Vanessa Ibarra, traductora: “Me importa que el lector sienta conexión con la fragilidad humana frente a la guerra”
A cargo de la traducción de Persona a medias de Yoko Ōta (Telúrica Editorial, 2025) –obra del denominado “genbaku bungaku” o “literatura de la bomba atómica”- la especialista describe esta experiencia a propósito de los 80 años del fatídico suceso, y su resonancia en el mundo contemporáneo. “Quisiera que el lector se pregunte cómo reaccionaría cualquier persona si estuviera expuesta a algo tan extremo como un ataque nuclear”, señala sobre este trabajo.
Vanessa Ibarra es traductora del japonés y egresada de la carrera de Lingüística Aplicada a la Traducción, con mención inglés-japonés, de la Universidad de Santiago de Chile. Desde siempre se ha sentido cercana a las artes y al mundo humanista, y fue precisamente esa búsqueda de una formación con un componente creativo lo que la llevó a estudiar idiomas.
Aunque en un principio vio el japonés como una herramienta más dentro de su formación, el idioma fue ganando cada vez más presencia en su vida. Se tituló en 2019, poco antes del auge del interés por la cultura japonesa, cuando el mundo del manga, el anime y la literatura nipona seguía siendo un territorio más bien de nicho.
Su primera experiencia profesional como traductora fue durante la pandemia, en 2020, cuando participó en un estudio de la Universidad Católica traduciendo un libro de matemáticas de educación básica desde el japonés al español. Pero su verdadera entrada al mundo de la traducción literaria llegó poco después, de la mano de Nicolás Pérez, editor de Telúrica, quien la invitó a sumarse al equipo como traductora de japonés. Desde entonces, Vanessa ha traducido dos obras: Flores de verano de Tamiki Hara y Persona a medias de Yoko Ōta, que se publicó este año por dicha editorial en conmemoración a los 80 años de la caída de la bomba atómica.
Su trabajo abre una valiosa ventana a la literatura japonesa contemporánea y a las complejidades culturales y emocionales que encierra cada texto traducido.

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—¿Qué es lo más difícil de traducir del japonés?
Las diferencias culturales y lingüísticas. La base del idioma japonés, el sistema de escritura es completamente diferente. Hay que dedicarle mucho tiempo al estudio de la lengua antes de siquiera pensar en traducir. Es muy diferente saber el idioma que traducir japonés. Es un paso más allá.
—¿Cuánto te demoraste más o menos en traducir Persona a medias?
No lo recuerdo con exactitud, pero creo que unos cuatro meses. Conté con la ayuda de algunas colegas para revisar detalles, términos y propuestas de traducción. En este tipo de trabajos, además de traducir bien del japonés, es fundamental que el texto suene natural en español. Hay que lograr coherencia y fluidez, que se lea como español.
—Me imagino que hay mucho trabajo de elegir las palabras adecuadas. ¿Hubo alguna que te costara especialmente traducir?
No una palabra en particular, pero sí fue un proceso lento. Es un texto de literatura de los 50’s, y en japonés al menos hay varias diferencias no tan solo entre en vocabulario hablado y escrito, sino que también varía según la antigüedad. Hay palabras, kanjis y expresiones que ya no se usan, y uno tiene que ir investigando sobre la marcha. Por ejemplo, el modo de formar el negativo antes era distinto. Entonces, aunque uno sepa cómo hacerlo hoy, en el texto está usado como se hacía hace 60 años. Hay que investigar, comparar, estudiar. Y claro, depende también del tipo de literatura. En este caso, es un texto de mediados del siglo XX, cercano a la posguerra, y eso exige otro nivel de atención.
—Cuando estabas en la universidad, ¿te imaginabas traduciendo novelas?
No necesariamente, pero lo encontraba interesante. Mi objetivo siempre ha sido aplicar lo que estudio. En algún momento pensé en hacer proyectos de traducción, quizá no literarios, porque la traducción tiene muchos campos: académico, técnico, empresarial, médico, tecnológico.
—¿Cuál es tu enfoque como traductora literaria? ¿Buscas más la fidelidad literal a Yoko Ōta o priorizas tu propia voz como traductora?
Una como traductora siempre debe ser fiel al autor. El problema surge cuando se desconoce algún matiz del idioma y se pueden cometer errores. Por eso es importante contar con el apoyo de colegas y revisar el trabajo. Pero sí, el enfoque principal es ser fiel a la autora. Luego viene el desafío de que el texto también funcione en español, que suene natural y legible. A veces uno lee traducciones de otros idiomas y siente que algo está “raro”. Eso pasa porque no se adaptó bien al español. Entonces hay que equilibrar ambos aspectos: transmitir la intención original y, a la vez, hacer que el texto se sienta natural.
Hay muchos elementos del japonés que no se pueden traducir literalmente. Por mencionar algo, en japonés la estructura gramatical es muy redundante, suelen repetir el sujeto, la gramática es aglutinante o en términos simples, es todo al revés. Entonces tienes que encontrar un balance entre respetar la estructura original y acercar el texto al lector hispanohablante. Creo que ese es el mayor desafío cuando se trabaja con lenguas tan diferentes del español, como el japonés, el ruso o las lenguas asiáticas en general.
