“Hoy las mujeres están exigiendo a partir de una zona abandonada: los cuerpos sobre los cuales se reclamaba teóricamente.”
Elvira Hernández
Los múltiples cuerpos políticos de muchachas 1. Tantos juntos. Briosos, vestidos con ropajes negros, de colores, para la marcha y su organización, la representación, el baile que denuncia, visibiliza, apunta con el dedo; desnudos, con torsos desafiantes, pechos turgentes, las aureolas y sus pezones oscuros, en punta, en eyección para la funa poderosa; esa zona erógena, lugar íntimo, escondido, que nutre en la crianza y la reproducción, aquí se vuelve pura política abierta, resistente, feminista radical; espaldas fuertes que resisten y soportan la lucha más larga; vientres que se multiplican en vaginas sangrantes donde la vida humana puede o no cuajar cada mes; cuerpos hacia adelante, alzados en muros, en estatuas de próceres cardenalicios, de patriarcas ridículos, sostenidos en vallas de contención, tirados en el suelo, arrastrándose en la escenificación del golpe, de la violación, del dominio, del ultraje; llevando en ristre al fuego que los alienta en antorchas ígneas, teñidas de rojo sangre, en ebullición; cuerpos que enrostran a la fuerza policial de frente y ésta se empequeñece, se vuelve frágil, volátil porque no sabe qué hacer con esta potencia revolucionaria, porque se ve sobrepasada por esa vitalidad política feminista y revoltosa de muchachas temerarias. Rostros desafiantes, iracundos, dolidos, con determinación; miradas furibundas, alegres, poderosas, cautivantes. Cabezas cubiertas por pañoletas de colores, brillantes, con lentejuelas, negras, blancas; encubiertas por capuchas púrpura ―color cardenalicio, de curias papales infames―, capuchas juguetonas con orejas de animal, con bigotes, haciendo el guiño a esa masculinidad perversa y privilegiada, proponiendo un gesto de complicidad con el devenir mutante y metamórfico; cabezas envueltas en pañuelos blancos, ciegas, otras, con ojos gigantes para ver mejor el descalabro del sistema patriarcal-racista-capitalista, depredador de las mujeres; brazos que levantan fuegos iluminadores, carteles, pancartas, letreritos, consignas, lemas, discursividad caliente: “Nos quitaron tanto que nos quitaron el miedo”/ “Aquí se titulan violadores”/ “Mi cuerpo no es tu consumo. Si violas a una nos violas a todas”/ “De camino a casa quiero ser libre, no valiente”/ “No nací mujer para morir por serlo”/ “Por qué te doy miedo cuando abro mi boca y no cuando abro mis piernas”/ “NO es NO”/ “Ni sumisa ni callada beaucheffiana empoderada”/ “No quiero ser tuya, quiero ser mía”; provocadora de reflexividades incendiarias; manos que alzan el dedo medio para mostrar el gesto descalificador, denostador de violencias y sometimientos, de acosos burdos y groseros, de desprecio ante la verbosidad ampulosa que empequeñece al movimiento gigante de mayo-junio 2018. Cuerpos eyectados por lentes generosos hacia nuestras miradas ―las de hoy y las de mañana―, cuerpos que se desplazan en espacios citadinos, marchantes, que se organizan al interior de instituciones educativas en este largo y escuálido país, y fulminan así, a una sociedad anestesiada por el capitalismo voraz-patriarcal-neoliberal. El pulso de la lucha más larga se expande ruidosamente, desde esta exposición fotográfica, más allá de mayo-junio del 2018.
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Fotografía de portada por Frente Fotográfico.
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