/ por La Raza
Mucho tiempo después de muertas, como las estrellas, las luces catódicas siguen transmitiendo su esmirriado brillo. Esa presencia del pasado, en ocasiones, colisiona con estrépito contra el presente. Tal como sucede en estos días, en que la “televisión abierta” (irónico adjetivo, teniendo en cuenta su consuetudinaria cerrazón) transmite una teleserie que se ambienta en Chiloé y que tiene a la industria salmonera como centro aglutinante de su trama. La Fiera, fue una adaptación libre, y más que libre, de la Fierecilla domada de Shakespeare, que debutó en TVN por allá por el 99 del siglo pasado. La actriz Claudia di Girolamo estuvo a cargo del papel protagónico. Su personaje, Catalina, era la solitaria y huraña gerente de una planta de cultivo acuícola. Uno de sus rasgos más notorios era su abundante melena pelirroja que, sin ser doctor en semiótica, podía interpretarse como la expresión física de su carácter agreste. Este detalle, el color incandescente de su pelo, ensortijado y siempre suelto, pareciera hacer alusión al de la carne colorada de los salmones. Son los años del llamado oro rojo, y la presencia de los capitales extranjeros en la región es vista como señal inequívoca de progreso. Dominar el corazón salvaje de la heroína es, ahora lo comprendemos con claridad, controlar una producción extractivista volátil y desastrosa. Ese papel, que en la ficción desempeña Martín Echaurren -interpretado por Francisco Reyes (las anquilosadas fórmulas de la Concertación poseen un curioso paralelo con aquellas que determinan las parejas televisivas durante los noventa)- en la realidad fue asumido por el Estado. Exenciones tributarias, subsidios permanentes, fiscalizaciones blandas, o pactadas de ante mano; no existió mimo que el gobierno no estuviese dispuesto a hacer para cortejar a la empresa privada. Afuera de este tormentoso idilio, los chilotes y su precioso paisaje, eran meticulosamente esquilmados. El “área dramática” que circunscribió esta voraz relación, abarcó un perímetro que se extendió de forma pausada pero irrefrenable hasta nuestros días. Pareciera que en estos tiempos que corren, el viejo apotegma de Marx se invierte de manera drástica: la historia se repite dos veces, primero como comedia, luego como tragedia.
Mayo -el mes del Marx- desata pleamares, alberga ululantes oleajes y una que otra recogida de sucia espuma. La vigencia del filósofo alemán nos apremia a observar las contradicciones que impone el modelo económico neoliberal a la luz de un materialismo histórico capaz de ofrecer su quilla -también de factura latinoamericana- para navegar entre los sargazos actuales.
Otra marejada inminente es la que se aproxima año tras año, con el advenimiento del discurso del 21 de mayo. Preludiado por los actos cada día más deslavados que rememoran la gesta de los héroes navales, esa especie de minuto feliz en que el Estado transforma el congreso en un café con piernas de mala reputación para mostrarles las tetas al empresariado y juntos gritar: ¡viva Chile! Resulta infumable. Y, sin embargo, sus directrices político económicas sin brújula forman parte de la carta de navegación de esta nueva editorial.
Por lo pronto en La Raza Cómica consideramos tan predecible su recursividad cíclica, que nos atrevemos a jugar al oráculo con las principales escenas de la cuenta pública anual: vemos onanismo colectivo, invocaciones republicanas aparejadas de suaves golpes en el pecho; vemos buches con palabras como: “tradición”, “soberanía”, “gobernabilidad”; improductivos debates sobre el porcentaje preciso de promesas cumplidas y muchas, muchas posiciones mediocres. Vemos, cómo no, la incontinente veta histriónica de la clase política: lecturas dramatizadas acerca del orden y el progreso del feudo, mientras las cámaras de televisión encuadran las hordas de orcos intentando romper los muros de la fortaleza. En fin, discurso que adivinamos, sin coartadas esotéricas, impostado y de escaza reflexión, cuyas páginas hablarán poco de los derechos de los trabajadores y harto de sus deberes con la estabilidad económica del país. Nada de mar para Bolivia. Mucho de desastre natural y nada de la explotación humana y ambiental absoluta a la que fue sometida la comunidad chilota por décadas. Nada sobre el trabajo y la organización sindical en el capitalismo salvaje, menos de reivindicar el trabajo y el tiempo libre.
No nos engañemos; nos quieren vender la pescá. Como esa otra merluza, pútrida y bizca, llamada proceso constituyente, que nos quieren hacer pasar por fino congrio rosado. Y ya ni hablemos de la ley de pesca. Todas estas espinas atragantadas en el pescuezo, quisiésemos exorcizarlas mediante reflexiones profundas, cotidianas, inspiradas, y submarinas.
En ese contexto, La Raza Cómica tira el anzuelo (y abre una cerveza) en búsqueda de ensayos, columnas, crónicas y otros textos inéditos que aporten al análisis crítico de los trabajadores de la cultura sobre los procesos políticos de Chile y Latinoamérica, sobre todo de aquellos donde los pueblos postergados se ven en la incómoda y compleja situación de resistir procesos erróneamente dirigidos y cuyas debacles nos exigen solidaridad de clase y reflexión de todo tipo, menos complaciente.
Los invitamos a bucear por las tóxicas aguas de nuestra aciaga condición para arponear en el fondo marítimo al menos uno de los múltiples tentáculos del capital.
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La raza