/ por Gustavo Ramírez
Escenas de la vida familiar, (2016) el primer libro de Simón Abufom funciona como una suerte de navaja suiza. Compacto, breve, lleno de pequeños escondites en los que es posible encontrar historias menudas; cuentos que se despliegan con cierto brillo breve y metálico, que a medida que se extienden ante el lector, dan paso a una hoja gruesa y principal. Como la navaja, no nos debiese confundir el trabajo preciosista de su diseño, ni esa extraña y a veces algo inquietante similitud con las encantadoras formas del juguete, adentrarse en la lectura de estas narraciones de forma descuidada podría provocarnos una herida. Se trata, entonces, de un trabajo que no carece de filo. Y esa quizás sea la justa advertencia con la que debiésemos prevenir de antemano al lector. Inscrita en el dintel del umbral, el pasajero debiese tener en cuenta algo que jamás debió olvidar, que las hojas del libro también cortan.
En esto el autor es tan mordaz como meridiano. Porque, cabría preguntarse, ¿si acaso es posible narrar la vida familiar, sin remitir a las llagas que la conforman? Si no es precisamente ahí donde experimentamos por primera vez los parámetros de lo que será nuestra conflictiva relación con el mundo. Es por cierto esa acepción de lo “familiar” opuesto a lo desconocido, lo extraño y lo amenazante, otra clave de lectura del texto. Así, uno de los puntos que hilvanan la progresión narrativa del libro son estos breves, pero intensos momentos en que los personajes experimentan lo familiar como ajeno o, de pronto, logran de forma dialéctica, encontrar la pista, para redimir el flujo subrepticio del equívoco fundante. El golpe estridente de unas teteras tiradas en el patio trasero de una casa, tañidos por el diapasón frenético y desconsolado de una madre, o el momentáneo quiebre con la retórica alienada de un salvavidas en un balneario de moda, que recuerda la paralizante admonición materna: “respeta carajo”, forman parte de este vívido retablo.
Hay por eso en Escenas de la vida familiar una dedicación extrema en el trazo que determina la forma. No sólo en la apuesta por la filigrana que nos presenta el autor a través de estos cuentos, escritos con una economía de recursos notable, sino sobre todo por esa perspectiva reposada y compleja, que no admite interpretaciones maniqueas en las temáticas que aborda. Esto no quiere decir que el texto no tome partido. Confundir esos dos planos es de hecho uno de los errores políticos más desastrosos que podemos cometer. Afirmaré entonces que este es una colección de cuentos con una marcada impronta antipatriarcal.
Existe en cada uno de ellos la constante alusión a la esfera masculina dominante. Se genera de este modo un tópico que atraviesa la obra e imanta la composición de gran parte de los personajes.Esa fuerza centrípeta, en ocasiones, se encuentra encarnada en los hombres, como en No, donde un prepotente padre hace un escándalo frente a su asustado hijo en la caja de un supermercado. Sin embargo, en otras, pareciera que las lógicas autoritarias que integran el régimen patriarcal, permean a toda la frugal constelación que extienden estos relatos. Por supuesto, esto no quiere decir que se trate de una ley infranqueable y perpetua. Al contrario, reconocer el poder de su presencia es el primer paso para torcer su curso.
Son de hecho las pequeñas y profundas síntesis que logran extraer algunos de los protagonistas de estas historias las que permiten trasponer la eterna reproducción de la ideología patriarcal. Es, por ejemplo, la imposible y delirante Paulina Nin, en La Sombra, el cuento que por derecho propio representa la cuchilla de esta navaja suiza, quien consigue por medio de la confrontación constante con la figura paterna, resolver la aguda crisis existencial en la que se encuentra sumida. La historia, que compagina de manera formidable lo “familiar” en aquella acepción de lo dado, natural y reconocible, con la farándula, entendida como la cultura inmediata y masiva, es un ejercicio narrativo tan arriesgado como bien resuelto.
En ella la animadora de televisión alterna mensajes de texto a su despreciable círculo cercano, incluido por cierto su ex pareja (sí, Giancarlo también sale al baile), con el argumento del Turco lascivo, folletín filosófico-erótico, que es una de las novelas que le regaló su padre y que rememora constantemente a lo largo del cuento. La cautivante historia de Nair y Badir, los primos que se preparan para acostarse con dos señoritas inglesas en un elegante salón de Estambul, se convierte en un relato incrustado que calza con cálculo prolijo en la armonía que alcanza la obra en su parte final. Ahí nuevamente se enfatiza en la necesidad de traicionar las expectativas de género, formatear la programación de los impulsos, sin dejar por un segundo de reconocer el desgarro que significará hacerlo. Esa constante fricción entre filiación y afiliación, es decir, aquella pugna que sostienen los valores heredados y los adquiridos, que teorizara Edward Said, es uno de los horizontes que permite vislumbrar la resolución que propone esta colección de cuentos. Después de todo, que el rostro de la tv, esté dispuesto a perder su rostro, con tal de dejar atrás la barbarie del fascismo, la mediocridad y la farándula, es una aspiración realista a la que se llega a través de un recurso de lo más surreal (o sur-real, deberíamos decir).
De esta manera Simón Abufom rompe absolutamente con la sospecha, a mi modo de ver tan perniciosa, de la referencialidad testimonial en la literatura contemporánea (sobre todo aquella que acude a la cantera autobiográfica de forma un tanto facilista). La huida hacia el pretexto farandulero, con todo y su espectacular superposición del Turco Lascivo, regresa al artificio como extrañamiento, ese mismo que los teóricos rusos primero, y Bertolt Brecht luego, y Cortázar más cerca, reconocerían como el potencial revolucionario del que dispone la literatura.
La navaja corta así su propia simbología viril.
Escenas de la vida familiar
Simón Abufom
Nueva Mirada Ediciones, 2016
Narrativa, 38 págs
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