/ por Pablo Barbatto
Hace unas semanas, revisando la programación bimensual que ofrece el GAM, me entero de una co-producción que me llama la atención. Un minuto feliz, pieza teatral escrita por el autor argentino Santiago Loza, toma como objeto/tema central el particular universo de las trabajadoras de los cafés con piernas del centro de Santiago, componiendo un relato en las voces de tres de estas mujeres, que en los inicios de nuestra transición democrática, ven aparecer los nuevos cafés, esos que con sus vidrios polarizados, estimulan aquella erótica fondeada y clandestina, tan de macho latinoamericano. Esos nuevos locales que al ofrecer tanta carne bien expuesta asesinan la inocente y seductora ilusión del negocio. Una amenaza para el trabajo de este trío de mujeres, que las lleva a pensar en torno a sus vidas, a su ser femenino y tal vez, entender un poco lo que subyace en un minuto de felicidad humana.
De inmediato al entrar en GAM y hacer la fila para entrar a la sala N1, me hago algunas preguntas en torno a la experiencia teatral a la que asisto: ¿Por qué un dramaturgo Argentino escribe sobre un tema tan propio de nuestro país? ¿El tema se lo propusieron o lo eligió? Si lo eligió ¿cuáles fueron sus razones? ¿Cuál es la necesidad de acudir a la mirada extranjera para analizar hechos o situaciones de nuestro país? ¿Se quiere diversificar el circuito creativo o más bien se trata de simple esnobismo?
Todo esto lo anoto en mi libreta de apuntes mientras la fila comienza a avanzar, obligándome a apurar la mano para apagar mi celular y entregarme a este minuto feliz.
Al apagarse la luz de la sala, y solo con las primeras líneas del texto, la voz de la actriz Paula Zúñiga en el rol de “La otra” nos transporta de inmediato al paisaje y el imaginario de las calles del centro de Santiago, el mítico café Haití, los vestidos cortos, escotados y ajustados, oficinistas y hombres solitarios y grises que se entregan durante horas en extensas conversaciones y coqueteos. Todo esto evoca el trabajo vocal de Paula Zúñiga en el primer minuto, sin dejarse bañar por una gota de luz. El texto de “La otra” poco a poco se vuelve una conversación con “La menor” del café, rol interpretado por Caro Quito, cuyo trabajo va adquiriendo a lo largo de la obra una sensibilidad que sobrecoge a través de su mirada, su ritmo, su tono. El lenguaje que Santiago Loza propone para estas mujeres de inmediato nos instala en el piso de un sensible vuelo poético, llevado a su expresión más profunda en el rol de quien es “La mayor” del lugar, Coca Guazzini. La propuesta mezcla escritura poética y voces/cuerpos interpretadas con un fuerte arraigo en el paisaje social (realistas). De esta forma el texto, al pasar por la voz de las actrices, nos podría sugerir un hablar muy similar a lo que ocurre con los personajes de Juan Radrigán, aquellos personajes marginales que elevan la poesía a través de una lengua que nace en las calles y en la población, aquellos malamente llamados marginales, digo, porque en palabras del mismo Radrigán, más que en los márgenes, son los cuerpos que viven en el meollo mismo de nuestra sociedad.
Son estas tres mujeres las que reconocen su labor a partir del deber de interpretar diversos roles: de madres, amantes imposibles, amores platónicos, psicólogas. Esos son los cuerpos de mujer, tres cuerpos que al mismo tiempo son uno y contienen tantos otros. La luz va develando el espacio poco a poco, una pasarela, tres mesas altas, dos barras, ellas con sus uniformes y sus tacos, un cuidado diseño escenográfico se nos va entregando en pequeñas dosis, y que junto a un trabajo de iluminación que seduce, hace que la visualidad se vuelva una capa más (profunda capa) de lectura para la puesta. La dirección de Aliocha de la Sota, lee de manera notable la progresión dramática del texto de Loza, que viaja desde la mirada de la mujer sobre su propia feminidad, la reflexión en torno a su trabajo, su ética profesional, sus deseos más íntimos y sus historias personales. Ellas se miran a sí mismas, se piensan a sí mismas, ellas ven el mundo y lo piensan porque se ven y se piensan. Es como una lección zen. Aliocha nos conduce en este recorrido como si acariciara nuestra mirada expectante, en un relato que adquiere un vértigo cada vez más potente y conmovedor. Ante todo, estamos frente a una obra profundamente humana, y la mirada de las artistas que componen este trabajo desde la dirección, diseño y actuación, sin duda alguna hace que el texto de Loza pueda a su vez hacer estallar la mirada de la mujer en nuestra sociedad de manera notable, sin concesiones, ni prejuicios. No podía ser de otra manera.
