Javier Peña, creador de Grandes Infelices: «La infelicidad puede ser un buen motor de creación»

noviembre 26, 2025
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Un mes después de la muerte de su padre, el escritor gallego descubrió que las historias que le gustaba contarle, que trataban sobre las vidas de los autores y la relación con sus obras, podrían convertirse en un programa. Aunque prefiere no saber estadística, el podcast que empezó hace cuatro años se ha convertido en un éxito rotundo y también lo ha sido Tinta invisible, un libro “sobre la pérdida, la escritura y el poder transformador de las historias”. De paso por Chile, Javier se tomó un café con nuestra periodista experta en duelos de padres. “El hecho de construir algo a partir del dolor y que el dolor no sea inútil es muy positivo”, dice en esta entrevista.

Son casi siempre seis semanas de trabajo. Las primeras cinco las ocupa en documentarse: leer biografías, libros de cada autor, análisis de sus obras, investigar. En la última semana, escribe un guión de 7 mil palabras y lo graba. Son 45 minutos. A veces, el relato incluye documentos o citas a otras personas, que lee en voz alta para calcular cuánto espacio van a ocupar en la pista de audio y que luego le pide a su esposa, Ana Carpenter, que grabe con su voz. Javier Peña hace todo esto en su casa en Santiago de Compostela y luego le pide a un profesional que ponga los efectos de audio. En el capítulo de Dostoyevski, música eslava. En el de Elsa Morante, ruidos de gato. Así, casi artesanalmente, se arma cada capítulo de Grandes Infelices, un podcast literario que cuenta la historia de escritores fundamentales y cómo sus vidas se volcaron en sus obras. “A veces, los escritores tienen vidas de novela”, nos dice Peña al inicio de cada capítulo, “y no siempre de las felices”.

La historia de Grandes Infelices comienza, quizás, en noviembre de 2021, el día en que su padre murió. La relación entre ellos se había enfriado con los años y el diagnóstico de su enfermedad los encontró incomunicados. Cuando lo visitó en la clínica, pensó que su padre iba a querer hablar de cosas trascendentales con él, que iba a querer abordar lo que había pasado, pero lo que ocurrió fue lo que caracterizó su relación siempre: se pusieron a hablar de libros. Con su padre, un lector hasta de las etiquetas del champú, era con quien comentaba sus lecturas. Era a él a quien le contaba lo que descubría sobre las vidas de los autores. Luego de su muerte, cuando perdió a su único auditor, sus relatos llegaron a Spotify a través de la editorial Blackie Books. Y ese primer capítulo, que cuenta la historia de Kurt Vonnegut y de cómo vivir el bombardeo de Dresde en 1945 lo llevó a escribir Matadero Cinco, ya tiene más de 100 mil reproducciones.

Fue también a partir de la muerte de su padre y del ejercicio de hacer el podcast que nació Tinta invisible. Sobre la pérdida, la escritura y el poder transformador de las historias (Blackie Books, 2024), su tercer libro, que ha sido descrito a la vez como “un mosaico fascinante de vidas de escritores” y “la crónica del duelo de un hijo”. 

Con esa experiencia en la maleta, Javier Peña llegó a Chile a comienzos de noviembre. Luego de dar una charla en Puerto de Ideas en Valparaíso, tuvo una ajetreada agenda de exposiciones y actividades en Santiago: un conversatorio en el Centro Cultural de España, visitas a librerías y entrevistas en medios. En medio de ese trajín, el escritor se tomó el tiempo de tomar un café con La Raza Cómica.

—¿De qué manera crees tú que el hecho de hacer el podcast moldeó tu propio duelo con respecto a la muerte de tu papá?

—Fue una decisión voluntaria moldear el duelo a través del podcast, porque cuando mi padre murió yo me quedé huérfano de alguien que me contase historias y de alguien que escuchase mis historias de literatura, de libros, de vidas de escritores. Mi padre murió en noviembre de 2021, hace 4 años, y yo en diciembre empecé a escribir el primer guión del podcast, o sea está directamente vinculado. Yo tenía en la cabeza hacer un podcast, pero no sabía muy bien de qué hacerlo. En ese momento me di cuenta de que al leer biografías de autores se las podría contar a mi padre, me parecía que era un bonito homenaje hacia él, aunque más que la idea de un homenaje, era una manera de seguir conectados, de continuar el hilo. Más que moldear el duelo, lo que hizo fue, de alguna forma, negarlo, intentar ser un hilo conductor con alguien, como si le contase las historias, aunque no las escuchase. Lo que moldeó más el duelo fue Tinta invisible.

