Alzar la voz en el centro del Imperio. Apuntes sobre Daño severo de Aria Aber

octubre 15, 2025
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Daño severo, de Aria Aber, fue publicado en 2019 por la editorial de la Universidad de Nebraska, y recibió al año siguiente el premio Whiting para libros publicados. Este galardón, que reconoce desde 1985 a escritores emergentes en distintos géneros, cuenta entre sus premiados a David Foster Wallace, Jonathan Franzen, Lydia Davis, Sigrid Nunez, Michael Cunningham, Jorie Graham, Mary Ruefle y Ocean Voung, entre muchos otros. Tras este auspicioso debut, Aber publicó este año su primera novela, Buena chica, por editorial Hogart (EEUU) y Bloomsbury (UK), por la que ha obtenido buenas críticas en la prensa. Poemas suyos han aparecido en medios como The New Yorker, The New Republic y The Kenyon Review. La autora ha sido, además, becaria en diferentes universidades estadounidenses y, tras realizar un master en la Universidad de Nueva York, se desempeña actualmente como profesora asistente de literatura creativa en la Universidad de Vermont.   

La anterior reseña resulta útil para comprender el espacio vital y el respaldo con que cuentan los escritores en Estados Unidos y, por cierto, el prestigio de que goza la poesía en ese país. La existencia de un círculo virtuoso, del que participan autores, universidades, prensa, editoriales y fundaciones que premian las primeras obras, permite explicar en buena medida, por ejemplo, el Nobel de Literatura concedido a Louis Glück -a cuyos talleres de escritura concurrió Aria Aber- tal como el modelo cultural coreano nos hace comprender que este reconocimiento le fuera concedido también a Han Kang. En Chile, con condiciones, en comparación, absolutamente adversas para el desarrollo de las autorías, ciframos nuestras esperanzas en el azar y preferimos no calibrar el enorme esfuerzo que suponen la inserción y la difusión de cada nueva obra en un panorama literario cada vez más reducido, que enfrenta el riesgo no menor de ser fagocitado por el mercado.   

Aria Aber nació en Alemania en 1991, como hija de refugiados afganos. Daño severo, su primer libro de poemas, nos llega a través de la traducción realizada por Catalina Ponce y Enrique Winter y publicado por el sello Cicada Editora.  Se trata de un libro intenso, tanto por su contenido como por su factura. La experiencia de los refugiados es algo que hemos visto de cerca, aunque de un modo superficial, especialmente la de aquellos que han emigrado a nuestro país y simultáneamente al castellano desde una lengua diferente, como es el caso de los haitianos. Respecto de los afganos, algo nos ha llegado a través de las noticias, de un modo velado y lejano quizá a nuestra comprensión. 

Daño severo nos sitúa ante el desafío de enfrentarnos a abundantes referencias culturales, históricas, políticas y lingüísticas que están entretejidas en su escritura. En muchas ocasiones, se hace necesario buscar el significado de expresiones o de simbolismos culturales, y, por esta razón, es un libro de lectura lenta, de muchas detenciones y averiguaciones que nos permitan acercarnos a esos referentes y contenidos que desconocemos. Las cinco partes en que está dividido el libro funcionan como los movimientos de una sinfonía contemporánea, bélica, con diferentes tiempos y ritmos que se intensifican notoriamente en las partes finales, de un modo en que uno inevitablemente se ve arrastrado, como por una tormenta. A poco andar en la lectura, descubrimos que la guerra de Afganistán, o las guerras sucesivas, deberíamos decir, no son sólo el trasfondo de los poemas, sino que su misma substancia. 

Hay mucho de experiencia personal en el libro, pero también hay ficcionalización de aquello que ha llegado de oídas a la hablante a través de sus cercanos, y que transmuta, de algún modo, en una atmósfera de conflicto permanente en los poemas. Esto se evidencia, por ejemplo, en la proyección de la guerra también en la tierra de acogida de lo que llamamos Occidente, donde el emigrado no sólo encuentra un nuevo lugar donde seguir desarrollando su vida, sino que también debe enfrentarse con la violencia simbólica y la violencia concreta que ejerce el que otorga refugio, tal como se puede apreciar en el primer poema del libro, titulado “Leyendo a Rilke en Berlín”:

Me astillé en el inglés del modo en que mi padre se aferró

a su maleta en el aeropuerto: derrotada y no-estadounidense.

Necesité doce primaveras extrañas para entender que nada

ocurre de súbito. ¿Cómo lo dejo ir?

