Desde que salió exiliado en 1974, sólo ha mirado a Chile desde lejos y ha retornado a trabajar en proyectos puntuales. Villagra, actor de la Universidad de Chile, recuerda sus años de formación acompañado de su amigo Víctor Jara, sus aciertos y desaciertos en las tablas y el precedente que marcó su interpretación de Jorge del Carmen Valenzuela, el Chacal de Nahueltoro, en el cine. Hoy con nostalgia habla de ese país que dejó atrás, muy distinto del que partió hace ya 44 años.
Es primavera en Europa y Nelson Villagra junto a su mujer, la actriz española Begoña Zabala, se encuentran en el país vasco, disfrutando de la compañía de los nietos. Para esto, en vez de volar más de doce horas desde Chile, sólo han tenido que cruzar el océano Atlántico, desde Montreal, Canadá, lugar de residencia del actor.
Desde que dejó el país en 1974, volvió por primera vez el año 1989. “En la medida que fui yendo a Chile me fui dando cuenta de una transformación”, recuerda alertando sobre la abismal diferencia entre el país que dejó cuando avanzaba a pasos agigantados en su destacada carrera de actor, la que se inició cuando a los 13 años se integró al Teatro Experimental de Chillán, su tierra natal.
“Nací el año´37 y el ´39 fue el terremoto de Chillán, cuando tenía un año y medio. Me llevaron al campo con unos parientes, a una casa muy precaria que había resistido el terremoto, mientras mis padres se reubicaban en alguna parte en la ciudad, porque la casa donde vivíamos se derrumbó”, recuerda el actor respecto a los orígenes de su filiación con el mundo agrario, al que estuvo próximo a pertenecer si no lo hubiesen convencido de partir a los 17 años a Santiago.
“La Escuela de Teatro en ese tiempo era en un edificio de apartamentos que estaba en Bandera con Huérfanos, en el cuarto piso, con cuatro o cinco salas y un pasillo”, cuenta evocando el ambiente “modesto” del lugar en el que rondó por tres años, el tiempo que duraba la carrera en ese tiempo, donde se formó con destacados actores que transmitieron a esa generación sus experiencias adquiridas en Europa, “todo ese bagaje cultural teatral” que recibió de personalidades como Bélgica Castro, Jorge Lillo y Agustín Siré.
Fue en segundo año que “el huaso”, como le denominaron sus compañeros, se encontró en los pasillos de la Escuela con Víctor Jara, al que había visto antes en las calles del Santiago de la década del ´50 trabajando como mimo en la compañía que Alejandro Jodorosky había dejado en Chile antes de irse a Europa.
“Hicimos una gran amistad. Nos unió la pobreza, la mía que era transitoria y la de él que era de generación. Venía de un estrato modesto y entonces eso nos juntó y nos hicimos muy amigos”, cuenta recordando sus salidas al cerro Santa Lucía a disfrutar la comida que le enviaban en encomiendas desde Chillán, “los grandes banquetes” que esporádicamente se daban los futuros actores, deleites que de vez en cuando se complementaban con los recursos que recibía Villagra por leer los cuentos de Marta Brunet, otra chillaneja, en las conferencias que daba en la capital. “Nos podíamos comprar cigarrillos y no tener que recoger colillas del suelo”, cuenta alegremente.
Al terminar regresó a Chillán, aún con la idea de retornar al campo pero un ofrecimiento del Teatro de la Universidad de Concepción para la que trabajó siete años cambió nuevamente su destino. Santiago lo recibió nuevamente al integrarse a la compañía ICTUS, etapa que coincidió con su distanciamiento del Partido Comunista, para “tomar una opción más radical” y unirse al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR.
Luego de distanciarse de dicha compañía es que junto a Delfina Guzmán, Jaime Vadell, Luis Alarcón y Chenda Román formaron un grupo de teatro, en cuyo inicio “nos fue muy bien artísticamente pero económicamente nos dejó en la ruina”, con los primeros montajes que hicieron en el Teatro Talía, ubicado en la calle San Diego. Pero el repunte vino de la mano de nuevas obras, entre ellas “Tres Tristes Tigres”, que posteriormente se convirtió en película el año 1968 bajo la dirección de Raúl Ruiz. El personaje más emblemático del actor ya estaba cerca.
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El Chacal de Nahueltoro se estrenó en 1969, sólo seis años después del fusilamiento del protagonista de esta historia, ¿cómo la sociedad enfrentó este tema?
