Capítulo V
Que trata de las lecturas prohibidas del ponencista con otras visiones discordantes
Por las noches continúa leyendo en la pantalla el Disparador cósmico de Robert Anton Wilson, un libro que es casi imposible encontrar impreso en español y que circula de manera digital en una traducción informada por el ponencista con calificación 2D: descuidada pero decente. Su autor fue un periodista gringo que se cruzó con la primera teoría de la conspiración moderna tejida en torno al asesinato de John F. Kennedy sin sospechar los delirantes sucesos que preludiaría ese encuentro. Ensayo psicodélico y autobiográfico el Disparador puede leerse como un manual para sobrevivir a la “capilla peligrosa” 1, que es como el autor describe la aterradora operación de trasponer los planos de percepción comunes y penetrar la intrincada madeja del caos cósmico. Cruzar la nave de esta máquina delirante, advierte Wilson, sólo admite dos resultados, dos estados de egreso: se sale paranoico o agnóstico. Este último será el temperamento intelectual con que desarrolle su obra.
Repleto de referencias que alternan conceptos de Jung, lecciones del mago y ocultista inglés Alister Crowley y el antropólogo sudaka devenido aprendiz de chamán Carlos Castañeda, con física cuántica y reflexiones sobre las conciencias estéticas detrás de las vanguardias estéticas de Joyce y Picasso, el libro puede ser considerado como una fuente primaria para entender ese extraño universo de neón, lisérgicos y mantras que se suele entender como New Age. Iniciado en los misterios del número 23 (2 + 3 =5) por William Barroughs y confidente del controvertido doctor Timothy Leary que investigó el efecto de las drogas psicodélicas en la liberación de la psique humana, Robert Anton Wilson experimentó algunos desconcertantes episodios de contacto extraterrestre. Uno de los más recurrentes lo sostuvo con una entidad inteligente ―y con un sentido del humor altamente desarrollado― procedente del sistema Sirio, el mismo año en que Philip K. Dick declaraba estar recibiendo mensajes desde la misma constelación. La referencia no deja de ser curiosa. El conjunto de estrellas pertenece al Canis Maior y fue adorada por civilizaciones antiguas como la egipcia (que llegó a basar su calendario en el ciclo sotiático que dictaba su aparición en el cielo) o tribus contemporáneas como la de los Dogón, en el África occidental, que durante la década del treinta del siglo pasado desconcertó a los antropólogos con conocimientos avanzados acerca de la exacta disposición astronómica de sus cuerpos celestes.
Anton Wilson no tuvo problemas en declararse seguidor de una especie de anti culto religioso que profesa su devoción a Eris, la diosa griega del caos. Toda la doctrina está reunida en Principia discordia, un libro sagrado que contiene iluminados acertijos zen como: “Si Jesús era judío, entonces ¿Por qué tenía un nombre puertorriqueño?”. Volumen imprescindible en la biblioteca virtual del ocultista escéptico, el Disparador cósmico es un texto que en palabras de su propio autor contribuye al advenimiento de la guerra final que enfrente de una vez por todas al perro de Pavlov contra el gato de Schröedinger.
Dado el estado general del arte de la teoría literaria actual el ponencista tiene al misticismo lisérgico que contiene la obra de Anton Wilson como lo más cercano a un libro prohibido. Está convencido de que cada quién debe hacer lo posible por encontrar su propio índice de lecturas proscritas. Cree que no hay otra forma de perseverar en la dialéctica entre fe y certeza; entre duda y excomunión.
Más allá del cómico épico que rezuma el Disparador, el ponencista no deja de notar el acierto numerológico que sugiere estar alojado en el sexto piso de la calle sesenta y seis. El parágrafo dibuja a la bestia. En otras circunstancias, bajo el influjo del humo torcido de las hebras, es muy probable que quedase con pera cósmica y se le ocurriese citar desordenados los versos de viaje y selva oscura en que se pierde Dante al principio de la Divina, y preguntarse con espasmo en qué peldaño infernal comenzó a descender. Por el contrario, Chapinero es una zona mansa y refinada (¿tiene otra forma acaso el vestíbulo de las tinieblas?). Un perfume dulzón a prematuros jazmines impregna pesadamente el aire de algunas casonas del barrio. Basta dar un par de vueltas alrededor de las cuadras que circundan el hotel para percibir los paisajismos aburridos y preciosos de las clases altas. Sin embargo, si se camina algunas calles fuera de su radio principal, cruzando avenida Caracas, se entra a barrios populares en los que hay un puesto de arepas por cada cinco habitantes, talleres mecánicos y tapicerías en plena faena, e improvisados anuncios de clases de baile en vallas de hormigón.
