“La revolución debe hacerse en los hombres antes de realizarse en las cosas” (Rayado en la Sorbona, Francia 1968)
El día de reyes magos de ese 68’ porteño aconteció un hecho que vaticinaría la intensidad de los cambios que se venían por delante: el día del aniversario 50° del Partido Comunista Argentino ―fundado el 6 de enero de 1918― se escindió de él una porción importante para fundar el Partido Comunista Revolucionario, de marcado temple maoísta. Ese 6 de enero, entre aniversarios y fiestas, la disputa interna entre «revisionistas» y «revolucionarios» concluía con la fuga de hordas de militantes, entre ellos gran parte de la Federación Juvenil Comunista que extremó su postura inclinándose por la vía revolucionaria.
Tenemos así un interesante escenario de radicalización de las posiciones y estrategias que reorganizaron las fuerzas opositoras al régimen dictatorial de Onganía (presidente de facto entre 1966 y 1970). Fueron reposicionamientos que facilitaron el surgimiento de diversos núcleos de resistencia, protagonizados principalmente por jóvenes que se organizaban frente al feble manejo político y económico, pero, sobre todo, en contra de la censura moralizante en el campo artístico-cultural que se traducía en la directa represión sobre estudiantes e intelectuales.
Si bien la sucesión de hechos de este año tan contestatario podría dar para un nutrido almanaque, enunciar algunos de ellos da luz sobre las disputas, tensiones y modificaciones que se vivían al interior de la izquierda argentina hacia fines de los 60’, que sirven de antesala a lo que será, tal vez, una de las secuelas más particulares del mayo francés en este lado del planeta: el surgimiento del Frente de Liberación Homosexual (FLH), una organización pública y homosexual sin parangón para la Latinoamérica de la época.
Los rasgos que hacen tan especial a este Frente tienen que ver, por un lado, con la heterogeneidad de identidades que componían su base y su unidad ideológica (al menos en los aspectos más fundamentales), por otro; ambos rasgos combinados dan las condiciones y cristalizan una posibilidad única de organización en torno a la diversidad y a la disidencia, en tiempos de plena uniformidad y homogenización del pensamiento revolucionario, donde lo divergente superaba las estructuras existentes hasta ese momento. El FLH se erigió como una apuesta revolucionaria, vanguardista y audaz, en la medida en que sus integrantes ―entre los que hay artistas, obreros e intelectuales― porfiaron en la lucha, tras ser ―varios de ellos― expulsados de sus partidos revolucionarios. Obstinación que superó la censura e imaginó, mutó y transformó la militancia «tradicional» siguiendo fiel a los principios de la revolución comunista, manteniendo intacto su compromiso con la lucha de clases y potenciándola con el compromiso con la identidad sexual (hasta entonces prohibido en el partido). El dilema al que se enfrentaron quienes crearon el FLH ese 68’ derivó en varios de los debates que colman la reflexión de izquierda actualmente: la relación entre política y lo público/privado, el patriarcado como enemigo, la colonización de los cuerpos y las subjetividades, por mencionar algunos tópicos. La emergencia de este movimiento y estas cuestiones hace 50’ años, tiñe las teorizaciones actuales con un talante de reciclaje, desafiando a correr el cerco de lo conocido e iniciar discusiones que permitan salir de la reiteración inerte de los ecos del pasado.
Fuente: La Izquierda Diario
Volviendo a 1968: ese renombrado año, en Buenos Aires y otras zonas de Argentina se sentirían los retumbes de la revuelta parisina por doquier. Diversas universidades fueron convertidas en escenarios de protestas estudiantiles fuertemente reprimidas. Incluso, en algunos casos como en La Plata, éstas fueron clausuradas por un par de semanas. Mientras, los periódicos publicaban rumores sobre la reaparición de grupos guerrilleros en Tucumán como consecuencia del IV Congreso del Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP). Y en Córdoba se hacían sentir los primeros atisbos de una disputa al interior de la Confederación General de Trabajadores, en la voz de sus principales dirigentes ―Tosco, Ongaro y Rucci― marcando tendencias sobre cuáles serían las mejores tácticas para derribar la dictadura. Resonancias de un mayo francés que fueron el caldo de cultivo de las conocidas «puebladas» 1 que tuvieron en vilo al dictador, quien entre sufijos azos (Ocampazo, Correntinazo, Rosariazo, Salteñazo, Cordobazo, por nombrar algunos) vio temblar su dominio hacia mayo del 69’; no sin antes acaecer una asonada única, una performance revolucionaria de alto impacto, donde las plumas, las fiestas y la bohème bonaerense, se detuvieron un segundo para fundar el gran frente que aunó la resistencia trola.