—¿Al mismo tiempo surge la idea de hacer el libro y el podcast o en el ejercicio de hacer el podcast empiezas a darte cuenta de que también podría ser un libro?

—Fue muy pronto, pero fue en el ejercicio del podcast. Fue cuando empecé a leer las primeras biografías y me di cuenta de que en todas ellas estaban conectados con algún tipo de sentimiento, de trauma, de problemas, que son los que vertebran los capítulos del libro: la envidia, la mentira, el ego, el sufrimiento, la obsesión, todas estas cosas que tenían prácticamente todos los escritores que estudié. Un buen número de veces, sino todas, los autores que he estudiado tienen estas características. Pensé que conectar todas esas ideas generaba un retrato de la infelicidad del escritor, de alguna forma, pero cuando empecé a escribirlo, en las primeras páginas, lo primero que salió fue mi padre en el hospital. Yo no lo busqué, fue que salió solo, y a partir de ahí me di cuenta de que es el hilo conductor. Pero nació leyendo biografías, posterior al podcast.

—¿Piensas que el podcast y el libro existirían en tu vida si tú no hubieras vivido la experiencia de lo que fue perder a tu papá?

—El libro yo creo que no, o por lo menos sería muy distinto. Y el podcast… no lo sé. Yo creo que sería diferente, porque esa idea de contar una historia surgió directamente de la pérdida del oyente. Yo igual ya me planteaba hacer un podcast sobre un taller de escritura: consejos, fragmentos de libros, hubiese tirado más por ese estilo. Pero imaginar qué hubiera pasado es como hacer ciencia ficción. La muerte de mi padre quizás simplemente fue un disparadero de algo que yo llevaba dentro, no lo sé, pero sí sé que estuvo directamente relacionado. A ver, todo lo que te pasa en la vida te cambia, y también te cambia la forma de escribir. Si yo estoy escribiendo una novela y en ese momento me peleo con un amigo o tengo un desencuentro con mi editorial, eso repercute, eso se va a notar. El lector no sabe, pero yo, que lo he escrito, sé qué partes, qué emoción y qué sentimiento estaba en cada momento.

—Ese es un tema que me obsesiona bastante: los rumbos que se hacen posibles a propósito de la muerte y el hecho de que la vida siga avanzando de tal forma que parezca que retroceder sería imposible o sería “hacer ciencia ficción”. La muerte termina definiendo cosas que se convierten en aspectos identitarios de la persona después. 

—Yo creo que todos tenemos dos, tres o cuatro cosas en la vida que nos cambian, que son muy importantes. Para ti fue la muerte de tu papá, pero puede ser que otra persona a la que igual se le murió su papá no le marcó tanto. Hay gente a la que sus padres le aportaron sólo los genes y el sustento, y nada más.

—Y a veces ni el sustento.

—Sí. Pero para ti sí fue muy importante y entonces es normal que eso te marque. Estudiando las vidas y obras de los escritores, es notorio hay hechos en concreto que marcan. Estoy pensando en hechos muy dramáticos, como Dostoyevski con haber sido condenado a muerte y haber pasado cinco años de trabajos forzados en Siberia. Todo eso cambió su forma de escribir y su literatura, cambió sus temas. Es lógico, ¿cómo no? Eso siempre va a estar ahí, es algo esencial. Y muchos de los escritores arrastran toda la vida algo que tiene que ver con su relación con sus padres, porque la infancia marca mucho. Yo digo en el libro que todos los escritores acaban escribiendo sobre la muerte de su padre. Para bien o para mal, como elogio o como crítica, como remordimiento o como desahogo, lo que sea. Entonces es lógico que marque y me parece normal, es uno de los eventos clave de la vida y va a estar siempre ahí. Si un desencuentro con una editorial puede cambiar una novela, imagínate un evento así. Te cambia para siempre, eres otra persona. A mí me pasó con mi padre, y me pasó igual, aún más, con mi mejor amiga Paula, que tenía 31 años y murió de cáncer. Eso me cambió la vida y la forma de entenderla. Pienso en ella todos los días y pienso muchas veces en las cosas que me enseñó ella, y pienso también, cuando estoy amargado, «acuérdate que cualquier día, como le pasó a ella cuando nadie lo esperaba, se puede acabar». 

—También pensaba en cómo conciliar esa conciencia del valor del trabajo hecho a partir de ese momento –como este podcast, muy exitoso, con muchos oyentes, y el libro– que fue tan triste. Ese trabajo, ¿se hace a pesar de la muerte o a costa de la muerte? ¿Existe esa pregunta para ti?