Al terminar la función converso un minuto con el autor:
– Me llama la atención que un dramaturgo argentino escriba sobre algo tan chileno. ¿Te propusieron el proyecto? ¿Cómo se gestó la idea?
– Cuando me propusieron desde GAM realizar este proyecto, me dijeron que eligiera un hecho o algún tema propio de Chile para escribir un texto y yo pedí trabajar con los café con piernas. Hice un primer borrador y junto a la directora y las actrices estuvimos visitando distintos lugares para investigar. Me preocupaba que el texto no fuera prejuicioso, ni autocompasivo. Ellas aportaron mucho.
– Ah, entiendo, ya habías trabajado con el tema de “la mujer”, “lo femenino”.
– Claro, Yo lo escogí. Hace tiempo ya que he trabajado el tema en otras instancias. También hago cine.
– ¿Y el relato lo compusiste en función de las historias y las mujeres con las cuales conversaban?
– En realidad nos centramos en la experiencia de una mujer, una de ellas en particular.
Una mujer que son esas tres mujeres. Me queda dando vueltas el devenir de la segunda mitad de la obra, el momento en que “La menor, La otra y La mayor”, se desdoblan a través del lenguaje, de la palabra, a través de ese relato final, la metáfora del minuto de felicidad. Una mujer puede contener muchas otras, una mujer puede contener muchos otros, una mujer puede contener su/un minuto de felicidad.
Vuelvo a mi casa con una grata sensación. La sensación de esa caricia, una caricia femenina de madre, hermana, amiga y amante imposible. Apoyarse en una teta, suave, y un beso en la frente. Me identifico de pronto con esos hombres grises que me evocaba la obra.
Reviso las preguntas que anoté mientras esperaba ver el montaje y no me parecen muy pertinentes. Me parece más vital poder reflexionar en torno a las miradas femeninas en la escena teatral local como importantes referentes, la coherencia en la posición que los artistas debemos tomar al momento de crear y entender nuestro oficio-trabajo como una necesidad real. Tan real y necesario como el trabajo de las protagonistas de la obra, que ven como su mundo cambia y se moviliza delante de la barra, en la gente de la calle y en los rostros de sus clientes. Ven el mundo porque se ven a sí mismas.
Me quedo pensando en estas tres mujeres/esta mujer Pienso en sus maneras de vivir A veces pienso que este mundo debiese ser destruido para dar paso a otra manera de vivir. Pienso que nuestra sociedad pide a gritos ser reconstituida Pienso que es necesario un mundo donde no haya crueldad Pienso que las mujeres son las encargadas de construir ese mundo Pienso que las mujeres reescribirán la historia de la humanidad Pienso que los hombres debemos acompañarlas en esta tarea Pienso que la historia del feminismo es la historia de los fracasos Pienso que no soy (no puedo ser) feminista Solo trato de leer como hombre los signos de nuestro tiempo.
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Dramaturgia: Santiago Loza Dirección: Aliocha de la Sotta Elenco: Coca Guazzini, Paula Zúñiga y Caro Quito Diseño de iluminación y escenografía: Rocío Hernández Diseño sonoro: Fernando Milagros
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Coordenadas: 6 Mayo al 4 Junio, 2016 Miércoles a Sábado – 21 hrs. Para mayores de 14 años Duración de la obra: 1 hora Centro Cultural GAM Sala N1 / Edificio B, piso 2 $ 6.000 Gral. / $ 3.000 Estudiantes y 3° edad
Perfil del autor/a:
La raza