estaban listos. Esa fue mi medida. Lo que viniera después, ya no dependía de mí.

-Muchos de tus poemas cruzan la infancia y la vejez. ¿Cómo equilibraste esos dos mundos?

Para mí van de la mano. Yo soy el menor de mis hermanos, entonces viví la vejez de mis padres mientras era padre joven. Y empecé a darme cuenta de los puentes que hay entre esos mundos.

Mi papá, ya viejo, se parece mucho a mi hijo. Incluso a veces tienen el mismo humor, y eso me parece precioso. Vivimos la vida como si estuviera dividida por etapas, pero yo todavía me siento un niño, y quizás por eso conecto tan bien con ellos.

Durante el duelo, fue mi hija pequeña la que me consoló. Y pronto me di cuenta de que ella sabía más que yo sobre cómo lidiar con el dolor. No hay que subvalorar ni a los niños ni a los viejos. Eso es algo que tengo muy presente.

-Me quedo con eso: que tus hijos sabían más del duelo que tú.

Sí. Eso es lo más bonito que me pasó.

-¿En qué momentos sentiste que tus hijos te ayudaron o te acompañaron mejor que los adultos durante el duelo?

Por ejemplo, mi hija sabía perfectamente cuándo yo estaba llorando… sin siquiera verme. Sentía la vibra. También entendieron muy bien que mi madre se había ido al cielo, y vivieron esa experiencia y la catarsis de forma muy natural. Y, por otro lado, nunca me juzgaron por estar sensible, melancólico o incluso tener alguna rabieta. Entendieron que mi proceso era difícil, y lo respetaron.

A veces los adultos son los que ponen trabas para que uno esté bien. Yo experimenté mucha paz en el momento en que murió mi madre, pero luego viene la vida: las exigencias naturales de la adultez, y siento que mis hijos no tuvieron esa vara conmigo. Sabían, tenían la conciencia de que yo todavía estaba en duelo. Eso es algo que los adultos olvidamos muy rápido. Pasamos el rayado de cancha de inmediato, como si hubiéramos superado las fases. Pero los niños saben observar, saben mirar cómo estamos. Y entienden desde esa observación. Y eso tiene mucho que ver con la poesía: con poder mirar, estar presentes con todas las antenas paradas y, en algún minuto, cuando llega la hora, decir las palabras precisas en el momento justo.

-Respecto a la poesía y la traducción, ¿qué aprendiste o qué te aporta estar traduciendo a Denise Levertov?

Ahora estamos traduciendo a la Levertov con un gran amigo filósofo, Juan Emilio Ortiz. Ha sido una experiencia muy intensa. Me ha sorprendido en muchos sentidos, te digo dos para no latear.

Primero, tiene una noción de la forma completamente libre y cara de raja. Tiene una libertad radical para pensar el poema desde lo formal. No se deja guiar por patrones ni estructuras típicas. Su cadencia que responde a algo completamente distinto a lo que uno espera de los poemas de su época. Fue una mujer con un coraje tremendo y eso se deja traslucir también en lo formal.

Y lo segundo es su densidad espiritual. Desde el comienzo está en una búsqueda que trasciende lo material. Eso la diferencia mucho de otros poetas contemporáneos suyos. Pienso, por ejemplo, en William Carlos Williams, que decía “no hay ideas sino en las cosas”. En cambio, la Levertov veía que sí había ideas, pero incluso más allá de las cosas.

Se podría decir que es una poeta mística, en cierto sentido, pero con los pies en la tierra. Me gusta mucho cómo trabaja esa dimensión espiritual. No es solo que sus poemas estén enraizados en una tradición judeocristiana —que lo están, sino que están constantemente interrogando lo que significa creer, sobre todo observando el mundo que la rodea y sus necesidades y catástrofes políticas.

Ella se convirtió tarde en su vida, pero la búsqueda venía de antes. Y me interesa mucho cómo deja abiertas esas preguntas. Cómo deja irresueltos los grandes conflictos. Esa irresolución es, para mí, lo más potente de traducirla.

Ojalá salgan buenas traducciones. Ha sido muy mal traducida al español, y nadie sabe por qué. Nadie ha hecho ese trabajo aún. Tenemos entre las manos por primera vez la posibilidad de publicar una antología de sus poemas, es la media responsabilidad. Esperamos estar a la altura por el cariño que le tenemos y con muchas ganas de que vea la luz el próximo año.

-Además de la poesía, la música también está muy presente en tu escritura. ¿Qué papel tuvo en la creación de este libro?

Este libro fue escrito, en su mayoría, escuchando música ambiental, instrumental. La primera banda que me acompañó fue This Will Destroy You. Se parece un poco a Explosions in the Sky, pero es más ambiental, más monótona, en un buen sentido. También escuché mucho a Austin TV, una banda mexicana con más quiebres y momentos de relieve, más frenética. Esa música me ayuda a dejar de pensar en lo que estoy haciendo. Me libera de las pretensiones del poema. Cuando escucho música con letras, me pasa que me dejo permear por lo que dicen, y puedo perder fácilmente la concentración.

Tenemos muchos problemas con la atención —porque nos cuesta mucho estar presentes—, y es algo que me resulta muy sintomático de nuestro tiempo. Me resulta difícil escuchar letras mientras escribo, a no ser que me las sepa de memoria de cabo a rabo. Por ejemplo, me gustaría que termine la canción de Leonard Cohen que está sonando de fondo mientras conversamos, para poder concentrarme bien.

