¿Cuánto más puedo lidiar con este atarantamiento? Merodeos en Atarantado de Rodrigo Fernández

septiembre 23, 2025
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Este ensayo fue concluido en marzo de 2025. “Con motivo de la reciente publicación del último libro de su autor, me parece pertinente dar un paseo por su antecedente y, de paso, revivir mis ganas de escribir”, señala Camila Hormazábal, a propósito de la novela “Correr solo” del autor, que se lanza bajo el sello Overol el miércoles 1 de octubre.

Más sobre “Atarantado” publicado por Laurel Ediciones, en la entrevista realizada al autor por Dania Dumi, disponible acá.  

Miro la portada del libro que leí hace unas horas: un hombre duerme sobre el lomo de un perro que cabalga por un bosque. ¿Qué se sentirá abandonarse al sueño sobre el lomo de un animal en carrera? ¿Cuánta confianza, inconciencia o desapego sería necesario para hacerlo? Mi ansiedad me impide llevar la imaginación tan lejos.

Esta escena fue dibujada por Denisse Valdenegro –conocida también por su seudónimo, Oficinismo– y es la entrada al universo de Atarantado (Laurel, 2024). El libro reúne once cuentos y es la primera publicación de su autor, Rodrigo Fernández. Sus temáticas podrían resumirse en dos ejes: el tedio vinculado al trabajo y visiones de un mundo posapocalíptico ante la inminencia de un colapso. Si bien en la mayoría de los relatos pareciera dominar una lógica realista, la fantasía introduce fisuras que evidencian el absurdo y que son recibidas con resignación por parte de los personajes, y apuestan por dejar en jaque a lxs lectores.

Cada narración da forma a un universo que devela una mirada pesimista, pero, paradójicamente, esperanzadora. Esta mirada se cuela, sobre todo, en el modo en que la fantasía penetra y modifica la actitud de los personajes. El filósofo alemán Joseph Vogl, en su libro Sobre el titubear, analiza el modo en que la acción de titubear poseería una dimensión activa que, en mi lectura, resulta cercana al modo en que los personajes enfrentan las tensiones que ocasiona la irrupción de la fantasía: «contra la solidez de situaciones de mundo, contra la irrefutabilidad de sentencias, contra el carácter definitivo de soluciones, contra la determinación de consecuencias, contra la duración de regularidades y el peso de los resultados».

Abro los flancos con un primer ejemplo: en Atarantado, el primer cuento del conjunto, su protagonista es invitado a formar parte de una suerte de cooperativa de personas y animales. Ante dicha posibilidad, este reflexiona:

¿Acaso estaba orgulloso de que una mujer-búho me hubiese dicho que soy una persona triste? ¿Orgulloso de haber sido elegido? ¿Y encima elegido por unos perros? Terminé de revolver el café y me lo llevé a la sala de descanso con la sensación de estar enredándome en puras tonteras.

Más adelante, nos enteraremos de la irrupción de una gaviota en el espacio laboral del narrador, que resolverá súbitamente sus inquietudes. ¿Será que asimilar el atarantamiento como actitud permitiría enfrentar la sorpresa provocada por la dislocación?

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Han pasado varios meses desde que empecé a escribir esto. Varios. Fácilmente, contando, nueve. Entre medio, Atarantado fue galardonado con el Premio Municipal de Literatura 2024, en la categoría Cuentos. Me pareció oportunista publicar algo relacionado con él habiendo pasado poco tiempo de ese hito, aunque esto último suena también como excusa para justificar mi lentitud para darle un cierre.

Atarantado me parece un libro original, que posee ritmo en sus narraciones y una prosa sencilla que, sin embargo, exhibe conocimiento técnico y hondura filosófica. Al leerlo sentí entusiasmo, y mi relación con el entusiasmo es ambigua pues, aunque es activa, también pone trampas. Un poco atarantada, ya que estamos.

Mis reflexiones tendieron hacia mi desesperanzada expectativa del futuro, transida por un pesimismo del que poco o nada me he hecho cargo teóricamente. Esto responde, en gran medida, a mi constante evasión de la filosofía, disciplina que me asusta y para la cual tengo muy pocas herramientas. No obstante, con un poco de audacia me propuse ahondar y para ello hice preguntas y conversé con mis amigos M, R y R, que me llevaron a un mismo nombre: Mark Fisher.