—El hecho de construir algo a partir del dolor y que el dolor no sea inútil es muy positivo. El dolor, supongo, es el camino hacia la curación, porque si no te duele, igual no sabes que necesitas examinar eso, como si fuera una infección: desinfectar y cerrar la herida. El dolor es una forma. Las personas que no sienten dolor están en mucho peligro, porque no saben si les está pasando algo. Y el hecho de que este libro y este podcast me permita hablar de mi padre y repasar mi experiencia con él, y que mucha gente me diga que después de leer el libro ha decidido intentar aprovechar a sus padres durante los años que les queden también me parece muy hermoso. Antes te hablaba de mi amiga, que murió de cáncer con 31 años, y el día en que nos despedimos ella me dijo que estaba convencida de que alguien no moría hasta que la última persona con la que hubiese convivido lo dejara de recordar. Yo le dije “pues tú, Paula, vas a vivir mientras yo viva, porque te voy a recordar todos los días”. Paula está en todos mis libros y mi padre está en Tinta invisible, y quiero creer que con ese recuerdo le estoy dando un soplo más de vida, de otra vida. Obviamente que si me dieran a elegir, preferiría que mi padre estuviese vivo, pero considero que crear a partir de esa pérdida está muy bien. Al final, una de las cosas que me obsesiona es la idea de que la infelicidad, el dolor, la inadaptación o la inconformidad pueden ser buenos motores de creación. Hay una frase que decía Borges, que era «fui infeliz y ni siquiera eso me hizo un buen poeta». Si fui infeliz, por lo menos pude crear algo. No sé si Borges era un gran poeta, pero su infelicidad le sirvió para crear.

—Mientras te escuchaba, pensaba en dos frases de diferentes autoras. A propósito de la utilidad del dolor, a Joyce Carol Oates no le gusta darle crédito al dolor por nada bueno que le haya pasado. Dice en Memorias de una viuda que bien podría haber vivido sin todo lo que ha aprendido en el duelo por la muerte de su marido o haberlo aprendido de otra manera. La otra es de Dolores Gil, que escribió un libro sobre la muerte de su hermana cuando eran niñas, y en una entrevista acá nos decía que para ella el libro había sido muy sanador, pero no por el hecho de que fuera una terapia para ella, sino que porque sentía que le había devuelto cierta entidad a su hermana.

—Sobre Joyce Carlos Oates, yo estoy de acuerdo. Yo no digo “qué bien que se murió mi padre y que esto me hizo aprender”. Tampoco es «aprender»… realmente no creo que haya sido un aprendizaje sino más bien un sentido para escribir o pensar. Esto te cambia y no es una elección. Yo preferiría que mi padre estuviese vivo y no haber hecho Grandes Infelices y no haber escrito Tinta invisible, por supuesto, pero no es que lo hice gracias a que mi padre se murió. De hecho, al final Tinta invisible es una reflexión sobre su pérdida y sobre lo que nos unió. Probablemente la reflexión podría haberla hecho en vida, pero durante los 42 años que estuvo mi padre no la hice. ¡Me gustaría no haber tenido que hacerla, pero me llevó a eso! No digo «qué bien que me pasó», no, pero me pasó, y ya que me pasó, pues vamos a reflexionar. Como te digo, creo que un escritor lleva en su maleta todo lo que le pasa. No es “qué bien que Primo Levi escribió sobre el Holocausto”, obviamente no, pero no podía dejar de escribir sobre eso. Al final yo no decido escribir sobre mi padre, sale solo.

—Muchos autores que han escrito sobre la muerte dicen que antes de escribir cualquier cosa, tenían que partir por esa muerte, y que luego podrían escribir de otros temas. 

—Y yo no lo sabía, porque empecé a escribir Tinta invisible con la idea de que fuese otra cosa, esa idea de las miserias de los escritores, pero fue mi padre el que se coló. Yo siempre pienso eso: que fue mi padre el que se coló. Quizás lo triste, y lo de Joyce Carol Oates puede ir por ahí, es tener que esperar a que se muera para reflexionar. Claro que si pudiera volver atrás en el tiempo, reflexionaría antes.

—O peor sería que hubiera muerto y eso no hubiera generado ninguna reflexión.

