Texto original publicado en revista Zur
En las últimas horas, fuimos testigos de la renuncia de Evo Morales y su gabinete, a propósito de la crisis política y social generada por las protestas a partir del último proceso eleccionario en el vecino país. La intelectual Raquel Gutiérrez Aguilar escribió este texto para la revista uruguaya Zur a fines de la semana pasada, cuando no se vislumbraba aún en el horizonte este desenlace. La síntesis del recorrido de la crisis, y el desgloce analítico de las fuerzas sociales que confluyen en esta, son expuestos por Gutiérrez Aguilar quién, además, reclama una certera crítica desde el feminismo. El análisis urge en su pertinencia para comprender el desarrollo que podría tener, en los días venideros, la crisis en Bolivia.
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Toda esa energía social de desacato e impugnación a lo que la población ya no está dispuesta a continuar admitiendo, está siendo cercada por una gigantesca maniobra desde las más delirantes y machistas posturas conservadoras, capitalistas, racistas y religiosas.
Ensayo la construcción de una explicación: hilar hechos y narrativas contrastadas porque, en estos momentos, de lo que se trata es de desarmar la lógica de polarización, enfrentamiento y ch`ampaguerra que hoy desgarra las ciudades y regiones del país. También se trata de aprender de la ferocidad de lo que se confronta.
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Lo que no hay que olvidar
Bolivia está atrapada en un fraude desde hace 10 años. Desde que se pactó la Constitución y la permanencia del latifundio con los terratenientes del Oriente, desconociendo lo deliberado por una amplia constelación de diputados constituyentes, varones y mujeres, de las diversas nacionalidades que habitan el país. Aunque eso sí, y también hay que recordarlo: eran personas convertidas en constituyentes a través de la mediación partidaria MASista que no sólo aceptó y mantuvo la representación partidaria como única forma de la actividad y participación política, sino que se dio modos −mañosos− de desconocer cualquier otra forma en competencia de acuerpamiento político negando, desde entonces, la ampliación democrática. Es este, para muchas, un agravio añejo.
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Lo que hay que tener presente
El 21 de febrero de 2016 se llamó a un referéndum en el que se preguntó a los hombres y mujeres bolivianos mayores de edad acerca de la reelección del Evo por cuarta vez, en contra y por encima del texto constitucional −es decir, de lo ya de por sí pactado en 2009. Y Bolivia dijo NO. No a la reelección indefinida de un régimen político de fomento al extractivismo aunque con retórica anti-imperialista y rígidamente autoritario aun vistiendo el disfraz plurinacional. Un régimen político extractivista pues, ferozmente anti-comunitario y misógino. Después, la gimnasia jurídica y argumentativa en relación al «derecho político» a la reelección que ocupó los siguientes años, agravió a muchísimos más cuando «habilitó» a Morales a permanecer indefinidamente en el gobierno.
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El día de las elecciones
El 20 de octubre de 2019 hubo elecciones. Se confrontaban varios candidatos. Los dos con más posibilidades, Evo Morales postulado a través del MAS y Carlos Mesa por Comunidad Ciudadana, distinguibles en la forma presentaban, sin embargo, proyectos económicos que no diferían demasiado: ampliación del extractivismo como corazón del funcionamiento del país.
La ley electoral de Bolivia señala lo siguiente: si ningún candidato obtiene más del 50% en la contienda, habrá segunda vuelta electoral en caso de que la diferencia entre el primero y el segundo candidato más votado sea menor a 10%. Los primeros conteos de aquel domingo que hoy parece tan lejano señalaban que habría segunda vuelta. Marcaban que, en diciembre próximo, Morales tendría que enfrentarse a Carlos Mesa −un exvicepresidente de un gobierno neoliberal que fue derribado por la movilización comunitaria, indígena y popular en 2003, expresidente interino de la época rebelde, expresentador de noticias− y a su Comunidad Ciudadana −coalición política heterogénea organizada en los últimos años. De repente, a las 19:40, el conteo se detuvo.
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Que siempre no…
El silencio en el conteo, sin explicación alguna, causó una enorme tensión social en un país donde hasta hace una década, un principio muy presente de la actividad política comunitaria, popular y sindical era la rotación de las personas en los cargos altos, justamente para cuidar la no eternización de alguno en calidad de «líder perpetuo», como había ocurrido, décadas atrás, con Juan Lechín en la Central Obrera Boliviana (COB). Esto nos lo vuelven a recordar hoy, otra vez, los mallkus y mama t’allas de la Nación Qhara Qhara que enuncian con fuerza que, de lo que se trata, es de que nadie se vuelva indispensable y se atornille al poder.
Algunos, tras el silencio en el conteo de los votos comenzaron a decir «fraude»; otros decidieron decir «ganamos». El malestar se agudizó y fue entonces, cuando los Comités Cívicos −y en particular el de Santa Cruz− comenzaron a desplazar la presencia y la voz de Carlos Mesa y su partido político, Comunidad Ciudadana. Los Comités Cívicos son instituciones políticas añejas en Bolivia: agrupaciones de «fuerzas vivas» diversas por departamento −desde cámaras empresariales, comparsas y fraternidades de las fiestas locales, colegios profesionales y organizaciones sindicales, etc. −, expresan los pactos de clase, casi siempre bajo hegemonía de los empresarios locales, frente al histórico «centralismo» político de La Paz y, por lo general, defendiendo intereses de las regiones.