Camino a cambiar dólares el ponencista se encuentra con una estatua de Giordano Bruno erigida por la sociedad de agnósticos y ateos de Bogotá. El filósofo y teólogo napolitano quemado en la hoguera por la inquisición romana en 1600, cuenta entre los cargos que le imputó la iglesia un puñado de creencias heréticas sobre el universo que incluía la hipótesis acerca de la existencia de múltiples mundos coexistiendo en planos traspuestos o aquella otra que aseguraba que la tierra no podía ser el centro del universo. Todas creencias que reafirmó antes de ser condenado.
La figura se proyecta sobre un prisma rectangular de piedra que a su vez descansa encima de tres círculos concéntricos de concreto ―”lo que hace pensar en figuras geométricas dispuestas de forma esotérica”, anota en su libreta chica. Con el cuerpo echado hacia adelante, al borde de la esquina saliente del pedestal, el precursor del misticismo moderno sostiene un cuerpo esférico ―un sólido de revolución― entre las manos. Avanza contra un viento adverso que le pega la túnica al cuerpo y drapea con visajes dramáticos las telas. Todo esto hace sospechar al ponencista que la verdadera institución detrás del monumento no es otra que la sociedad neognóstica, una secta con presencia continental similar a Acción Poética (pero con recursos). Herederos de las enseñanzas relevadas por la fundadora de la teosofía Madame Blavatsky, parte de sus adeptos siguen la doctrina del maestro Samael Aun Weor, seudónimo de Víctor Gómez Rodríguez 2, un bogotano (1917-1977) que afirmó ser el maitreya buda y la encarnación del avatar de la era de acuario ―entre otros títulos herméticos. A pesar de que toda su obra giró en torno al poder oculto que alberga el «gran arcano» ―cuyo acceso consistía en la transmutación de la energía sexual obtenida mediante rituales mágicos― su visión de la sexualidad humana era más bien estrecha. Defensor incondicional de la institución del matrimonio y enconado detractor de las conductas homosexuales, en su momento de mayor notoriedad continental fue considerado un maestro espiritual por varias figuras del espectáculo de su época, entre las que estaba Mario Moreno Cantinflas.
Más tarde descubrirá que una perfecta diagonal separa la estatua de Giordano Bruno con la de San Francisco de Asís 3, otro italiano que, a diferencia de aquel, consiguió adaptar sus posiciones heréticas a la doctrina católica sin atizar las llamas de la inquisición. Envuelto en el hábito de la orden que fundó, inmóvil y con los brazos extendidos, la imagen sostenida por un grueso armazón metálico, levita a unos cincuenta centímetros del suelo. Frente a él, atrapado en la onda expansiva del éxtasis místico del santo, un perro de bronce con el hocico abierto presencia embotado la manifestación divina. La constelación del can vuelve a meter la cola. En este preciso paralelo del mapa del pensar, el ponencista anota en un rincón de la libreta chica: “La herejía galopa sin jinete”.
Y enseguida: “tal como la luz el poema es un fenómeno que tiende de forma aleatoria hacia la ondulación o la particulación de su experiencia sensible”.
La imagen está dispuesta en dirección contraria a la de Giordano. La oposición entre el arrebato vertical del monje y la peregrinación horizontal del filósofo, crean frecuencias disonantes en los sesos del ponencista: sintagma y paradigma, línea y espectro, la cruz iniciática de los mistagogos. Pegada al costado de la iglesia que a su vez colinda con el centro comercial de la Avenida Chile, el santo y el perro parecen dos guardias de seguridad que hace tiempo perdieron el interés por custodiar la entrada al templo de los espejos y prefirieron esnifar parafina hasta experimentar el fulminante dulzor de las derivas de la divinidad.