—Y si no hubiera generado ninguna reflexión igual es porque no la requería, porque era un padre distante o porque tampoco me impactó tanto. Yo tampoco juzgo eso, pero yo he tenido dos pérdidas importantes y para mí fueron dos cambios importantes en mi vida. Al final, para mí la muerte es algo que está muy presente. No sé si la temo o al mismo tiempo me atrae. Yo soy escritor, por encima de todo, y mitifico mucho lo vivido. Cuando pierdes a alguien, tiendes a sobredimensionarlo. Creo que a Paula y a mi padre los he sobredimensionado. Mi padre siempre hubiera sido siempre mi padre, pero una cosa que pienso a veces con Paula, que tuvimos ocho años de amistad, es si seguiríamos siendo amigos si ella siguiese viva. De alguna forma la muerte la fijó, para mí es como la amiga eterna, no tengo ninguna posibilidad de pelearme con ella.

—Justo iba por ahí lo siguiente que te iba a preguntar: pienso que escribir un libro o hacer un podcast que tenga relación con una persona que murió, de cierta manera tiene el efecto de eternizar una imagen de alguien. Qué difícil tratar de ser justos con esa imagen, porque viene desde la subjetividad, y luego me pregunto: ¿importa ser justo o importa que a uno le haga sentido?

—No importa nada ser justo, porque esto no es un juicio, ¿no? Una cosa que yo pienso mucho ahora es en todo lo que mi padre no me contó. Cuando mi padre se estaba muriendo, me contó cómo conoció a mi madre, parece una serie de televisión pero yo vengo de ahí, y nunca supe esa historia, y digo «¿cómo puede ser que me esté contando esto una semana antes de morir?”. Me contó que había vivido en New Jersey unos meses, cómo puede ser que yo no supiera eso. Y ahora que se murió, pienso que en el momento en que se muera mi madre, todas estas historias se van a haber perdido para siempre. Lo pensé después de escribir el libro, no fue lo que me motivó a hacerlo, pero me alegra mucho haber escrito el libro y haberlo fijado. De alguna forma, mientras yo viva y ese libro viva, la imagen de mi padre va a existir, pero es mi imagen, no es la verdad. Si ese libro lo hubiese escrito cualquiera de mis hermanos o mi madre, hubiese sido distinto. Me gusta pensar que es mi verdad sobre mi padre, y es el mejor álbum de fotos que tengo, porque nunca se va a marchitar ni a borrar.

—Y porque circula. Tú decías «mientras yo viva…», pero cuando tú dejes de vivir también va a seguir existiendo. Capaz le va mejor después de tu muerte, como a los autores de tu podcast. 

—Eso también me resulta muy doloroso de pensar. Hay gente, como Roberto Bolaño, frente a la que piensas: estuvo toda la vida fracasando y realmente, justo cuando le empezó a ir bien de verdad, se murió. Me parece casi una burla de la vida.

—A propósito del tema de la infelicidad, algo que me pregunto también cuando escucho el podcast es cómo hilarla en las historias sin que termine sonando excesivamente desolador. Lo pienso, sobre todo, en las historias donde hay autores que mueren por suicidio o que tienen ideación suicida toda su vida. A mí, por ejemplo, me pasó con el capítulo de Sylvia Plath: lo escuché dos veces y me pareció muy interesante, pero no lo pude recomendar, porque me pareció un tema demasiado delicado. ¿Cuál es el peso de contar estas historias y cuál es la responsabilidad también? ¿Cómo manejas eso?

—Estos días me preguntaban mucho por un episodio que me hubiese marcado, o que me hubiese, de alguna forma, tocado más, y yo decía que el de Sylvia Plath, porque me parece una de las historias más trágicas. Justo mencionas la historia más trágica, porque ya no sólo es el dolor de ella, sino que hay un montón de gente que sufre. Pero en el cine, si tú vas a ver La decisión de Sophie, también es un poco así. Otro capítulo, por ejemplo, es el de Mishima, sin embargo ese suicidio es un poco ritual, no tiene el mismo dolor.

—O el de Virginia Woolf, que el auditor logra darse cuenta de que ella estaba presa de su propio estado mental.

—Justo has dicho los dos capítulos que yo he mencionado en todas las entrevistas. Cuando estaba haciendo el de Virginia Woolf, leyendo la carta que le deja a su marido, me puse a llorar, y es la única vez que lloré con el podcast. En cambio, el de Harper Lee no me parece nada duro: su mayor infelicidad es que tuvo demasiado éxito y no pudo escribir más, compárala con los otros. Pero incluso en los que son más infelices, siempre hay momentos de felicidad. En el de Virginia Woolf está el momento cuando se pintan de betún y se hacen pasar por etíopes. Aunque obviamente sea una broma de muy mal gusto y racista, demuestra cierta alegría, ciertas ganas de disfrutar. Me interesaba por eso, porque quita un poco el cliché de la historia trágica. Obviamente ella tuvo la tragedia de estar enferma, pero también tuvo momentos de felicidad, y al final todas las vidas son así, todos tenemos momentos de infelicidad. 