Los suburbios de Buenos Aires, que más de alguna vez sirvieron de guarida para un encuentro furtivo entre amantes clandestinos, fueron el escenario clave para que en día santo ―el 1 de noviembre de 1968― la unidad fraguara una nueva lectura de la revuelta francesa que hizo resignificar militancias, rearticular conceptos y copular identidades.
Homosexuales, lesbianas, feministas, todas, obreras, intelectuales, artistas y cabareteras, todas, ellas y ellos se fusionaban en un único frente que se proponía encarar la represión moral conservadora de la dictadura. Un Frente de Liberación Homosexual (FLH) que agrupaba a la primera agrupación «sexo-política» de Latinoamérica, “Nuestro Mundo”, junto a otras incipientes organizaciones homosexuales provenientes del mundo intelectual y gremial.
El FLH gatilló el transformismo del concepto de Revolución en Argentina, proponiendo 50 años antes el dinamismo y la complejidad de los conceptos de sexualidad y clase, que hoy por hoy despiertan tantos debates considerados novedosos. La “unidad política base” del glosario centralista-democrático cobra sentido en la unidad política base de un frente de por sí fragmentado en múltiples identidades que se reconocen entre sí en ese acuerdo tácito de hacer la revolución mediante la vida libre, política, sexual y existencialmente.
La lucha por la identidad que (se teoriza) está en la base de los llamados “nuevos movimientos sociales” en América Latina, tiene un antecedente aquí, en una experiencia de organización y resistencia rica en cuanto a la condensación de múltiples personalidades. La búsqueda de «une sujete revolucionarie» que colmó las publicaciones de esa mitad del siglo XX, bien podría haber encontrado en el FLH a sus mejores exponentes, donde el tipo «ex comunista expulsado del partido por homosexual» militaba conjuntamente con lesbianas, feministas y artistas del happening del Instituto Di Tella, removiendo los más profundos valores del ser revolucionario, combinando lo público y lo privado en una misma lucha de vida o muerte que tuvo como consecuencia la persecución y exilio de muchos de quienes protagonizaron esta historia.
Manuel Puig o Néstor Perlongher (quien se hacía llamar Rosa, en honor a Rosa Luxemburgo) son algunos de los nombres que hicieron carne su lucha expresada en sus obras literarias y ensayísticas, que disputaban un lugar en la academia heteronormada, a la vez que pugnaban las bases ideológicas de un frente heterogéneo no exento de polémicas en su conformación. Al calor de consignas como “la liberación homosexual exige una organización para el placer”; “amar y vivir libremente en un país liberado”; o “el machismo es el fascismo de entrecasa”, se iba marcando una senda de lucha revolucionaria que interpeló la cultura argentina y latinoamericana, regando ideas por medio de su publicación Somos, donde ponían en el debate público la posibilidad de disponer del propio cuerpo, o la idea que reine en el pueblo el amor y la igualdad. A través de sus escritos y acciones invitaban a vivir la política íntimamente y la intimidad políticamente; a salir de la zona de confort del traje de heterosexual militante e ilustrado para marchar en la desnudez de la locura que propone una organización para el placer, la insumisión de lo femenino y la libertad sexual.
Nombres más o nombres menos, resulta muy esclarecedor para leer los movimientos políticos actuales, el mirar cómo estos hombres y mujeres no cambiaron ni un momento el rojo de sus banderas por el rosa melifluo que blanquea la lucha limitándola a la consecución de más derechos o reconocimiento. No, quienes integraron el FLH experimentaron en sus vidas la doble clandestinidad, la política y la afectivo-sexual, a la que les llevó el amar la revolución sin miramientos, más allá de lo que por moral les estaba permitido, entendiendo que en sus cuerpos se jugaba la principal disputa al enfrentarse -desde esas corporalidades- a la crueldad misógina de los disciplinamientos opresivos de un sistema capitalista y patriarcal que debía caer mediante la rebelión del placer.
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Notas:
- Las llamadas “puebladas” refieren a una serie de eventos insurreccionales en ciudades del interior argentina, que se sucedieron entre 1969 y 1972. En éstas fue clave la coordinación de distintas organizaciones sectoriales y territoriales que permitieron “tomarse el poder” dentro de los límites de la ciudad por algún tiempo. En general se les denomina con el nombre de la ciudad más el sufijo ‘azo’, por lo que también este período es conocido como el “ciclo de los ‘azos’”.