Entre madre e hija, de Mariana Flores
I. La voz que nombra la ausencia
Leer “Entre madre e hija” es ingresar a un territorio donde la palabra se vuelve rito. La
poesía de Mariana Flores nace de un umbral: el espacio donde lo que se pierde y lo que
permanece se tocan. Allí, entre la mujer que fue hija y la que hoy es madre, la autora
levanta su voz con una serenidad que conmueve. No hay grito ni lamento, hay un hilo de
lenguaje que sostiene, que repara, que recuerda.
Desde el primer poema, la escritura aparece como un modo de hacer visible lo invisible, de
dar cuerpo a aquello que la muerte o el silencio habían dejado suspendido. La autora no
escribe desde el vacío del duelo, sino desde el deseo de encontrar en él una forma de
continuidad. La figura materna, ausente pero viva en la memoria, atraviesa todo el libro
como una presencia que se transforma. En ese sentido, los textos son un intento de diálogo
con quien ya no está, una conversación que continúa en otro plano: el de la palabra.
Mariana asume que escribir es un modo de habitar la falta. Lo hace sin adornos, con una
claridad que nace de la honestidad emocional. Sus versos no buscan deslumbrar: buscan
decir. En uno de los poemas más íntimos, escribe:
“Y ahí estás, siendo parte de nuestra hora del té. Y me río, con esa risa, mezcla
de amor y nudo en la garganta, de pasado y presente juntos. “
Esta frase condensa el espíritu del libro: el linaje no se mide en lo material, sino en los
gestos, en los modos de amar y de cuidar. Entre madre e hija propone, así, una lectura
pausada y reverente, donde cada palabra tiene el peso de lo esencial.
II. La poética de la transmisión
La escritura de Mariana Flores se teje entre generaciones. La hablante poética se reconoce
como eslabón de una cadena que la precede y la excede. Ser hija y ser madre aparecen
como identidades que se iluminan mutuamente. Es en ese cruce donde la autora encuentra
su voz más potente: una voz que busca comprender lo heredado para transformarlo.
En la tradición de la poesía que explora la memoria afectiva —de Alejandra Pizarnik a Idea
Vilariño, de Gioconda Belli a Olga Orozco—, Mariana Flores construye una poética que
parte de lo íntimo pero resuena en lo colectivo. Lo que en apariencia es una historia
personal se vuelve espejo de una experiencia universal: la de toda mujer que ha sentido el
peso y el amor del linaje femenino.
El tono de los poemas es contenido, casi meditativo. Hay en ellos una cadencia que invita al
silencio. El lenguaje, de una claridad despojada, no disfraza el dolor, pero lo vuelve
habitable. La autora comprende que en la sencillez se esconde la profundidad. Esa es
quizás la clave de su escritura: nombrar sin gritar, decir sin explicar, dejar que la emoción se
despliegue en el espacio que la palabra abre.
Cada poema parece tener la delicadeza de una ofrenda. No se trata de reconstruir el
pasado, sino de aprender a mirarlo de otra manera. Entre madre e hija funciona como un
puente simbólico entre dos tiempos: la memoria de la madre y la vida presente de la hija
que ahora cría. En esa tensión —entre pérdida y continuidad, silencio y voz— se cifra la
belleza del libro. Un “entre” como dice la autora.

III. El duelo como creación: cuando la herida habla
La frase que resume el corazón de este libro podría ser: “la herida se vuelve lenguaje, y
lenguaje, un modo de volver a amar”. En Entre madre e hija, el dolor no es un punto de
llegada sino de partida. Es a través del duelo que surge la palabra poética, no para
clausurarlo, sino para transformarlo.
El duelo, en la escritura de Mariana Flores, no es solo una experiencia emocional, sino
también una práctica espiritual. Cada poema parece cumplir una función reparadora.
Escribir, aquí, es un modo de cuidar la memoria. La autora convierte la ausencia en
presencia simbólica, y en ese gesto, el recuerdo deja de ser peso para convertirse en luz.
Desde una perspectiva psicológica, podría decirse que la autora realiza en su obra un
proceso de elaboración simbólica del dolor. La poesía actúa como mediadora entre el afecto
y el pensamiento, entre el pasado y el presente. Sin embargo, más allá de lo clínico, lo que
emerge es una profunda humanidad: la certeza de que la palabra puede sostenernos
cuando todo lo demás se desmorona.
Hay una ética de la ternura en este libro. La autora no se refugia en la tristeza, sino que la
transforma en cuidado. Los poemas se sienten como abrazos demorados, como gestos que
llegan tarde pero llegan. Y esa demora no resta, sino que engrandece: “El amor, cuando se
dice, sigue vivo”.
IV. Memoria, cuerpo y tiempo: una poesía del presente
Aunque el libro se nutre de la memoria, su mirada está dirigida hacia adelante. Entre madre
e hija no se queda anclado en la pérdida: avanza. En los poemas aparece la maternidad
como nuevo territorio, como espejo donde la autora se reencuentra con su madre a través
de su propia hija. Ese movimiento circular —de madre a hija, de hija a madre— le otorga al
texto una profundidad simbólica que trasciende lo autobiográfico.
El cuerpo tiene una presencia constante: cuerpo que recuerda, cuerpo que gesta, cuerpo
que se ausenta. En esa corporeidad se inscribe la historia familiar, y la autora lo sabe. La
palabra poética se vuelve entonces un modo de reinscribir la memoria en el cuerpo
presente. Escribir, en este sentido, es también volver a habitar(se).
Pero la autora no se detiene en lo íntimo. Hay en su mirada un registro social, una
conciencia de época. En tiempos en que las mujeres revisamos nuestras genealogías,
nuestras formas de maternar y de amar, Entre madre e hija ofrece un espejo lúcido y
compasivo. No se trata de romper con el pasado, sino de mirarlo con otra luz. La autora
declara que lo que heredamos no está destinado a repetirse, puede transformarse.
V. La palabra como casa
En las páginas finales del libro, la voz poética parece haber encontrado un nuevo modo de
habitar el mundo. Ya no hay tanto dolor sino gratitud, ya no hay solo pérdida sino
continuidad. El libro cierra como un círculo: la palabra que nació del duelo se convierte en
refugio, en casa. Una forma de revolución, dirá la autora.
Entre madre e hija es, en definitiva, un libro sobre el amor. Pero no sobre el amor ingenuo o idealizado, sino sobre ese amor que se construye a pesar del dolor, que sobrevive al paso
del tiempo y encuentra en la palabra su manera de seguir existiendo.
Mariana Flores logra, con sutileza y profundidad, transformar lo personal en universal. Su
poesía nos recuerda que no hay experiencia individual que no esté tejida por una trama
colectiva. Y que, a veces, escribir no es solo recordar: es volver a amar, volver a vivir, volver
a decir “aquí estoy”.
Al cerrar el libro, una siente que algo se ha movido. Que una parte de la herida ha
encontrado su forma. Y que, quizás, como sugiere la autora, escribir entre madre e hija es
también escribir entre la vida y la muerte, entre lo que fue y lo que sigue siendo.
En los poemas de Mariana Flores, la memoria no pesa: ilumina. Y en ese resplandor
silencioso, la palabra se vuelve hogar.



