Aventuras y viajes por mar(iátegui). Una lectura de Revolución y deseo. Las travesías vitales de Magda Portal y Blanca Luz Brum, de María Pía López[i] -parte 1-
[i] López, María Pia: Revolución y deseo. Las travesías vitales de Magda Portal y Blanca Luz Brum, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2024.
Empecemos por una obviedad: la “y” que hace copular en el título a esas dos palabras ausentadas de nuestras lenguas políticas cotidianas puede leerse al menos de dos modos distintos, aunque conectados. Se puede leer como la revolución del deseo, en un sentido más cercano al de ciertos feminismos en los que López quiere intervenir, y se puede leer, también, como el deseo de revolución, esto es, como una invitación al descubrimiento de imaginaciones nuevas –pero no absolutamente nuevas– que nos den cuartos propios para enfrentar a un presente que, vivido como puro presentismo –otra no novedad de la historia reciente: hace poco más de tres décadas, la caída del Muro de Berlín y la posterior desintegración del bloque soviético puso a la orden del día la idea del fin de la historia, de las ideologías, del Estado-nación, del sujeto y de varios etcéteras más que parecían colocarnos de modo definitivo en las puertas de una de nuestras peores pesadillas: la del presente perpetuo–, un presente que, vivido como puro presentismo, decíamos, parece haber despojado a nuestras vidas de cualquier atisbo de cambio y transformación. Es contra ese tiempo-hoy, como una apuesta por el “fin del fin”, que López se aventura en las travesías vitales de la peruana Magda Portal y de la uruguaya Blanca Luz Brum.
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¿Pero es este libro una indagación sobre esos dos nombres propios? Sigamos con una provocación, que no por módica es menos eficaz: no es este un libro ni sobre Portal ni sobre Brum, sino sobre ese otro nombre que insiste en la biografía de López: el de José Carlos Mariátegui. Quizá pueda decirse mejor: es este un libro sobre los distintos modos en que esas dos vidas –agreguemos entonces: esas tres vidas– vibran alrededor de la de Mariátegui, sea de manera entrelazada, sea por acercamiento o separación, sea por negación.
Las incursiones mariateguianas de López son muchas, demasiadas. Mentemos, solo para tomar carrera, una: su libro José Carlos Mariátegui. Lo propio de un nombre. El comienzo no puede ser más estimulante: “¿Cómo nos convertimos en lectores de una obra? ¿Por qué algunas nos retienen a su lado con insistencia?”[i]. El intento de respuesta viene con una anécdota. Cuenta López que una vez, seguramente cuando promediaba la década de los noventas, David Viñas le dijo “Mariátegui está en la superficie, fíjate, vieja”, y que sería bueno que se dedique a investigar las relaciones del peruano con el mundo cultural y político de la Buenos Aires de los años veinte. Fue así que con Guillermo Korn, el otro destinatario de esa llamada, publicaron, en 1997, un folleto-libro al que llamaron Mariátegui: entre Victoria y Claridad. Claridad refería a la revista “vocera de la ‘literatura social’ y del ensayo político latinoamericano” que en la editorial del mismo nombre dirigía el español Antonio Zamora y Victoria, a Ocampo. En 1929, en un Perú que lo asfixiaba en lo político y lo sitiaba en lo económico, Mariátegui había comenzado a proyectar una vida en Buenos Aires, ciudad en la que creyó que podía relanzar Amauta y publicar una nueva revista de carácter continental, bajo el título de Nuestra América y con dirección de Victoria Ocampo. Samuel Glusberg sería el editor y Waldo Frank tendría un rol central como promotor y colaborador. La cosa es que en abril de 1930 Mariátegui murió, en septiembre Uriburu dio un golpe de Estado en Argentina, Amauta no se relanzó y Nuestra América nunca apareció. En su lugar, Ocampo prefirió fundar Sur, cuyo primer número apareció en el verano argentino de 1931.
