Prólogo + Borges

septiembre 02, 2025
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Este libro se titula + Borges porque su aspiración es contribuir a la bibliografía crítica sobre el maestro argentino y su obra, y también porque continúa, amplía y corrige un libro mío anterior, Borgeana, de 2009. Aquel libro, que reunía ensayos que escribí a lo largo de varios años y a los que articulé en un orden que se acomodaba a la biografía del autor, contenía ya atisbos de la tesis que desarrollo en este, la del Borges «colonial», pero sin haber logrado aún una formulación que me pareciera suficiente. En + Borges, de modos diversos, en escenarios y con matices igualmente diversos, pero renunciando de antemano a cualquier pretensión de que mi lectura de los textos que comento sea la única válida, me gustaría haberlo logrado. Quien me lea dirá si ello es así y, más importante todavía, le dará o no su aprobación.

En un diálogo franco, pero no por eso menos cordial y decididamente apreciativo, con el lúcido libro de Beatriz Sarlo, Borges, un escritor en las orillas, de 1993-95, los detalles de la tesis en cuestión los entrego en el primero de estos trabajos y los empleo en los que siguen. En «Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829- 1874)» por medio de la rebeldía del sargento Cruz, a quien sus superiores le ordenan capturar a Martín Fierro, una orden que él no solo no cumple sino que se pone de lado del proscrito, emparejándose con el gaucho epónimo al haberse sentido como una «astilla de un mesmo palo» y reencontrándose de esa manera con la identidad de que el ejército argentino lo privó; retomo la figura del doble en el ensayo sobre «Funes el memorioso», esta vez mediante un análisis del contraste entre la percepción, la memoria y la capacidad de reproducción absolutas, que son las aptitudes de Irineo Funes, y las que su testigo, que es Borges, desearía poseer pero no puede, por lo que produce un relato envidioso acerca del otro, convirtiéndose en su aprendiz y su rival; y en la misma vena, he leído la relación entre Pierre Menard y su obra y Cervantes y la suya, en «Pierre Menard, autor del Quijote», solo que ahí en polémica con las lecturas posestructuralistas y posmodernas que hasta hoy se siguen amontonando contra él.

En el primero de los tres trabajos de la segunda mitad del libro me refiero a la curiosidad insaciable de Borges por la traición, que entiendo que no es antojadiza; en el segundo, a su tratamiento del tema de la excepcionalidad humana; y en el tercero, a la degeneración racial y cultural de la sangre blanca europea al haberse puesto esta en contacto con la oscura y desquiciadora realidad americana. El del medio, «Schwob, Borges, Bolaño y Labatut», es el más largo y ambicioso de estos tres. Intento en él –no sin una dosis de presunción, lo confieso– seguirles la pista a algunos de los hitos mayores que jalonan el despliegue de un subgénero de la narrativa moderna, prestando atención tanto al rasgo excéntrico que caracteriza a sus personajes como al papel que, en la construcción de cada una de las piezas que integran el conjunto, cumple la metaironía y a cómo ese papel se reconfigura históricamente. El de Borges es un tramo en este itinerario, pero un tramo imprescindible.

Cierro el libro con un breve epílogo acerca de un poema que retrata al Borges viejo como nadie más que él podía hacerlo: «Elogio de la sombra».

Los trabajos que aquí ofrezco deben considerarse como un homenaje mío a un escritor cuya concepción del mundo y la sociedad no comparto, con quien tengo discrepancias que son efectivas e indisimulables, pero del que no deserto estéticamente, porque fue capaz de convertir sus ruindades, sus terrores y sus prejuicios en obras de arte genuinas y a quien por ello no dejo de valorar como a uno de los grandes que ha habido en Latinoamérica.

La primera vez que lo vi fue en los años cincuenta del siglo pasado, cuando yo tenía quince años y era estudiante del Instituto Nacional. Vino entonces a Chile, y dictó una conferencia en la que logré colarme. Más tarde, cuando estaba haciendo mi doctorado en Estados Unidos, me encontré con él de nuevo, en aquella oportunidad en el sosiego de un ambiente académico. Además de asistir entonces a una conferencia suya sobre Kipling (escuchar a Borges discursear en inglés sobre Kipling era como estar oyendo a Kipling), pude hablar con él a solas, y salir de esa conversación convencido de que los símbolos de la literatura eran para él lo único que mitigaba (o disfrazaba) la fragilidad y la vulnerabilidad consustanciales a lo humano, ya que los datos de la experiencia y los del conocimiento formal, o no le interesaban o le interesaban únicamente en la medida en que le iba a resultar posible reformalizarlos, resignificarlos y reemplearlos en los dominios de la letra.

También lo vi en los comienzos de mi exilio, en Buenos Aires, en 1974, caminando por el centro de la ciudad, apoyado en su bastón, de vuelta al departamento de la calle Maipú, frente a la plaza San Martín. Iba yo con Eduardo Gudiño Kieffer y nos encontramos con él cuando cruzaba una calle. «Ahí está Borges», me dijo Gudiño. Nos acercamos y él le preguntó cómo estaba. «Mal», contestó. Gudiño lo asedió otra vez, preguntándole ahora por su madre, doña Leonor Acevedo «Peor», respondió.

Y la última ocasión fue en Ohio State University, donde yo enseñaba, dos o tres años antes de su fallecimiento. Lo invitaron entonces las autoridades de la Universidad a que dictara una de esas conferencias que, para lustre del establecimiento invitante, los burócratas les solicitan a las personalidades que son como él, y aceptó, pero indicó que prefería conversar. Escogieron para ello a dos profesores, a uno del Departamento de Inglés y a mí, que era el latinoamericanista en el Departamento de Lenguas y Literaturas Románicas. En el escenario, enfrentando a un auditorio desbordado, mi colega de Inglés le preguntó cómo andaban sus relaciones con Joyce, lo que era por supuesto impertinente y aburrido, y que Borges esquivó, y yo por sus relaciones con las dictaduras latinoamericanas, las de Videla, Pinochet y los demás, lo que era impertinente también, pero menos aburrido, y a lo que contestó diciendo que él nunca, que jamás, que en ninguna circunstancia las había apoyado. Era mentira, aunque reconozco que con posterioridad se retractó de ese desatino inicial. Pero, claro, ese era Borges, a quien los datos del mundo exterior le importaban un carajo.

AUTOR/A/ES
POR 
Grinor Rojo
Grínor Rojo de la Rosa (Santiago, 1941) es uno de los críticos literarios chilenos más reconocidos e imprescindibles del panorama intelectual  latinoamericano. Su trayectoria cuenta con plazas de docencia en prestigiosas universidades de Chile, Estados Unidos y Latinoamérica , además de co-fundar y dirigir el Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos (CECLA) de la Universidad de Chile, donde hasta hace poco fue profesor titular.
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