/ por Macunaíma Siguanaba
Todavía resuena Valparaíso como campo de batalla y su murmullo coexiste en el discurso reaccionario y en la épica revolucionaria. Nos hemos preocupado de leer y criticar la primera, de denunciar constantemente su construcción mediática a favor de la mercantilización de la política, pero la muerte de Eduardo Lara exige hacer un esfuerzo por discutir y despejar la segunda, buscar los puntos de tensión. Ya sabemos de dónde viene la violencia, pero es necesario pensar en cómo hemos administrado su fuerza destructora.
Desde el 90 a la fecha se ha construido en las calles alrededor del Congreso una imagen de resistencia frente al orden y el progreso de la primera república neoliberal que se santigua año tras año con su mensaje presidencial. De su caracterización anual podríamos hacer una lectura política sobre los cambios de estrategia tanto de los partidos de tradición socialista y comunista como del movimiento social más o menos articulado, quienes desde dentro y quienes, desde fuera, y ese afuera jamás lo hemos pensado sin violencia, porque hasta el momento lo único permanente es la represión.
La escena parece ser la misma. Los ritos se encargan de perpetuar el simulacro: el congreso, la bancada, la espera, la alfombra roja. El 21 de mayo anuda las voces y los silencios que corren por partida doble: lo que el discurso oficial dice y lo que no dice, lo que la calle dice y lo que no. Ambos universos conviven custodiados por ese territorio donde nunca se reúnen lo social y lo político. Más allá de la frontera (republicana), otra batalla se despliega entre los mismos que luchan contra la clase política, sus instituciones y sus veladas formas de reproducción de la violencia. Este 21, el paisaje de la naturalización fue explosivo.
Pero, antes y después, aparecieron otras instantáneas: fotografías en el Mineduc, selfies fuera de La Moneda. Nos gustaría sostener que el sentido de la notificación aparecida la semana pasada, ese “notifíquese”, constituye más que un aliento, incluso imaginar que esa declarada ofensiva dejará atrás la sintomática violencia interna que impregna al movimiento social y lo divide (festinar con los quiebres de unos, infantilizar las acciones performáticas de otros)…
Fábula
«Actuar” como el malo de una película gringa, como el payaso siniestro, con abigarrada, violenta, irresistible desmesura. Asumir la caricatura de lo antisistémico. Actuar por inercia, acompañado, pero solo. El prolijo desempeño del papel. La magnífica, impecable, sobresaliente, interpretación. Contribuir a que las nociones de justicia sean dictadas por el empresario heroico y el policía bonachón. Todo esto en una filial periférica, subdesarrollada, y brutal, de la por siempre represiva, ciudad gótica.
Acerca del fuego y el poder
Un buen día, la mala noche se enciende. El grabado no es nuevo. La inquisición quemó a un millar de infieles abrasados en piras humeantes y monstruosas. La carne chamuscada de los vencidos; el acre perfume de la evangelización. “Nada purga la culpa mejor que el fuego”, aseguraba sereno y parco el poder. Pero en secreto, eran los alaridos, los desgañitados estertores, la horrible agonía, lo que constituía el escarmiento dirigido a los futuros conjurados. Más tarde o temprano en este juego de flamas, fue el turno de las mujeres. Retablos en los que la “bruja” carbonizada espera que el cierzo le borre, de una buena vez, la rencorosa ceniza de haber nacido hembra en los festines del macho. Tampoco habría que desdeñar en este abreviado catastro, aquella postal en que el poder atiza la fogata con la asustadiza piel del libro (imposible decidir qué crepita con más fuerza, si la prosa o el verso). Y, sin embargo, el encuadre actual es, sin duda, un refinamiento en los sagaces artilugios del poder. Hoy, observa a distancia la hoguera. Y aunque el fuego continúe siendo un poderoso aliado, ya no interviene en aquel antiguo, aparatoso e insalubre, acto de combustión. Es en el bisbiseante fulgor de las brasas, en donde ahora funda sus fríos cuarteles. Apaga lo que prende, aplaca aquello que enciende.
