Tres acercamientos a «Cuando mis cenizas regresen al mar volveré a ser sirena»
El sábado 4 de octubre se lanzó en casa taller Teatro Sur el segundo libro de Gerundio Participio “Cuando mis cenizas regresen al mar volveré a ser sirena”, publicado por colectivo Mar y Cueca, del cual el autor hace parte junto con Diego Arriagada, su editor, compañero y cómplice. Contó además con la presentación musical de Franco Franco y los comentarios de Francisca Palma, Consuelo Ferrer y Daniela Machtig de revista La Raza Cómica, invitados a presentar por el colectivo.
Recogimos aquí las palabras que preparamos para promover el sentido trabajo de Gerundio, como forma de honrar la amistad y apañe entre Mar y Cueca y La Raza Cómica, como también con la casa taller Teatro Sur. Este hermoso y combativo espacio, levantado por Ernes Orellana, ha albergado actividades de la revista como lo fue la celebración de 10 años el pasado enero.
No queremos dejar de mencionar la conmovedora intervención de Marco Ruiz, quien nos regaló su presencia esa tarde, a pesar de las adversidades que ha presentado su condición de salud. Aprovechamos para sumarnos a la cadena de afecto y solidaridad en torno al delicado estado del activista.
Francisca Palma: El agua para la sirena: sobre la valentía y el placer de la escritura de Gerundio
A última hora, como siempre. Todo a última hora. Escribo estas palabras menos de veinticuatro horas de la presentación, a pesar que terminé de leer el libro hace más de una semana. Y qué decir. Diego me lo mandó hace más de un mes. Dos, diría. Esto tiene que ver con jugar a ver qué va a salir de las yemas de los dedos con un pie forzado: hablar -o leer- algo sobre el nuevo, el segundo libro de mi querido y admirado Gerundio.
Comienzo por señalar lo gustosa que me siento de tener en mis manos el libro propiamente tal. El libro como caja, cuadro, marco, cama, lugar. El objeto mismo como medio camino, como el parto de las palabras que quedan en un corpus que ahora, desde esa materialidad, emprende un nuevo y misterioso viaje. Desde ya despido con pañuelos blancos y parabienes a los textos de Geru que se expandirán -quizás quede mejor decir, visualizarán- desde hoy que hacemos el baby shower de “Cuando mis cenizas regresen al mar volveré a ser sirena”.
Como toda lectura entro a poto pelao, en el descuido, buscando la sorpresa. Obviamente leí el titular pero por ahí no lo retuve. Solo me volvió casi al finalizar cuando apareció el río y su agua, un cauce como camuflaje para un encuentro. Me surgió la pregunta mientras leía en un paradero: ¿en qué aguas navegó y nadó esta sirena de las letras? ¿Por qué la figura de la sirena? Este podrá ser tema para la conversación que espero tengamos tras este panel, como le pusieron mis queridos amigos. Quiero que Geru cuente más de por qué eligió la figura de la sirena.
Sigo revisando las hojas que la U. de Chile me permite imprimir. Gracias Andrés Bello por fomentar todo esto que hago en medio de la atareada vida. Voy a mirar los apuntes, las marcas. Las notas que pronto pasaré de la hoja de oficio al libro. Quiero que quede con esas cicatrices que son la subjetividad de la lectura, para volver en cualquier momento; o, cuando preste el libro, el otro pueda ver qué me pareció destacar.
Vamos.
1. El activismo
Entro por el activismo. Por el posicionamiento político de quien escribe. “Mi virus es político”, dice Geru. Yo anoto: “sale de lo biográfico a la escena activista desde el texto”.
Geru se pasó de lo individual a lo colectivo. “De la perra huacha a la jauría” como escribieron en la minuta con la que hicimos el comunicado de prensa. Y ese gestó es revelador. Creo que evidencia un crecimiento, un engrandecimiento que sin duda es político.
También lo es sin duda posicionarse como persona seropositiva. Esta dimensión de la vida de Geru, también escrita en su primer libro, evoluciona en esta oportunidad. Se expande, se politiza. El cuerpo activista que conocí hoy también se escribe como tal.
2. La famila
La famila de uno es siempre un caso, algo puntual, y en esta oportunidad también aparece, al igual que en el primer libro; pero la desprotección y el abandono está presente desde un siguiente nivel. El primero es la constatación. Leo a Geru: “Soy el hijo borrado de los Soto. Un hijo no hijo”. El segundo es la acción, es abandonar toda la mierda: “Y decido arrancar todas las hojas de los miles de diarios de vida que escribí en mi mente”.
Y varias razones hay para sacarse uno mismo de esa narración. O sea, primero ponerse, escribirse allí, en la vulneración. Decirlo. Darle forma. Plasmarlo. Pero luego la familia en el caso de la escritura de Geru se presenta como una herida, pero una que se puede lavar para seguir. “Escribiendo para ir sanando”.
Estas hojas podrían ser entonces como hojas de toalla nova para limpiar la herida, también las botellas de agua del río que llega al mar donde nada esta misteriosa sirena. Ya veremos.
