[Presentación] Chilenas en Lucha. Palabra, organización, resistencia (1946 – 1981)
Texto leído como parte de la presentación del libro «Chilenas en lucha. Palabra, organización, resistencia (1946 – 1981)», bajo el sello Tiempo Robado Editoras y traducido por Soledad Rojas. GAM, Santiago, 23 julio, 2025.
Chilenas en lucha es la traducción de una traducción. Las palabras que compila circularon durante cuarenta años en francés y recién ahora vuelven a su lengua de origen. Su primera edición, de 1982, es fruto del esfuerzo común entre chilenas exiliadas en París y la editorial Des Femmes, que coincidían en la urgencia de visibilizar en tiempo real las múltiples formas de violencia que atravesaban las mujeres en el Chile de Pinochet, así como las estrategias con que ellas les hacían frente.
En la primera parte, Carmen Gloria Aguayo hace un recorrido por la historia de los centros de madres desde 1946 hasta el golpe de Estado de 1973. La segunda parte reúne testimonios de mujeres que participaron del IV Encuentro de mujeres organizado por la Coordinadora Nacional Sindical en diciembre de 1981.
Agradezco la invitación a leer y comentar este hermoso libro escrito, hablado, publicado y traducido por mujeres chilenas y francesas, como un relevante aporte a su lucha común por la siempre inacabada tarea de la emancipación de las mujeres. Agradezco muy especialmente también la invitación a conocer la voz y la pluma de Carmen Gloria Aguayo, gran mujer-patrimonio de Chile, quien encarnó con grandeza, el profundo compromiso y militancia por las causas más justas de nuestra historia reciente. Asimismo, agradezco el excelente trabajo de traducción de Soledad Rojas y a las editoras de Tiempo Robado, ofreciéndonos a las chilenas de hoy un significativo “texto del exilio”, permitiéndole el regreso a sus raíces y a la tierra de su historicidad. Muchas gracias por todos estos regalos.
Desde una apreciación general, el texto pone en valor significativas manifestaciones y actos de liberación de las mujeres chilenas del pueblo, respecto de ciertas estructuras opresivas, tanto a nivel doméstico como político. El texto, de carácter testimonial, abarca el último cuarto del siglo XX, momento en que se producen en nuestro país y América Latina, cambios estructurales, de signo tanto progresivo/democrático como regresivo/tiránico; tiempos de cambios y de expansión histórica, y tiempos de repliegue y represión que las mujeres del pueblo chilenas vivieron y vivimos intensamente, realizando nuestra propia transformación.
Este libro del exilio es fruto, como dice Soledad, de un trabajo de doble traducción (del español al francés y del francés al español), expresión de su doble movimiento, hacia fuera, el exilio, y su regreso hacia adentro, su tierra natal. Asimismo, muestra una doble historia y una doble lucha de mujeres en pos de su liberación: en Francia y en Chile, ya que el texto es fruto de la articulación entre el Colectivo de Mujeres Chilenas Exiliadas en París y la editorial francesa feminista Des Femmes. Es significativo el objetivo que animaba a esta revista francesa: otorgar escritura a los diversos movimientos y luchas de mujeres del mundo. El otorgamiento de escritura es, sin duda, un acto revolucionario: visibiliza ante los otros, hace presente un cuerpo, materializa su lenguaje, transmite su subjetividad, envía su mensaje y construye su sujeto como una relación de lenguaje vivo grabado en la escritura. Destaca en esta tarea de la escritura de mujeres Carmen Gloria Aguayo, valdiviana de nacimiento y una gran protagonista de la historia de Chile de ese último cuarto de siglo XX: ella pone en escritura a un mundo de mujeres chilenas que, desde finales de los años 40, se reunieron para salir al afuera; junto con ellas, Carmen Gloria también se pone a sí misma, autobiográficamente, en escrito.