Quizá el mundo revisteril sea uno de los tantos hilos que cuece el nombre de Mariátegui con el de López –el capítulo 3 de Revolución y deseo se titula “Las revistas: en busca de una expresión americana”–. Ambos lo imaginaron como ese espacio cultural en el que se tejen redes y vínculos, donde se interviene políticamente, se confabula, se complota. Mariátegui hasta había disuelto la dicotomía de si las revistas conforman grupos o son los grupos los que fundan revistas, para afirmar que su Amauta representaba “un movimiento, un espíritu”. Pero no solo había creado esa célebre revista y soñado con Nuestra América: también le había dado vida a Labor. López, por su parte, activó en El Ojo Mocho, imprescindible empresa cultural que en los años noventas animaron Horacio González y Eduardo Rinesi, y fundó, en el ocaso de esa década, otra revista de clarísima inspiración mariateguiana: La escena contemporánea[ii]. El nombre era tomado del primero de los dos libros que Mariátegui había publicado en vida. El segundo fue Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.
Es interesante ver cómo la frustrada relación de Mariátegui con Buenos Aires sintomatizó en Siete ensayos…. Es que su fama no fue suficiente como para evitar que nuestra ciudad trate al libro de un modo distinto del que trató a su rio: dándole la espalda. El propio Perú, que no cesaba en sus esforzados esfuerzos por olvidarlo rápidamente, fue más indulgente: entre 1930 y 1955 la reeditó en tres oportunidades. Muchísimas más vinieron en las décadas siguientes. Lo mismo sucedió en el resto del continente: la primera edición no peruana apareció en 1955 en Chile y la segunda, ocho años más tarde, en Cuba, de la mano de la editorial de Casa de las Américas. Hubo una publicación mexicana en 1969, una uruguaya en 1970, una brasileña en 1975 y una venezolana en 1979, la de la Biblioteca Ayacucho, que dirigía el uruguayo Ángel Rama, y que incluyó un célebre prólogo de Aníbal Quijano. El resto del mundo prefirió el camino latinoamericano por sobre el argentino: una publicación rusa vio la luz en 1963, una francesa en 1968, una estadounidense en 1971, una italiana en 1972, una española en 1976, una húngara en 1977 y una alemana, una japonesa y una china al año siguiente, cuando se cumplía el cincuenta aniversario de su primera edición. No deja de llamar la atención que a pesar del interés que su figura había provocado en intelectuales marxistas como José Aricó y Oscar Terán, quienes promovieron la difusión de su obra durante su exilio en México hacia finales de los años setentas y comienzos de los ochentas, el circuito editorial argentino haya acudido a la cita más bien tarde. Ocurrió en el año 2004, cuando la colección “Novecento” que dirigía Rinesi en la editorial Gorla dio a conocer la primera edición argentina. Venía con un estudio preliminar titulado “Mariátegui: apología de la aventura”. ¿Quién lo firmaba? María Pia López[iii]. Pocos años después, y atenta justamente a los modos en los que Aricó y Terán habían leído al peruano, publicó, en 2008 en la revista Pampa, “José Carlos Mariátegui Un marxismo para América Latina”.
¿Pero por qué Mariátegui insiste en la travesía lopeziana? López le preguntó a Terán por qué insistía en la suya y Terán le dijo que era porque se sentía identificado vitalmente. Quizá no haya otra respuesta que la personal, siempre que lo personal sea leído menos como invocación de un yo singularísimo que como una construcción que se hace con las bibliotecas que se tienen a mano, tramadas con la época con la que se dialoga y se interviene –que nunca es sólo la suya, porque toda época siempre está en dialogo con las que la preceden–. La de López es otra: vuelve a Mariátegui porque se siente “usuaria de un legado”. Del de Mariátegui y sus textos, pero también del de sus lectores y lectoras. Si es así, el viaje por su obra siempre puede renovarse. López lo metaforizó con la figura de un cubilete que al moverse puede arrojar “la cifra de la fortuna”[iv]. Pero fortuna no debe leerse como la de quien se encuentra por fin con la respuesta a un problema, sino como la apertura de una pregunta que puede ser capaz de iluminar formas nuevas de leer el pasado y el presente. Revolución y deseo aparece entonces cuando esos inquietos cubiletes dejan fuera el dado de Ocampo para sacar otros dos nombres poco explorados en estos confines: el de Portal y el de Brum.
