/ por María Yaksic
y Pierina Ferretti
Hablar de la izquierda en América Latina es, en muchos casos, ingresar a un terreno pantanoso de proyectos y tendencias contrapuestas cuyas historicidades exponen la permanente oscilación entre realismo y utopía, heterodoxia y dogmatismo. La accidentada recepción de la obra de José Carlos Mariátegui es un ejemplo de ello, por más que hoy sea reconocido como el primer y, según muchos, más importante marxista del siglo XX en la región. De algún modo, la censura que cayó sobre su obra tras su muerte –aquella impulsada por la Internacional Comunista (IC) que acusó al “mariateguismo” de ser una “desviación pequeñoburguesa”–[1] la convirtió en una vertiente reprimida que, sin embargo, reaparece con fuerza cada vez que las coyunturas históricas han exigido repensar los horizontes de la izquierda con una vocación creativa y antidogmática.
Ciertamente, según cada época, las improntas ideológicas con que retorna el llamado primer marxista de América Latina han sido reñidas. Ortodoxo, heterodoxo, leninista, maoísta, populista, pequeñoburgués, confusionista, vanguardista, cosmopolita, indigenista, racista y antirracista son parte de las diversas nomenclaturas que, a pesar de Mariátegui, corren entre las disputadas herencias de su pensamiento.[2] A estas alturas, difícilmente una lectura de su obra puede obviar ese terreno de querellas. Y es que sus mismos textos ofrecen las condiciones para que eso ocurra: el conjunto de ensayos y artículos periodísticos publicados en diversos medios de la prensa limeña y en las revistas Amauta y Labor conforman una obra extensa, pero también asistemática y fragmentada, cuyos resquicios han dado pie a interpretaciones a veces distanciadas de sus propuestas. Además, como advierte el historiador peruano Alberto Flores Galindo, Mariátegui nos enfrenta a las vicisitudes de un pensamiento formado en la polémica (la sostenida con Luis Alberto Sánchez en torno al indigenismo, la que protagonizó con Víctor Raúl Haya de la Torre por la transformación del APRA en partido y, particularmente, sus diferencias con la Tercera Internacional en los últimos años de su vida),[3] abundante en giros y ajustes propios de una vocación por pensar situadamente y hacer de la creatividad el mejor antídoto frente al dogmatismo y la automatización intelectual.
Tal vocación crítica es la que advertimos en José Carlos Mariátegui y el socialismo de Nuestra América de Miguel Mazzeo que hoy publica Tiempo Robado editoras,* una lectura sobre el Amauta que aflora desde un lugar de enunciación abiertamente declarado, a saber, la militancia y el campo popular. Alejado del academicismo o los afanes de erudición –que no restringen que este sea un trabajo muy bien informado−, Mazzeo lee a Mariátegui desde las inquietudes de un presente que le exige retornar a ciertas preguntas fundamentales para la izquierda de nuestra región.
El gran telón de fondo que acompaña el libro de Mazzeo es el de los desafíos desplegados tras la rebelión popular de diciembre de 2001 en Argentina, hito fundacional de un intenso ciclo político todavía en curso en ese país; a pesar de la arremetida que la derecha neoliberal efectúa hoy, cuya consecuencia más plausible es el grave retroceso en los derechos sociales del pueblo argentino. El proceso abierto a inicios de los dos mil, que trajo consigo el nacimiento de nuevas organizaciones populares, reactivó viejos debates con respecto al poder popular, la autonomía de las clases subalternas y el populismo, al tiempo que instaló en la agenda problemas de nuevo orden, tales como la transformación de los sujetos populares en contextos neoliberales y las alternativas políticas al progresismo neodesarrollista. Señala Mazzeo: «La clave de lectura y apropiación la imponen, entonces, un conjunto de necesidades relacionadas con el poder popular y los modos de construirlo, consolidarlo y extenderlo, necesidades que a su vez se conectan con la autonomía ideológica y política de las clases subalternas, con la democracia, la acción directa, y con los vínculos entre la revolución y la cotidianidad, etc. En general, el punto de vista que adoptamos, remite a todo aquello que hace a la reformulación de un proyecto socialista para Nuestra América».
