¿Qué hay en las artes escénicas contemporáneas que las ha volcado con tanta insistencia hacia el género y la sexualidad? Reconozco que mi información sobre el estado actual del campo es escasa, y se compone más de referencias ―alusiones generales a estructuras dramáticas y a las poéticas que las informan, recortes de prensa o fragmentos de registros audiovisuales― que de experiencias directas como espectador. Mi impresión es la de un conjunto donde el teatro, la performance y la danza se han convertido en estrategias para lidiar con preguntas nuevas y no tan nuevas: la mutabilidad y fluidez de las fronteras que demarcan los géneros; la práctica del placer y el erotismo por fuera/contra la norma heterosexual; la violencia que adquiere su expresión más cruda en los crímenes de odio; los discursos médicos sobre la sexualidad, en especial los que se mueven en el terreno de la patologización. Incluso dentro de esa delimitación las técnicas se multiplican y entrecruzan, pues se echa mano del cabaret, la acción de arte en la vía pública, la autobiografía o la más convencionalmente construida historia dramática.
Con semejante heterogeneidad de formas y preocupaciones no me atrevo a decir que exista algo así como un arte escénico de la disidencia sexual, a pesar de que no sería tan difícil mirar estas experiencias desde ese prisma político. Porque, en efecto, se trata de obras en las que está involucrado un tinte particular para el arte, una preocupación por visibilizar problemas ―o, lo que es parecido pero no igual, por problematizar lo que vemos dentro y fuera de la escena. Es claro que eso que hemos colectivamente dado en llamar disidencia sexual no se limita a estas obras ni a lo que ocurre en ellas, pero cualquier intento por caracterizar a la disidencia sexual (en tanto posicionamiento y movimiento político−social que apunta a la radical transformación de la sexualidad y el género) no puede excluirlas sin más.
Una de estas obras es la producción de Teatro Sur estrenada recientemente, bajo dirección de Ernesto Orellana: Demasiada libertad sexual les convertirá en terroristas. O, debería decir, la producción del Núcleo de Acción Contrasexual Sudamericana (NACS). Desde su primer momento la obra apuesta a confundir las autorías, a borronear los límites entre la escena y su afuera o entre la ficción y la realidad referida en ella. ¿Quién le habla a quién en esta performance−conferencia? ¿Estamos realmente ante un hecho que ocurre frente a nosotres como público separado de él y aislado de la acción?
Entramos a la sala y vemos la ambientación de una conferencia: testera, micrófonos, botellas de agua, un pendón y un telón para proyecciones. Esquema de colores: fucsia y negro. Música de smooth jazz, interrumpida para dar paso a una escena inquisitorial en la que cuatro figuras cubiertas en hábito monástico torturan «correctivamente» a otro cuerpo que grita (¿o gime?). Luego, nuevo quiebre, y entonces entramos de lleno a la conferencia del NACS, la que sienta el tono y la estructura para el resto de la obra, como una exposición de las reglas del juego que sirven de clave de lectura del proceso escénico. La presentación de cada integrante del elenco va acompañada de una respuesta anticipatoria a las objeciones que enfrentará la obra (propaganda, exceso de discursividad, politización), la trayectoria que sus intérpretes han tenido dentro del campo teatral (formaciones truncadas o inexistentes, endeudamiento, falta de validación por los «maestros») y la explicación del título de la obra (una alusión a Pier Paolo Passolini, acompañada de un excurso anecdótico sobre el asesinato del escritor italiano y el encierro de su tumba).
Lo que sigue a este momento es la alternancia entre elaboraciones de las biografías del elenco y momentos «conferencísticos» que desarrollan aspectos teóricos. El primer conjunto nos lleva por las vivencias corporales maricas, gordas, lésbicas, seropositivas y putas, mientras que en el segundo transitamos por la performatividad, la teatralización de lo cotidiano, el lenguaje y sus componentes ideológicos, la heteronorma, la estructura patriarcal de la familia (y ahí, entonces, Judith Butler, Paul Preciado, Monique Wittig, María Galindo).