—¿Es un podcast para amigarse con la infelicidad?

—Yo creo que a veces lo queremos negar, nos da miedo asumir que todos vamos a ser infelices o que vamos a morir. Salvo que nosotros nos muramos antes, se nos van a morir nuestros padres. Todos vamos a sufrir pérdidas y muchas veces queremos cerrar los ojos ante eso. Alguna vez me preguntaron si temo frivolizar con la infelicidad. Yo solo quiero contar historias. Después, todas las conclusiones que saquemos, ya son a posteriori, pero yo lo que busco es contar una historia que a mí me impacte. Algunas irán a ser más tristes o menos tristes, pero todas tienen que tener un punto de infelicidad, de conflicto. Si el podcast se llamara Grandes Felices, lo primero es que no sé de dónde sacaría los protagonistas. Pero imagínate: este es un escritor que empieza a escribir, que tiene mucho éxito, que se casa con una mujer o un hombre al que ama y con quien vive toda la vida, que tiene hijos que son perfectos y que luego a los 150 años se muere en la cama, de causas naturales, rodeado por su familia. Eso es aburridísimo. ¿Dónde está el conflicto ahí? Yo tampoco quiero centrarme en que todo sea terrible, pero creo que hoy vivimos en una tiranía de la felicidad, del live, de la foto bonita del instagram. La vida es reír y llorar, las dos cosas, pero parece que ahora solo podemos contar la parte de la risa, si no es que estás… qué pesimista, qué negativo. Queremos negar esa otra parte, pero toda biografía acaba con la muerte.

—Hay una película que se llama Liberal Arts donde un personaje secundario, que es un estudiante universitario, está leyendo compulsivamente La broma infinita. Al final de la película tiene un intento de suicidio y le pide ayuda al protagonista, que lo va a ver a la clínica y le dice que a él también le gusta mucho ese libro, pero que también tiene que leer otros escritos por autores que no hayan muerto por suicidio. Le dice: “No seas un genio que muere joven, sé un genio que muere viejo». Trata de desmitificar la idea de que para ser genial hay que tener una historia trágica. 

—Sí, yo no intento mitificar lo de ser un genio y morir joven, ni la infelicidad, pero es que yo creo que la infelicidad es necesaria para escribir. No es mitificarla, no quiere decir que para escribir bien tengas que morir, pero sí que igual tienes que haberte llevado algún disgusto. Antes lo hablábamos: que muera un padre es algo que a nosotros nos ha llevado a crear, y eso no quiere decir que estemos regodeándonos en eso, es que necesitamos entenderlo, necesitamos reubicarnos en el mundo, entender lo que teníamos y lo que éramos antes, lo que hemos perdido, lo que somos ahora y lo que vamos a ser en el futuro. Pienso que uno crea para entenderse a sí mismo, para entender su posición en el mundo, y eso no quiere decir regodearse, sino adaptarse de alguna forma, adaptarse a esto tan infeliz que ha pasado. Por eso es interesante saber cómo eran las vidas de estas personas y por qué escribieron lo que escribieron, esos libros que nos gustan tanto. Si yo sé que Tolstoi perdió dos hijos mientras escribía Ana Karenina, entiendo muchas más cosas de Ana Karenina, y si sé que Dostoyevski era ludópata, entiendo más cuando leo El jugador, y si sé que compartió en Siberia, en prisión, con los peores criminales, entiendo más la parte de los bajos fondos de Crimen y castigo. No quiero que Dostoyevski sufra, pero quiero entender lo que sufrió allí y lo que escribió después.

—Cómo ese sufrimiento incidió en la obra que fue creada por él, digamos.

—Claro, es una arqueología de la creación, no es tanto un regodeo de la infelicidad.

—No sé si será de chismosa, pero a mí me interesa mucho saber eso: ¿lo que estoy leyendo tiene un asidero en la realidad o no? Siempre pienso que la ficción, así como ficción pura, no existe, siempre se parte de los hechos.

—Pero no es ser chismoso. Mi primera novela estaba directamente relacionada con mi vida. Yo estaba escribiendo discursos para una política y había un personaje que escribía discursos para una política, y mi mejor amiga estaba enferma de cáncer y había un personaje que estaba enfermo de cáncer. En el fondo me sentía culpable, porque parecía un chismoso, pero cuando empecé a ver que muchas de las obras que a mí me interesan estaban basadas en lo mismo, entonces me sentí normal. No soy tan raro, no soy un chismoso. De verdad que yo no intento regodearme en la infelicidad, sino en más bien en la parte del motor creativo. 

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