El silencio de la escritura. Lo que no alcanza a llegar al papel, a la letra-palabra porque se atasca, contrae, repliega, resta, obtura, esconde (leo a la poeta Julieta Marchant en su escrito Para qué poetas en tiempos de miseria, su reflexividad profunda, sobre sujetos escribientes en estos tiempos sinuosos, me conmueve, provoca). El escamoteo palabrero resuena en las noches de insomnio ante tanto sonido perturbador que estalla: ulular de sirenas, gritos, disparos, helicópteros que vigilan desde el cielo, sonidos estrepitosos de lo que cae. Imágenes como sobresalto, se estrellan en la piel y el corazón añosos. Lo que nos ocurrió en el lapso de un mes, lo que nos acontece aun, no cesa. Un viernes 18 de octubre actúa como inicio. Cuerpxs jóvenes que gritan en sus saltos de desacato nos abren al movimiento resistente para desbaratarlo todo: «evadir, no pagar, otra forma de luchar». Antes, un pulso perturbador se olía en el aire enrarecido y nos aplastaba desde hacía treinta años y más: «no son treinta pesos, son treinta años» (semanas antes, el estallido de las bombas molotov desde el Instituto Nacional nos remecía, algo se avecinaba en medio de esas lenguas de fuego). En esa incomodidad larga, en ese desajuste inacabable, vivimos la extranjería dictatorial y transicional. Entonces la memoria se enseñorea, esa que no respeta chronos ni aion arrasa con sus sensaciones, cubre los cuerpos. La piel en carne viva porque son sesenta y tres años de vida que pueden balbucear parte de la historia: una púber-adolescente proletaria, habitante de las periferias del sur de Santiago, se entregó militante fervorosa ante el proyecto de una sociedad justa levantado por la izquierda revolucionaria en los setenta del siglo XX (una muchacha nuevecita, como las de hoy, preciosa(s), sin miedo, sin una gota de miedo). El Golpe cívico-militar se instaló como sombra en los cuerpos luchones de ese entonces. Miles haciendo contra-memoria. Sí, es posible volver a los cientos de archivos de los setenta-ochenta. A su presencia imponente porque el olvido ahora es sólo un leve giro memorioso cubierto de heridas, resonancias, réplicas. Entonces, la tristeza, la vulnerabilidad profunda regresa con los uniformes militares, los rifles, los tanques, los camiones, los cascos, a cuestas. El temblor del cuerpo, el corazón palpitante, avisan del miedo, del rechazo a volver sobre esas imágenes feroces: el toque de queda, el estado de excepción, sus violencias. Pesa y no pasa, me repito. Cuántas de nosotras, las añosas militantes de partidos políticos en los setenta, las transgresoras, sentimos tan profundo hoy. Somos un amasijo de emociones encontradas. Somos un coro, una polifonía que pulsa en este territorio de modo persistente. Sería bello, imagino, juntarnos toditas para cantar los sonidos-afectos que nos habitan. En plazas, parques, corear los cánticos de ayer, de hoy en sus disímiles ritmos y tonos para re-inventar lo que no hemos experimentado aun, lo impensado, lo por-venir. Y así, intervenir, interceptar, desarticular, estallar con esa fuerza coral poderosa, las negociaciones de la clase política voraz y su blindaje al sistema neoliberal, al contrahecho gobernante con sus tics, acomodos perversos, indolencia y mentiras patriarcales-capitalistas-coloniales. No habrá Nueva Constitución hasta que no haya justicia y castigo a los responsables, me digo azorada. Desbaratar su impunidad sucia, reclamar castigo por las muertes, violaciones, amenazas, torturas, mutilaciones, pérdidas y traumatismos oculares, golpizas. Esa violencia sistemática desatada desde el Estado represor hacia lxs manifestantes por la dignidad, en esta revuelta sin fin. No hemos ganado nada. La lucha continúa.
