ALGUIEN (SE) RAYA, ENFIN
Paisajes de Laverna, Carlos Leiton
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Hace algunos años, en 2007, en una pequeña plaza, hacia la medianía de la calle Lastarria, en Santiago, junto a mi hija, descubrimos y fotografiamos un rayado. Rayar es natural. Desde entonces, guardo esa fotografía, la dejo que me ronde. Al leer este libro de Carlos Leiton, ella inexorablemente vuelve a la memoria. El acto de descubrirla y todo lo demás. Rayar es natural, escrito en blanco sobre la barra lateral azul de un columpio (en el que jugaba mi hija Cléo). De fondo, diversos tags hechos con spray blanco sobre un fondo rosa oscuro. Y, en un verde nítido, la palabra READ, en mayúsculas. Alguien lee.
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Qué podemos decir. Alguien y algunos hurgan en este libro. Desde la portada se advierte el trazo de un escrito, un tag, adivinamos, sobre un muro (y el eco de ese trazo en el nombre de la editora, Traza, que publica este libro). Parece caligrafía oriental, debido a su verticalidad buscada, al voltear aquel trazo, de algún modo.
Alguien y algunos hurgan. Ada y Víctor, por ejemplo. Hurgar aquí también es anotar, fotografiar, observar, dibujar, dejar un papel arrugado bajo una piedra, buscar un escrito que responde a otro. Alguien escribe. Alguien raya. Alguien lee lo que alguien escribe. Alguien fotografía un rayado, como cualquiera. Algo así como “cristales de legibilidad”, como escribe Georges Didi-Huberman, pensando en WalterBenjamin, creo.
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Un desvío es un paréntesis, es un eco, a ratos. En el reciente ensayo de Álvaro Bisama, sobre Carlos Droguett, leo:
Muchos narran porque no pueden hacer nada más y porque hacerlo es asumir un precario control del tiempo y de las cosas[…]. Ahí el orden del mundo se revela como una Epifanía, mientras sus personajes deciden qué van a hacer o cómo van a hundirse en la lengua y las historias, cómo van a ser consumidos o transfigurados por la obsesión[1].
No sé. Algo de eso veo aquí.
Una forma de controlar el tiempo, las cosas, el orden de los paisajes. Alguien ha leído. Ha leído objetos, prácticas, lugares, huellas. Ha leído a flor de piel, ha leído lo más profundo, la piel, de las cosas. Ha leído cosas, ha leído el gesto de leer el gesto de escribir. Al leer se ha convertido en enredadera, se ha enredado. Ha escrito, fotografiado, recolectado, archivado, grafitado, paginado y vuelto a comenzar.
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Llamémosle, siguiendo las indicaciones paratextuales de la contratapa, una novela. Pero qué es eso. Dispositivo textual/visual, sería otra posible designación, una máquina. Acaso, lo mismo. Una cosa, la otra. La rotura de esa antigua dicotomía moderna entre texto e imagen, discurso y opus mechanicum, según el propio Kant. ¿Qué es un libro, aquí, qué es una novela?
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Qué evoca, de entrada, este título: Paisajes de Laverna. Laverna, sus Paisajes, en plural, lo que se vislumbra. Laverna, pensé (no sé bien por qué) que denotaba un lugar físico. Puede ser. Se lee como si fuera así. Es acaso ese rayado de la cubierta su seña o cartografía. Pero, aquí, a poco andar, entendemos que se alude a la deidad romana protectora de ladrones e impostores. Es la diosa a la que se dirige en uno de los epígrafes Horacio, el poeta latino: “Hermosa Laverna, dame el arte de engañar, de parecer justo, santo, inocente”.
Los epígrafes se presentan sin punto aparte o seguido. Cuestión o guiño o seña que habrá que ir atando. El primer epígrafe, proviene del escritor serbio Milorad Pavić: “Eres de los que creen que el futuro proviene de la noche y no del día”.
Laverna: señora del bajo mundo, mirando hacia el futuro, fabricándolo.
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Lo que se despliega, aquí, entonces.
Al (h)ojear, vemos lo que se despliega a diferentes niveles.
El libro se cierra con su índice, su esqueleto. 17 capítulos, titulados de varias formas (Cómic, caligrafía, Calle Víctor Manuel, papeles manchados, línea de risa, línea rota, fachadas), 3 textos que van intercalados, sus títulos son la primera línea, indicado por el uso de la itálica: Introduce la hoja entre ladrillos (p. 11), Introduce el metal bajo el ladrillo húmedo (p. 39), Introduce los dedos con argamasa (p. 63). Los otros títulos se repiten o amplifican. Claramente, se trata de recorridos (acaso nocturnos, acaso textuales). Hasta que aparece, nuevamente Laverna. El título Cómic: Laverna.
De qué trata todo esto. El campo semántico envía al de la escritura, la cultura escrita en sus diversas expresiones.
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Laverna, entonces.
Diosa de ladrones e impostores. Se le había consagrado un bosque vecino a Roma, donde los ladrones iban para hacer sus reparticiones. Había allí una estatua de la diosa. Estatua, según unos, que era una cabeza sin cuerpo; según otros, un cuerpo sin cabeza. Le estaba particularmente consagrada la mano zurda, tenida por los antiguos como la mano del robo.