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“Usuaria de un legado”. Esa formulación hace de Revolución y deseo un libro sobre el anacronismo. Vale decir: una apuesta por la vitalidad de lecturas en principio inactuales y una defensa del des-tiempo y del contra-tiempo como un modo de leer la época en la que se está. Con una palabra en el centro: revolución. En 2024, y también revisitando las viejas escenografías peruanas, el querido Javier Trímboli volvió sobre la figura de Alberto Flores Galindo[v]. Lo hizo a la manera de los esgrimistas, aplicándole a los “historiadores historicistas” una estocada en el corazón de su “bestia negra”, exponiendo así su “pecado mayor”: el anacronismo. Trímboli quiso leer al presente con la palabra revolución. Diego Sztulwark[vi] hizo notar que Trímboli seguía el camino de Flores Galindo, que a su hora también la había invocado para defenderla cuando su presente quería sacársela de encima, pretendiendo no tener con ella nada que ver. Eran los años de la transición a la democracia en América Latina, de la “crisis del marxismo” y, en el Perú, de Sendero Luminoso. Flores Galindo, a su vez, retomaba de Mariátegui el gesto de pelear contra su propia época: contra la Komintern, Mariátegui había defendido la posibilidad de conjugar la revolución con una realidad peruana leída bajo la mirada del ensayista. Y había perdido. Como perderá, igualmente, el otro.
Pero el anacronismo en López y en Trímboli –y en Flores Galindo y en Mariátegui– no es ese que sancionan los “historiadores historicistas”, esto es, ese intento por leer al pasado con los diccionarios de hoy, con palabras, conceptos e ideas que en ese tiempo no eran habladas acaso porque no eran pensadas, sino otro, de distinto talante: anacrónico es también traer algo del pasado para transformar el presente. Pasado y presente se modifican recíprocamente. Si le cupiera al anacronismo de López y Trímboli el religioso mote de “pecado mayor”, sería por su disposición de recuperar lo demodé, lo presuntamente inactual, lo fuera de tiempo. Por su apuesta por lo intempestivo. Por eso, cualquiera de los dos podría parafrasear a Masotta y decir “yo cometí un anacronismo”: pensé el presente con la palabra revolución, y puedo hacerlo porque, al fin de cuentas, todo presente usa palabras cuyo tiempo no tolera o no acepta y que sin embargo están ahí, aunque más no sea como murmullo inquieto. Acaso ese sea el sentido inquietante del interrogante con que se abre Revolución y deseo: “Lo que pasó, ¿quién lo conoce?” (p. 11). Va de suyo: en absoluto significa esto sostener que no se pueda conocer. Más bien, supone que el conocimiento es siempre una apuesta, una decisión, una travesía.
Quizá los historiadores con los que pelea Trímboli tengan razón en esa crítica del anacronismo: quién hace eso, siempre desde la mirada del historiador, pierde el “control” sobre el pasado –la palabra, que no es nuestra, dice mucho–. ¿Pero qué pasa si esa operación se realiza, digamos, con lenguaje literario? Terán sostuvo que “la ficción puede ser mucho más estimulante para pensar una cultura que los trabajos específicamente historiográficos”[vii]. Lo decía a propósito de novelas como La revolución es un sueño eterno –¿de nuevo con la revolución, che?–, de Andrés Rivera. Con ese interés podría leerse Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, libro que vuelve, para transformar o reescribir, al Martín Fierro –ese que hacia mediados de los años setentas Borges lamentó que se haya impuesto como libro clásico y fundacional argentino en lugar del Facundo: si hubiese sido al revés, creía, la historia de nuestro país habría sido otra, es decir, mejor–. Cabezón Cámara no solo reescribe en prosa al Martín Fierro –al libro y al gaucho, acá gay, y a su mujer, innombrada en el poema original, llamada ahora la “China Iron”–. También reescribe el pasado, sus lenguajes, la vida en el desierto, las tolderías, los fortines, los viajes ingleses por nuestras pampas. Con el deseo como horizonte.