3. El closet, ¿y la venganza?
Niña, que la pasaste bien también. Leo estas entradas sobre las experiencias con estos hetereques de closet y me reí de ellos. Me los imaginé enterándose de la existencia de este segundo libro, tomándose el culo a dos manos apostando a no salir narrados por acá.
“Oliver. en la vida real no se llama así”.
Andy
Richard
Steve
El concejal
Leo un poema tuyo, mejor:
“Un gay de closet
Muy adentro del closet
Donde siempre se guardan los abrigos de invierno”.
Acá también me quedé con algunas preguntas: ¿estas narraciones tienen algo de venganza, o, solo tienen que ver con narrarte tú? Me gustaría, si es lo segundo, que fuera también lo primero.
“Escribo sobre la traición. En los mismos asientos que esconden nuestros secretos”, escribes, pequeño Reinaldo Arenas que me hace imaginar y pasarme la película “Nunca vas a estar solo” de Alex Anwandter.
4. Las amigas, el pasado y la herencia
Otra de las cosas que me gustó de este libro, que, creo que no les dije ni mencioné, es la diversidad de géneros que incluye: poemas, cartas, frases de otros, canciones, referencias pop, textos de prosa en bloque. Parte de ellos está dedicado a las amistades, a la lealtad y a la protección.
La peter, “la colasauria”. La Geri Halloween, las Marín, las ángeles de Charly de Geru. Me las imaginaba viviendo grandes aventuras en unos caminos de tierra de la ruralidad, iluminadas todas por el sol de la tarde de la primavera, muertas de la risa, pelando a quienes se habían comido o con quienes estaban flirteando en ese momento. Tan dichosas, tan felices, pero también tan disponibles a la feralidad. “Que nadie me toque a Gerardo, oyeron hijos del pico”, parezco escuchar que le dicen a cualquiera que se le haya podido cruzar para molestarlo.
Para ser fiel a la lectura del texto y para hablar de este punto, mejor paso la voz a Geru: “Para una marica como yo, estudiar en una escuela rural (con un número en vez de nombre) es, sencillamente, una experiencia perniciosa. Es aprender a resistir las burlas, la hilaridad y la paráfrasis machista, normada e instruida en entornos bucólicos”. En definitiva: el sistema, el patriarcado, sus códigos.
Pero Geru es un sobreviviente que hoy está acá con su palabra. Ya no solo es su hermosa existencia. Es también su versión de los hechos y todas las que vienen con él: las calilas, las mojojo, las rurales, las del centro, las de casa sur, las flaites, las Marco, todas en línea para defenderte y acompañarte en tus próximos libros, tus nuevas creaciones junto a Diego. Todas con su amor.
Ya terminando. Hay una frase que marqué más que las otras. Le puse más color, quiero decir. Es una pregunta. Me gustan las preguntas. Dice: “¿Por qué tuviste que hacer el truco más peligroso del circo? El cruce de la muerte”. Sobre esto anoté: “¡por vivir, por gozar!”. Me quedo también con ese espíritu y lo honro en ti, Geru querido.
Larga vida a la escritura de Geru. Larga vida a Mar y Cueca. Larga vida a la Raza Cómica, a Casa Taller Teatro Sur. Larga vida a esta amistad.
Consuelo Ferrer: “Porque el sida ama. Siente”: Una defensa del romanticismo
Leo el libro y pienso que hay un valor en el testimonio de la vivencia de la salud pública, de la discriminación en los colegios y en las familias, en las mamás que no quieren ser mamás de niñitos maricones, en las abuelas que se convierten en mamás y se espantan cuando saben que su niño se pegó «eso». Pienso que se educa a través del testimonio: «eso» no se contagia, se transmite. Por viento no, por agua no, por tierra no, por fuego no.
Pero si tengo que poner un solo acento para mi lectura, quiero ponerlo en la defensa del romanticismo y en cómo este testimonio también da cuenta de eso: de cómo se ve el amor. Cómo era al principio, qué formas fue tomando, qué determinantes tuvo. Fue oculto, fue negado, fue ardiente, fue urgente, fue envidiado. Se desbordó. Fue ingenuo. Luego, el VIH llega como una condena social: te pasó por “caliente”, además de por “desviado”. Y no es que no sea importante haberse pegado «el chiste», no es que no sea un asunto urgente y prioritario de salud pública, pero este libro permite decir: también es más que eso. También duele porque donde hay bicho hubo amor, hubo esperanza, hubo corazones rotos. Y hubo calentura, sí, porque las palabras sucias pueden ser las más lindas. Por eso este libro tiene música de fondo: Juan Gabriel, Myriam Hernández, Daniela Romo. El cancionero cebolla de los amores no correspondidos.
Es hermoso además leer en el prólogo las palabras de Diego, Amante, Compañero y Amigo Cómplice. Y es lindo porque esta historia, con todos sus matices, con todos sus dolores y toda su pasión, no es ficticia, no es una novela, es real. Y en este mundo de mierda, donde tememos que el pueblo elija a un fascista para gobernarnos, todavía hay finales felices. Y son verdaderos.