Estas páginas muestran un Mariátegui leído desde dichas preocupaciones e interrogantes. Una lectura que busca rescatar los nudos más originales de su obra para encarar los desafíos de una izquierda que se concibe como característica del siglo XXI y que, además, reedita aquella pulsión de radicalidad contextualista que caracterizaba al Amauta, ávida de poner en diálogo las viejas ideas con la actualidad. Declara el autor: «nosotros, comprometidos con la tarea de producir un pensamiento propio y construir aquí y ahora poder popular e instancias de contrahegemonía, necesitamos de un Mariátegui que alumbre nuestras prácticas, nuestros proyectos, y no uno que confirme nuestras categorías y concepciones prefabricadas (aunque esta operación se disfrace de «recuperación crítica»). Nosotros nos asumimos lisa y llanamente como continuadores (críticos) de Mariátegui».
A partir de la intersección entre lo popular y el poder, el autor esboza una tesis que, si bien es declarada al margen, desborda lo que este proyecto sería de limitarse sólo a un ejercicio monográfico: para Mazzeo el poder habría sido el eje de preocupaciones de la izquierda a lo largo del siglo XX, y, a la luz de las tendencias observables en la actualidad, lo popular sería el nudo de la política del siglo XXI. Allí la experiencia particular de Argentina en los albores del nuevo milenio, fraguada en las nuevas formas organizativas de las bases que impulsa el movimiento piquetero y luego continúa el Frente Popular Darío Santillán (FPDS) constituye un vértice para mirar dichos trayectos en larga duración. Por cierto, este proceso moviliza una reelaboración de las herramientas teóricas y políticas de la izquierda tradicional y coloca en su centro el debate sobre el poder popular, sus significados y sus herencias. No está de más recordar aquí que este ha sido un problema espinoso para las izquierdas del continente, cuya intensidad pudo apreciarse con singular desenvoltura en el Chile de la Unidad Popular, cuando los sectores populares organizados desbordaron con sus iniciativas y prácticas (cordones industriales, tomas de latifundios, tomas de fábricas) no sólo los límites institucionales y constitucionales del ordenamiento político–jurídico del país, sino también los marcos de comprensión y aceptación de la autonomía de las clases subalternas en algunos sectores de la izquierda.[4]
De allí que en esta coyuntura argentina haya sido clave la revisión de tradiciones emancipatorias latinoamericanas precedentes (por ejemplo, la teología de la liberación y sus componentes quiliásticos) a la hora de resituar los horizontes del socialismo, enterrar la vieja idea de que este sería una fase superior del desarrollo de la utopía y proponer que más bien toda política, de llamarse socialista, debiese ensayar experiencias de contrahegemonía, denominadas por Mazzeo como instancias prefigurativas.[5] En ese derrotero es que desde el FPDS se recuperan experiencias populares concretas de la región, como también se repiensan los sujetos políticos de la construcción del poder popular (particularmente, una ampliación del proletariado al “precariado” y “pobretariado”), donde probablemente estriba uno de los giros más prominentes de estas reflexiones: cómo pensar el sujeto del socialismo desde un movimiento de desocupados. Por ello, la relectura de Mariátegui en este libro no busca defender legados o genealogías correctas, sino más bien incitar una lectura desde interrogantes situadas, con Mariátegui y más allá de Mariátegui.
En esa dirección, Mazzeo rescata la reflexión que el Amauta hizo con respecto al valor que poseen un conjunto de prácticas colectivistas de las comunidades indígenas, que él llama “elementos de socialismo práctico”. Dichas prácticas sobrevivientes a la violencia de la colonización española y de la república oligárquica debían integrar, según Mariátegui, el proyecto socialista del Perú: «Tal vez, todo Mariátegui se pueda resumir en la noción de elementos de socialismo práctico […] ¿Qué entiende Mariátegui por elementos de socialismo práctico? En líneas generales podemos responder lo siguiente: un conjunto de prácticas sociales que se ratifican en torno a lo comunal, lo público y los valores de uso, también una «mentalidad», un «espíritu», en fin: una praxis».
Contra el etapismo y el evolucionismo, el pensamiento de Mariátegui es, para el autor, uno donde confluyen diversas formas de articulación (o nexos) entre fuerzas sociales que trazan las rutas de un poder popular posible. Un pensamiento desplegado a contracorriente cuyas formas concretas de contrahegemonía derivan de la potencialidad que poseen las prácticas colectivistas del ayllu, que él traduce a la reflexión socialista sin aplicar mecánicamente esquemas foráneos.