El ponencista piensa en la irónica yuxtaposición de los santuarios. Si supiera escribir cuentos haría uno que se llamara: Continuidad de las deudas, en el que un espíritu pasa a un plano metafísico en el que la burocracia alcanza niveles cósmicos. Ahí debe encontrar a un chamán ―que también resulta ser su ejecutivo de cuentas en la eternidad― y arreglárselas para repactar el karma en varias vidas miserables repartidas en distintas existencias. En una de ellas presenta una ponencia en un congreso latinoamericano basada en este texto ―y un error en la diagramación del programa lo deja sin mesa para exponer. En otra dimensión, tan cercana a la nuestra que en ocasiones crea realidades perpendiculares o superpuestas, subtitula el viral ―en portugués―: “Hitler se entera de que el futuro del partido Nazi es presidido por las razas inferiores”.
En el último piso del mall cambia algunos dólares y recibe por primera vez un billete de cincuenta mil pesos colombianos. Es el papel moneda de más alta denominación. En él aparece una impresión de García Márquez rodeado de una miríada de mariposas amarillas. Junto a las casas de cambio hay un local que está ocupado por el comando de campaña del candidato de derecha. El ponencista no imagina una manera más persuasiva de venderle la prosperidad neoliberal a los electores. Es la tercerización en estado de (des)gracia. Algún día Latinoamérica será un solo y gran servicio al cliente. La región será la principal productora del bienestar del consumo mundial. Hablaremos fluidamente todos los dialectos de la contraindicación y la forma más eficiente de reiniciar algún dispositivo digital de forma remota. Haremos horas extras trabajando para aplicaciones de celular y marcharemos con todos los corpóreos que quepan en la calle exigiendo derechos hace largo tiempo conculcados. Moriremos de cáncer operados a distancia por monjes brasileños que no darán abasto. Unos pocos, los que consigan especializarse en sus respectivas áreas, trabajarán a honorarios tabulando datos que serán interpretados por un panel de expertos a contrata que autorizará difundir mensajes a todos los dispositivos móviles de la ciudadanía 4 acerca de los más recientes descubrimientos de la sociología científica: que si los hombres con lunares peludos en el culo tienen mayor probabilidad de desarrollar enfermedades coronarias o que si las mujeres con calzas son más propensas a cometer actos vandálicos.
Piensa, empapado en una plúmbea penumbra que lo aplasta, el ponencista.
Cuando sale del edificio hace un rato que cae una lluvia muy fina pero tupida. Los hijos más chicos de las indias que están sentadas en una de las escaleras de acceso al centro comercial chapotean a pata pelada en las primeras posas de la tarde.
No muy lejos de ahí Giordano estruja el logos entre las manos hasta sacarle todo el aire por el pituto. A esa misma hora, San Francisco y su perro vuelven a girar en un eterno bucle de éxtasis místico.
Todos los Panchos / Todos los Brunos
Capítulo VI
De la descripción de los autores que presentan las mesas
Asiste a las mesas del congreso. Tiene dificultad para describir las salas de ninguna otra forma que no sea así: lisas, sinuosas, asépticas. El edificio es de unos diez pisos y está construido con un vidrio cromado que ilumina con luz natural las dependencias. Salvo algunos de los marcos teóricos de las ponencias, pareciera que nada aparatoso puede perturbar la limpidez futurista de las aulas. El ponencista anota los títulos de los libros que le gustan. Dibuja figuras que sólo una mente reblandecida en ácido podría definir como mandalas. A veces escribe los nombres de sus colegas y redacta posibles preguntas, pero le cuesta concentrarse y nunca logra organizar una oración completa. El balbucir y el ponencista forman una dupla humorística hace años. Como toda pareja cómica a la que el paso del tiempo le pasó por encima, odian sorda y enconadamente su rutina.
Sin embargo, transcribiendo la caligrafía de su libreta chica se logra trazar una cartografía mínima de las mesas:
Nefando de Mónica Ojeda (1988), autora ecuatoriana que despunta como una de las voces más originales de su generación. Novela sobre la Deep Web desquiciada y sudaka. Las personajes principales son unas hermanas que filman horripilantes ejecuciones y las suben a la web profunda. Un caimán hambriento devorando viva a una persona encerrada en una bodega. Porno sadismo para milenials del tercer mundo.