Cuando hicimos la película sucedió una suerte de reivindicación de Jorge del Carmen en la mentalidad de la gente, porque pensamos que había sido injusto que lo fusilaran, cuando antes todos lo habían pedido, también yo. Reaccionamos cuando nos dimos cuenta que ese hombre en la cárcel había conocido una vida humana: ya había una comprensión, no una justificación.
Coincidió que en la Universidad de Chile hubo un famoso abogado penalista que en una especie de charla habló de “la justicia de clases”. Miguel Littin de ahí sacó la idea de hacer un film con el caso de Jorge del Carmen Valenzuela Torres, de modo que para nosotros fue eso, una actitud de ayudar a reivindicar a gente marginal y de denunciar efectivamente la justicia de clases, recalcar que había algo que mejorar en ese sentido en Chile y hacer lo que políticamente era necesario para incorporar a toda esa marginalidad social que debe seguir existiendo, pero espero que sea menos brutal que lo que era en aquellos años.
¿Qué impacto causó, o más bien, sigue causando esta película?
La película causó un gran impacto, que se convirtió en un impacto cultural, no solo cinematográfico, en un acontecimiento cultural. Sin proponernos algo tan alto, logramos crear el arquetipo del marginal en Chile, que no estaba en el cine nacional.
El personaje y la película han sido considerados un discurso político que ha trascendido hasta hoy, ¿está de acuerdo con esa afirmación?
Esa es la conclusión que puede sacar un espectador, pero nosotros no tuvimos la intención de un discurso político. Nos parecía una situación tan evidente que era necesario exponer como una manera de estimular a la población, a los políticos, a los economistas, y a quien fuera necesario que discutieran el asunto. Pero no hubo la intención de hacer un discurso político, sino que la influencia estética para nosotros obviamente era el neorrealismo italiano, por lo que nos preocupaba más bien la parte del lenguaje estético que había que provocar.
Hay un Chacal distinto antes y después del paso por la cárcel.
El primero estaba vinculado a lo salvaje, a lo silvestre, algo desconocido, entonces en ese sentido estéticamente ya era un aporte. La prisión se hace emocionalmente muy fuerte por el proceso que va surgiendo en ese hombre: por un lado educándose y convirtiéndose en un ser humano de verdad, tomando conciencia de sí mismo, de Dios y que hay otro mundo posible y que solo le espera la muerte. Eso lo hacía muy doloroso y emocionante, y a nosotros como actores nos iba resultando cada vez una carga más intensa porque solo le esperaba la muerte, además de la incongruencia de para qué le sigues un juicio tan largo si lo vas matar, si no le vas a valorar su evolución.
Este personaje representa la marginalidad, a “los que están fuera de”. Hoy en Chile la marginalidad se lleva de una forma distinta porque hay distintas maneras de acceder a lo social, como es el consumo, ¿cómo nos ha marcado esa forma de ser partícipe, de ponernos en común?
Desde el ´89 hasta el 2012, que estuve la última vez, he podido ver el cambio, esa transformación del consumismo y del crédito, que ha sido para mi gusto una transformación hasta el momento negativa y que en términos culturales ha sido fatal, se ha creado una dispersión cultural.
Lo que se hace, lo que se ve en la TV es tristísimo, no solo en el área dramática, sino que en toda esa porquería que hay de tráfico de intimidad. Lo que pasa es que eso te joroba el espíritu y no te das cuenta.
Hoy día puedes acceder al telefonito o a cualquier cosa de ultra gama quien tenga más o menos una mínima situación, quien prefiere endeudarse y tener las cosas. Tengo el televisor, tengo el teléfono, tengo, tengo, tengo. El tener se ha transformado en una verdadera enfermedad. He ido a trabajar, me ha ido muy bien y le agradezco enormemente a los espectadores y a la critica chilena, pero esto me ha llevado a admitir en mí que no podría quedarme a vivir en Chile.
¿Qué cosas han marcado este rumbo que ha tenido la sociedad?
El modelo económico, esta cosa del neoliberalismo a ultranza que se metió a Chile ha sido desastroso y personalmente yo me siento exiliado por el neoliberalismo, no por Pinochet. Siento que no puedo vivir en Chile, no es que me lo priva nadie, pero desgraciadamente si viviera ahí no podría vivir tranquilo, porque me doy cuenta que hay un abuso excesivo, típico del subdesarrollo. No podría estar en paz en un Chile como hoy, por lo tanto las consecuencias serían las mismas de todos los que no pueden vivir en paz y por lo tanto prefiero estar aquí y si hay una oferta de trabajo ir.