Los desafíos que supone una estrategia de este tipo no es poca cosa, y el primero de ellos es que la tipología que acabo de presentar es una reconstrucción ideal y a posteriori. Las dramatizaciones biográficas se entremezclan con la explicación de conceptos, a veces por vía de esos mismos cuadros dramáticos o bien gracias a otras ficciones, como una recreación de Casa de muñecas de Ibsen con una de las intérpretes (Chela) en el rol de Nora Helmer y otra (Vesania) en el de Torvaldo, ambas travestidas. Si la primera utiliza un lenguaje exagerado y melodramático para describir su salida del hogar para afirmarse como mujer autónoma, la segunda recurre a un registro vernáculo ―más cercano a un realismo sucio―, que remueve el aura de respetabilidad del personaje y de la condición clásica de Ibsen, a la vez que sitúa a Torvaldo como una agente de la inercia asociada a la ideología burguesa.
Otro de estos cuadros es una escena familiar realizada con títeres. Es la recreación satirizada y burlesca de la cotidianeidad doméstica ―monótona, repetitiva― de un vínculo que, adivinamos, tiene más de conveniencia y costumbre que de pasión compartida. La contemplación automatizada de la teleserie cambia una vez que Rocío entra al espacio y se inicia una pelea a causa de fotografías desnudas encontradas por su padre−títere, quien estalla en una furia verbal que luego se resuelve en el femicidio de la madre−títere que ha contemplado el castigo a su hija. Dentro de cada comentario cómico (o biográfico) se agazapa un fragmento que nos lleva de vuelta al registro de la conferencia, ese esfuerzo por dotar de densidad conceptual a lo que ocurre en la escena.
Aquí estriba otro de los desafíos de Demasiada libertad sexual…, derivado en parte del primero. La conferencia como marco de comprensión de la obra y sus operaciones ―ese pie forzado al que me aferro como espectador― se convierte luego en una forma y a ratos opera como un fin en sí mismo. ¿Quiere esta obra ser una experiencia pedagógica desde la disidencia sexual? Hay no poco potencial en esta apropiación de un tipo de discurso académico dentro de un contexto de creación con finalidades políticas. El mecanismo no es nuevo, por cierto, y ha tenido iteraciones diversas al menos desde Brecht hacia acá. Todo esto, asumo, lo sabe el equipo de la obra, y espero que la observación no sea leída como una reducción pedestre de lo que es un empeño más complejo y ambicioso.
Acaso sea esa ambición ―justificada, aunque más no sea por la urgencia de nuestras circunstancias― la que me deja en una posición ambivalente frente a los resultados. Si es que hay una finalidad teórico−política, los momentos de Demasiada libertad sexual… que se encuadran más convencionalmente en el tono de conferencia llegan como un peso unidireccionalmente entregado a la audiencia. En ese sentido, es una obra exigente que obliga a su público a movilizar su archivo previo de referencias y sus habilidades para retener y relacionar información. Por lo mismo, y paradojalmente, las escenas donde esa teoría se alegoriza son las más eficaces en las aspiraciones de la obra. Por ejemplo, un cuadro que aborda la vida con VIH desde la mirada de una madre que tiene una relación pasivo−agresiva con un virus−hija. O también, cuando el giro es hacia la documentación más convencional de acontecimientos que han marcado la historia reciente de las comunidades sexodisidentes, como el asesinato lesbofóbico de Nicole Saavedra.
Pero quisiera poner entre paréntesis esta elección estratégica por un momento. En una obra como Demasiada libertad sexual…, el formato y sus articulaciones escénicas son el resultado de un proceso de investigación y creación en el que se ponen a prueba soluciones cuya idoneidad suele tener como cortapisa un calendario de producción más o menos ajustado. Vale decir, lo que vemos no sólo muta entre una representación y otra a causa de los elementos de improvisación que hay en la obra, en los ritmos que se ajustan según las condiciones del momento y las reacciones de la audiencia. Bajo esta premisa (que siempre hay lugar para afinar la obra en su nivel de detalle y en el efecto de conjunto), me interesa comentar brevemente algunas de las tesis ensayadas por la obra y que tienen proyecciones para la discusión más amplia sobre la disidencia sexual en nuestra fértil provincia.
