El fin del juego. Sobre “Última noche de las Barbies” de Tomás Piñones Gutiérrez
Nona Fernández presenta esta obra, acreedora del primer lugar categoría dramaturgia de Mejores Obras Literarias y del II Concurso de Dramaturgia de AIEP/UNAB en su versión 2024.
“Última noche de las Barbies” se sitúa en Alto Hospicio donde un grupo de barbies y dos niñas en transición a la adolescencia se cuestionan los mandatos sociales de género. Todo en medio de la crisis por la contaminación textil.
El libro publicado bajo el sello independiente de FEA Editorial se lanza este viernes 28 de noviembre a las 18:30 en Librería Proyección junto a la propia Nona Fernández.
En la comuna de Alto Hospicio, en medio del desierto chileno, dos niñas de trece años han jugado desde siempre con sus muñecas Barbie. Ágata y Amanda son dueñas de un nutrido elenco. Es probable que algunas hayan sido pirateadas o compradas en la feria, pero también dicen poseer ejemplares de muy alta alcurnia. Con el tiempo han acumulado un gran número de muñecas con las que han compartido por años. Las han vestido y desvestido, las han puesto en diversos escenarios y situaciones. Han ido asumiendo la moral de esa sonrisa imperturbable que Barbie posee, y todo es amor y amabilidad cuando se trata de pasar el tiempo jugando. Los problemas de la vida real, las compañeras de colegio desagradables, el vacío que dejó el padre de Ágata, el desierto y su mugre amenazante, parecen no existir en la representación de cada una de las ficciones que sus muñecas interpretan. Así, Tomás Piñones, novel dramaturgo, tan nortino como sus personajes, nos presenta con humor y delicadeza a estas amigas que junto a sus Barbies han construido un refugio. Un espacio de juego y ficción, un simulacro de la vida más amable y más gozoso. Un teatro organizado por el guion de sus deseos.
En 1959 la empresaria norteamericana Ruth Handler lanzó al mercado la muñeca Barbie. Lo hizo pensando en su hija pequeña, que prefería jugar con muñecas recortables de papel con aspecto de adultas. Muñecas a las que se le podía cambiar constantemente de ropa. Barbie entonces, fue modelada como una muñeca de papel, pero de plástico tridimensional con cuerpo de adulta y un extenso guardarropa de tela. Hasta ese momento no había muñecas para las niñas que ya comprendían los principios de la adolescencia y la adultez. Barbie tenía el objetivo de llenar ese vacío en el mercado. Ruth mencionó también que al crear a Barbie, deseaba que a través de la muñeca las niñas pudieran llegar a ser todo lo que quisieran. Barbie siempre ha representado a una mujer que elige por sí misma, dijo.
Desde entonces niñas y niños han jugado por más de ocho décadas con esta muñeca de cintura de avispa, pechugas alzadas y sonrisa inmutable. Con el tiempo el mercado fue exigiendo modificaciones a su apariencia. De ser rubia platinada se diversificó a otros tonos de piel, a otros colores de pelo y de ojos. La idea era generar identificación con las niñas de todo el planeta. Los guardarropas también se ampliaron para tener muñecas que pudieran ejercer roles diversos. Madres y novias, por supuesto, cómo no. Pero también profesionales. Doctoras, periodistas, abogadas, policías. Su transformación sigue en curso hasta el día de hoy ampliando su oferta a más mercados. Pero su cintura de avispa, sus pechugas alzadas y su sonrisa inmutable, perduran.
Barbie Ágata y Barbie Amanda, son las alter ego de las dos amigas preadolescentes protagonistas de esta historia. Las niñas que se reúnen a escondidas, una tarde calurosa del norte chileno, alejadas del corazón de la industria juguetera, pero en el centro de las consecuencias y el devenir de su mercado (ese es el único lugar donde las marginalidades no existen: el centro de las consecuencias y el devenir del mercado), a jugar con sus muñecas una última vez. Ese es el punto de partida de esta historia. Dos niñas morochas y de pelo grasiento, que deciden decirle adiós a su infancia con la esperanza de que la sonrisa imperturbable de sus Barbies pueda hacer más digerible el extraño y brutal tránsito a la adultez.