La puesta en escrito del histórico acto de salida de mujeres pobladoras chilenas hacia el afuera, abriendo las puertas de sus núcleos primarios familiares, para formar y ser parte de núcleos secundarios, cuales eran los Centros de Madres poblacionales, es el tema y gran aporte del escrito de Carmen Gloria, más aún por su carácter testimonial. Esta experiencia en la formación, despliegue y desarrollo de los Centros de Madres poblacionales entre finales de la década del 40 al 73, constituye el primer cuerpo del texto. Un segundo cuerpo está constituido por testimonios de mujeres trabajadoras sindicalizadas en tiempos de la tiranía pinochetista. Tanto la primera prologadora del libro en francés, como la actual editora, valorando mucho estos dos cuerpos, se preocupan de su estar juntos en el texto, advirtiendo -dicen-: “el carácter dislocado de las partes que componen este libro”, lo cual habrían salvado “concentrándonos en lo que estas palabras tienen en común, que es el haber sido utilizadas como herramientas de lucha”. En realidad, yo diría que no hay tal dislocación, en tanto que ambos cuerpos de escritura visibilizan dos rostros y dos sujetas mujeres del pueblo muy propios de la historia de nuestro país: por una parte, mujeres domésticas que trabajan principalmente puertas adentro de sus casas y que, hacia la segunda mitad del siglo XX, en una coyuntura política y cultura propicia, dieron pasos hacia la organización local dentro del radio de su economía y sociabilidad doméstica; y, por otra parte, mujeres trabajadoras industriales, manufactureras o de servicios que, desde finales de siglo XIX hasta la década del 80 del siglo XX que recoge este libro, han salido a trabajar asalariadas, formando parte de organizaciones reivindicativas y de sociabilidad laboral. Pero aún más, yo diría que tal “dislocación”, si es que es tal, es necesaria y debiera contener varias páginas en blanco para expresarla mejor. Sí, porque entre uno y otro de esos dos textos y dos rostros de mujeres allí expuestos, se extiende el tiempo de la tiranía cuando, como veremos, las “militares esposas” tomaron posesión de Chile a través, justamente, del cuerpo/alma de las mujeres del pueblo, previamente organizadas en los Centros de Madres, de norte a sur. Este capítulo de nuestra historia de mujeres habría de ocupar y llenar esas páginas en blanco dis-locadas, expresión de la locura que nos tomó por asalto el 73.
Situándonos en el primer cuerpo de texto, podemos apreciar el gran valor que tiene el escrito de Carmen Gloria Aguayo para la historia de las mujeres chilenas, al narrar el surgimiento, despliegue y desarrollo, desde finales de la década de 1940, de los centros de madres en poblaciones de Santiago, donde ella misma realizó parte importante de su experiencia política. La clave testimonial de su narración revela el gran sentimiento de amor y compromiso humano del quehacer político de Carmen Gloria hacia las mujeres pobladoras, mientras va mostrando como ellas van, paso a paso, desplegando alas, hablas y capacidades múltiples. Su escrito nos permite visualizar, en primera instancia, la etapa inicial de los centros de madres, cuando las señoras de sociedad realizaban su caridad con las pobladoras de esos centros, al paso que las cooptaban a sus modos de estar en el mundo, según sus pautas religiosas y jerárquicas. Se trataba de una relación vertical patronal que, para las pobladoras, era el citadino espejo de su reciente y aún palpitante experiencia de subordinación campesina, antes de su dramática expulsión de los campos ocurrida en la década de 1940 y 1950. Expulsiones que se produjeron en el marco de las luchas campesinas por la sindicalización y las reivindicaciones laborales y de tierras durante el gobierno del Frente Popular y gobiernos radicales, y que trajeron a esas familias campesinas lanzadas a los caminos, hacia la ciudad, instalándose en sus márgenes y motivando las primeras tomas de terrenos en los años 50.
La valoración del voto femenino con la promulgación de la ley de ciudadanía universal en 1949, que permitió a las mujeres alcanzar este derecho por el que tanto habían luchado sus organizaciones feministas, las puso en la mira del joven Partido Demócrata Cristiano para construir su base de apoyo ciudadana, entrando incluso a disputar las bases populares a la izquierda tradicional. En su calidad de militante de la Democracia Cristiana, Carmen Gloria desplegó las alas de sus grandes dotes de líder y de cuadro político, en el campo de las mujeres pobladoras de los años 60, tocando múltiples puertas e invitando a dichas pobladoras a formar Centros de Madres, los que se diseminaron por todas las poblaciones, de norte a sur del país, saliendo las mujeres de sus cuartos cerrados, hacia el amplio mundo del lenguaje y la solidaridad. Esta vez no había subordinación, sino aprendizaje de autonomía que fue generando un progresivo empoderamiento y capacidad de auto-transformación. Aún más, los Centros de Madres en tiempos de la DC, formaron parte de un organigrama de sistemas y redes de poderes intermedios, llamados a generar una nueva democracia, participativa desde las bases. Las mujeres populares organizadas podrían ser parte activa de la construcción de un nuevo sistema político y así se los hacía saber Carmen Gloria. Por su parte, la Ley 16.880 de 1968 consagró legalmente todas las organizaciones de base territoriales y funcionales, llamadas a generar la nueva democracia social y participativa. En 1969 existían en el país más de 6.000 Centros de Madres.
