Fragmento de “Orgasmosofía. Sobre la improductividad de los cuerpos”

agosto 21, 2025
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Este libro de Diego Pérez Pezoa, publicado por Alma Negra Editorial, está constituido por un conjunto de ensayos pensados para desarticular las condescendencias que existen en el mundo contemporáneo entre el fortalecimiento de las prácticas individualistas del «cuidado de sí» con las estrategias axiomáticas del capitalismo hiperproductivista y digital.

Las experiencias políticas contemporáneas se encuentran singularizadas por responder ante las nuevas diagramaciones del poder capitalista, que operan mediante una colonización tecnológica en la relación sensible entre cuerpo, espacio y trabajo. La mirada se masculiniza, y, por tanto, se heteronormaliza el espacio óptico donde esa mirada observa. Se crea un nuevo régimen escópico-digital, un oculocentrismo electrónico, una digitalización de la piel. El mercado de la imagen digital –el mercado de la imagen narcisista de sí mismo– es expresión de esta sofisticación de los mecanismos de dominación que afectan directamente los procesos identitarios de los individuos. Por tanto, la política (policial) se reconfigura como el proceso de sofisticación de control tecnológico en la relación entre imagen, cuerpo y espacio. La reivindicación de la imagen de sí y sus consecuencias identitarias en el espacio público, se vuelven un producto intercambiable, una mercancía política, apetecible para los bancos de afecto político. En este caso, una alteración política (de lo sensible) interviene la arquitectura de la imagen íntima que sirve como suministro identitario, tanto para el mercado narcisista de la imagen de sí como para los slogans de los bancos políticos progresistas contemporáneos. De modo que una contralteración consiste en crear la obertura espacial del porvenir de una corporalidad improductiva y alienada; pues, alterar las lógicas sistémicas que vuelven productivo  tanto la imagen como el cuerpo, se convierte en un acto político en sí mismo. Hoy en día la política no sólo debe reivindicar los espacios de visualización de los cuerpos desplazados, sino que, a su vez, debe crear un nuevo espacio analógico, donde el cuerpo se reserve su capacidad de ser improductivo a cualquier lógica de sobre exposición, un cuerpo que encuentre otra economía de sus energías. Una verdadera política reivindicativa es aquella práctica de lo político que no se vuelve funcional –ni productiva– a ningún programa político determinado, debido a que los cuerpos que activan dicha política se escapan a la productividad política-económica neoliberal y de los medios de comunicación. Con esto se quiere decir, finalmente, que la política contemporánea opera a partir de la administración de las vidas y cuerpos improductivos, cuerpos desplazados, para aceitar sus mecanismos de reciclaje identitario progresista. De ahí que las luchas políticas identitarias actuales deban ejecutar un doble espectro de lo político: por un lado, interpelar e interrumpir las lógicas que excluyen una forma de vida determinada, y, al mismo tiempo, desarrollar mecanismos culturales y sensibles que no permitan transformar sus demandas en un suministro simbólico para los programas políticos (policiales) contemporáneos de todo tipo.

Ahora bien, esta política improductiva debe advertir que el nuevo mercado de los cuerpos es también un mercado del erotismo desmesurado. Esta desmesura erótica funciona como vertiente energética para las nuevas formas de rearticulación del capital –un capital ansioso por consumir nuevas fuentes tecno-corporales. Así lo propone E. F. Porta cuando reflexiona acerca de las nuevas estrategias mercantiles del erotismo y del amor:

“[…] la marca registrada representa su sujeto distintivo, el protagonista de este mundo, donde la individualidad es reformulada en términos de branding, packaging y marketing, entendidos como expresión del yo y como búsqueda emocional y publicitaria del Otro […] De la misma manera, las relaciones afectivas suceden bajo el signo de la transferencia, del intercambio: traducción de valores, financieros y sensitivos –personales y crematísticos– de un sistema de valor a Otro. El euro y el dólar nunca valdrán lo mismo; dos sujetos –dos marcas registradas–, tampoco; las relaciones funcionan o fracasan alrededor de ese equilibrio”.