*Informar al consejo ampliado ―y disuelto― de Las tres tormentas que la primera novela sobre la Deep Web latinoamericana ya fue escrita.
Pecado nefando (español antiguo ―colonial―). Una de las formas en desuso para expresar la sodomía.
PP (posible pregunta): ¿es la mezcla de brutalidad y tecnología que explora la novela una alegoría del… ?
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Neobarroso entendido como arte del ocultamiento, estética del discurrir torrentoso de las aguas del río de la Plata, distinto al neobarroco insular que se inclina por la proliferación exorbitante de signos con tal de sublimar el terror ante la nada. Dialéctica del esconder y el exhibir. A propósito de Cómo me hice monja de César Aira.
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Buscar novela: Jorge Barón Viza escritor argentino. Miembro de lo que muy pocos críticos serios ―y unos cuantos de los cómicos― se negarían a reconocer como un linaje maldito. Hijo mayor de una acaudalada familia cordobesa. Su padre se mete un tiro con una 38. en la cabeza pocas horas después de haber rociado con ácido el rostro de su madre. Operaciones de reconstrucción facial en Europa, curaciones, carne quemada hasta el hueso. El joven autor acompaña el lento y doloroso proceso. La paciente se defenestra perdida en una última conjura contra la gaza y el éter. En la década del ochenta la hermana menor se empina un frasco de barbitúricos. El 2001, en plena crisis económica argentina, Barón Biza, extenuado por el tesón de la fatalidad, víctima de los recortes presupuestarios que implementan los medios en que escribe y achacoso en extremo, se tira desde el balcón de su departamento, no sin antes concluir El desierto y su semilla, la única obra literaria que publicó y en la que narra su trágico álbum familiar. Putero incorregible y alcohólico comprometido, la academia ha enviado varias misiones de reconocimiento al fascinante y extraño cráter de autobiografía y ficción que supone su trabajo.
“Tarde o temprano yo también seré un texto” J. B. V.
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Realismo delirante en la obra de Alberto Laiseca (buscar sus videos en youtube). Autor de Los Sorias (la novela más extensa de la literatura argentina), prologada por Piglia y calificada como la mejor obra desde Los siete locos. Su trabajo constela un universo que conjuga esoterismo, ciencia, sexo, humor y tecnología.
Nota: si el congreso fuese un mundial ―y bastaría con que los asistentes consintieran la instalación de un marcador y sancionaran un reglamento― Argentina llegaría sola a la final.
*Definamos estos trombos de materia y ensueño como: hacer saltar la alarma o el encuentro con los guardianes*
Perfil del autor/a:
Notas:
- Para una inserción menos delirante en el delirio pinche acá
- Sus hijos no tuvieron la suerte del bautismo tardío y voluntario. De su primer matrimonio nacieron Imperator, Salomón y Luz y de sus segundas nupcias con Arnolda Garro, quien se convertiría en la principal sacerdotisa de su orden: Osiris Gómez Garro, Hipatía Gómez Garro y Horus Gómez Garro.
- Francisco de Asís, “El juglar del señor”, es para M. Bajtín en su estudio sobre la cultura popular en la obra de Rabelais (otro monje franciscano) el primer exponente de lo que definió como un “catolicismo carnavalizado”.
- En su momento, alamardos por esta nueva avanzada tecnológica del capitalismo tardío, La logia ineluctable desarrolló un prototipo de aplicación para celulares que mitigase el sometimiento a la explotación de la metrópolis digital a través de la organización del descontento social. En su versión beta Tuprotestapp no sólo indicaba los diversos puntos en que se desarrollaban las marchas en la ciudad, sino que incluía un calendario con las próximas movilizaciones. Un modelo más avanzado que no llegó a reproducirse en cartón piedra y celofán calculaba el potencial represivo al que se exponía el manifestante ofreciendo una escala de uno a cinco limones basado en un algoritmo que ponderaba la autorización de la intendencia, el contingente policial y las escaramuzas neofascistas.