Pero ese primer paso que dieron las madres populares de ruptura de su encierro hacia su mutuo lenguajear -al decir de Maturana-, en torno a su autoprotección solidaria y al trabajo comunitario local, no fue suficiente para las exigencias de los tiempos revolucionarios de esa hora. Siguiendo el intenso latido de la historia y como un gesto más de su compromiso con los cambios sociales en pos de una justicia y democracia integral, Carmen Gloria Aguayo incorporó su militancia al MAPU en 1969 y a la Unidad Popular que alcanzó el gobierno.
Considerando -se planteó entonces- que los Centros de Madres “son el único tipo de organización social propiamente femenino”[1], el gobierno Unidad Popular promovió dichos centros y creó la Coordinadora de Centros de Madres (COCEMA), organismo a través del cual se articuló un importante número de Centros de Madres a lo largo del país, al paso que sirvió de nexo entre el gobierno de la Unidad Popular y dichas organizaciones de mujeres. Aglutinados en torno a esta nueva estructura, se buscaba que las mujeres y madres del pueblo ampliaran aún más su horizonte social, con un mayor compromiso hacia la comunidad local y nacional en torno a las tareas de la revolución democrática. Durante los años de la Unidad Popular los Centros de Madres aumentaron a unos 10.000 en el país.

El Presidente Allende supo valorar a Carmen Gloria Aguayo para otras tareas de envergadura y mayor complejidad. Así, y como primer paso hacia la creación de un Ministerio de la Mujer y Familia, el gobierno de la Unidad Popular fundó la Consejería Nacional de Desarrollo Social (CNDS) en 1972, organismo que Allende puso bajo la dirección experta de Carmen Gloria. A través de este organismo, el gobierno de la Unidad Popular y Carmen Gloria, se propusieron promover la inserción laboral de las mujeres de la clase trabajadora, así como su capacitación técnica, cultural y subjetiva para apoyar su paso hacia el afuera colectivo, cumpliendo el derecho de la clase trabajadora “de incorporarse al proceso de toma de decisiones fundamentales a nivel de gobierno”[1].
Específicamente, el “programa de la mujer” de la CNDSreconocía la situación de doble explotación que sufre la mujer proletaria, como clase y como mujer respecto del hombre: “Nuestras compañeras proletarias necesitan liberarse como miembros de la clase explotada y de la dependencia machista”, declaraba la Consejería de Desarrollo Social. Con el fin de apoyar la liberación de la mujer de esta doble explotación, la CNDS promovería su inserción al proceso productivo, “cuando este proceso está siendo transformado en sus estructuras con el fin de construir el socialismo”. Para alcanzar este objetivo, dicho programa trabajaría abriendo oportunidades ocupacionales para las mujeres, capacitándolas, creando condiciones que les permitiesen “liberarse de las tareas rutinarias que las mantienen atadas a sus casas” y desarrollando las “condiciones subjetivas” que les permitiesen a las mujeres tomar conciencia de su lugar “como elemento activo de la clase trabajadora que lucha por su liberación”. En este discurso, la doble y real emancipación se jugaba en la posibilidad de realizar “el proceso de transición de la mujer del hogar al trabajo pagado”[2].
Es decir, el “discurso feminista” de Carmen Gloria a través de la Consejería de Desarrollo Social y del gobierno de la Unidad Popular, se centra en la lucha por la apertura, por parte de las mujeres populares, de sus núcleos familiares primarios hacia núcleos secundarios laborales y orgánicos donde, con despliegue de gran autonomía, pudieran participar activamente del proceso político de transformación social, tomar conciencia de su rol y desplegar su lucha por la emancipación del conjunto de la sociedad. La lucha de genero formaba parte del proceso de lucha social por la emancipación de la clase. Si bien esta visión no abordaba explícitamente el problema de la dominación patriarcal, el proceso de amplia participación, deliberación, autonomía y politización de las mujeres chilenas vivido durante la democracia socialista de la Unidad Popular, dejó huella para un futuro proceso de revolución permanente feminista que debía seguir camino propio.
El golpe civil y militar y la instauración de la tiranía en Chile abortó con violencia, terror, asesinatos y desapariciones de miles de seres humanos, el proceso de democracia social participativa popular que estaba revolucionando las estructuras, la conciencia y las relaciones en la sociedad y en las mujeres chilenas.
