/ por Chico Jarpo
Tal vez sea una exageración atribuir a la acción de “atrapar” un lugar relevante en la evolución de la humanidad, por más que los expertos insistan en que la oposición de los dedos pulgares significó un salto trascendental en la técnica para exterminar piojos. El ceviche y el sushi, por otro lado, parecen ser consecuencias directas del acto de atrapar un pez. Y hablando de especies marinas, el capitán Ahab pasa una montonera de páginas tratando de capturar ese resbaladizo cachalote blanco en esa famosa novela que, he de confesar, no he leído aún (no sé bien por qué me da un frío enorme abrirla).
¿Pero qué sacaríamos con angustiarnos si no conseguimos atrapar el sentido completo del párrafo anterior? Poco y nada (¡y qué formidables ingredientes son esos dos para comenzar una lectura!). Iniciemos otra persecución semejante. Es probable que la gran promesa del neoliberalismo consista en garantizar una disposición virtualmente infinita de mercancías. Y, sin embargo, no todas debiesen ser ponderadas de la misma forma. Algunas de ellas parecen llevar la impronta de la época en su hechura, a pesar de –o como consecuencia de–, precisamente, su carácter volátil y elusivo. Si el automóvil constituyó el fenómeno epónimo de un sistema de producción caracterizado por la cadena de montaje al interior de los países capitalistas desarrollados durante la primera mitad del XX, la compra de aplicaciones de pago para celular parece ser un modelo arquetípico de la hipertrofiada tercerización de los tiempos que corren. Y esto porque la adquisición de productos virtuales opera con la misma lógica evanescente y especular que anima los flujos bursátiles. Su escala mundial opera como un síntoma cultural de nuestra contemporaneidad –al menos en ese cálculo terráqueo que proyecta un consumo global pero que, como sabemos, siempre posee excluidos.
Por otro lado, no deja de ser brillante y perverso a la vez que su principal estrategia de comercialización haya adoptado la dinámica del juego como concepto central. Esto ocurre porque ya no se trata, como en los ochenta y noventa, de incluir a la niñez dentro de un rango etario de consumo, sino de extender las mercancías dedicadas a la infancia hasta bien pasada la adolescencia. Bueno, y ya ve como la gente apretujada en el metro siempre encuentra un resquicio para iniciar o reanudar una partida en sus teléfonos.
Esos son algunos de los antecedentes que habría que considerar al momento de referirse a la llegada de Pokemón Go a Latinoamérica. No deja de ser curioso que su descarga haya experimentado un significativo retraso respecto al resto del mundo. Ese solo detalle traiciona toda la idea de una democratización globalizada del consumo; la dilación es un diligente recordatorio de nuestro indeleble tercermundismo.
Pero, por encima de estos chamullos del mercado global, está la flagrante innovación que inaugura este servicio. Hay que pensar en primera instancia en la trasposición de estas figuras animadas en el contradictorio paisaje sudaka como un hito que instala una nueva forma de relacionarse con el espacio a través de los aparatos tecnológicos. La mediación absoluta de un juego que homogeniza sus reglas imponiéndolas a la diversidad de entornos cotidianos de sus posibles usuarios, logra penetrar en la vida diaria de una manera profunda y tramposamente condescendiente con la geografía del jugador. El reciente reclamo del parque por la paz Villa Grimaldi, ex centro de detención y tortura, debido a la presencia de algunas especies de esta extraña fauna virtual en su recinto, es un ejemplo concreto del arbitrario e impertinente mapeo que realiza el software. Existe, en ese sentido, un preocupante despojo de los sentidos simbólicos arraigados en los territorios. Pareciera que, de cierto modo, para los desarrolladores del juego los individuos adquirieren un estatus similar al de estas criaturas digitales. En pocas palabras, se estimula la creación de una comunidad de personas que deambulan “libremente” por espacios sin historia. “Libre, como el sol cuando amanece yo soy libre” … ya se sabe el resto de la letra.
Y es que detrás del éxito de la aplicación se encuentra la solución a un dilema que hacía incompatible la esencia de los “dispositivos móviles” (que nunca fue otra que la capacidad para desplazarse con plena autonomía) con la operatividad inherente al “juego”, que exigía, por el contrario, la abstracción del espacio circundante y la permanencia estática durante la interacción. Pokemón Go logra, en cambio, conciliar esa contradicción por medio de un tránsito humano programado por sofisticados algoritmos. Pero no nos equivoquemos, no es el juego el que sale a la calle, son los usuarios los que ingresan a la lógica de la aplicación[1].
Esta inversión del orden de los términos se nos presenta de manera transparente cuando logramos comprender los réditos económicos que obtiene esta versión móvil de la franquicia. Porque si bien es cierto que un porcentaje visible se asegura mediante las compras al interior del juego, es casi seguro que la localización avanzada (o geolocalización) que se instala en el celular para poder correr el programa, permitirá muy pronto que los usuarios sean bombardeados con mensajes publicitarios ya no solo dirigidos a sus hábitos de compra sino también a su ubicación espacial: “¡entrenador, tienes un Mac Donalds a tres cuadras de distancia, pasa a reponer fuerzas!”.
En otras palabras, no son realmente los jugadores quienes atrapan a esta desbandada de peluches virtuales, sino que son los usuarios los que son cazados por enormes bases de datos y entrenados en los rentables circuitos del consumo trasnacional. Así las cosas, los millones y millones de usuarios de la aplicación con el tiempo se habrán convertido en los sumisos monstruos de bolsillo (pocket-monsters[2]) de los grandes capitales.
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[1] La Raza Cómica, sin embargo, no quisiera empantanarse en una visión apocalíptica, aunque no tema presentar al monstruo en toda su magnitud. Para nuestra revista una cosa resulta clara: subestimar al sistema es una estrategia condenada al fracaso. Por eso tiene un ejercicio de realismo fragmentado (que rivaliza con el efecto de “realidad aumentada” que promete la aplicación) para proponer a sus lectores y colaboradores, que muy pronto anunciaremos.
[2] La etimología japonu.s.a ha indicado que esa es la contracción que da origen al nombre Pokemón
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La raza