/ por Andrea Sato
Búscate un trabajo, estudia algo, la mitad del sueldo y doble labor
Si te quejas allá está la puerta, no estás autorizada para dar opinión
[…]
En la casa te queremos ver, lavando ropa, pensando en él
Con las manos sarmentosas y la entrepierna bien jugosa.
«Corazones rojos», Los Prisioneros
Como feministas estamos acostumbradas a escuchar que nuestras demandas son secundarias frente a la explotación del capital. Es recurrente que los “compañeros” expresen que cuando alcancemos la anhelada revolución el patriarcado caerá de forma automática, sin tomar en cuenta que la violencia ejercida sobre las mujeres y lesbianas antecede la imposición del sistema capitalista.
El patriarcado coexiste con el capitalismo, históricamente se han imbricado y potenciado en un contexto donde las mujeres hemos sido las “proletarias del proletariado”. Según distintas economistas feministas, ambos sistemas no pueden ser explicados por separado y que han sido falsamente aislados cuando, de hecho, están en una relación de mutua dependencia. Es en esta línea que desde la economía feminista se ha hablado de un “patriarcado capitalista”.
El patriarcado beneficia al capital por dos vías claras. En primer lugar, el capitalismo es un sistema que tiene puestos vacantes de trabajo, esto crea jerarquías entre los asalariados (profesionales, técnicos, obreros), pero no establece quien debe ocupar esos puestos disponibles. La jerarquización social se determina a través de otros elementos, estos elementos son generalmente culturales (nivel de educación, capital cultural, redes, sexo/género).
De hecho, es el patriarcado, a través de la división sexual del trabajo, el que provee disposiciones para jerarquizar el mercado laboral. Es por esto que el patriarcado se erige como sistema político que colabora en la inclusión (o exclusión) de las mujeres y lesbianas en la producción económica.
En segundo lugar, se acepta la idea de que el trabajo doméstico es beneficioso para el capital, pero es también beneficioso para los hombres (como maridos, parejas o hijos), es decir, que el trabajo doméstico nace desde una conveniencia entre ambos sistemas de opresión. El trabajo de cuidado (focalizado principalmente en el trabajo de cuidado no remunerado que se realiza en el interior de los hogares) cumple una función esencial en las economías capitalistas: la reproducción de la fuerza de trabajo. Sin este trabajo cotidiano que permite que el capital disponga todos los días de trabajadores y trabajadoras en condiciones de emplearse, el sistema simplemente no podría reproducirse. La división sexual del trabajo resulta entonces una consecuencia obvia del matrimonio entre capitalismo y patriarcado.
Sin embargo, esto no implica que ambos sistemas coexistan en perfecta armonía. El ejemplo histórico suele ser el conflicto de intereses que se produjo en los inicios de la industrialización. Mientras el capital necesitaba disponer de la barata mano de obra femenina en el mercado, los movimientos obreros, dominados por hombres/maridos, no querían perder el control directo sobre las mujeres en el hogar y la explotación del trabajo doméstico. Dicho conflicto, según distintas autoras, se saldó con la expulsión de las mujeres del trabajo asalariado a través de la promulgación de leyes protectoras del trabajo femenino y la instauración del salario familiar. Por tanto, el salario familiar sería símbolo de la complicidad del capital y los hombres y no una reivindicación para la clase obrera. Vale recalcar, que el conflicto permanente entre capital y patriarcado, se funda en la competencia del mercado y los hogares por la fuerza de trabajo femenina, ambos espacios buscan extraer el plusvalor de las mujeres, ya que en ambos lugares la mano de obra femenina es precarizada.
Considerar que el capitalismo es un sistema que engloba las problemáticas de género, es no comprender que las mujeres vivenciamos distintas violencias en múltiples espacios y que son naturalizadas tanto en el espacio público como en el privado. El matrimonio entre capitalismo y patriarcado potencia la violencia sobre las mujeres y lesbianas, ubicándonos en una posición secundaria al servicio del dinero y los hombres.
Esta reflexión apunta a develar las estructuras que se nos imponen desde el patriarcado capitalista. Se nos ha hecho creer que la inclusión de mujeres y lesbianas en el mercado laboral actúa como liberador ante el yugo de los hombres, pero en realidad lo opresivo es un sistema combinado entre capitalismo y patriarcado. La autonomía de mujeres, lesbianas y trans debe ir enfocada a construir nuevas formas de organización de la producción y la redistribución de la riqueza. Como feministas no deseamos vernos sometidas a la explotación capitalista, buscamos (de)construir nuevas lógicas de relaciones sociales, amorosas y económicas, que nos permitan vivir en libertad.
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La raza