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Que ya ganó Evo
El 22, 23 y 24 de octubre se abrió en Bolivia un momento de intensa deliberación. Múltiples voces comenzaron a ocupar el espacio público alineándose en torno a dos versiones de los hechos del día 20: «no hay una diferencia de más del 10% y tiene que haber segunda vuelta» contra «hay una diferencia de más del 10% y Evo se queda». Hablaron los Comités Cívicos departamentales, uno a uno, aunque el más estridente siempre fue el de Santa Cruz. Comenzaron los días de los grandes Cabildos: inmensas concentraciones de decenas o centenas de miles de personas, donde los partidarios de cada postura se enardecen entre sí afianzándose en su posición y desafiando a la contraria. Parecía, hasta entonces, una pinza de suma cero bastante conocida: de esas que empujan y obligan a cada quien a optar por una u otra de las posiciones contrapuestas, aunque ninguna nos convenga del todo. María Galindo describió la crisis política que ya se perfilaba como una “pelea de gallos”, convocando a construir alguna mediación a partir de las mujeres para la situación de desastre que se vislumbraba. A muchas tal llamado nos hizo sentido y buscamos abrir la conversación. El juego político parecía tener la forma de disputa entre víctima y verdugo: quien es el agraviado y quien el agresor parecía ser el quid del debate. Evo se empeña en sacar del juego, fraudulentamente, a Carlos Mesa. O éste desconoce el discutible triunfo de Evo y se rebela contra él. Apareció la OEA ofreciendo auditoría electoral dada la nula credibilidad del Tribunal Electoral boliviano. Todavía eran momentos para la palabra y los argumentos: el asunto en disputa giraba sobre números decimales en los resultados de unas elecciones, de por sí, completamente mal llevadas. Segunda vuelta si hay hasta 9.9% de distancia o Evo se queda si alcanza 10.1% de los votos.
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Cuatro fuentes de sentido en confrontación
La semana que comenzó el 28 de octubre, es decir, la segunda semana de convulsión, el conflicto político −y crecientemente social− que se expresaba en bloqueos diversos en las principales ciudades y en innumerables concentraciones en la calle, se desdobló en cuatro fuentes de producción de sentido en disputa. 1) El gobierno de Evo cada vez más empecinado en su sordera triunfalista ocupándose en mover a las organizaciones sociales corporativizadas que, cabe decirlo, no tomaban ninguna iniciativa por cuenta propia y, más bien, esperaban instrucciones. Confiando, todos ellos, en que la proximidad de la fiesta de Todos Santos calmaría los ánimos. 2) Carlos Mesa, Comunidad Ciudadana y los Comités Cívicos aliados, apelando a la «defensa de la democracia» y exigiendo segunda vuelta; convocando una y otra vez a la gente a concentrarse en inmensos cabildos «en defensa del voto». Durante esa semana se comenzó a hacer plenamente visible la participación de muchísimos jóvenes, estudiantes de universidades privadas. 3) una creciente articulación de feministas y mujeres en lucha haciendo enormes esfuerzos por reunirse para debatir y enlazarse en La Paz, Cochabamba, Santa Cruz y quizá en otras ciudades1. Las Mujeres Creando, eje fundamental de tal articulación, organizaron el 30 de octubre una intervención pública en el centro de La Paz a la que llamaron “aborto colectivo” de los caudillos ecocidas; en otras ciudades, otras mujeres y colectivas feministas realizaron diversas acciones: «barrieron» públicamente la basura caudillista en Santa Cruz, se dieron fuerza para abrir un espacio de deliberación en El Alto y, en Cochabamba, también se reunieron para discutir y escribieron manifiestos en medio de una situación cada vez más tensa de peleas en las calles. 4) Una última fuente de producción de sentido en confrontación que rápidamente adquirió centralidad fue Luis F. Camacho, presidente del Comité Cívico de Santa Cruz. Este personaje, en un conocidísimo movimiento de competencia patriarcal, se deslindó poco a poco de su alianza para respaldar a Carlos Mesa y comenzó él mismo a presentarse como protagonista, autorizado nada menos que por “dios”, para encarnar el mensaje «anti-Evo» de las calles. Es entonces, en la tercera semana del conflicto a comienzos de noviembre, después de la fiesta de recuerdo a los muertos, cuando la convulsión se exacerba y complejiza todavía más.
