“Podemos mostrar los dientes refulgentes sin Mordernos como perlas, como perlas nacaradas y dejar los labios sueltos como encajes del oficio” (96)
Mama Marx
«[L]a literatura y la escritura elaboran un conocimiento arriesgado, singular y que se debe compartir sobre el deseo de sentido anclado en el cuerpo sexuado”
Julia Kristeva, Esa increíble necesidad de creer, 39.
Carmen Berenguer, tu invitación me desata. No es tiempo hoy para pusilánimes, para moderaciones ni para escatimar pasiones. No en mayo-junio feminista. Tu Obra poética desata mis nudos en este presente de hoy, de revuelta de muchachas jóvenes, nuevecitas en andanzas feministas radicales. Cómo no volver a la resonancia de las escenas nuestras, Carmen, en estos contextos, tu tremendo cuerpo, tu cabellera con el mechón blanco, tu rostro redondo y tus ojos refulgentes de pasión, tu piel morena y bien política sentada en la sala de reuniones de La Morada en los noventa; tu cuerpo grande ardiente en las calles del 2011, un 8 de marzo esperando la marcha sentadas en la Alameda, despotricando contra las instituciones que se toman este día; cuerpos desobedientes de mujeres activistas, con mi cáncer desatado y el tuyo aún silente, esperando el minuto. Tu boca ancha y esa voz fuerte y mandona en un taller con mujeres lesbianas; tu ires y venires para conmemorar esto o lo otro con la izquierda en ristre; leyendo juntas en algún aniversario por la muerte de Pet; tu voz liderando el grito en el velatorio de Pet: “Compañero Pedro Lemebel, presente ahora y siempre”; tus talleres de poesía en la Chile; tus ojos perfomanceros y tus redes, Carmen, tus múltiples redes de complicidades, tus tráficos de complicidades; tus búsquedas escénicas de la mano de tu hija Carola; tu paso firme en algún estacionamiento, un tropezón y tu cuerpo se levanta grácil como si no pasara nada; tu iracundia con esta derecha nuestra de cada día. Activista cultural, te llamas a ti misma a boca llena y eso me enamora porque no habrá descanso de tu lengua, de tu cuerpo y de tu cabellera desatada, como yo, hoy día contigo, mujer poeta de amar que has marcado este territorio a fuego con tu paso diurno y nocturno, provocador citadino, viajero, con tus ideaciones, tus posicionamientos, tus invenciones, tus exploraciones incansables, tu siempre ir más allá, Carmen, hiriendo con signos ígneos las islas pobres de este largirucho y guliento país.
Celebrar este libro, tu Obra poética, que publica Cuarto Propio, —otra punta de nuestras complicidades inagotables con Marisol Vera, tremenda mujer en la escena literaria y cultural de este escuálido país. Un texto macizo, como roble fuerte, perenne, que junta, reúne, aglutina, aúna todo tu quehacer poético: tu maravilla pulgar, tu labor incansable como creadora de la palabra, “lengüita trino”, “la palabra que saltó del estómago vacío al blanco de la página” para mancharla sin tapujos desde tu dislexia liberadora del yugo patriarcal. Para el gozo lector, cualquiera, el más incisivo que quiere perseguir sentidos posibles en tu escritura como totalidad, otro que busque solo el disfrute de tus exploraciones bellas, conmovedoras para quedar ahíta de tanta provocación impúdica de esa lengua que no se detiene y toca todo lo que se le viene en gana; para esa otra, errabunda, que busca el tono político filoso que pulsa en tus imágenes, tonos y volúmenes. Tomo tu invitación seductora, Carmen, aunque sólo resta una semana para leerte otra vez y ahora entera. Me quedo prendada de ese último poemario porque no pude tomarlo para “Carmen Berenguer: ‘La lengua fija su muda’” 1 del 2014 y porque me embeleso en su tinglado viajero andante, lleno de la memoria feliz para paliar nuestra hambre.
Portada de la Antología Poética de Carmen Berenguer
Tus dedos, Carmen, tallan Mi lai, sonidos extraños, extranjeros que me dejan en vilo sin saber qué guarda este sintagma enigmático con ecos de sonidos orientales. No falta mucho para que explote esta granada en mis manos, el título mínimo: la denuncia de la masacre ocurrida del 16 de marzo del año 1968 en Mi lai, Vietnam. El ejército norteamericano acomete este asesinato masivo en el marco de la Guerra, de sus infinitas y glotonas guerras para multiplicar su capitalismo feroz. Entre trescientos y quinientos son los vietnamitas, hombres, mujeres, niños y niñas, asesinados. La fotografía antes de esa matanza se viene a estos ojos: muestra a una mujer pequeña envuelta en un chaleco rojo y falda negra, con el rostro conturbado y un niño o niña detrás de ella con el horror en sus ojos. No Carmen, tú no podrías haber compuesto este texto memorioso, sin que la huella de la época imperialista asesina y voraz no enmarcara los pasajes viajeros del poemario entero. Y así, sin respiro tu escritura desbocada abre el texto con las huellas de tu devenir escritora niña-asmática:
nadie me alentó a escribir la vida vertiginosa para mujeres que vivían solas y tenían que ganarse el pan en piezas caldeadas en verano y escarchadas en invierno leía de atrás para adelante lo que prestaba el kiosko y lo que cayera en mis manos[…] aprendí a escribir en la oscuridad a través de saltos precisando el momento niña hablando sola con la lengua suelta al aire como una niña perdida en un mundo de grandes […] sola en el rito cotidiano de ser la hija bastarda de la palabra huacha irreductible en los días compartiendo las migas y las sobras porque nací huacha a la letra bautizada Emperatriz.
