El desorden de un perchero. Reseña de la obra “Nina”

octubre 14, 2025
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Desde el puerto de Valparaíso y con la dirección de Maritza Farías Cerpa, llega a la capital esta obra escrita en 1935 por la dramaturga Gloria Moreno. En el texto, su protagonista debe sortear las opresiones de género que operan con naturalidad, a pesar de su independencia económica. Esta obra rescatada por una investigación con mirada feminista está en cartelera en Teatro UC los próximos miércoles 15, jueves 16, viernes 17 y sábado 18 de octubre a las 20 horas. 

Frente a una cortina que desde el cielo de sala divide de forma permanente el espacio, solo tres percheros móviles constituyen la escenografía. La obra, Nina (Gloria Moreno, 1935), se ve beneficiada de estos mínimos objetos, pues sus personajes pueden moverse con mayor libertad —este es el tema principal de la obra— y a su vez permite sentirlos como sujetos sin tiempo. Si bien la obra fue escrita y montada en la década de 1930, a su vez que el presente montaje respeta el texto y contexto original, estas voces logran llegar a nuestro presente.

Nina (María Jesús Cabezas) es una mujer de 25 años que dirige un taller de costuras, lo que le da cierta autonomía. Esta se ve limitada por Jorge (Mauricio Daille), esposo de Nina, un hombre abusivo al que Nina debe mantener. Los desajustes —como ropa que hay que remendar— comienzan desde esta relación fallida y se expanden a toda la obra. Nina, aunque casada, tiene un amante, sale de noche y maneja la economía del hogar. Es, a grandes rasgos, una mujer moderna en una época (década de los 30) que difícilmente permite que se desarrollen sus libertades.

Esto queda claro en la primera escena, que repercute como un eco. Nina y Jorge discuten, él le exige plata y ante su negativa, la zarandea y le roba. El taller luego inicia sus actividades, conocemos a más personajes y volvemos a experimentar esta escena. Si antes aparecía sin contexto y en media res, ahora, como parte de la dinámica cotidiana de la pareja, es un secreto que Nina no sabe cómo compartir con sus amigas y su suegra.

Los desajustes comienzan a hilarse con la presencia del resto de los personajes. Es un acierto tanto del texto y el montaje que el centro de la obra sea el taller de costuras, pues permite que las historias ajenas entren y salgan, dejando a Nina —aunque no protagonice todas las intrigas, a veces ni se entere— siempre en el centro. Es notable la dupla de amigas, Estela (Luna Vilches Suárez) y Marta (Stella Zúñiga), ocurrentes y cahuineras, donde la última destaca como un personaje siempre viviendo en la abstracción. Se suman la Señora Campos (Anahis Verdejo) como una clienta importante, que se nos dice es una ministra de estado, cosa extraña para el contexto; Dorita (Francisca Vargas) una joven buscando un vestido de novia, con opciones en desequilibro; y, marcando relevancia, tanto en texto, como en presencia en escena, Misia Herminia (Vilma Pérez Ureta), suegra de Nina. Es ella quien logra inmiscuirse en las decisiones de Nina, cuando un pretendiente viene a buscarla.

Entre medio, otro gesto de genio del montaje, es el personaje permanente de Fanny, la operaria del taller de costuras. Ella es interpretada por tres actrices: Paula Díaz, Rafaela Sobarzo y Anette Barraza. Sus voces es una voz, pues hablan a la par, como un coro que acompaña los pasos de Nina y su clientela. La decisión de triplicar a la empleada es un acierto, pues este personaje es el único que puede leerse con una diferencia de clase, frente al resto. La presencia de este sujeto popular, rodeada de problemas burgueses —esto, sin quitarle importancia al drama de Nina—, la que termina siendo víctima de la situación, pues en su lugar de trabajo, como a Nina, en algún momento Jorge, igual le roba plata. Esta presencia, remarcada con los gestos distintivos que cada actriz da a su copia de Fanny, nos permite verla como una y muchas, una masa que acompaña este drama de amor y libertad.

Entonces, Andrés (Juan Esteban Meza), amigo de Jorge, pero prendado de Nina. Es el pretendiente que le ofrece llevarla con ella, pero él también un desajuste. Las prendas que lo visten le quedan grandes. Su chaqueta, su pantalón y una corbata excesiva, lo hacen parecer extraño. Si bien su traje se ajusta a la moda de la época, con ojos contemporáneos se puede leer como otro desajuste de la obra. Él, quien viene, frente  Nina, con una promesa de una vida feliz, llena de amor y lejos del arreglo de prendas ajenas, no es perfecto. Le queda grande la ropa.

Los percheros, que han sido movidos, achicados, agrandados, donde había colgada ropa, que se quitaron y probaron los personajes, la que termina doblada con delicadeza en una maleta de escape, terminan siendo la pared con la que Nina se topa. Aquí, es mejor no seguir contando, pues la sensación de la decisión final de la obra, es preferible tenerla a cara. Pues, se genera un huracán que rodea a Nina al final de la obra. Las historias finales de los personajes que, a esta altura no solo paños al viento, no tienen importancia. El ruido de las voces se mezcla en un coro de peatones que no dejan descansar, ni siquiera llorar. Encerrada por los percheros, la libertad de movimiento Nina se anula.

Nina, la obra, está dirigida por Maritza Farías Cerpa, actriz, docente, creadora e investigadora teatral. Es relevante explicitar que la directora conoce el texto, lo ha indagado y respeta su calidad. De ahí que despunten las gracias de su trabajo. Este montaje es una puesta en valor no solo de una obra histórica y relevante, sino una actualización de su mensaje. Aunque el texto sea el mismo y algunas circunstancias puedan parecer lejanas, la maravilla de la obra es poder sentir el ritmo de las puntadas de la máquina de coser, las que logran unir las telas del tiempo. El mensaje, la libertad de Nina, es algo que traspasa las interpretaciones y nos deja con el corazón de la mano.

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