—Con respecto al tema de la traducción, ¿qué rutinas tienes para trabajar? ¿Cómo es tu proceso al traducir una obra?
Primero la leo completa. En esa primera lectura voy subrayando cosas que me llaman la atención, aunque no esté del todo segura de por qué. Es como una especie de proofreading: leo sin detenerme demasiado, solo para tener una visión general. Luego, en la segunda pasada, empiezo a traducir parte por parte y voy resolviendo las dificultades.
Después releo la traducción completa y voy afinando detalles, buscando cosas más específicas que se me pudieron escapar en el proceso. En general, leo y reviso muchas veces el texto.
—¿Y Persona a medias? ¿Cómo fue la elección de ese libro? ¿Tú lo elegiste o fue una propuesta de Nicolás y Grupo Telúrica?
Nicolás llegó con la propuesta de traducir Persona a medias por la autora, Yōko Ōta. Habíamos hablado antes de ella y coincidíamos en que era interesante porque era poco conocida. Pero el texto quedaba corto para la postulación al fondo de traducción, así que había que complementarlo. Ahí me tocó buscar otros textos, y seleccioné 80 años y 84 años, los últimos libros que Ōta alcanzó a publicar antes de fallecer. Sentí que esos textos daban una especie de cierre: permitían saber qué pasó después con la protagonista, Atsuko, verla ya en su vejez, casi en sus últimos días. Además, esos relatos profundizan en lo íntimo, en su vida cotidiana con su madre y su cuidadora. El libro aborda temas como el trauma, la enfermedad y la salud mental, pero desde un punto de vista muy humano.
—Aquí tengo una frase subrayada, una de tantas muy duras: “Atsuko estaba convencida de que en algún punto de su pensamiento seguramente daría una pista para suicidarse o se volvería loca en cualquier momento”. El libro está lleno de imágenes fuertes. ¿Cómo fue ese desafío para ti como traductora?
Hay que tener estómago. Yo ya venía un poco curtida por Flores de verano, de Tamiki Hara. Cuando fui a Japón no quise entrar al museo de Hiroshima; sentí que no era necesario. Pero al final igual terminé documentándome con esos libros. Por ejemplo, en uno de ellos hay una escena donde Ōta visita a una joven sobreviviente de la bomba atómica: una escolar cuyo rostro había quedado tan dañado que la sopa se le escurría del labio. Y ella, aunque sentía repulsión, se esforzaba por no mostrarlo porque le tenía cariño.
Son escenas reales. Hay fotos. Y traducir eso tiene una carga emocional fuerte, porque debes mantener el sentido original, transmitir lo que la autora quiso decir, sin suavizarlo. Cuando trabajas con textos sobre la bomba atómica, esa carga se multiplica. Es algo de lo que cuesta escapar.
—Ahora que se cumplen 80 años de la bomba, ¿qué crees que puede aportar este libro?
Creo que Persona a medias es un relato muy universal, además de profundamente femenino. De hecho, fue uno de los argumentos que presentamos para el fondo de traducción. En los clubes de lectura nos ha pasado que muchas lectoras conectan con la protagonista, porque comparten sus preocupaciones o emociones. Es una lectura dura, pero también acompañadora: una logra empatizar y entender a la autora. Te das cuenta de que es una mujer japonesa de los años 50, pero con problemas que podrías tener tú hoy en tu casa.
—¿Sabes cómo ha reaccionado el público frente al libro?
Sí, en general ha gustado mucho. En los clubes de lectura, la mayoría de las que hablan son mujeres. Las lectoras mayores suelen conectar con la parte donde Atsuko cuida a su madre, y las más jóvenes, con los capítulos del sanatorio. Es interesante cómo cada persona se identifica según su propio contexto.
—A mí me impactó el tema de la salud mental. Es fuerte, muy crudo.
Sí, y en Japón el tema de la salud mental ha sido —y sigue siendo— muy problemático. Hoy en día, por ejemplo, existe gente que contrata “novios” o “novias” por un día: no hay besos ni relación, solo salen a conversar, a contar sus problemas. Todo gira en torno a la necesidad de ser escuchado. Y eso es algo que Ōta también hacía: decir lo que realmente sentía, escribirlo sin filtros. Por eso en su época fue criticada y tratada de acallar.
—¿Por qué crees que ella no ha sido tan conocida acá en Chile?
Porque ni siquiera en Japón lo es. Ninguno de los escritores que trataron el tema de la bomba atómica es famoso allá. Es un periodo oscuro de su historia. Es como acá con los textos sobre el golpe de Estado: son temas incómodos, muchas veces tabú aunque no debiese serlo. En Japón los esconden. No son parte del relato oficial, porque no es algo que quieran recordar.
—¿Qué te gustaría que el lector se llevara de esta obra?
El lado humano. Quisiera que el lector se pregunte cómo reaccionaría cualquier persona si estuviera expuesta a algo tan extremo como un ataque nuclear. Es una reflexión muy vigente, sobre todo con lo que está pasando hoy en lugares como Palestina. Este libro te da una pequeña ventana hacia esa realidad: te recuerda que esas tragedias no son cosa del pasado, sino que siguen ocurriendo mientras uno vive su cotidiano. Creo que eso es lo que más me importa: que el lector sienta esa conexión con lo real, con la fragilidad humana frente a la guerra.




