El duelo es un trayecto sin retorno hacía la memoria [reseña]
Las playas siempre están vacías en invierno (Inti_ediciones, 2025) es un libro que, con su intrigante título, llama la atención del lector desde un principio. En la historia conocemos a Félix y Luis, dos personajes que, buscando escapar de la norma del relato romántico, no se encuentran juntos, pero cuya historia amerita dejar su huella en la escritura. De esta manera, en el trayecto no solo llegarán a su destino, también le darán un cierre a este vínculo y a sus conversaciones pendientes.
Amaro Mandolini, autor de este conmovedor relato, utiliza una narrativa fluida, muchas veces lírica, para transportarnos por este recorrido que transcurre en solo dos horas. La identidad del autor sin duda se construye a través de estas páginas cuya narración se recorta contra el paisaje que se extiende entre Peñaflor hasta La boca, destacando la importancia del territorio como reflejo de nuestra historia.
Mandolini articula una obra vibrante, ágil y sumamente personal, destacando sobre todo dos elementos que, en la ficción, no son tan frecuentes: ser miembro de la comunidad LGBTQ+ y la importancia de vivir el duelo, porque nosotros tenemos el mismo derecho que los demás. El derecho de narrar nuestro dolor.
La siguiente frase logra exponer de manera rotunda la trama frente a la que nos encontramos: “La muerte seguía siendo la única certeza en el camino que recorríamos” (79). Sabemos desde un principio cual es el objetivo, así como la conclusión que tendrá este relato, pero ¿qué sentido tiene el trayecto sino armar la previa para este resultado tan desgarrador? El texto, a ratos, se hace difícil de leer por su carácter emotivo, pero también porque mientras más nos acercamos al final, más frustrante se vuelve su historia al enfrentarnos a situaciones sumamente injustas, pero que son parte de nuestra realidad.
“Las playas siempre están vacías en invierno y en esta infinita soledad prefiero viajar a otro momento” (113). Con sus melancólicas reflexiones, Félix y Luis nos enseñan sobre la vida y la muerte; el privilegio de no dejar las cosas pendientes, que la felicidad es tan efímera que debemos buscarla incluso en aquello que nos causa dolor, o en el deseo de ver la primavera. Más allá de estos elementos, uno de los símbolos más valiosos de la historia es la narración de un proceso tan duro como la despedida. El duelo no es algo que se termina, a veces dura para siempre y tenemos que aprender a vivir con esas emociones, con esos recuerdos. Recuerdos que pueden ser martirizantes si se trata de un lugar, una fotografía o simplemente un pez de cerámica valioso para la persona amada.
Y a veces ese pececito necesita irse a navegar por el violento vaivén de las olas para que las personas como Félix puedan sanar, sin importar que ese pez, un adorno que significa tanto en su condensado tamaño, siga vivo con nosotros en nuestra memoria.