La política actual es el nuevo escenario mercantil para el intercambio de afectos, fomentando, especialmente, un sistema cultural de rendimientos diseñado para digitaciones de equivalencias en las relaciones sociales actuales. A raíz de este sistema de rendimiento inmanente a las prácticas productivas de los individuos, las relaciones afectivas y sexuales también se encuentran sometidas a estándares de rendimiento afectivo y placenteros, cuyas metas tienen que alcanzar las simulaciones de la felicidad asociadas al éxtasis desenfrenado y acelerado de la sexualidad orgásmica (angustiosa). Nuestras vidas se encuentran, por lo mismo, insertas en lógicas que no diferencian sistemas de rendimientos operando en el campo laboral o en las relaciones amorosas. El amor se volvió un trabajo. De ahí que los cuerpos improductivos sean la puesta en práctica, la performatividad afectiva, de una transmutación de los valores, donde la vida retoma su sentido profundamente nihilista, y el amor abandona el circuito discursivo que justifica su existencia unívoca a las lógicas de consumo afectivo. El amor y la política deben repensarse como dimensiones improductivas si deseamos iniciar el desmantelamiento paulatino de la maquinaria axiomática del capital.

No obstante, podríamos preguntarnos lo siguiente: ¿cómo se generan nuestras dimensiones humanas improductivas del cuerpo?, ¿son el resultado de interacciones directas con la naturaleza, vinculaciones arcaicas, salvajes, inconscientes?, ¿o, precisamente, en cambio, son el resultado de interacciones con los sistemas simbólicos de la vida, donde se pueden crear religiones, obras de arte, formas de estar-juntos, formas de intercambio? El erotismo –a los ojos de Bataille– es secundario al trabajo. Su erotismo es un “erotismo consciente”, y, por lo mismo, una experiencia propiamente humana. Desde nuestra perspectiva el erotismo, al contrario, es la expresión estrictamente posthumana, nos saca de la ontologización como seres de acción y edificación; antes que el arte, antes que la religión, antes que cualquier “saber-hacer”, el erotismo desmesurado vacía al sujeto de su centro estrictamente ergonómico para concentrarlo en sus virtudes estéticas soberanas y gloriosas. El erotismo, su juego instintivo, confronta a la muerte en un duelo amistoso, y, por ende, entiende que la vida es siempre una experiencia inacabada, de convivencia con la muerte, incitando a los individuos a una antropoiesis constante. Sucesivamente, la característica humana se desidentifica de sus capacidades fabriles, artesanas, para aprehender, sin facilidades, sus dimensiones improductivas, amorosas, eróticas. El hacer abandona su sitial ensalzador de la humanidad, reducido, por un lado, a la exclusiva producción de bienes –materiales e inmateriales–, y, por otro lado, al trabajo incesante de una comunidad homogénea vacía, dando paso al deshacer generalizado de las maneras de vivir, creando intensidades lúdicas indetectables a los sistemas de organización sintiente y vitales que proliferan hoy en día.

Por su parte, no obstante, Bataille no se deja llevar por el erotismo desmesurado, ya que lo confunde con la pornografía. Pero, la pornografía antigua, en su etimología, no se ajusta completamente a nuestra noción actual de “porno”. Pornographía significa “retratos de prostitutas”, o bien, imágenes de actos sexuales. El erotismo de Bataille es aquel que calcula el placer, es decir, el que mantiene cierta distancia con la develación, sin entregarse en su totalidad hacia el otro.

Tomarse el tiempo del sexo es un desafío contemporáneo. El porno es la mercancía visual de los cuerpos desbordados, “desmesurados”, heteronormados, cultivados en el electro-fitness, dispuestos para el sexo, la guerra y el crossfit, donde la falta de ese tiempo es colonizada por la estrategia del shock sexual de la industria porno capitalista. Ritualizar la sexualidad es re-erotizar a los cuerpos, es devolverle la narración a la carne, sin las violencias simbólicas, cristianas y machistas que habitamos en la actualidad. Es la recuperación de la improductividad del cuerpo, un cuerpo que se abre, que se escapa a toda religión. Es la liberación del gesto y la postura.

Diego Pérez Pezoa (Santiago, 1986) es Doctor en Filosofía, Estética y Teoría del Arte por la Universidad de Chile. Es académico en la Facultad de Artes y en la Facultad de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. Realizó sus investigaciones de postdoctorado en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, las cuales tenían como temática central el ocio y el cansancio desde la filosofía y las prácticas artísticas. Ha sido investigador invitado en el MACBA de Barcelona y en el LSA de University of Michigan. Es autor diversos artículos y libros sobre estética, filosofía y política, entre los que destacan: Ocio (Scholé). Ensayo posdramático de la filosofía (A89, 2020); Historioplastía. Ensayos sobre filosofía de la historia, plasticidad y cultura contemporánea (A89, 2021); El cansancio de la crítica. Ensayos sobre poscrítica I (Qual Quelle, 2022); y El imperativo ocioso. Ensayo sobre la desocupación (Metales Pesados, 2024).

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