Se me ha robado poco y los fantasmas

de la infancia aún me susurran, es decir,

nadie me ha tocado las partes más íntimas.

En la clase de reducción del acento, mi profesor

me ordenó dar vuelta la lengua como en amor

En este poema, como en otros más a lo largo del libro, Rilke parece ser la tabla de salvación en un naufragio incomprensible, y a través de él, la poesía misma se transforma en un refugio que entrega una especie de nacionalidad abstracta; una con raíces más fuertes que las del idioma, un motivo central que le permite a la poeta hablar del desarraigo, más allá de lo meramente geográfico: Afganistán, Alemania, Estados Unidos son lugares, pero son también modos de estar en el mundo. 

En la primera parte del libro, el proceso de aculturación parece rendir frutos en la negación que la hablante hace de sí misma, respecto de su madre y a su padre, que representan su origen: 

(…) Quiero destacarme

en jardines, elixires del pensamiento,

            sin nadie arropando el hedor de miembros cercenados,

            aunque las catacumbas canten himnos para mí. 

También podría interpretarse como negación la aparición de referencias a la cultura de adopción, que parecen superficiales y chocan, de algún modo, con el trasfondo de desarraigo que se intuye en los diferentes registros que va adoptando la voz de la hablante. En el poema “Cómo pronunciar correctamente John Frusciante”, ironiza acerca de las confusiones de pronunciación –“I will leave yo/for/I will love you” –  y más adelante, hace patente cómo ese desarraigo se va transformando en adaptación a la nueva cultura y, al mismo tiempo, en una claudicación de la lengua de crianza, la persa, y de su cultura: 

Renuncié a mi vergüenza

ahora que logré dominar lo que no vino

con mi nombre: tres idiomas, uno de ellos

muerto. 

En la medida que avanza, el libro va dejando ver las diferentes modulaciones formales que recorren los poemas, distintas formas de decir, que recogen, por una parte, el desarrollo de recursos líricos, pero que también echan mano de la prosa y el ensayo, tal como lo hace Anne Carson en su obra, pero con la diferencia de que en Aber estas herramientas retóricas se proyectan como espacios de interacción y de enfrentamiento con la cultura estadounidense. Chocantes resultan al principio sus papas fritas y sus Mc Donalds como materia de los poemas, y como alternativas de sobrevivencia y de sometimiento, hasta que la hablante expone abiertamente al causante de las guerras, de la mayoría de las guerras en el mundo, insertando incluso algunas gráficas en un par de poemas en los que registra la intervención encubierta de Estados Unidos en los cambios de régimen en distintas partes del mundo y en la creación de grupos armados, como los talibanes.

Verías a estos hombres en las montañas, con barbas

y turbantes, y en harapos, de verdad,

no tenían nada… estaban tan agradecidos

por las armas que decían

no puedo esperar más para matar a los rusos

Conocemos poco acerca de la guerra en Afganistán, y, en general, sabemos poco sobre cualquier guerra contemporánea, franqueados como estamos por la desinformación y la casi extinción del periodismo, desde hace ya algunos años. Pero, por otro lado, estamos ahora mismo viviendo la crisis de representación más dramática de la cultura occidental en toda su historia y, yo diría que, debido a ello, estamos mejor predispuestos para involucrarnos en la lectura demandante de este libro en particular.

El lirismo testimonial de Aria Aber, como ella misma define a su estilo, creo que da un rendimiento en su caso que es superior al de mucha poesía norteamericana reciente, de la que la propia autora se declara en buena parte deudora. Tiene, desde mi perspectiva, más arrojo desde el punto de vista formal que la poesía de Sharon Olds, a quien Aber menciona en la página de agradecimientos como una de sus maestras. Su influencia se percibe, por cierto, en algunas zonas de los poemas, particularmente en el tratamiento del erotismo, como también se atisba la influencia de Glück en el trabajo con la experiencia vital en profundidad y al desnudo. Pero el libro de Aber da pasos interesantes al ir más allá de lo personal y del testimonio: se enfrenta al poder, algo difícil de vislumbrar en las escrituras identitarias locales. 

Sin duda, Daño severo es un libro que requiere dedicación, sin dejar de considerar la carga moral que implica admirar la belleza de muchas imágenes en los poemas y, al mismo tiempo, rechazar el sufrimiento que transmutan esas imágenes. Este es, sin duda, un efecto que el propio libro quiere provocar, y que se hace patente en la lectura de poemas como “Catálogo de duelo” y “Cámara de interrogación”, y tanto más cuando nos habla del privilegio de estar viva y el privilegio de avanzar sola.

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