Acaso este libro, también, se encuentra consagrado a esa misma mano, la zurda, al escribir(se).
Derívase su nombre o de laverna, que significa ladrón, arma que usan los ladrones, ladrón de profesión, o del griegolaphyria –despojos–, o del latín latere, ocultarse, o de larva, máscara.
Quizás este libro congrega todo aquello: ladrones e impostores, poetas y traperos, que roban cosas, miradas, despojos, lo latente, máscaras. Es todo ella. Cito del libro: “Laverna de muchas caras. Soy la de cuatro rostros” (p. 62).
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La escritura es fragmentaria, tanto en la puesta en escritura y la puesta en texto (párrafos, sangrías, bloques pequeños de texto, visualidades escritas, etc.) como en la puesta en página. Qué denota /connota todo esto. Creo yo: forma, fondo, las voces que se dirigen hacia afuera y hacia adentro, entremezcladas, las observaciones y reflexiones del narrador o de los personajes, los párrafos sin punto aparte, como indicando que el flujo de esta escritura es la base de la acción en estas páginas. Para algunos, intuyo, pudiera parecer que poco ocurre en estas páginas. Poco relato, aparentemente. Todo aquí se vislumbra, se apenas otea.
Los ladrones e impostores: el robo, uno de sus modos de existencia, es el robo fotográfico, robar rostros, robar escritos, fachadas. Dejarlo, luego, consignado en alguna de estas hojas. La impostura, ocurre con todo ello, la voz enunciativa escrita así, a pedazos, fragmentos. Cito: “La almacenera no me dijo nada, pero me sabe ladrón. Sé que no podré contar la historia porque no es mía. Es de ella: Ada. Tampoco es mía la historia de Manuel. No tengo nada de valor excepto lo que robo” (p. 103).
Se insinúa así lo que convenimos en llamar poética, la fabricación (literalmente) de este escrito: el tanteo, la deambulación, el ir y volver. Registrar es capturar, intentar decir es escribir, intentarlo, fabricar.
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Son los Paisajes, entonces, su fábrica, literalmente. Cito: “Introduje la hoja entre ladrillos, la música calla las escenas, así la textura brinda el paisaje […]. Comienzo mi fotonovela de fachadas” (p. 20). “Escribo: las fachadas son rostros que ordenan la dirección a tomar. Los rostros matan o están muertos. Susurran. Espían” (p. 127).
Cito: “La voz remarca el escupo del espray, lo paralelo de la ciudad en estas fotos con mis grafitis personales arrojados bajo la piedra” (p. 135). Lo que vemos surgir son esas llamadas escrituras expuestas. Pero más: son las imágenes de esas escrituras, transpuestas a la página, entre párrafos o en una línea, por ejemplo, creando una interrupción, la posibilidad de un ritmo gráfico. Aparecen los trazos, los pedazos de muros, superficies rayadas a destajo, entre otros. Tras esos modos de existencia de las escrituras, en latencia, hay formas de vida que aparecen, entrelíneas, en filigrana.
Es eso lo que aquí también se despliega: una forma de habitar en estos paisajes, una forma de participar de la contingencia del mundo, una forma de requerir la estancia de la mirada, una forma de requerir corresponderles. Todos ellos, connotan y denotan, una serie de actos en estos paisajes, que los transforman en lugares. Despojos, máscaras, ocultos trazos, otras acepciones de la palabra “laverna”.
Acuérdate.
Cito: “Frente a todas las cosas que pasan tienes la modestia de escribir, transcribir. Decir que es un paisaje y son solo manchas” (p. 166). Recuerda, Laverna, ladrones e impostores te adoran, te fabrican.
10
Creo recordar haber leído en algún posteo de bloga Enrique Vila-Matas. Creo recordar una cita: “Todas las novelas son autoficción, incluso la Biblia”. Creo que esta novela, Paisajes de Laverna, de Carlos Leiton, también pudiera serlo. Y es que esos escritos, esos objetos escritos, puestos ahí, recogidos por la ciudad, permiten acercarse a ese ejercicio de fabricación; esa poética, que constituye este libro, esta novela, esta escritura. Lo que se recoge y despliega. Algo que me lleva a entramar lo que el poeta Denis Roche vincula a un lenguaje de superficie:
Como unos locos: todos nosotros, encarnizados, furiosos, doblados (como al vomitar) sobre nuestros papeles, nuestras páginas, nuestras partituras, milimétricas, nuestras trayectorias, nuestras proyecciones, ocupados en suma en escribir, dicho de otro modo: en hacerle (construirle) al papel su piel[2].
Alguien (se) raya, enfin. Acaso es esa piel la que se recorre con el nombre de estos paisajes, la piel múltiple de Laverna. Nadie escribe solo, nunca.
[1]Álvaro Bisama. La rabia y el augurio. Un ensayo biográfico sobre Carlos Droguett. Santiago: Ediciones UdP, 2023, p. 112- 113.
[2]Denis Roche, Disparition des lucioles. Paris: Editions de l’Etoile, 1982, p. 48.