¿Qué trabajos le han ofrecido en el último tiempo?
Las dos últimas cosas que me ofrecieron son con Pinochet. Artísticamente no tengo reparos con Pinochet, humanamente lo detesto a él y a todos sus altares civiles y militares, pero artísticamente si Pinochet hubiera sido un hombre de hace cien años, no tendría problema en hacerlo, como el general Silva Renard de la Matanza de Santa María, pero Pinochet es un personaje que lo tengo demasiado presente en mi memoria artística y lo tenemos también en Chile.
Hace unas semanas murió Manuel Contreras y se volvió a la palestra el caso de Carmen Gloria Quintana. ¿Qué pasa con el tema de los derechos humanos en ese escenario, que deuda tiene el país con ese tema?
Lo que nos pasa es que le hemos concedido el derecho a faltarnos el respeto a la burguesía chilena. Yo decía que cuando juramos “dulce patria recibe los votos, con que Chile tus aras juró” no hemos jurado más que a la patria de la burguesía, o sea hemos jurado para ellos, entonces les hemos concedido el derecho que abusen de nosotros, que nos maten, torturen, que nos masacren; a toda la horrible y negra historia vista desde el punto militar y económico.
Cuando el señor este muere como General, con un juicio interminable y con toda la obviedad de que fue uno de los grandes criminales de ese país, cómo, de qué justicia hablamos cuando tienen el descaro de decirnos que la justicia es para todos.
¿Y si la clase dirigente hubiese sido distinta?
Podríamos haber sido un país que estaría haciendo historia en estos momentos desde el punto de vista económico y social, porque tenemos toda clase de riquezas, minerales, agrícolas, un mar; o sea, nos han dado verdaderamente la copia feliz del Edén, pero desgraciadamente con una burguesía como esta, con una codicia y con una necesidad de competir con las burguesías centrales, metropolitanas, internacionales, que no quieren ser menos. Si nos hubiéramos entregado al país que verdaderamente somos, si nosotros realmente hubiésemos fundado una república democrática, pues otro gallo nos cantaría hoy.
Desgraciadamente no ha sido así y eso nos ha llevado a un plano de servidumbre a la mayoría de nosotros. Si no emprendemos una lucha ideológica entre nosotros, a tomar conciencia de que verdad tenemos tantos derechos como el que tiene los millones, estamos jorobados, porque eso es lo que nos falta, tomar conciencia de que de verdad somos tan dignos y honorables como ese señor que tiene los millones. Sé que en mi país hay gente humilde, que a veces es humilde de espíritu y le falta esa necesaria rebeldía de dignidad de la que todos tenemos derecho. Pienso que verdaderamente los ajustes que hay que hacer en Chile van casi a una refundación.
¿Cómo ve a la izquierda chilena?
Cómo se puede tener credibilidad con todo lo que está pasando, con 20 años que gobernó la Concertación y luego Nueva Mayoría, no saben el daño que le han hecho a ese pueblo al no ser consecuentes con la supuesta propuesta con la que venían; no saben el daño histórico que le han hecho a la mentalidad de servidumbre, un daño enorme.
No hay una mentalidad de Estado, es de una pobreza increíble del punto de vista intelectual. Es para la risa el estadista Ricardo Lagos, por ejemplo, que nos entusiasmó con el dedo. Falta que en Chile emerja un proceso que no puede ser, desgraciadamente, de hoy para mañana.
Todo esto lo digo con gran dolor, quiéralo o no, puta, dije puta, soy chileno, o sea, me duele enormemente que ese que es mi país lo tengan en estas condiciones, que lo hayan sumido en esta falta de dignidad, de un estado de servidumbre psicológica, entonces menos mal que existen grupos todavía que quieren hacer una Asamblea Constituyente, menos mal que existen esos remanentes de posibilidades. Tenemos la capacidad, la juventud, grandes sectores de la intelectualidad chilena, los artistas, una gran potencialidad para crear una nación, un país, una patria para todos. Creo que de verdad que la única esperanza como siempre es la juventud y los estudiantes que son como llamaradas de paja y que se apagan, por ahí en esas llamaradas de paja se hace una fogata y ojalá sea una fogata productiva.
*Entrevista vía videollamada realizada el 2015.
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