La primera es la tensión implícita entre la omnipresencia del lenguaje y su matriz heterosexual y los actos de rebelión/subversión que el elenco exhibe1. Desde ese cruce tan caro a la teoría queer entre Judith Butler y Monique Wittig, el lenguaje y la cultura comparecen como parte de ese “entramado de enunciados que nos antecede”, lo que inevitablemente lleva a la paradoja ―enunciada por les intérpretes― de cómo se construye el lenguaje si es que este es el que construye la realidad. Sin ánimos de entrar al agujero que supone este locus classicus de la teoría crítica desde los sesenta hasta acá, me parece que la obra no puede evitar el acoso de algunos de los callejones sin salida que supone una lectura tan ferviente de dichos supuestos. Al mismo tiempo que se afirma que “creemos ciegamente en los dogmas de la hegemonía” se instala la siguiente pregunta: “¿Qué pasa cuando interrumpimos las normas del lenguaje?”. No sólo está el problema de que cualquier interrupción de esas normas suele involucrar a algo que no es puro lenguaje y que, entonces, no hay tal cosa como una interrupción del lenguaje nada más. Y no es que Demasiada libertad sexual… ignore esas esferas irreductibles al lenguaje o que las plantee sólo como epifenómenos discursivos, sino que se trata de una problemática cuya resolución queda a medio camino, no sé bien si como costura cerrada a última hora o como dificultad reconocida y dejada ahí a causa de las complejidades que significaría trabajarla sin arriesgar que el material dramático se viese opacado por un entuerto teórico.
Implícita aquí se encuentra la vieja dialéctica sujeto/estructura (o acción/ideología, si se quiere). Si se trata de una obra con un horizonte político, es claro que uno de sus focos es la exposición de ese momento opresivo, con las respectivas respuestas ejemplificadas en el plano individual. Con certeza, es parte de los recursos que tienen las artes escénicas para lidiar con cuestiones tan abstractas como el patriarcado y los actos de habla. Pero quizás hay también ahí un ejemplo de las tácticas políticas que la obra sugiere a ese campo que denominamos disidencia sexual. Tomando la frase de Passolini, Demasiada libertad sexual… se compromete, hacia el cierre, con un conjunto agitado de cuerpos en acción que se mueven al ritmo de música acelerada. Se encuentran desnudos, sólo una capucha cubre sus rostros. En las imágenes vemos explosiones nucleares, mientras el elenco se encarama a la testera y alza sus puños en un manifiesto coral. Esta rave encapuchada es un llamado a la liberación, a eliminar el «pastel podrido» en que vivimos y pensar en un mundo “sin consensos, sin hombres”.
¿Qué sujetos políticos emergen como consecuencia? Posiblemente la célula terrorista, o la acción siempre singular de la subversión micropolítica; en la práctica, con seguridad, es una escala individual o de pequeñas comunidades que crean sus propias reglas en circunstancias efímeras. La contrasexualidad, el pornoterrorismo y otros planteamientos afines han funcionado ―en nuestro contexto y en otros lados― como acontecimientos disruptivos cuya proyección política en el plano de los movimientos colectivos ha tenido suertes dispares. Más abstractamente: ¿es acaso el terrorismo ―entendido como la denominación que los sectores dominantes suelen dar al uso de la violencia en procesos de liberación― una finalidad en sí misma? ¿Su ejecución es ya el quiebre de las instancias de dominación contra las cuales se ha insurgido durante toda la obra? ¿Cómo insertamos a Demasiada libertad sexual… dentro de tal llamamiento? ¿Manifiesto programático o acontecimiento de intervención política?
Que estas preguntas aparezcan y que las obra no las conteste no es en sí un problema: varias de ellas no son las que le interesa plantear (y mucho menos resolver). Pero si ella quiere gatillar algo entre quienes nos situamos desde el territorio llamado disidencia sexual, es legítimo traerlas a la mesa como un producto derivado de la experiencia escénica. Es justamente este exceso no anticipado de un proceso de creación uno de los valores de Demasiada libertad sexual…, el anclaje que la vuelve mucho más que un objeto de contemplación al que le cantamos las loas del criticismo chic o de la contracultura con la que nos sentimos cómplices.
Perfil del autor/a: