Darle nombre a la compañera: crónica de un bautizo de guitarras
Los instrumentos de dieciséis cantoras y músicas recibieron nombres y fueron apadrinados en una ceremonia propia del campo chileno, organizado por el colectivo Violeteras, Herencia Rebelde, en recuerdo de la payadora Cecilia Astorga (Q.E.P.D.). El rito, según explica la investigadora Patricia Chavarría, se basa en la noción campesina de que la guitarra tiene vida y que canta con quien la toca.
Varios cuencos de aguardiente, ramitas de romero y un pocillo de greda lleno de ajíes cacho de cabra color granate descansan sobre un aguayo. Las guitarras, los rabeles, los cuatros esperan apoyados sobre mesas y sillas. Es un luminoso día de invierno y en el patio de la Fundación Víctor Jara está todo listo para iniciar el bautizo de estos instrumentos de cuerda. Pertenecen a dieciséis mujeres de distintas edades, convocadas por el colectivo de cantautoras Violeteras, Herencia Rebelde.
Es así: cada una ha elegido un nombre y una madrina o un padrino para su guitarra. Al bautizarla, siguiendo un antiguo rito del campo, le dan una entidad y establecen un compromiso con ella, con la práctica, con la música.
Patricia Chavarría, investigadora de la cultura tradicional del campo, cantautora y creadora del Archivo de Cultura Tradicional, oficia este bautizo. Según dice, la cosmovisión campesina sustenta esta práctica. “Nosotros somos naturaleza. No somos parte de ella: somos naturaleza. Y, por lo tanto, nos comunicamos con todos los elementos y seres que hay en ella”, afirma. “La relación emocional que tiene el campesino con todo lo que lo rodea es muy profunda. Todo tiene vida y, por supuesto, también la guitarra”, agrega.
“La guitarra tiene vida, porque no acompaña a la cantora. La guitarra canta con la cantora”, precisa. Patricia cuenta que, en el campo, las personas suelen tener la guitarra en un lugar especial de la casa, porque son “su extensión como persona”. “Se ha visto a cantoras que están de duelo y sus guitarras están envueltas en un paño negro, en un rincón. También hay cosas impresionantes, conocí a una cantora que me dijo: ‘Cuando murió mi mamá, que fue la que me enseñó, yo quemé mi guitarra’. Murió la mamá y murió la guitarra”, relata.

“Todos estos ritos tienen una profunda conexión con la divinidad, con lo trascendente. Bautizar una guitarra es un acto muy profundo, muy emocional. Y esa guitarra tiene un nombre, y no cualquier nombre. Tiene un nombre que tiene un significado para su dueño”, señala.
Junto a los implementos necesarios para el bautizo, hay una serie de cintas de color violeta, cada una con el nombre que recibirán los instrumentos. Patricia confiesa que se sintió doblemente comprometida a oficiar este rito cuando supo el nombre escogido para la ceremonia: Cecilia Astorga Arredondo.
“Ella quería que este rito fuera parte de nuestro quehacer”
Payadora, cantora y poeta, además de profesora, Cecilia Astorga es reconocida como la primera payadora: nunca antes una mujer se había subido a los escenarios a improvisar versos en donde solo payaban hombres. Con ello, abrió un camino que han seguido otras mujeres. De esta forma, ya no solamente se enfrentó con los varones en contrapuntos y otras dinámicas de poesía improvisada, como el banquillo y el pie forzado, sino también con sus nuevas compañeras en Encuentros de Payadoras cuya organización apoyó entusiastamente. Generosa con su voz y sus conocimientos, se presentaba a lo largo de Chile, visitaba escuelas, dictaba talleres y también cantó en el extranjero. Ya fuera en una peña, un festival o la inauguración de algún evento, siempre brillaba con su saber, su rapidez y su ingenio al rimar.
Este camino —que aquí hemos repasado de manera muy breve— le valió recibir el Premio a la Trayectoria Nacional en Cultura Tradicional Margot Loyola en septiembre de 2024, tres semanas antes de morir.
Integrante de las Violeteras desde sus inicios, Cecilia Astorga promovió y participó en diversas actividades del colectivo, como homenajes a Violeta Parra, la creación de canciones para su centenario y el desarrollo de talleres de formación, según cuenta la trovadora Cecilia Concha Laborde, quien también forma parte del grupo.
“Cecilia Astorga fue una maestra de vida. Nos dijo que siempre confiáramos en nuestro impulso, en nuestra intuición. Que somos distintas y que eso está perfecto. Que todas podemos hacer canciones y escribir décimas y coplas. Que todas podemos compartir conocimiento y que tenemos que sentir que nada es más fuerte que nosotras mismas”, relata Cecilia Concha Laborde.
Astorga también llevó la ceremonia del bautizo de guitarras al colectivo Violeteras. La realizaron por primera vez en el Parque por la Paz Villa Grimaldi, y ella misma la ofició. “Ella quería que este rito fuera parte de nuestro quehacer permanente como colectivo”, dice Concha.
