/ por Cristián Pacheco
No es ningún secreto que Facebook determina qué merece aparecer en nuestro «muro» mediante un algoritmo que jerarquiza las publicaciones de acuerdo a la frecuencia y tipo de interacción que tenemos con ellas y con nuestros contactos. Tampoco es desconocido que un porcentaje reducido de «perfiles» generan contenido y que la mayor parte de los usuarios de redes sociales replican material proveniente de medios de comunicación tradicionales, instituciones o empresas.
El aparato comunicacional en permanente expansión crea y se apropia de nuevos lenguajes para mantener nuestra dependencia a la agenda informativa y al sentido común que sus páginas –de papel y digitales– construyen diariamente. Incluso es capaz de inventar puestos de trabajo miserables para que los profesionales de las comunicaciones utilicen sus habilidades para «administrar la comunidad» y así fidelizar a sus públicos en torno a sus marcas y productos.
En ese escenario desigual y hermético que construyen los medios, parecen interesantes las nuevas formas transmediales de expresarse como los memes, gifs y otros contenidos virales que desde el absurdo ironizan con la realidad política, social y cultural, sin pretensión siquiera de hacerle cosquillas al sistema. Aunque no podemos negar que nos entretienen, sabemos que la mayoría son consignas vaciadas de contenido y apropiables por parte del discurso liberal. Ahí Facebook nos pasa la cuenta.
Así, sin estrategias rebuscadas, la supuesta libertad y dinamismo de las redes sociales encierran en realidad una rígida y bastante tradicional asimetría en los flujos de ideas. Y como este sistema se ha perfeccionado, ahora también es capaz de fagocitar cualquier apuesta independiente que haya consolidado cierto «alcance», sosteniendo al mismo tiempo el mercado y la ilusión liberal del emprendimiento y su aún esperada movilidad social. Ante esa necesidad de proyectar nuestras ideas libres de cualquier estela de representatividad, los «estados de Facebook» resultan interesantes y hasta un avance. Pero hay que superarlos.
No me refiero a los estados viscerales, mucho más que necesarios; ni tampoco a esos que con afán paternalista intentan iluminar al resto de sus contactos. Me detengo en esos capaces de desplegar la densidad teórica utilizando la vida y sus representaciones para reivindicar lo íntimo en su dimensión política y darnos en la cara con nuestras contradicciones. En los que no tienen miedo de evidenciar comportamientos naturalizados o cuestionar verdades irrefutables de los defensores de la alta cultura.
Me entusiasman esos estados porque, más allá que algunos hagan una utilización maniquea del gesto, tienen conciencia de su potencial amplitud, de que personas que están fuera de nuestros círculos habituales podrían leerlos –así como conocidos de la vida con distintos trayectos y por tanto con distintas visiones de la realidad. Veo en ellos el caldo de cultivo para la construcción de nuevos medios capaces de recuperar la palabra y disputar lo que el poder determina visible o audible en el debate público. Muchas de esas lúcidas reflexiones quisiera que pudieran ser leídas también por todas y todos los que ven el Mega por la mañana, los que leen La Segunda por la tarde y los que se informan con TVN por la noche.
Es tiempo de superar el estado Facebook y estar dispuestos a que nuestras ideas sean comentadas y juzgadas más allá del algoritmo, más allá del espacio cómodo en el que nos mostramos. Asumiendo que no es posible ni deseable que todas y todos seamos «amigos», y dejando de lado, por cierto, las pretensiones de verdad. Hay que bajar de la nube y volver a disputar el sentido común colectivamente en los espacios que creamos pertinentes y donde mejor entren en diálogo nuestras reflexiones.
No es una convocatoria abierta a escribir en tal o cual revista, blog o página. No es el medio contra la red, tampoco el papel contra el digital. Es la articulación de ideas contra su dispersión, más aún cuando entendemos que el archivo y el documento son necesarios para que cada reflexión esté situada y no estemos publicando sólo los recuerdos que Facebook seleccione. Todo el resto se pierde en el océano digital.
No hablo de conspirar contra Zuckerberg, ni de eliminar las redes sociales a favor de nuestro encuentro en el espacio público. Mucho menos de cuestionar lo que a cada cual le plazca compartir en esta plataforma. Se trata de que nuestras ideas se puedan juntar con otras ideas, abrirlas al debate colectivo y proyectar esa articulación.
Podemos vomitar en las redes, pero cuando hablamos de diálogo, éste debe ser pausado, con la pasión puesta en las ideas, sin la ansiedad de una competencia de ingenio. Podemos darle todas las vueltas necesarias al cubo rubik hasta lograr coherencia, incluso encontrar la unidad de sus colores, pero ese es un juego muy solitario.
Y solos no lo damos vuelta.
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[Portada] Ilustración del cubano Michel Moro.
Perfil del autor/a:
Entendiendo la idea, pareciera ser que sugieres una especie de nueva agora digital, que tome aquellos estados lucidos y habidos de sabiduria para entrar a debatir de manera abierta y publica nuestros problemas sociales y politicos. Si es asi, estoy de acuerdo. Creo que el poder de la experiencia compartida, lo que no necesariamente pueda ser lo acertivo, nos lleva a un debate practico y honesto, basado en lo vivido,no en teorias muchas veces inaplicables. El punto es como!!!.
O quizas los vapores fueron los equivocados al momento de leer el articulo. Si fue asi, hasta luego.