También hay redención en la colectividad, en la comunidad. Como la Lela, que aparece como si fuera la tía Encarna de Las Malas de Camila Sosa Villada. Y en este libro están juntas, tomando té, siendo la familia que no les tocó por designio, la misma que después no las deja acompañarse en sus velorios. Juntas, todas, las que iban a ser reinas.
El poema de la Mistral cierra diciendo:
«En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar,
y siendo grandes nuestros reinos,
llegaremos todas al mar.»
Hay varias formas de volver al mar. Cuando Gerundio sea cenizas, cuando regrese al mar, estas palabras no se van a haber cremado. Este testimonio, esta VIHtacora, siempre va a seguir viva.
Daniela Machtig: La Sirena canta con voz rota, melancólica, romántica y rebelde.
Estamos aquí, reunidos, para presentar no solo un libro. Estamos aquí para abrir un corazón. Hecho de palabras, de heridas, de ternura, de rabia. Un corazón, un cuerpo que en vez de esconder la cicatriz, la alza como bandera, y que me hizo preguntar, mientras lo leía: ¿dónde estabas yo cuando estos corazones eran heridos?
Cuando mis cenizas regresen al mar volverá a ser sirena, de Gerundio, es un libro que no pide permiso. No se acomoda. Viene a cantar con voz rota, melancólica, romántica y rebelde. Y eso, en este contexto y en este país, es un acto de resistencia.
Gerundio escribe desde el margen del margen: desde un campo chileno cercano a Santiago, donde la represión no terminó con la dictadura, solo cambió de uniforme. Donde la homosexualidad no era una orientación, era una condena. En el mejor de los casos, una lástima. Un motivo para la burla, para el castigo, para la soledad. Y sin embargo, ahí mismo, entre los surcos de una tierra dura y de una sociedad más dura aún, aparece el deseo. Aparece la fragilidad. Aparece el amor —aunque sea ese amor torcido, violento, con olor a cloro y a sangre—. Aparece la sirena, que no debería estar ahí, pero está. Porque insiste en amar, a pesar del castigo.
Este libro es fragmentario, como lo son los recuerdos después del trauma. Escrito en estallidos, como si la memoria misma tuviera ataques de epilepsia. Hay fragmentos que parecen disparos al pecho. Otros, caricias que se dan cuando ya es tarde. Leerlo es como caminar entre escombros. Cada frase puede herirte. Pero también puede darte aire. Porque entre la violencia, entre la enfermedad, entre los abusos que nadie quiere nombrar, aparece una voz que dice: yo también quise ser amada. A pesar de ser un cuerpo para odiar. Y eso, es una declaración feroz.
Porque ¿qué significa desear amor en un entorno donde ese deseo se castiga con muerte? ¿Qué significa ser seropositiva en los años noventa, en un pueblo que te señala con el dedo, que te convierte en espectáculo, que te culpa por existir? Gerundio nos muestra que el virus no vino del amor, sino de su ausencia. Que fue la violencia —esa violencia social, familiar, estatal, religiosa— la que dejó entrar al virus en el cuerpo, como un castigo colectivo a una sola persona.
Este no es un libro sobre la enfermedad. Es un libro sobre el desamor. Sobre los cuerpos que amaron sin ser amados. Sobre el deseo que se volvió condena. Y sin embargo, también es un canto. Triste, sí. Oscuro. Pero canto al fin. Porque hay una poética en lo roto, una música en la fragilidad. Hay puntos seguidos que son pausas para respirar, no porque falte el texto, sino porque falta el aire.
Y hay personajes que no gritan, pero acompañan. Como Margaret, esa figura que camina al lado sin juzgar, sin diagnosticar. Que ama sin pedir explicaciones. Y eso, en esta historia, es una forma de milagro.
Cuando mis cenizas regresen al mar volverá a ser sirena nos enfrenta con nosotros mismos. Nos pregunta si alguna vez fuimos cómplices del silencio. Si alguna vez reímos un chiste que no hacía gracia. Si dejamos solo a quien solo estaba. Es un libro que no se puede leer sin preguntarse: ¿y yo, dónde estaba? ¿Me reí yo también de los chistes que hicieron del show del cáncer rosa? Leyendo a Gerundio me doy cuenta que el cáncer rosa era en realidad el cáncer de todos nosotres como sociedad, una sociedad llena de miedo y odio por el otro. El virus lo portamos todos, y lo transmitimos en la falta de humanidad.
Si aquí se escribe desde la herida, no es para cerrarla, sino para que no se olvide. Para que el mar, cuando reciba esas cenizas, las reconozca como suyas. Para que la sirena vuelva a cantar, incluso en medio del espanto.
Gracias, Gerundio, por escribir donde duele. Y por recordarnos que incluso en las tierras más secas, puede escucharse el eco de un canto. Y ese canto, es un canto de tierna rebeldía.
*Fuente de la imagen principal y redes sociales: Colectivo Mar y Cueca.