Como sabemos, Carmen Gloria Aguayo debió salir al exilio para salvar su vida y la de su familia. Instalada en Francia, pudo apreciar el avance del feminismo en ese país y expresó su inquietud por el hecho de que las mujeres del pueblo chilenas -a su juicio- no habían alcanzado a través de los Centros de Madres, a dar pasos más audaces hacia un cuestionamiento de las relaciones patriarcales, fundamento básico del feminismo.
Aún más, Carmen Gloria no pudo saber del grave proceso de involución que entonces comenzaron a vivir muchas mujeres de los Centros de Madres en aquellos tiempos, estando afanada la tiranía en edificar su ideología retrógrada, controladora y opresiva a través de las propias mujeres del pueblo organizadas en la mayoría de los Centros de Madres, muchos de los cuales Carmen Gloria había contribuido a formar y desarrollar.
Así fue que, aprovechándose del trabajo sembrado y realizado por las mujeres populares y dirigentes como Carmen Gloria en tiempos de las democracias, la tiranía, a partir del año 1975, tomó posesión política e ideológica del país, a través de las mujeres organizadas en los 10 mil Centros de Madres fundados en las décadas anteriores a lo largo de todo Chile, instaurando lo que podríamos llamar, el “gobierno militar de las esposas”. El aparato central de este “gobierno de las esposas” era la “Fundación de Ayuda a la Comunidad” con Lucía Hiriart como Generalísima Presidenta. El país se dividió en Regiones, Provincias y Comunas CEMA-Chile, dirigidas por una Vice-Presidenta Ejecutiva de dichas Regiones y Provincias, y secundada por las esposas de los militares en el poder, en calidad de Vicepresidentas Regionales, Vice-Presidentas Provinciales y Vice-Presidentas Comunales, con el fin de gobernar sobre los Centros de Madres en esos territorios. Desde estas vice-presidencias territoriales, las esposas militares tomaron la dirección de la mayoría de los Centros de Madres y de sus socias mujeres, de norte a sur del país, de mar a cordillera, sustrayendo su autonomía, erigiéndose como mandatarias jerárquicas de cada una de dichas organizaciones y sus mujeres socias. Mientras se asesinaba y torturaba a miles de seres humanos justos en el país, con sonrisas, máquinas de coser y cursos de capacitación en labores, las militares esposas, aprovechándose de la necesidad de las mujeres del pueblo organizadas, penetraron en el Chile profundo, con el fin de formar una amplia base social femenina de apoyo a la dictadura. A través de su toma de posesión de los Centros de Madres, las esposas de los tiranos re-instalaron la jerarquía y dominio patronal de las antiguas señoras de la caridad, y difundieron una ideología de género conservadora, propiciando entre las mujeres de los Centros de Madres, el rol tradicional de la mujer esposa, madre y dueña de casa, aportando con sus manos a la economía doméstica. Pero también las proletarizaron como mano de obra barata en los Talleres Laborales que fundaron las “esposas”, para la confección de vestuario vendidos muy baratos, con amplia plusvalía, a cambio de un sueldo muy módico que se hacía tan necesario entonces.
Con mayor osadía aún y usando dichos Centros de Madres y sus socias como puertas de entrada, las esposas del tirano realizaron una política de género ampliada, penetrando en la propia intimidad y los cuerpos de las mujeres del pueblo. Fundaron los “Hogares de la Madre Campesina y Minera” donde atrajeron, alojaron y examinaron los úteros germinados de las jóvenes madres del pueblo embarazadas, en espera de su parto; fundaron, asimismo, los “Hogares de las Niñas Adolescentes”, hijas de socias, a quienes también alojaron y educaron para un tradicional destino de madres, esposas y dueñas de casa, así como también crearon las “Cemitas”, centros abiertos para las hijas de las socias entre 12 y 18 años, donde se las formaba en la ideología de género propiciada por las militares esposas. En suma, el nuevo orden social se estaba, estratégicamente, fundando desde la raíz más profunda de la tierra madre: los úteros germinados, y las niñas hijas de las mujeres del pueblo de Chile.
Sin embargo, esta gran avanzada de las militares esposas tenía su límite. El libro que hoy presentamos nos muestra, en su segundo cuerpo, otro rostro de mujeres del pueblo: aquellas que luchaban y resistían con todas sus fuerzas a la tiranía asesina e, incluso, al propio “gobierno de las esposas”. Se trata de testimonios de mujeres que asisten, en 1981, al IV Encuentro de Mujeres de la Coordinadora Nacional Sindical, central de trabajadores que reemplazó a la reprimida y disuelta CUT en 1975.
