La memoria es una fotografía imposible. La memoria es una calle. En esta calle marcharon pobladores adoptando todas las formas de lucha, movimientos de resistencia, sombras contra el muro. Y muchas de esas calles hoy han desaparecido, porque la historia es cruel y mezquina. Sin embargo, por suerte, nos quedan las fotos de Pepe Durán.
El trabajo de Pepe Durán tiene un nexo irresoluble con la memoria y con la calle, que en ciertos espacios políticos terminan siendo lo mismo. Al decir esto pienso en una cita de Begoña Soto, fotógrafa española: “Enhebrar recuerdos es lo único que podemos hacer cuando la distancia nos impide una presencia imposible. La fotografía, en la mayoría de los casos, actúa como hebra imperceptible”. En este sentido, la imagen, la fotografía es un objeto. Un objeto histórico, que sobrevive más allá del tiempo y de las personas y de los paisajes, como esos barcos de guerra esparcidos en el fondo del mar.
Al buscar información sobre Pepe Durán –nombre con el que ha firmado sus fotolibros–, me percato de que muchos se refieren a él como un tipo duro, uno de esos tipos duros de la calle. La calle que eran los años 80. Para hablar sobre su trabajo fotográfico es importante tener en cuenta el concepto de cercanía. La mirada, la observación, en el caso de los fotógrafos, y sobre todo en el caso de los fotógrafos de guerra, es una herramienta experiencial. No es posible entrar a una villa en resistencia, a un país en resistencia, a una persona en resistencia, si no lo permite el conjunto de individualidades que articulan los procesos de lucha. Alguien, cualquiera, un sujeto que no esté comprometido con los procesos políticos y territoriales de un sector determinado, es un turista. Y un turista podría ver una calle ocupada, una villa ocupada, una ciudad ocupada, y no ver sino paisaje. Un turista podría ver un muro en lugar de un mural.
La cercanía, entonces, no es tan sólo un concepto físico, sino que debemos entenderla como una acción política. Una acción donde el fotógrafo ejerce su oficio de testigo, lanzándose a la realidad como un buzo muerto en el ojo de dios. En las entrevistas que circulan de Pepe Durán se le pregunta cómo consiguió sus fotos. Él responde que trabajó con las condiciones materiales que tenía. La cámara que sea, el lente que sea, el angular que sea. Disparó desde la cadera, de la misma forma en que se dispara una hechiza. Entró una cámara de contrabando a un campo de concentración de presos políticos de máxima seguridad. Escondió los negativos en su ropa y escapó. Hay que correr más que la policía. Hay que hacer lo necesario.
En su trabajo encontramos el rescate de momentos históricos irrepetibles: un sacerdote deteniendo a un zorrillo policial, una manifestación adentro de la cana, un puñado de hombres y mujeres armados con lo que sea, disparando contra la noche. Sin embargo, su experiencia fotográfica no se conforma sólo de escenas irreproducibles, sino de un trabajo de composición que supone una profunda reflexión estética sobre el trance histórico de la fotografía.
Las juventudes lautaristas haciendo propaganda armada, un miliciano del MIR encaramado en los cables de alta tensión de Villa Francia, un grupo del Frente armado hasta los dientes, caminando a través de la noche negra de Chile. El capitalismo no permite salidas pacíficas.
No hay nada más bello que una villa en resistencia.
Termino con una cita de Pedro Lemebel: “Nunca más supe de ti, quizás escondido, arrancado, torturado, acribillado o desaparecido en el pentagrama impune y sin música del duelo patrio. Algo me dice que fue así. Santiago es una esquina, Santiago no es el gran mundo, aquí algún día todo se sabe”.
Pepe Durán, fotografía de John Uberuaga
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Este texto fue leído en la presentación del fotolibro Generación rebelde (2da autoedición, 2017) de Pepe Durán, durante el mes de octubre de 2017 en la 10° Feria del Libro Independiente de Valparaíso.
[Portada] Fotografía de Pepe Durán
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