De algún modo, ese impulso mariateguiano por activar una política “sin calco ni copia” es la clave que el mismo Mazzeo toma para pensar el presente. Por ejemplo, cómo la “justa medida del internacionalismo” presente en sus escritos dialoga hoy con los programas políticos de la región que conciben (o, en realidad, concibieron) las estructuras nacionales y macronacionales al margen de dichas consideraciones, volviéndose sensibles a ser coaptadas por un socialismo de Estado que no reniega de la permanencia de un capitalismo extractivista interior. El autor despliega esa lectura más allá de Mariátegui entregando sus propias hipótesis sobre los callejones sin salida del progresismo latinoamericano y del socialismo del siglo XXI. De allí que para Mazzeo “realizar a Mariátegui” consista en volver sobre las mismas interrogantes que pusieron al Partido Socialista Peruano (PSP) en conflicto con la Internacional Comunista y que anularon la posibilidad de prolongar sus ideas dentro de la izquierda peruana posterior.
La fuerza con que Mazzeo impregna su lectura del Amauta del proceso político nos obliga a espejear ese ejercicio con el contexto chileno. Al menos tomar el guante de la pregunta hermenéutica con respecto a cuál sería la potencialidad de leer al primer marxista latinoamericano hoy. Porque este libro, escrito al calor de la lucha popular en Argentina, desembarca hoy en un Chile donde las organizaciones populares y la reconstrucción de una izquierda para el siglo XXI expone ritmos diferentes. La circulación en nuestro país de este trabajo y los clivajes que propone −poder popular, elementos de socialismo práctico− nos hacen encarar esas interrogantes de modo situado, como también nos llevan a pensar de qué forma tales ideas pueden nutrir los derroteros de las izquierdas locales.
El desafío es mayor si aceptamos que, en Chile, Mariátegui no ha sido una figura central al interior de las discusiones políticas, y su recepción, si bien fue temprana, ha tenido un curso irregular.[6] Su obra circuló en los años veinte gracias a las redes latinoamericanistas formadas en torno a la vanguardia política y la vanguardia estética, donde la revista Amauta (1926−1930) fue uno de sus órganos representativos. Referencias y publicaciones de su trabajo aparecieron en diversos medios asociados a sectores intelectuales de sensibilidad latinoamericanista y de izquierda como las revistas Nuevos Rumbos (de la Asociación General de Profesores de Chile), Mástil (del Centro de Estudiantes de Derecho de la Universidad de Chile), Índice (de sensibilidad socialista y americanista) y Aurora (vinculada al Partido Comunista), tal como detalla la prolija investigación del historiador Patricio Gutiérrez Donoso.[7] Además, sabemos que gracias a gestiones de Luis Alberto Sánchez, aprista exiliado, Mariátegui había sido invitado por la Universidad de Chile a dar una serie de conferencias en 1930, visita que no llega a concretarse porque ese mismo año se produjo su muerte. Pese a esta frustrada iniciativa, que podría haber ampliado su presencia en el campo intelectual de estas latitudes, dos hitos posteriores muestran el interés que su figura siguió despertando: la publicación de la primera edición que tuvo Defensa del marxismo. Polémica revolucionaria en 1934, por el sello Ediciones Nacionales y Extranjeras con un prólogo de Waldo Frank, y, dos años después, la aparición de la primera biografía del Amauta escrita por Armando Bazán y publicada por Zig−Zag.
Más allá de estos pasajes en la recepción inicial de Mariátegui, su temprana muerte y, más determinante aún, la derrota de su proyecto político al interior del PSP −que le había llevado a tomar la decisión de abandonar el Perú e instalarse en Buenos Aires−,[8] la ruptura con Haya de la Torre y el quiebre con el aprismo −y la ya mencionada campaña de desprestigio llevada a cabo por la IC−, dificultaron la integración de su obra al corpus de ideas de la izquierda nacional. Probablemente la excepción se encuentre en algunas discusiones sostenidas al interior del Partido Socialista que, en su esfuerzo por elaborar una reflexión política con autonomía del comunismo soviético y de la socialdemocracia europea, encontró en la figura de Mariátegui un ejemplo inspirador, tal como relata Belarmino Elgueta, uno de sus dirigentes históricos, en su libro El socialismo en Chile. Una herencia yacente (Tiempo Robado editoras, 2016). Elgueta expone allí cómo en las discusiones ideológicas fundacionales del Partido Socialista −especialmente en el pensamiento de Eugenio González− tuvo presencia el ideario mariateguiano, en particular sus planteamientos sobre la necesidad de una revolución directamente socialista, su diagnóstico sobre la incapacidad de que la burguesía nacional condujese la revolución democrático burguesa “pendiente” y su independencia con respecto a la metrópolis del comunismo mundial, traducida en la elaboración de estrategias políticas marxistas, pero centradas en los problemas específicos de la formación social peruana.