Estos encuentros se habían comenzado a realizar desde el año 1978, año emblemático en la historia del movimiento social de esa época, cuando las mujeres del Departamento Femenino de la Coordinación Nacional Sindical, por primera vez en dictadura, convocaron silenciosamente, mano a mano, con un papelito ensartado en un clavel rojo, a las mujeres chilenas a conmemorar el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo en el teatro Caupolicán. Ellas, junto a organizaciones de pobladoras y agrupaciones parroquiales, y a las ya constituidas Agrupaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos, Ejecutados y de prisioneros políticos, y a otras cientos de mujeres, se reunieron ese 8 de marzo del ‘78 a denunciar la opresión y la miseria. A teatro lleno, las mujeres de los DD bailaron, por primera vez, la “cueca sola”, y se gritó a viva voz contra la represión y el asesinato. Por su parte, Aida Moreno, del Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular, denunció: “Un 30% de los niños chilenos sufre de desnutrición y esos son nuestros hijos”. Su voz fue apagada al irrumpir los represores al escenario, arrancandole el papel de su discurso, bajandola a empujones e interrumpiendo el acto. A pesar de la represión, ese caupolicanazo fue una gran llama que encendió el movimiento y, en noviembre de ese mismo año 1978, con nueva osadía, las mujeres trabajadoras sindicalizadas dieron inicio al Primer Encuentro de Mujeres de la Coordinadora Nacional Sindical, encuentro al que asistieron cerca de 300 delegadas de variadas organizaciones: juntas de vecinas, dueñas de casa, campesinas, profesionales, profesoras, obreras, escritoras y algunas representantes extranjeras. Al Segundo Encuentro su convocatoria aumentó a 550 delegadas y al Tercer Encuentro, en 1980, llegaron más de 1.000 delegadas, constituyéndose a partir de ese momento, un fuerte y amplio movimiento nacional sindical y amplio de mujeres contra la dictadura.
Al Cuarto Encuentro convocado por las mujeres de la Coordinadora Nacional Sindical en 1981, arribó una comisión de feministas francesas que, atentas al significativo movimiento de mujeres que surgía en el seno de los sindicatos de trabajadoras en plena dictadura, acudieron y entrevistaron a varias asistentes a dicho encuentro. Estos valiosos testimonios constituyen, como dijimos, la segunda parte de este libro. Aquí podemos escuchar/leer a Adriana que devela la importancia de aquel momento “en que estamos levantado cabeza después de tenerla sumergida en el barro”; que había llegado la hora, dice, de la lucha de las mujeres por la liberación de todo el pueblo. También podemos escuchar/leer a Paloma, afirmando que las organizaciones sindicales habían asumido el rol de los partidos, al paso que llama a participar a las mujeres junto con los trabajadores, a asumir roles protagónicos, conscientes de la situación política y social que se vivía. Escuchamos/leemos también a Marisa afirmando su voluntad de querer ser parte de la lucha por las trasformaciones y realizar el objetivo del Cuarto Encuentro, que era agrupar a las mujeres aún no organizadas. Podemos, asimismo, escuchar/leer a Mercedes de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y escuchar/leer el desesperado grito de mujeres pobladoras cesantes, como Ofelia, abogando por justicia y por trabajo; así como escuchar/sentir la desesperanza y angustia de Rayen y Guacolda, mujeres mapuche llegadas con mucho esfuerzo a ese Cuarto Encuentro en busca de apoyo ante la pérdida de su tierra.
Para terminar, quisiera agradecer este texto que, además de entregarnos la palabra y la valiosa experiencia político-social de Carmen Gloria Aguayo, nos ofrece tan significativos testimonios sobre la opresión y la lucha de nuestras muy amadas mujeres del pueblo, en aquellos años tiránicos cuando sufrimos la radical negación de la vida en Chile. Gracias.

[1] Consejería Nacional de Desarrollo Social (CNDS), Editorial Quimantú, Santiago, p. 13
[1] Si bien el gobierno de la Unidad Popular decretó la creación de la Secretaría Nacional de la Mujer y el Ministerio de la Familia, estos organismos no pudieron llegar a concretarse. Consejería Nacional de Desarrollo Social, Ibid, p. 2
[2] Consejería Nacional de Desarrollo Social, Ibid, pp. 12-13



