Cultura es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias, la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.
Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales, 1982, México.
Cuando hablamos de un oficio que se vive desde el cuerpo, que se construye con el alma y se alimenta y sostiene a fuerza de pasión, lo más honesto es hablar a partir de la propia experiencia, del camino ya recorrido, del esfuerzo emprendido. Teniendo en consideración este leitmotiv, es que proponemos esta pequeña narración a modo de tentativo acercamiento al proceso de continuo trabajo y porfía que caracteriza al que hemos dado en denominar un «artista emergente chileno».
Hay que señalar que será difícil encontrar a alguien con un nivel de prolijidad y especificación tal, como para ser capaz de describir a un artista en proceso de formación. Cómo será el panorama al salir de la universidad, escuela o institución en donde recibe su formación, parece siempre ser una perspectiva opaca. Nadie tiene la valentía u osadía de mencionar a cabalidad el escenario futuro, será tal vez porque se debería reconocer un panorama un tanto vergonzoso e incluso irracional, considerando el nivel de desarrollo y crecimiento que proclamamos tener como país. Quizás sea necesario mencionar que hoy, a comienzos del año 2016, a 26 años del regreso de la Democracia, Chile sigue teniendo un presupuesto para cultura que no supera el 0,4% del gasto de la nación, bueno y sí…quizás da un poco de vergüenza mencionar esto. Lector/a, olvide eso último.
Al egresar de la universidad y emprender el salto a la realidad laboral, comprendemos de golpe y porrazo que es necesario abordar la carrera desde diferentes áreas, y eso finalmente termina siendo un buen desafío, ya que en este oficio siempre hay que ser de todo un poco: un poco artista, un poco profesor, un poco gestor, un poco contador, un poco artesano, un poco psicólogo, un poco estratega, y así suma y sigue.
Primer acto:
En este camino, y a causa de diferentes motivos, entramos al mundo escolar a través de talleres extra-programáticos (en mi caso, área Teatro). Estos se desarrollan generalmente una o dos veces por semana, y la mayoría de las veces las condiciones laborales son difíciles. Las exigencias por parte de los colegios son altas y, obviamente, al estar insertos en un sistema escolar que es vergonzosamente competitivo, exitista y con ansias de resultados, se hace aún más difícil proponer un área artística cuya lógica se plantee en contra de estos dos principios.
Contra la corriente, proponemos un método de aprendizaje en donde los resultados no importen. En su lugar, fijamos nuestros esfuerzos y atención en el proceso de cada uno de los niños y en el trabajo colectivo. Priorizamos la comodidad y el bienestar del grupo y alentamos que las decisiones sean tomadas por los propios integrantes del taller. De esta forma, las reglas propuestas en conjunto poseen un carácter democrático. El proceso de aprendizaje se convierte así en el objetivo principal del taller, en dónde el afán no es formar futuros actores, sino que potenciar sus propias habilidades expresivas y redescubrir la gama de posibilidades que puede tener el cuerpo y la creatividad de cada uno.
Creemos con fuerza en la democratización del arte y en el rol que cada uno de los participantes juega en este espacio.
Este nuevo desafío ‒las clases en colegios‒, que poco a poco se han convertido en una veta laboral común, poseen dos defectos de sobra identificados: son mal pagadas y muy demandantes.
Surge entonces, en este algo picaresco derrotero del «artista emergente chileno», la necesidad de emprender una labor paralela, para de esa forma procurarse esos odiosos hábitos del ser humano, tales como comer, vestirse, cargar el celular y un largo etcétera. Sin más, entramos de bruces al mundo del financiamiento estatal, el cual toma la forma de «fondo concursable» a través de los famosos y nunca bien ponderados Fondart. Estos fondos vendrían a ser una suerte de «Ruleta de la Cultura y las Artes» en donde el azar y los amigos en las comisiones y jurados revisores de proyectos lo valen todo. A través de su postulación es posible probar la resistencia nerviosa del «artista emergente chileno». Intenta una y otra vez, una y otra vez y nada. Al final, se vuelve shakesperiano, y culpa al hado y a la fatalidad por la constancia de sus cuitas. La frustración se apodera de nuestro personaje e incluso no es extraño que entre en una especie de náusea existencial y se pregunte en soliloquio balbuceante si fueron reales todos esos meses de trabajo, tiempo, esfuerzo, plata y pasión que le puso a su propio proyecto. Todo esto mientras un foco imaginario va disminuyendo el halo de luz bajo su figura abatida.
Fin del primer acto. Receso. Levántese, estire las piernas, ábrase una Pilsen. ¡Convide un poco!
Segundo acto:
En lo personal, en una oportunidad, cuando los resultados y comentarios sobre un Fondart no obtenido fueron de un nivel descarado, decidimos apelar a una segunda revisión del mismo proyecto y sucedió algo mágico. Asumieron su error y nos otorgaron los fondos: había sido una falla del sistema (sí, igualito que en Matrix).
Para seguir especializándonos (porque creemos en la continua formación y la constante búsqueda), yo, una de las tantas artistas emergentes chilenas, decidí hacer un diplomado y cuanto seminario interesante aparece mientras me alcance el tiempo, ya que en este escenario, además, a una se le ocurre la osadía de formar familia y tener hijos (¡habrase visto cuánto descaro!).
En conclusión (y no en colusión, que eso ya está fuera del quehacer del artista emergente chileno), a esta altura hace rato que el «artista emergente chileno» tiene que complementar sus proyectos culturales con trabajos informales de medio tiempo, pero que implican dinero estable a fin de mes.
Nos atrevemos a realizar diferentes talleres, innovar haciendo clases a jóvenes estudiantes de carreras como derecho, para potenciar sus habilidades comunicacionales, clases a profesores para mejorar el clima del aula y la relación con alumnos y colegas. Incluso, atrevidos como somos, estamos trabajando en la publicación de un libro que recopile las experiencias recogidas en talleres dictados a niños. Y bueno, esas otras facetas del oficio: filmar comerciales institucionales e incluso grabar algunas recreaciones en uno que otro matinal (sí, esas que, en las huinchas inferiores, al lado del reloj con la hora y la temperatura, dicen algo así como: «El enemigo bajo el mismo techo: mi nana le echaba mocos a los canapés de mis invitados» o «Murió la flor: el jardinero se acostaba con mi esposa͟»… tragedia pura, y el que piense lo contrario no ha leído a Sófocles).
Pero la pasión por el trabajo artístico persiste y uno tiene fe en que el panorama del 0,4% de aporte a la cultura va a cambiar pronto.
Tercer acto:
Una experiencia en particular marca, para mi colectivo artístico y para mí, un antes y un después: un proyecto en el cual hacemos talleres a niños en hogares del Sename. A través de él, descubrimos una realidad brutal y oscura, pero que nos ha dado la maravillosa oportunidad de ver con claridad que el arte en sí tiene un sentido absolutamente político y social. Sin esta función se vuelve vacío, carente de sentido y elitista.
Es entonces cuando se vuelve nítido el porqué y para qué, y esto pasa de ser una búsqueda a una reflexión profunda que decanta luego en una definitiva lucha.
¡Continuará!
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