Las fuerzas del orden
Hombres y mujeres olvidan constantemente que las armas no son de juguete, que el gas lacrimógeno asfixia y puede generar un paro cardio-respiratorio, que el chorro del guanaco es capaz de azotar a una persona y dejarlo en la agonía, que una patada o un lumazo en la vagina puede inducir un aborto. Olvidan cambiar el Mega y cuestionar el cuentito ese de que somos enemigos, que los niños y niñas no son ningunos santitos, que por qué no marchan calladitos sin violencia. Ellos prefieren que sus hijos e hijas sigan pateando piedras, pero ponen un grito en los medios si es que las tiran, medios que crean sus propios monstruos capaces de disparar a mansalva. Por eso… Paco/a, escucha. La cosa es contigo, la cosa es con tu esposa, con tu compañero/a, tus hijos, tu familia y tu población. Entiende, no es contra ti, sino contra el Estado, el gobierno y los empresarios que proteges. Es contra eso que representas, ¿te representan? Es con la frustración de no poder cambiar este sistema y el miedo que por años han cimentado tus armas, que insistimos, no son de juguete. Debes imaginar nuestra fascinación por ver los soldaditos arder y derretirse.
Y así también hay veces en que no sabemos con precisión (que acaso no podría haberla) qué distancia debemos guardar. Es cierto que jugar obsesivamente con el fuego es un gesto que nos maravilla desde nuestra más tierna infancia. Las cenizas, sin embargo, nunca nos agradaron. Intuitivamente siempre supimos que los trabajos de limpieza no eran lo nuestro (De sólo decirlo nos incomodamos).
Los juegos, cuando priman las reglas y la repetición, son arrebatados y se transforman en deportes; y así como en éste, en casi todo deporte los ojos televisados están puestos sobre los hombros de los profesionales. De aquellos que, a pesar de que nosotros no cumplamos, sabemos florecerán en la pantalla: cruzando la banda o escupiendo al rival. El resto la mayor parte del tiempo simplemente está fuera de foco. Quizás, como en el juego arrebatado por el deporte, sea necesario volver a la espontaneidad del amateurismo o la infancia, según se prefiera. Ahí donde sabemos que no habrá un juez (¿de línea?) que anticipe nuestra creatividad.
Y ningún tipo de autoridad que limite nuestra capacidad para destruir, porque toda crítica que guía un movimiento político social debe ser destructiva, tal como lo es el niño que deseando ver el "alma" de su nuevo juguete "... da vueltas y más vueltas a su juguete, lo araña, lo agita, lo golpea contra las paredes, lo tira al suelo. De vez en cuando hace que recomience sus movimientos mecánicos, a veces en sentido inverso. La vida maravillosa se detiene." (Moral del Juguete).
Con tristeza vemos cómo la violencia, tanto dentro como fuera de los movimientos sociales, es incapaz de ser administrada con fines destructivos legítimos; como crítica del sistema capitalista en todas sus formas, incluso las más sutiles. Sólo cuando se detiene la vida maravillosa, cuando se acepta que no existe nada esencial, esa fuerza hija de la represión puede ser retomada por la política, destruyendo lo que no sirve, tomando los trozos y armando un juguete que funcione al revés. Quizás ese rechazo a los esencialismos es el primer paso para una ofensiva política, pero también vivencial. Nada de un amor profundo y eterno, ninguna República que cuidar, ninguna ideología que justifique la violencia irracional, sólo el deseo de romper con cada una de las ideas que no le sirven a la vida, de abrirlas y mostrar que no tienen alma, y por tanto, que no son constitutivas de nada más que del discurso dominador.
Es que no hemos encontrado la forma.
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[Foto 2] Rodrigo Sáenz / Agencia Uno
[Foto 4] Iván Alvarado / Reuters
La raza