Las condiciones del interminable periplo de tu escritura, Carmen, tus trayectos, se despliegan en estas páginas que nos arrojan tus desplazamientos territoriales y subjetivos de ese impulso inacabable, del “placer preliminar”. Te irías, con la escritura a cuestas, ―con la palabra huacha que saltó del estómago vacío, en medio de mujeres solas que se ganan la vida―, de este flaco país de matriz colonial, capitalista y patriarcal, para anclar de paso en el territorio del sueño de los sueños americanos. La materia poética esculpe el paso de tu memoria meditativa, esa que Paul Ricoeur asocia a la elaboración autobiográfica. Esta modalidad trabaja desde el “yo” en su anchura y en la incardinación de experiencias de lectura y de escritura quemantes. La materia que nutre al “olvido de reserva”, aquello que parecía desaparecido, pero que toma por asalto disimulado a la escritura, se hace múltiple como tu limo interminable. Así, mi lectura dibuja un primer marco inevitable que se hace imprinting en la sujeto de la escritura autobiográfica: las voces en revuelta marxista y de revolución, los de acá, lxs muertxs, un racimo de nombres propios que atesoramos: Lupe Santa Cruz, Enrique Lihn, Gonzalo Millán, Pedro Lemebel, Víctor Jara, Violeta Parra, Pablo Neruda; entonces genealogías de la vida y la muerte en trama, en cópula perpetua contigo; cáncer, dolor, drogas, fiesta de la vida/muerte. Otro marco posible: marxismo y feminismo. Sus separaciones, sus entrecruces, sus roces, sus frotaciones, lecturas feministas de la reproducción como un modo de producción; crítica a las herramientas de la economía marxista desde el feminismo, a sus silenciamientos del trabajo doméstico como reproductor de la fuerza de trabajo, esa que solventa el capitalismo feroz; pero lecturas y relecturas inevitables que hacen estallar nuevas revueltas, la tuya Carmen. Y tú misma, materia poética que ocupa en mayúsculas espacio en la página en blanco: “YO ME LEO/YO SOY ESTE PLAGIO/ESTE PLAGIO ES MORENA/NEGRITA/NEGRA/NEGRONA/MALTEADA/MORENITA […] ESA”.
Los intertextos mujeriles, una genealogía poética: maletas de viajes, que cubren tu labor poética se despliegan en un friso poético multicolor de los sesenta, los nombres propios con fecha de nacimiento y muerte: mujeres poetas activistas; mujeres poetas activistas feministas, afronorteamericanas; mujeres poetas blancas suicidas; mujeres poetas lesbianas contraculturales; mujeres cantantes blancas y pálidas, exiladas de este imperio; mujeres cantantes de blues, norteamericanas afrodescendientes; mujeres poetas anarquistas feministas; mujer poeta chicana, lesbiana; mujer poeta, novelista, activista norteamericana; hombre poeta afronorteamericano; hombre artista visual afrodescendiente y latino; lugares, las ciudades, Nueva York, Manhattan, ―“Manna Hata” “islas de muchas colinas” en lengua indígena lenape― y el miserable fried chiken, Reno, Nevada, Iowa, nombre del pueblo indígena de la zona, calles y avenidas, carreteras, estaciones de trenes y de metro, spot publicitarios con la moralina gringa; comedias gringas; el thriller; los aeropuertos, los viajes en avión, tus fobias; el repudiado presidente Nixon junto al Rey del rock, Elvis; talleres de literatura en Iowa; la nieve en Iowa; la vecina cherokee, su lengua cherokee en Iowa; el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile, escuchado en las noticias desde Estados Unidos, la vida en la incertidumbre, en el desasosiego, esa pesadilla; el regreso posible a esta patria que ya no es, y me quedo Carmen, en los versos preciosos de tu “Mississipi blues”:
“Y quise volver al rincón
A esa esquina mi orillita mi cuaderno escolar
Mi página en blanco
Mi primera palabra.”
Agosto, 1969.
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[Portada] Fotografía de Johnny Aguirre
Perfil del autor/a:
Notas:
- Luongo, Gilda, “Carmen Berenguer: ´la lengua fija su muda’” en Juan Pablo Sutherland, ed. Cuerpos y hablas disidentes en la poesía de Carmen Berenguer, Santiago de Chile, Piso diez Ediciones, 2016, pp. 109-121. Disponible en: http://www.bibliotecafragmentada.org/wp-content/uploads/2015/01/Carmen-Berenguer-la-lengua-fija-su-muda.pdf, enero 2015.