Pero si hablamos del soundtrack emocional del libro, hubo tres discos muy importantes: Wild God, de Nick Cave; I/O, de Peter Gabriel; Stage Four, de Touché Amor. Este último es un disco de duelo por la madre. Lo pillé de chiripa a un mes de la partida de mi vieja y logró ponerle las palabras precisas a lo que estaba sintiendo. La banda vino hace poco a Chile y pude hablar con el vocalista, Jeremy Bolm, que también es poeta. Le agradecí por haber escrito el disco y cuánto me había apañado durante todo este tiempo. Él me agradeció de vuelta el hecho de haberle abierto mi vida y que, con comentarios como el mío, lo que hacía adquiría sentido. El resto era pamplinas. O algo como eso. Fue un momento muy emotivo.

Pero esos discos no los usé tanto para escribir, sino que fueron mis obsesiones de ese tiempo. La escritura como tal fue hecha con This Will Destroy You, sobre todo porque sus temas son largos, monótonos y te permiten leer encima, y se prestan muy bien para corregir en voz alta. Por otra parte, sin darme cuenta, esas canciones estaban totalmente sincronizadas con lo que estaba escribiendo. Tienen una plasticidad que encajó perfecto con el tono del libro: hay temas muy melancólicos, otros gloriosos.

-¿Por qué decidiste, o decidieron, que el libro fuera gratuito?

Eso es algo que se venía gestando hace tiempo. La serie Papel Maché nació con Compraventa de Gaspar Peñaloza, y desde entonces venimos pensando la poesía desde un lugar de circulación outsider.

Sabemos cuál es el lugar que ocupa la poesía hoy en día. Lo que heredamos, sobre todo desde la educación, tiene que ver con instrumentalizarla: usarla para aprender figuras literarias o para sacar ideas para cosas que no tienen que ver con interpretar. Nadie nos preguntó nunca qué sentíamos cuando leíamos un poema. Entonces, el gesto radical de regalar el libro tiene que ver con eso: con el hecho de que la poesía es, en sí misma, un don gratuito. Fue cultivada como un don y, por lo tanto, lo más coherente era hacer circular el manuscrito también de forma gratuita.

La poesía, para mí, se acopla más a la idea de gratuidad que a la lógica de la transa. Es un lugar donde el lenguaje llega a su límite, donde ya no hay transacción ni comunicación funcional. Por lo tanto, está —metafóricamente hablando— fuera del capitalismo. No puede ser una moneda de cambio.

Lo que tú piensas que hay en gozo no es lo mismo que pienso yo, aunque ambos leamos el mismo texto. Esa multiplicidad de sentidos, esa apertura radical, hace que tenga más sentido regalarlo, especialmente en un país como Chile, donde todo se mide en dinero.

Y claro, gozo no nació con pretensiones de ser libro. Nació desde el deseo de comunicarse, pero desde ese límite descuadrado, deformado, que tienen las palabras cuando se sueltan de manera despojada.

Cada lector recoge lo que le sirve. Ese es el verdadero valor.

-¿Qué sientes ahora cuando vuelves a leer los poemas?

No los he releído. Es algo que no hago con mis libros.

-¿Por qué?

Porque me parece que el tiempo es escaso y tengo demasiadas lecturas pendientes de obras que valen la pena. Soy medio enfermo con eso. Y siento que releerme sería perder el tiempo, honestamente. Además, si empiezo a leer el libro de nuevo, probablemente me den ganas de corregir cosas. Fue un libro muy urgente, pero al mismo tiempo siento que lo que está ahí es una etapa, y hay que respetar esa voz. Que sean los lectores quienes se hagan cargo de ella. Yo no tengo muy claro qué voces son la que aparecen en gozo. Sólo sé cómo nacieron, cómo se desenvolvieron, y cómo, en un momento, tiraron todo por la borda.

No me interesa releerme. Incluso, me da pudor leer los poemas en público. Y ahora me toca ir a lanzarlos a lugares como Arica o Temuco. Nunca me ha gustado mucho leer en voz alta mis propias cosas.  Pero bueno, para compartirlos es clave hacerlo.

-¿No podrías pedirle a alguien más que los lea por ti?

Sí, eso estaría bueno. Sería maravilloso. Pero también me parecería medio barsa. Porque los escribí yo… o no los escribí yo del todo, no sé. Eso de “yo escribí un poema” me parece cada vez más una fórmula más individualista.

-¿Por qué lo dices? ¿Hay poemas que sientes que no escribiste tú?

Sí. Muchos. Hubo cosas que escribí porque las escuché, otras sacadas de otras personas. Hay un poema bien privado, que se llama Para Manuel después de conocerlo. Lo leí en el lanzamiento y varias personas me dijeron: “fuiste valiente” o “te pasaste de barsa”.

Ese poema tenía un final completamente distinto. Y un amigo, Cristian Foerster, me dijo: “hermano, esta pregunta está mal formulada, no dice lo que quiere decir el poema”. Yo le dije: “¿y entonces qué hacemos?”. Y él fue y la empezó a reescribir oralmente, hizo varias variaciones hasta que en el juego llegó a una donde todo calzó. Lo que decía el final era completamente distinto. En ese sentido, muchos de los poemas de este libro provienen de los otros. No hay una vinculación directa de quien habla con eso que se dice, sino que aparecen voces escuchadas, transcritas así tal cual. Y bueno, también en su proceso, muchas personas pusieron su cabeza para que este libro viera la luz en la mejor de sus formas, manipulándolo a su modo. Y eso me parece muy notable de la poesía: esa capacidad de dejarse habitar por otros.

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