López hace lo propio, pero menos con los materiales de la ficción que con los del ensayo. Revolución y deseo es un ensayo que quiere contar “una serie de cuentos que nos permitan asomarnos a la intensidad de una vida” (p. 21). La idea de “cuento” acá no supone pensarlo como pura ficción. Ni tampoco a la ficción como mentira. Sino concebirla como algo que tiene su propia verdad, como algo que está en la realidad y que, por lo mismo, tiene tanta materialidad como la carne que se compra en la carnicería. Porque el ensayo y el cuento también producen efectos materiales. En este caso, una “materialidad americana” sustentada en un trabajo de archivo.
Al igual que Cabezón Cámara, el presente con el que López dialoga es el de “La cuestión feminista” –título del anteúltimo capítulo–. Cuestión que le permite abrir los telones hasta entonces cerrados de la escenografía latinoamericana de los años veinte y treinta –aunque no solo: el libro se extiende por varias décadas más–, dejando así que ciertas actrices fundamentales retomen una escena que les había sido escamoteada por quienes creían tener un “control” sobre el pasado para tener al pasado bajo “control” –¿se entiende ahora por qué había que usar esa palabra?–. Ya no es solo Ocampo. Esos cuerpos que asomaban en Mariátegui: Entre Victoria y Claridad o en “Road movie. Blanca Luz Brum: de Mariátegui a Pinochet”[viii]pueden ahora ser vistos de otro modo. Como de otro modo puede ser visto el propio cuerpo. Porque el ensayo supone también que el cuerpo se enrede en una escritura. Pero esa jugada no implica, necesariamente, hacer de dos mujeres del siglo XX como Portal y Brum unas feministas del siglo XXI. López no descontextualiza su pasado, aunque sí descontextualiza el presente al leerlo a destiempo con la palabra revolución. Y es valiente, porque lo hace cuando nadie la pronuncia y cuando el futuro ha dejado de ser nuestro. Tal vez pueda decirse mejor: si el futuro dejó de ser nuestro es porque la palabra revolución no atina a ser dicha.
[i] López, María Pia: José Carlos Mariátegui. Lo propio de un nombre, Los Polvorines, ediciones UNGS, 2016, p. 15.
[ii] También animaban la revista Guillermo Korn, Fabio Wasserman, Diego Sztulwark, Verónica Gago y Javier Trímboli. En el número 2, de 1999, aparecieron dos textos de Mariátegui: “Heterodoxia de la tradición” y “Nacionalismo y vanguardismo en la ideología política”.
[iii] López, María Pia: “Estudio preliminar. Mariátegui: apología de la aventura”, en José Carlos Mariátegui: Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Buenos Aires, Gorla, 2004. Extrajimos el listado de publicaciones del Archivo José Carlos Mariátegui. El trabajo, que es realmente sensacional, curiosamente no consigna esta publicación y refiere a una primera publicación argentina del año 2005, de la editorial El Andariego. Puede consultarse acá: https://www.mariategui.org/siete-ensayos-90-anos/ediciones-siete-ensayos/
[iv] López, María Pia: José Carlos Mariátegui…, op. cit., p. 16.
[v] Trímboli, Javier: Alberto Flores Galindo. La escritura de la historia, Los Polvorines, Ediciones UNGS, 2024.
[vi] Sztulwark, Diego: “Anacronismo y agonía”, en El cohete a la luna, 19 de mayo de 2024.
[vii] Terán, Oscar: “Filosofía, historia y política: un recorrido”, en De utopías, catástrofes y esperanzas. Un camino intelectual, Buenos Aires, Siglo XXI, p. 30.
[viii] López, María Pia: “Road movie. Blanca Luz Brum: de Mariátegui a Pinochet”, en El Ojo Mocho, Número 12/13, primavera de 1998, pp. 74-77, Buenos Aires.