Como una de las temáticas predominantes de la obra es la experiencia laboral, me fui directamente a Realismo capitalista, posiblemente el ensayo más conocido del teórico británico y en el que aparecen las ideas centrales de su pensamiento: el vuelco de lo colectivo hacia lo individual, el expansivo estado depresivo que ello permea y, sobre todo, la aparentemente infranqueable resistencia del entramado político-económico que impide imaginar cualquier variación que beneficie a personas como nosotrxs, seres comunes y corrientes.

Fuera del cinismo que Fisher asume como parte del enfrentamiento a condiciones poco fungibles por la acción personal, la ficción ofrece la posibilidad de imaginar quiebres, pues más allá de las lógicas de mercado a las que también adscribe la literatura, los personajes de Fernández están lejos de ser figuras heroicas que pretenden combatir un sistema absolutamente cooptado por las lógicas del capital, sino, más bien, logran sobreponerse a dichas condiciones a partir de sus dudas, dejándose ir en ese absurdo con acciones igualmente absurdas, aunque no por ello ineficaces.

Uno de mis cuentos favoritos, Aguas negras, retrata la historia de Lizette, una empleada de un parque de diversiones clase B. El contexto de vida del personaje no es tan distinto al que muchxs hemos conocido o conocemos: un trabajo a tres horas y cuatro medios de transporte de su casa, estudios universitarios sin salida laboral. Su tarea es asustar personas en el Pozo poseído. A lo largo del relato, vemos cómo Lizette asume con cada vez más seriedad su tarea, al punto en que decide habitar su lugar de trabajo y hacerse una con su personaje:

Le gustan las noches en el Pozo poseído. Ya ni siquiera se quita la máscara. Ha ensanchado el orificio de los ojos para leer mejor. Lee sobre espiritismo, lee a Kardec, teorías medievales sobre fantasmas y posesiones. Su celular lleva semanas descargado y lo último que ha escrito a su familia es que con lo ganado en el trabajo se fue de vacaciones.

En lugar de rechazar o cuestionar las precarias condiciones que el trabajo ofrece, las aprovecha con el fin de dar un giro, una especie de sentido. La atmósfera es agobiante, sin embargo, «el papel de poseída traducía una oscuridad que ya llevaba en su interior».  

*

A propósito de que parte de los relatos especulan posibilidades del fin del mundo conocido, me remito nuevamente a Fisher: «la catástrofe ambiental aparece en la cultura capitalista solo como una forma de simulacro; sus implicaciones reales son demasiado traumáticas para que el sistema pueda asimilarlas».

En Atarantado, los personajes se ven enfrentados a algunos escenarios posibles relacionados, justamente, con crisis medioambientales. Si bien existe algún empeño por la supervivencia por parte de los personajes, este más bien proviene de la duda o el asombro, que se convierten en medios para enfrentar la incertidumbre frente a las vicisitudes que el contexto propone más que a un impulso vitalista. No obstante, en lugar de mostrarse paralizados, sus acciones eluden la posibilidad de concebirse como simples víctimas de las circunstancias y toman agencia directa sobre ellas, tal como refleja este diálogo del cuento Bandurria:

— Me da miedo morir despacio, Cami. Que sea de golpe es lo que anhelamos las miedosas.

-¿Miedosas? Estamos vivas y por cuenta propia hace un año ya.

-Porque no queda de otra.

En el relato Macedonio sumergido, la historia sitúa a un conserje en su trabajo, en medio de una inundación con tintes apocalípticos que no ceja. En ese contexto, el narrador desliza la siguiente reflexión:

Macedonio es quien más ayuda, se mantiene en movimiento, va de allá para acá cargando baúles, bolsos, alfombras persas, gatos chilenos. Un puñado de señoras que bordean los noventa lo elogian a viva voz, sin darse cuenta de que no es buena voluntad sino su manera de esquivar el juicio.