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De la “pelea de gallos” al triángulo víctima-verdugo-redentor
Entre el 31 de octubre y el 4 de noviembre la exigencia colectiva de segunda vuelta electoral, dado que no hay credibilidad en el 0.1% de votación que permitirá que Evo ajuste 20 años en el gobierno, la movilización callejera se recorrió hacia su completo desconocimiento. “Fuera Evo” se volvió la consigna propagada desde el Comité Cívico de Santa Cruz, y su dirigente, el Macho Camacho −como a él mismo le gusta que lo llamen− comenzó a ir y venir de Santa Cruz al aeropuerto de El Alto con una «carta de renuncia» que, según decía, se proponía entregar a Evo para que la firmara. En cada vuelta se tensaban aún más las cosas en La Paz entre los que no lo dejaban salir del aeropuerto y los que querían acompañarlo hacia la ciudad y, mientras tanto, Cochabamba se desbordaba en virulentas y sórdidas trifulcas que dejaron un muerto y decenas de heridos, al tiempo que hacían salir los prejuicios racistas y misóginos más brutales como sucedió en la localidad de Vinto.
De manera intempestiva pues, esta cuarta voz se autonomizó del guión de Comunidad Ciudadana, con dos efectos inmediatos. Por un lado, borró completamente a Carlos Mesa y su discurso emitido en clave de defensa de la democracia liberal procedimental; por otro, aplastó cualquier posibilidad de mediación que estuviera construyéndose con gran dificultad, para volver a instalar la confrontación «entre hombres», es decir, entre machos, como el nudo del conflicto. Además, el Macho Camacho se auto-invistió en calidad de redentor.
Resultó entonces que quedamos así: Evo cada vez más enojado, cercando con sus aliados la Plaza Murillo que es el corazón político de La Paz, diciendo que su voluntad es ley en medio de disturbios crecientes por todo el país; Carlos Mesa descolocado y anulada su capacidad de hablar; Camacho, yendo y viniendo de Santa Cruz a El Alto, afirmando que él es la salvación de la nación por designio de dios. Literalmente lo dice así en un video de producción profesional que circula por las redes sociales.
Víctima-verdugo-redentor: en la confrontación política se instaló amplificado el triángulo simbólico patriarcal por excelencia. La aparición de Camacho-redentor desafía a Evo-verdugo y silencia a Mesa-víctima. Así, la mediación de la palabra feminista/femenina se hace cada vez más urgente y, a la vez, resulta más difícil. Se hace cada vez más complicado enunciar las palabras y diseñar las acciones que puedan hacer entrar aire en ese trágico triángulo que terminará por tragarnos a todas. Algunas voces se asustan y eligen plegarse a alguno de los redentores en oferta, otras nos empecinamos en no hacerlo.
La situación se hace cada vez más obscura pues se arrastra a la sociedad boliviana a las entrañas mismas del orden simbólico patriarcal que sostiene la lógica de guerra que garantiza la acumulación expansiva y colonial del capital. Según este guión: ya no se está disputando el poder político, sino que se está «salvando o destruyendo» Bolivia, según sea quien hable. Evo puede jugar en ese juego, otra vez, con gran comodidad. Ya no está en discusión pública si él ha desconocido o no, una y otra vez, los mandatos que han brotado desde la sociedad cuando se le ha consultado; lo que está en discusión es quién «salva» a Bolivia. Evo-redentor contra Camacho-verdugo/Camacho-redentor contra Evo-verdugo. Y en esta historia, insistimos, hay ya tres muertos y muchos heridos.
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Desarmar este escenario es el desafío
No es claro cómo desarmar esta situación. No es fértil contraponer un discurso de «pacificación» a la violenta confrontación que se agudiza. Necesitamos ir más a fondo y desarmar, tanto como podamos, la lógica que anima la producción reiterada de esta forma política anti-comunitaria, expropiatoria de la voz y decisiones colectivas, disciplinadora de los cuerpos, profundamente misógina, que hoy se exhibe, ridículamente, entre varones enojados que se muestran biblias entre sí. Revise el/la lectora, el patético discurso del «brillante marxista» García Linera el día de ayer.
Algo si sabemos: necesitamos reforzar una voz colectiva y pública que vuelva audibles las palabras, propuestas y deseos feministas, las voces de las mujeres atrapadas en la pugna patriarcal por el dominio y el control de nuestras vidas, las decisiones de las comunidades que rechazan el extractivismo acelerado y las ideas de los varones no violentos. Necesitamos una mediación política que destrabe la situación. Y la tenemos que construir nosotras mismas en Asamblea permanente: no será la iglesia, ni las universidades, ni las instancias internacionales quienes puedan mediar. Necesitamos, como mujeres y como feministas, reforzar y desplegar nuestra propia capacidad política enlazándola con las diversas agrupaciones comunitarias, vecinales, sindicales, sociales e intelectuales que se van desafiliando del escenario de la ruina y del silencio.
Viernes 8 de noviembre, cuando la pregunta que nos tensa a todas es si el ejército saldrá hoy o mañana a matar hijxs y hermanxs nuestrxs.
Imagen: EFE
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Notas:
- Pueden verse las notas desde espacios feministas que hemos publicado con anterioridad, en los siguientes enlaces: Maria Galindo. No nos maten por una silla / Autoras varias. Salir de la polarización, hablar entre nosotras / Autoras varias. No estamos solas. Basta de impunidad y chantaje político