Ciertamente, el golpe de Estado de 1973 y la larga dictadura civil y militar instalada posteriormente conforman el conjunto de factores que explican la interrumpida recepción de su pensamiento. Por ello, mientras en los años ochenta importantes intelectuales de la izquierda latinoamericana volvían su mirada hacia la obra del peruano −pensamos en el Congreso “Mariátegui y la revolución latinoamericana” celebrado en Sinaloa durante 1980, hito en ese proceso−,[9] aquí ese giro tardará en llegar. En los noventa, el trabajo de Osvaldo Fernández Mariátegui o la experiencia del otro (Amauta, 1995) es crucial en esa dirección, pero recién comenzó a circular en Chile en esta década gracias a la edición local realizada por Quimantú.[10] Además del propio Fernández, quien desde el Centro de Estudios del Pensamiento Iberoamericano de la Universidad de Valparaíso[11] ha sido uno de los lectores y difusores constantes del pensamiento de Mariátegui en Chile, destaca la infatigable labor intelectual de Grínor Rojo. Desde el Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad de Chile, Rojo ha reinscrito la obra de Mariátegui en las mejores vertientes del pensamiento crítico del continente.[12]
Sin embargo, una lectura política de Mariátegui todavía constituye una deuda en nuestro país. El genuino y creciente interés académico que despierta este marxista heterodoxo todavía no alcanza íntegramente al espacio de las militancias políticas. De allí que la circulación de los debates e interpretaciones sobre su obra sea un aporte concreto en ese sentido. Más aún en un contexto como el que hoy vivimos en la región, donde el giro hacia la derecha ya es evidente y se esboza un escenario donde advertimos la aparición de nuevos y viejos desafíos −tanto estratégicos como ideológicos− que afectan a grandes franjas de las heterogéneas tendencias que componen la izquierda. Por ejemplo, cómo enfrentar las intrincadas escalas de lo nacional y lo regional, como también los propagados modelos de desarrollo en curso, cuando es indudable su sofisticada actualización de antiguos modos expropiación y despojo en nuestros territorios.
Pero más específicamente, estamos en un momento en Chile donde el pleno despliegue de una izquierda emergente requiere nuevos referentes. La lectura situada de Mazzeo ofrece algunas claves. La pregunta por el poder popular, la autoorganización y autonomía de las clases populares es vital en esta coyuntura para la construcción de espacios locales que fomenten prácticas de contrahegemonía más allá de la política institucional. Es allí donde su lectura sobre las dimensiones prefigurativas del quehacer político adquiere espesor: tal como Mariátegui reconoció en las comunidades indígenas de su tiempo los gérmenes de un socialismo futuro, Mazzeo confía en que esos componentes pueden gravitar en las prácticas concretas del presente.
Al fin y al cabo, estas páginas invitan a renovar el repertorio de la izquierda desde las experiencias de lucha realmente existentes, la articulación entre sectores históricamente movilizados, como también la ampliación de los y las sujetos políticos. El espíritu, presente en Mazzeo, de sacudir viejos dogmatismos podría, además, impulsarnos a retomar una hebra que ya estaba en Mariátegui y que hoy en el plano nacional es cada vez más inminente: el reconocimiento de una continuidad colonial cuyo peso estructural se manifiesta en las prácticas activas −como diría Pablo González Casanova− de colonialismo interno. Esta dimensión sumamente oscurecida ha tenido como consecuencia la incapacidad sistemática de reconocer las intrincadas tramas con que funcionan sistemas de violencia de larga data en Chile y la región. Casos que ilustren la necesidad de esta lectura abundan. Sin embargo, pensamos que, en Chile, la fuerza y experiencia acumulada del movimiento mapuche constituye una de las vertientes más prolíficas en la denuncia de las continuidades coloniales y, además, interpela de frente al conjunto de las grandes “deudas” de la izquierda local; deudas que no en pocas ocasiones han sido cómplices de una negación de sujetas y sujetos políticos reales, en definitiva, de una jerarquización miope de las luchas.
Por esto consideramos que el llamado de Mazzeo a poner atención sobre los elementos del socialismo práctico, las utopías concretas o proyectos de organización colectiva que existen o existieron en la región, puede ser una forma plausible de inspirar alternativas en este ciclo que, hoy como ayer, sigue siendo un espacio de permanente disputa por las formas de construcción política.
Es en ese sentido que valoramos la aparición de José Carlos Mariátegui y el socialismo de Nuestra América de Miguel Mazzeo en el circuito nacional, libro que nos invita a volver sobre Mariátegui, pero también a ir más allá de él.
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* Este texto sirve de prólogo al libro José Carlos Mariátegui y el socialismo de Nuestra América (Tiempo Robado editoras, 2017) de Miguel Mazzeo.
[1] El número 11 de la revista Socialismo y participación recoge un conjunto de documentos que demuestran la serie de operaciones ideológico–políticas de la Internacional Comunista, vía su Secretariado Sudamericano, para denostar las posiciones de Mariátegui bajo ese rótulo.
[2] El análisis más completo de estas polémicas es el desarrollado por José Aricó en su introducción a Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano (Cuadernos Pasado y Presente, 1978). Además, en este mismo trabajo, Aricó recopila los textos más representativos de esas contiendas.
[3] Alberto Flores Galindo, La agonía de Mariátegui. La polémica con la Komintern (Desco/Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, 1982).
[4] Existes dos trabajos sobre esta problemática que destacan por su rigurosidad: Tejedores de la revolución. Trabajadores de Yarur y la vía chilena al socialismo de Peter Winn (LOM, 2004) y Poder popular y cordones industriales: testimonios sobre el movimiento popular urbano, 1970−1973 de Franck Gaudichaud (LOM, 2004). El primero recoge la experiencia de los trabajadores de la fábrica textil Yarur, primera industria ocupada en el gobierno de Allende, y el segundo expone acabadamente las tensiones que existieron durante la Unidad Popular entre los sectores obreros organizados en los cordones industriales y el gobierno. Patricio Guzmán, en la tercera parte de La batalla de Chile, titulada “El poder popular”, también aborda el tema mediante un contundente registro audiovisual que exhibe experiencias de autoorganización de las clases subalternas en fábricas, poblaciones y territorios rurales, junto con las diferencias ya enunciadas que existieron entre el gobierno y partidos de la UP.
[5] Estas ideas se desarrollan en profundidad en la entrevista realizada a Miguel Mazzeo por Pablo Seguel en 2015: “Poder popular como práctica de construcción del Socialismo Societal: conversación con Miguel Mazzeo”.
[6] Al contrario de lo que ocurre con Argentina o Perú, donde intelectuales como José Aricó, Oscar Terán, Aníbal Quijano y Carlos Franco, entre otros, realizan desde finales de los setenta lecturas de Mariátegui que han perpetuado su presencia en los debates políticos de dichos países.
[7] Patricio Gutiérrez, La recepción del pensamiento de José Carlos Mariátegui en Chile (1926−1973). Tesis para optar al grado de Magíster en Historia, Universidad de Valparaíso, 2012.
[8] La derrota del proyecto político mariateguiano al interior del partido que él mismo había fundado y conducido se encuentra analizada en el ya citado trabajo del historiador peruano Alberto Flores Galindo, La agonía de Mariátegui. La polémica con la Komintern.
[9] En 1980, en la ciudad mexicana de Sinaloa, se realiza el congreso “Mariátegui y la revolución latinoamericana”, hito en la revalorización del pensamiento mariateguiano. En esta misma época aparecieron trabajos que renovaron completamente el campo de los estudios sobre la obra del peruano. Entre ellos desatacan los ya citados Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano de José Aricó y La agonía de Mariátegui de Alberto Flores Galindo, a los que podríamos sumar el de Oscar Terán, Discutir Mariátegui y el conocido estudio introductorio de Aníbal Quijano a la edición de Ayacucho de los 7 ensayos…, titulado “Reencuentro y debate”.
[10] Osvaldo Fernández, Itinerario y trayectos heréticos de José Carlos Mariátegui (Quimantú, 2010).
[11] Osvaldo Fernández y su equipo en el Centro de Estudios del Pensamiento Iberoamericano de la Universidad de Valparaíso han realizado las siguientes publicaciones sobre Mariátegui: Amauta y Babel, revistas de disidencia cultural (Facultad de Humanidades de la Universidad de Valparaíso, 2013), Patricio Gutiérrez (ed.), Un marxismo para Latinoamérica: ensayos en torno a José Carlos Mariátegui (Universidad de Valparaíso, 2014) y una nueva edición de Defensa del Marxismo (Centro de Estudios del Pensamiento Iberoamericano, 2016), con interesantes estudios críticos.
[12] Entre otros escritos, destacamos su ensayo “Arte, literatura, crítica y revolución en José Carlos Mariátegui” en De las más altas cumbres. Teoría crítica latinoamericana moderna (1876−2006) (LOM, 2012). Y la conferencia “Marxismo en América latina: de Mariátegui al Che Guevara”, dictada en la escuela de formación Eugenio González Rojas en 2013.
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