¿Es únicamente patrimonio de la bondad llevar a cabo buenas acciones? ¿Podríamos culpar a Macedonio por evadir la precipitación del fin desempeñando sus labores? Frente a esta interrogante, pienso, se devela la agudeza de Fernández para dar forma a personajes plagados de humanidad que nos interpelan a evaluar nuestras propias tensiones morales y que se oponen a la desensibilización con la que Fisher asocia al realismo capitalista.  

Otro de los relatos que ficciona una situación límite es Rafita despega. El cuento sitúa a su protagonista, Iván, a poco tiempo de una incineración colectiva producto de la aproximación acelerada entre el sol y la Tierra. Contra todo pronóstico, la descripción del momento que antecede al fin se escapa de nuestras posibles conjeturas y de las tradicionales representaciones:

Al rato de andar notó que el saqueo no era la tónica. Aquí y allá, y como si sembrara, la turba destruía, quemaba y se iba. Un caos tranquilo, animal, más cercano al ritual que a la violencia.

En estas condiciones, Iván se encuentra con Rafita, un hombre que le extiende una invitación a abandonar el planeta a punto de quemarse en una nave, como si alguna escapatoria fuera posible. No quiero arruinar su posible lectura, pero sí admito que el final me sorprendió justamente por la capacidad de Fernández de despistar y dar la estocada de imaginación necesaria.

*

Hace una semana, mientras me duchaba, descubrí que tenía un moretón cerca de la rodilla derecha. No recordaba haberme dado un golpe, al menos no uno lo suficientemente fuerte como para un resultado así. Imagino que me ocurrió en el trabajo, por atarantada.

También se me viene a la cabeza esa calificación cuando me atropello al hablar porque mis pensamientos van más rápido de lo que mi lengua permite. Por atarantada he dicho cosas que hubiera sido conveniente callar. Por atarantada he tomado decisiones bastante discutibles. En retrospectiva, parece, el atarantamiento no me es ajeno.

Si tuviera que definirlo, señalaría que alguien atarantado privilegia, sobre todo, la acción. «Que no para ni sosiega», acota el diccionario. Es una palabra melodiosa, que con su ritmo crea en mi cabeza la imagen de alguien en movimiento, cayendo.

A lo largo del proceso de escritura de este texto, me he sentido tentada de plantearle preguntas a Rodrigo, pero tomé la decisión de no hacerlo. A cambio, he leído y escuchado las entrevistas que ha dado, con el objetivo de rodear su obra y su autoría. Sin embargo, a la fecha, me parece que no leí ni escuché la respuesta a la única inquietud que le compartí directamente en estos meses:

¿Cómo definirías ser atarantado? Y, según esa definición, ¿te consideras como tal?

Gracias a esta interacción, Rodrigo me otorgó un dato interesante. Originalmente, el cuento que titula el conjunto tenía por nombre “El conductor de los perros”. Fue la editora Andrea Palet quien sugirió el cambio. También me contó que él mismo notó la recurrencia de la palabra en los cuentos, repetida sin intención. Ambas cosas, además de su musicalidad, determinaron su importancia. 

Frente a la pregunta, Rodrigo, en primera instancia, invocó la imagen de Tribilín –o Goofy, para los bilingües o los jóvenes–, a quien calificó como un «atarantado ejemplar»: sus tropiezos, su constante apuro, su torpeza, pero también su actitud siempre bonachona serían las razones. Respecto de sí, no dudó en decir que lo es, aunque admitió que no es algo que lo caracterice. Eso sí, reconoció múltiples golpes en marcos de puertas, choques con manillas, entre otras acciones cotidianas que lo dejan en evidencia.

También me contó que el día que recibió el Premio Municipal, por temor a tropezar al subir a la tarima, le pisó el pie a la entonces alcaldesa de Santiago, Irací Hassler. Frente al percance, su respuesta automática fue decir: «qué atarantado».

Me pregunto si el atarantamiento, más allá de la torpeza, no es también un método de defensa que, inconscientemente, nos mantiene alertas. En ese sentido, no estamos libres de ser un poco atarantadxs. Quizá necesitamos algo de eso para sobrevivir.

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