/ por La Raza
Santiago de Chile. Agosto, 2016.
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En una época en la que el mundo tiene al alcance de su bolsillo un aparato con la capacidad de capturar fragmentos espaciotemporales, la palabra disparo adquiere nuevos sentidos. Disparar una imagen es, de cierto modo, participar de una guerra donde cada momento debe ser replicado en su doble visual, donde la existencia está condicionada y condenada a su representación.
Pero la posibilidad del disparo amplificada por el progreso de la técnica es un fenómeno reciente. La necesidad democratizadora del consumo ha puesto en cada mano una cámara, pero no ha renunciado al control de su uso. Apagar cámaras sigue siendo, al parecer, la manera más eficiente de hacerlo.
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La mañana del 22 de septiembre de 2015, Felipe Durán, fotógrafo, es detenido en su casa por infracción a la ley de control de armas y explosivos y a la ley de drogas. La semana pasada, luego de 300 días en prisión, es absuelto por falta de pruebas. Nada de esto es nuevo ni, por supuesto, casual.
Cuando la concentración de medios no es suficiente para invisivilizar la disidencia, se recurre a formas más extremas: el encierro del fotógrafo. El derecho penal, en tanto herramienta de control social, es así instrumentalizado para criminalizar la resistencia y despojar de armas a un pueblo en lucha.
Lo cierto es que esta estrategia tiene efectos concretos: el encierro -y con ello, la ausencia de registro- por prácticamente un año del principal fotógrafo de una zona en conflicto como el Wall Mapu. Y, en ese sentido, aunque pierdan, ganan. Y de pasada amedrentan, utilizando el potencial simbólico del derecho penal. El mensaje es claro: «Si usted quiere sacar fotos de esto, si quiere apoyar la causa, hágalo, pero aténgase a las consecuencias».
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No es primera vez que esto ocurre. En La Batalla de Chile, película censurada por más de 40 años en la televisión pública, Patricio Guzmán muestra la muerte en primera persona del camarógrafo y periodista argentino Leonardo Henrichsen.
No sólo registra su propia muerte, también registra, dos meses antes del golpe de Pinochet, la verdadera cara de un sector del ejército chileno.
De nuevo, un año después, en noviembre de 1974, Jorge Müller, el camarógrafo de este mismo documental, es detenido junto a su pareja por agentes de la DINA para posteriormente, al igual que otros cientos de chilenos, ser desaparecidos.
Y otra vez, 12 años más tarde, en el período más álgido de la resistencia contra la dictadura, Rodrigo Rojas DeNegri es quemado vivo por militares. Abandonado en una zona rural, el jóven fotógrafo muere cuatro días más tarde.
Aquí, la batalla adquiere su forma más cruda. Es el disparo de la represión el que apaga estas cámaras; pese a ello, las imágenes registradas quedan como testimonio del enfrentamiento.
4
Sin libertad de prensa, se afirma, no hay democracia.
Sin embargo, ni la cantidad de medios presupone diversidad, ni la diversidad presupone independencia. Y en ese sentido, quiérase o no, la libertad de expresión es fundamentalmente un mito.
Pues si se tiene el dominio de la dinámica de la información, se tiene ganada parte de la batalla. Lo que antes, por regla general, se lograba mediante coacción física; hoy por hoy se consigue a través de la fabricación de consenso.
5
Los tiempos cambian, y como en el sueño de un Borges ciberpunk, miles de carreteras de datos atraviesan la geografía terrestre transmitiendo imágenes, sonidos y textos, abriendo puentes de comunicación instantáneos. La proliferación de voces alternativas se vuelve una posibilidad concreta, y con ello la disputa por la construcción de sentidos se agudiza. Porque cuando los medios de comunicación masivos ven amenazada su habitual hegemonía en la batalla de las imágenes, abandonan la posición defensiva de atomización y desmovilización de las masas, y pasan a ocupar el rol de agitadores y organizadores de la reacción. Así, la mano del poder aparece para restituir el entramado de discursos que él mismo ha entretejido y, de ese modo, autoafirmar su vigencia.
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No nos engañemos, la realidad aumentada se vive en Chile mucho antes de la llegada de Pokemón Go. Cada vez que encendemos la televisión, cada vez que abrimos el diario, mito y realidad se superponen en un escenario en el que el poder político y el poder económico aparecen como los principales agentes discursivos. Pero lo que interesa no es tanto acusar a los grandes medios de manipular la información; es bastante obvio que es así; de lo que se trata aquí es precisamente de evidenciar, a través de ciertos sucesos recientes, un cambio de estrategia en la utilización de los medios, reflejo de un cierto temor. Del temor a que las mismas herramientas que han sido tradicionalmente manejadas por unos pocos estén ahora en manos de muchos, y que algunos, como Felipe, las estén empleando para retratar la verdadera cara de un sector de la sociedad chilena.
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La raza