En 2023, planificaron un nuevo bautizo y para ello postularon a un fondo de la Sociedad Chilena de Autores e Intérpretes Musicales (SCD). “Mientras yo escribía el proyecto, ella me iba hablando de su sentido y su importancia y su valor. En realidad, ella lo escribió, aunque yo estaba poniendo las letras en el papel o en el computador”, recuerda Concha. “Ganamos ese proyecto y la vida tenía escrita otra ruta, pero a la Ceci le preocupaba que siguiéramos con esta iniciativa”.
Con modificaciones respecto de la iniciativa original, el bautizo finalmente se programó para el 16 de agosto de 2025. Y aquí estamos, recordando a Cecilia Astorga.
Las guitarras: ahijadas y compañeras
Tras un ejercicio de respiración guiado por la cantautora e instructora de yoga Andrea Andreu, y de un canto colectivo dirigido por Claudia Stern para que cada participante se presente, comienza la ceremonia. Patricia Chavarría cuenta que aprendió el rito de bautizar las guitarras en Canelillo, en la comuna de Pelluhue, región del Maule. “Allí la cantante Rosa Hernández quiso bautizar su guitarra y desde ese día nunca más nos llamamos por el nombre, sino como comadre”, dice.
Para el bautizo se necesita aguardiente, aunque también se puede usar “agua bendita”: según la tradición, si se junta agua y se deja al aire libre en la Noche de San Juan, esta queda bendecida. “Esa agua se guarda y se ocupa para bautizar o para el invierno, cuando hay tormenta, se echa ramita de ruda en el pozo, en el fogón, con una oración para que la tormenta se vaya”, relata.
Patricia moja una rama de ruda en el aguardiente y, suavemente, la pasa por el cuerpo y el mástil de la guitarra. La asiste en el rito Felipe Ramos, intérprete y estudioso de la música tradicional campesina, quien también colabora en el Archivo de Cultura Tradicional. Con cuidado, el joven introduce uno de los ajíes en la boca del instrumento. “Para la humedad”, puntualiza ella.
Por turnos, las cantoras pasan adelante. Cada una presenta su guitarra, su cuatro o su rabel e indica el nombre que le ha elegido. Sonríen, hacen memoria, se emocionan. Luego, la madrina o el padrino dedica unas palabras y buenos deseos para su ahijada y su camino musical.
Al presentar sus instrumentos, los ojos de Leticia Lara se humedecen: recuerda la historia de su charango que estaba roto, tuvo que ser reparado en Argentina y que hoy recibirá el nombre de su primer dueño: Nico. Su madrina es su hija, Camila Salinas, de unos ocho o nueve años, quien está aprendiendo a tocar y bautiza a su pequeña guitarra como Violeta, en honor a Violeta Parra. La madrina escogida es su mamá.

La cantautora Miloska Valero le ha pedido a su hijo Simón que apadrine a su cuatro Adilia y su guitarra Elena. “Se llama Elena, porque mi bisabuela materna era cantora campesina y se llamaba Elena Emperatriz. Yo lo descubrí hace poco. Ahí fue que empecé con la investigación sobre las cantoras, con la que usted me ayudó tanto y le agradezco un montón”, le dice Miloska a Patricia. “Estudié mi linaje y estoy homenajeando a mi bisabuela”, explica.
Patricia sonríe: “La memoria siempre mantiene lo esencial y se transmite. Lo que queda de esta bisabuela está vivo en esta guitarra. Y seguirá cantando”, declara.
El cuatro de Miloska se llama Adilia, en honor a una cantora venezolana. “Voces latinoamericanas están aquí”, comenta Chavarría.
Simón entonces les habla a la guitarra y el cuatro recién bautizados, sus ahijados: “Quiero agradecerles por todo este tiempo en que han acompañado a mi mamá. Es emocionante para mí. Ustedes dos son muy especiales para ella y, por ende, son especiales para mí, y las voy a cuidar mucho”.
Así, cada instrumento va recibiendo su nombre y, con él, palabras el afecto, el apoyo y el compromiso de su madrina o padrino, que es también para la cantora.
Al finalizar los bautizos, en agradecimiento, Patricia Chavarría presenta a Felipe Ramos, quien interpreta una cueca campesina. Rápidamente se forman algunas parejas para bailar y, mientras Felipe rasguea la guitarra, Patricia hace la percusión golpeando el cuerpo del instrumento.
La ceremonia termina. Vienen las conversaciones y las risas, el picoteo compartido y la rueda para cantar y tocar los instrumentos recién bautizados. Pero antes, recordamos nuevamente a Cecilia Astorga, entonando entre todas una de sus melodías más conocidas:
«Puede llamarse Violeta
Margot, Sylvia, Sol o Luna
la que tiene por fortuna
ser luz en este planeta.
Inspiración de poeta
cuando el dolor le quebranta.
Pájaros en la garganta
y un color de amanecer
cuando canta una mujer
es la tierra la que canta».




