Cuando el arte humaniza: La Salvaja y su porfía
Jueves 27 de noviembre 2025
Quien ha estado en la cárcel, sabe que jamás se va de la existencia
El arte, en sus diversas manifestaciones, es una potente herramienta de humanización y de resistencia que puede estar presente en los contextos más hostiles. Cuando se aplica al ámbito penitenciario, y específicamente en las cárceles de mujeres, su relevancia y su fuerza se amplifican, para actuar como un potente faro de expresión que surge del cuerpo y del alma frente a tantas condiciones violentas y a las múltiples marginaciones que caracterizan al encierro femenino.
La experiencia carcelaria, tal como la describe Michel Foucault en Vigilar y Castigar, se basa en una lógica de poder disciplinario. Pensemos que la prisión no solo castiga, sino que produce cuerpos dóciles y sujetos controlados a través de una vigilancia constante y una extremada reglamentación que implica el manejo del tiempo y del espacio. Para las mujeres que han sido encerradas en una cárcel, esta violencia disciplinaria se imbrica con diversas violencias de género. Y solo para nombrar algunas, está la violencia institucional y los distintos abusos a los que están expuestas, al encontrarse en una situación de castigo que suele someterlas a tratos degradantes, a negligencias médicas y psicológicas, y a tantas violencias que el mismo sistema perpetúa, modifica y robustece.
La violencia psicológica y emocional provocada por el encierro, contiene la ruptura de los lazos familiares y afectivos que generan depresión, ansiedad, culpa y desesperanza, sin olvidar la angustia permanente por los hijos que han quedado afuera y por los más pequeños que, viviendo escasos tiempos el encierro con sus madres, deberán obligatoriamente partir y separarse de ellas. Así es como la cárcel reproduce y agrava el estigma social que muchas mujeres cargan por su género, por su origen, y por su condición socioeconómica. Además, está aquella violencia histórica construida sobre las mujeres y que se agranda para las que viven el encierro en la cárcel cuando han sobrevivido a la violencia doméstica, al abuso sexual, y en ocasiones a la explotación. La prisión, en lugar de ser un espacio de reparación, se convierte en una reedición de la victimización.
En este contexto de tantas violencias, la cárcel funciona como una implacable máquina de deshumanización que reduce a la persona a un número, que borra su historia, y consigue que su identidad quede subsumida en la lógica punitiva. Entonces, la posibilidad de que exista una herramienta que les permita a las mujeres recuperar su voz, su historia, su cuerpo, su sensibilidad y su subjetividad, se vuelve imperiosa.
Así, el arte surge como herramienta de resistencia que consigue des-disciplinar para ofrecer un espacio donde las mujeres pueden dejar de ser objetos de disciplina para convertirse en sujetas de creación. Es el trabajo que ha hecho este hermoso colectivo La Salvaja, cuyo nombre contiene la potencia de una lucha linda, que al mismo tiempo que da vida, muestra el esfuerzo colectivo de los encuentros con otras mujeres que abren su corazón para compartir sus historias, sus penas, sus alegrías. Ustedes consiguen que una sonrisa, que una máscara multicolor, o una flor repartida en el papel, acapare todo un pensamiento, toda una página. Así, dejan ver como se inventan estos rostros que surgen como si fueran las mariposas que se escapan por las rejillas del encierro. Las mismas que solo dejan ver una parte ínfima del paisaje.
Con estas actividades artísticas donde han logrado mezclar telas, colores, pinturas, papeles, cuadros, se forja una reapropiación simbólica del cuerpo y del espacio logrando que los corazones latan al unísono, como uno solo. Como si esta vez se burlaran del reglamento para danzar en permanencia sobre el llamado uniformado que grita, violenta y hiere; y ahora hacer de él un momento de risa, de escándalo corporal, de felicidad colectiva. Entonces, el cuerpo, que ha sido el objeto de vigilancia y de tanta contención, se libera, saliéndose de sí para entrar a un universo inventado, distinto, que lo muta y lo convierte en un instrumento de expresión y liberación. Danzando, cantando, pintando, abrazando, envolviéndose con otros ropajes el cuerpo se rearma, reorientado su energía y barriendo a la frustración, pues ha conseguido armar una obra que se emancipa y al volverse colectiva, los trasfiere como cuerpo vigilado para instalarse orgulloso en una obra creada.
Y así, se va subvirtiendo la identidad carcelaria que se busca imponer. Porque el arte en sus distintas expresiones, permite la narración de la propia historia -contada de otro modo- por fuera de los expedientes policiales o judiciales. Creando, las mujeres le dan sentido al sufrimiento para hacerlo visible, y permitir que en él se lea la violencia de un Estado y de una sociedad contra quienes ha vulnerado.
El arte, como un lenguaje que trasciende la palabra, permite la expresión de emociones y de experiencias a menudo muy difíciles de verbalizar. La creación actúa como un proceso catártico que logra construir una suerte de identidad alternativa, frente a la que se impone contra aquella concebida como monstruo. Al enfatizarse la performatividad y la visibilidad para subjetivar y constituir un sujeto, el arte, exhibido o representado, devela la existencia y la profunda humanidad de las mujeres del encierro, rompiendo el muro de invisibilidad que la prisión erige.
Claramente, el arte en las cárceles de mujeres, no es un simple pasatiempo o una mera actividad de “tiempo libre”. El arte es un derecho humano y una estrategia de supervivencia que surge frente a la violencia endémica del sistema penal.

Michel Foucault, en su obra tardía, introduce el concepto de “estética de la existencia”[1], para referirse a la práctica de la libertad a través del cuidado de sí, y convertir la propia vida en una obra de arte. En la cárcel, donde la libertad es negada, el arte se convierte en la única vía para que las mujeres puedan ejercer este “cuidado de sí” y su “libertad interior”.
Podría agregar que, si alguna vez las instituciones deciden invertir en programas como estos, donde un grupo de creadoras decide trabajar, dicha inversión no puede considerarse como un gasto, sino como una gran ganancia esencial en dignidad, y en la transformación social de mujeres que han sido marginadas por la sociedad y por el sistema penal. Su arte es su voz, es su sanación y sobre todo, su más poderosa forma de resistencia.
Felicito este trabajo porfiado y resistente de La Salvaja. Felicito el encuentro con un encierro que generalmente es pensado históricamente para quienes se consideran como un peligro. Pero son muy pocos y pocas que se detienen a imaginar estas condiciones de vida, estos sufrimientos cotidianos o estas angustias permanentes. Cuan fácil es juzgar sin intentar comprender como se tejen las existencias cotidianas. Cuan fácil es seguir el hilo de una vida conformista que no mira hacia los lados cuando esos mismos “lados” configuran el sufrimiento social.
Felicito a las compañeras que han realizado este trabajo. Felicito a esta bella publicación. Y felicito el seguir actuando a contracorriente de lo que ordena una sociedad basada en el egoísmo.
[1] Foucault, M. (2008) Tecnologías del Yo. Y otros textos afines. Buenos Aires, Paidos.