Pero ¿cómo se transita a la adultez? ¿Habrá en el mercado alguna receta para hacerlo bien? ¿Cómo se le dice adiós a la infancia? ¿Es posible despedirla de un día para otro? ¿Es posible tomar esa decisión? Tomás pareciera lanzarnos estas preguntas.
En los últimos años el desierto de Atacama ha alojado a uno de los vertederos más grandes del mundo. La basura que va a dar ahí es básicamente ropa que proviene de Estados Unidos y Europa, corazones de la industria textil y juguetera. Cada año por el puerto de Iquique ingresan alrededor de cincuenta y nueve mil toneladas de ropa. Parte de esta ropa llega a la Zona Franca donde los importadores la revisan seleccionando la de primera y segunda categoría para la venta. El resto es desechada. Son cuarenta mil toneladas de ropa al año las que terminan en el vertedero de Alto Hospicio.
La ropa de segunda mano se vende en todo el país, es un negocio legal. Pero lo que no está regulado, es lo que se hace con lo que no se venderá. Nadie ha pensado qué hacer con lo que no cumple con el status del mercado. Con lo que no sirve. Con lo que nadie quiere. Con lo olvidable. Con lo prescindible. Con lo que sobra. Con lo que no merece una segunda oportunidad.
Bajo esos preceptos hay tanto que ir a abandonar al desierto. Incluso un grupo de muñecas con toda su carga de ropa en miniatura. Esos cuerpos chiquititos que representan el anhelo de una cintura y un par de tetas que nadie nunca tendrá. Cuerpos de juguete, ideados y fabricados para el juego. Mujeres chiquititas, con vidas chiquititas, que hospedan en cada milímetro de su plástica piel experiencias y recuerdos gigantes. Un universo pequeño, secreto e íntimo, construido de a dos, que no cumple con el status de lo real, con los preceptos del mercado de las relaciones adultas. Cuando el juego ya no es posible, los cuerpos en miniatura irán a dar, como muchos cuerpos reales (la historia de Alto Hospicio lo sabe), al vertedero del desierto. Ese verdadero cementerio al aire libre que aloja lo inservible. Mujeres niñas, niñas muñeca, muñecas mujeres, vidas inconclusas, abandonadas luego del uso y del juego.
Enrique Lihn, en su enorme poema La Pieza Oscura, se rebela al paso de las manillas del reloj y en los versos finales hace una declaración que dialoga con esta historia de niñas que juegan a ser representadas por sus muñecas. O de muñecas que juegan a ser las representantes de dos niñas.
“Pero una parte de mí no ha girado a compás de la rueda,
a favor de la corriente.
Nada es bastante real para un fantasma.
Soy en parte ese niño que cae de rodillas
dulcemente abrumado de imposibles presagios
y no he cumplido aún toda mi edad
ni llegaré a cumplirla como él
de una sola vez y para siempre”.
Tomás Piñones, autor de Última noche de las Barbies, enreda con exquisito lirismo: nostalgia, humor, plástico, mugre, desierto, sarcasmo, traición, humo y resentimiento. Con una mirada tierna y feroz, pareciera encarnar el reclamo contra el tiempo que Lihn hace en su poema. Ese rebelde deseo por romper el binario límite entre la adultez y la infancia, entre el juego y la realidad, entre la representación y la verdad, entre el simulacro y el terremoto. Niñas que son representadas por sus muñecas, en un escenario teatral donde un par de actrices representarán a las niñas y a las muñecas, todo un cataclismo espacio temporal como sólo el teatro y la poesía pueden levantar. Pero a la añoranza de Lihn, Tomás le agrega recelo, conciencia de clase, mirada de género, molestia, ironía, crueldad y la experiencia de una niñez cruzada por el polvo del desierto. Un polvo grueso que puede cubrirlo todo, menos la certeza de que el juego de la infancia es tan real e indestructible como el plástico corazón de una muñeca.




