Participé en la organización de la visita a Valparaíso de la filósofa y activista feminista Silvia Federici. La idea germinó en el Centro de Estudios Interdisciplinarios en Teoría Social y Subjetividad de la UV. En un momento de las conversaciones se sumó a la organización el equipo de la diputada Camila Rojas, con quien ya habíamos colaborado anteriormente. No soy militante de Izquierda Autónoma ni de ninguna orgánica en Chile, pero me pareció interesante esta articulación entre la academia y el mundo social y político (incluso partidista), en el convencimiento de que el conocimiento social no es una práctica aséptica, desinteresada, y que politizar la academia es una manera de contribuir a las luchas por la transformación del saber y de la sociedad. En los días previos y durante la visita de Silvia Federici en Valparaíso emergieron algunas tensiones y sufrí las inercias que la lógica proselitista parece imponer indefectiblemente en estos casos. Con todo, mi valoración de la visita es tremendamente positiva, porque permitió generar espacios de reflexión y de discusión sobre qué entendemos por feminismo y cómo abordar los problemas sociales desde una perspectiva feminista.
En el último encuentro, con motivo de la presentación de su libro El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo, durante las preguntas de las asistentes, se plantean cuestionamientos que incomodan a muchas feministas frenteamplistas, que han desencadenado una airada respuesta. Las primeras intervenciones del público dan cuenta del malestar que había provocado la excesiva presencia de la diputada Camila Rojas y la demasía de logos y eslóganes partidistas. Cuestionan también la “complicidad” de algunos movimientos y partidos de la izquierda con las políticas neoliberales, en particular, con el extractivismo. Acusan ciertas mistificaciones o inconsistencias entre discursos y prácticas. Los señalamientos y las referencias a IA son explícitas y directas. De manera un tanto contradictoria las preguntas se dirigen a la invitada. Esta contesta que ella no se autocensura, que no se condiciona, y que considera importante compartir espacios y diálogos con gente que no opina, necesariamente, lo mismo. También se plantean preguntas sobre el Estado, los partidos políticos, la vía electoral, etc. Silvia Federici responde lo que tantas veces ha dicho, no modifica un ápice su discurso: que no confía en el Estado, que es un territorio minado; que cuando las mujeres se sienten violentadas en las organizaciones de izquierda deben abandonarlas, renunciar a “educar” a los compañeros; que, si el voto cambiara algo estaría prohibido, etc. Cuenta su experiencia, expone sus puntos de vista. No engaña, no adula, no disfraza sus posiciones. Se mantiene fiel a su estilo, es genuina.
Probablemente tampoco sus respuestas satisfacen a quienes formulan preguntas a propósito de su crítica al llamado feminismo radical, del separatismo como una herramienta de emancipación y como un fin en sí mismo, o acerca de la ausencia en sus trabajos de un análisis del régimen heterosexual. Silvia Federici nuevamente sienta su posición: reitera la necesidad de comprender el patriarcado en el contexto de las relaciones sociales que se despliegan con el capitalismo, rehúsa incursionar en etapas que no ha investigado y sobre las cuales considera que no hay suficiente documentación histórica; rechaza la idea de una disposición natural de los hombres hacia el machismo y postula la construcción de espacios comunes como un horizonte; subraya que el movimiento feminista, desde la década de los sesenta, inició una crítica radical del concepto de feminidad que desnaturalizó la identidad de la mujer al mostrar que era funcional a la división sexual del trabajo y, por ende, abrió la puerta a los planteamientos de los movimientos lésbico, gay, trans, de trabajadoras sexuales, intersex, etc.
A mi juicio, las asistentes tenían todo el derecho de manifestar su incomodidad y plantear sus diferencias con el proyecto de Izquierda Autónoma y, por supuesto, con las afirmaciones de Silvia Federici. Presupongo, seguramente de forma ingenua, que estos espacios deben servir precisamente para favorecer el debate de opiniones. Ninguna de las otras feministas presentes en la tribuna tomó la palabra para rebatir lo que se decía, para justificar sus posiciones políticas; tampoco desde el público se levantaron voces que se contrapusieran abiertamente. Sin embargo, en estos días ha comenzado a circular un conjunto de críticas, muy falaces, dirigidas directamente contra la feminista italiana, por quienes tan sólo hace dos días estaban encantadas con su visita. La columna de la filósofa feminista Alejandra Castillo sintetiza esos planteamientos. En su relato sorprende, en primer lugar, las acusaciones dirigidas contra la persona de Silvia Federici, al describir por ejemplo cómo esta se habría saltado el protocolo (cuestión que no es cierta), y ante la primera pregunta, formulada por un hombre que adopta un tono pedante para inquirir la opinión de la autora acerca de una larga cita de Marx, y que recibe los abucheos y pifias de algunas asistentes, “no hace nada por parar el griterío, no interviene, no interrumpe el clima de odio que se toma el teatro”. Atribuye a la feminista italiana la responsabilidad de conducir el evento debido a su “salida de protocolo”, mientras la moderadora y ella misma, que está en el estrado, parece que quieren volverse invisibles. Más adelante, cuestiona que Silvia Federici haya dicho lo que piensa, es decir, reprueba su coherencia y la acusa de no introducir “ningún matiz, ninguna articulación posible”; cuestión a todas luces falsa (invito a las interesadas a ver el vídeo de la presentación). Incluso cuando Silvia Federici dice que “el voto no sirve”, agrega “o sirve muy poco o en situaciones locales, en situaciones limitadas”. Quizás hubiera sido el momento para que alguna feminista frenteamplista nos planteara la importancia del voto en este contexto…
La propaganda de desprestigio continúa al acusar a Silvia Federici de sostener una posición colonial. Increíblemente. Se le reprocha no conocer lo “que es la izquierda y el feminismo hoy aquí en Chile”. Cabe suponer que el Frente Amplio es la expresión sublimada de eso que Alejandra Castillo llama “nuestros feminismos y nuestras historias”. ¡Y todo lo demás es comunitarismo! Silvia Federici ha hecho gala de una humildad y una generosidad enormes: ella no vino aquí a dar lecciones a nadie; vino a transmitir su historia, su experiencia, sus convicciones. Compartió y se reunió con personas de distintas organizaciones, colectivos, respondió preguntas de periodistas, firmó cuanto libro le pidieron. Vino a conectar luchas y saberes de muchas partes del mundo. Vino a preguntar, a escuchar, a interesarse por lo que estaba pasando en Chile. Duele y asusta ver cómo se vuelca la maquinaria insidiosa sobre una persona con la que se quería lucrar políticamente (eso me queda más claro ahora) al ver que esta no respalda sus posiciones políticas. La propia feminista chilena describe en “Malentendido Federici”, cómo su entusiasmo inicial por haber sido invitada a presentar el libro se transformó en espanto. Más que de un malentendido, considero que se trata de ignorancia y de miserabilismo. Se pregunta: “¿sabe Federici lo que es el Frente Amplio?”. Yo no sé si Silvia Federici sabe lo que es el Frente Amplio; de lo que no tengo duda es de que ciertas feministas del Frente Amplio no sabían quién era realmente Silvia Federici. Ahora entendieron que ella es demasiado peligrosa para sus apuestas políticas, por lo que decidieron emprender una abierta cacería.
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