Entonces, hoy 21 de noviembre, me re-vuelven las palabras como un llamado ardoroso. Doy un giro hacia las esquinas de esta ciudad que es otra, una mutada, tomada, sitiada, coloreada de pintes varios, con letras disímiles, condensadas sintaxis anómalas, en colores, en blanco y negro. Este centro cívico que habito es fuente de revueltas calientes: las barricadas, los piños marchantes de jóvenes, niñxs, mujeres, hombres, capucha de la primera línea; las rejas y protecciones de seguridad que gritan la represión paca y milica; los gases, las aguas del guanaco; indigentes que duermen y viven estas calles baleadas ayer y hoy. En medio de estas imágenes me acompasa el tono vital-escritural de Pedro Lemebel, amigo amante, que hoy cumple 67 años. Pedro andará por ahí amando a la primera línea, esa muchachada, margen social que nos ha permitido el paso marchante. Lo celebro así en una primera parada (La esquina es mi corazón), la suya de Nataniel con Tarapacá. Entre un O.K y un negocio de barrio, se encuentra un mosaico con su retrato en plumas rojas. Cubre un muro imposible de no ver. Su rostro bien maquillado, sus ojos negros profundos y la boca en rojo carmesí. Todo ese bermellón contrasta con los pintes en negro que escriben citas del Manifiesto: “que su revolución les dé un pedazo de cielo rojo para que puedan volar”. La alusión fuerte de su presencia en esta lucha, su disidencia sexual, su imparable gesto ético-estético-político resistente, la diferencia de clase incardinada. Y en rojo intenso, “RENUNCIA PIÑERA”. Quienes escribieron en el mosaico de su esquina dejaron su rostro intacto. Un gesto que se repite en otros lugares cómplices de la revuelta. Los que mis ojos voraces quieren capturar para dar cuenta de esta enorme pizarra citadina libre, que no quiere volver a la higiene borrega de un Santiago inmaculado. Una segunda esquina que me cautiva es San Francisco y la calle Londres. En realidad son dos arterias separadas por la iglesia San Francisco. Esa mole enorme, en tono color ladrillo con tejas añosas, que conjuga iglesia-convento-museo, tiene un lugar histórico en esta ciudad desde el siglo XVI. No hay modo de que pase inadvertida, igual que el mosaico-rostro de Pedro Lemebel. Pero ambos sitios son parte de una oposición social radical. Lemebel forma parte de una memoria contracultural, política, de clase, disidente sexual, un lugar para atesorar en revuelta constante y provocadora, libertaria siempre. Mientras que la iglesia de la congregación franciscana es monumento nacional que regula un orden colonial que nos constituye hasta el presente. Un ordenamiento vigilante y censor ante cualquier estridencia radical; un peso histórico que amarra, normaliza a la ciudadanía conservadora, temerosa de los movimientos y transformaciones sociales. Esta esquina me seduce porque en ambas arterias se despliegan dos sitios que acosan a la iglesia, la acechan. Por la calle San Francisco se encuentra el Centro social y librería Proyección. Un espacio añoso, aglutinador de jóvenes contraculturales que abren, de modo generoso, combativo, creador el lugar para que converjan las más disímiles manifestaciones políticas, sociales, artísticas. Allí el Cine Club de los días lunes nos convoca desde un espacio para debatir y compartir nuestras tendencias cinéfilas. La librería es el sustento de este espacio y tiene una amplia gama de publicaciones irresistibles para nuestro ímpetu luchón. Por la calle Londres se encuentra Londres 38, casa-lugar de memoria poderosa que fue centro de tortura y exterminio durante la dictadura cívico-militar (1973-1974). Es un espacio que hoy convoca a organizaciones y colectivos que trabajan por la memoria desde múltiples vertientes y es posible recorrer el lugar en visitas guiadas-dialogantes. Ha sido punto fundamental de primeros auxilios durante las manifestaciones sociales en esta primavera ardorosa, para acopiar voluntades e insumos médicos.
Esta esquina en su rostro eclesial, hacia la Alameda y hacia las arterias de Londres y San Francisco, luce completamente tomada por pintes, letras, carteles, afiches. Lxs manifestantes han tomado sus muros para estampar consignas, anhelos, rabias, peticiones, demandas, emociones, denuncias, acciones, posiciones. Entre algunas de ellas: “Pedófilos”, “Cuna de ACAB”, “Resistimos por lxs caídxs”, “Organiza tu rabia”, “No queremos migajas, queremos la panadería”, “Paco muerto no viola ni tortura”, “No podrán lavar la sangre”, “No borrarán nuestra memoria”, “El “Estado chileno viola a su pueblo”, “El pueblo unido avanza sin partido”, “Antiyuta”, “Sin miedo”. Entre los carteles: “Una evasión liceana puede despertar a un puma herido”, “Revolución feminista”, “Camilo Catrillanca, ¡PRESENTE! A un año de su muerte, exigimos JUSTICIA”, “Contra el Kapital”. En el frontis de la iglesia se encuentra un rayado con letras enormes que dice: “¡AKIVIOLAN!” Los pintes y carteles aluden al Estado asesino, a los curas violadores, a los pacos ladrones, a las mutilaciones a los ojos, al toque de queda, a los niñxs del Sename, fotografías de lxs muertxs, a los pacos asesinos y a los curas violadores. En la muralla de la iglesia que da hacia San Francisco se replican las denuncias en algunas sentencias como: “La calle no se abandona hasta que valga la pena vivir”, “No nos paran ni con balas”, “Si no hay justicia para el pueblo que no haya paz para el gobierno”.
Así como el rostro de Pedro Lemebel no fue tocado en el mosaico, tampoco Librería Proyección presenta letras ni rayados. En su frontis sólo aparece una whipala, dos banderas mapuche, un gran lienzo negro con letras blancas que dice: “Contra toda explotación ¡Lucha y autogestión”. Tampoco Londres 38 ha sido intervenido de modo intenso, sólo se leen tres pintes alusivos a los «milicos», a la «nueva constitución» y a los «pacos». En el frontis, este sitio de memoria ostenta un cartel enorme que dice: “Nos cansamos, nos unimos contra tanta impunidad”.
La ciudad de Santiago, la real, abierta en sus muros y expuesta a las manos con sus ideaciones, posiciones del pueblo en la calle, se ofrece como un texto denso para sentir-leer profundo. Recuerdo un video hermoso que circuló en redes sociales que muestra, desde una micro en movimiento, los muros desde Vicuña Mackenna hasta Providencia, mientras Violeta Parra canta una canción interminable. Alguien dijo que todo este despliegue pintarrajeado es una poética callejera ilimitada, que estas manifestaciones verbales y gráficas valen más que toda una creación de artistas consagradxs. Es una voz plural poderosa, liberadora en movimiento que nos acuna diaria y cotidianamente con su fuego necesario. Esta vez digo, −feminista añosa, radical, algo esperanzada−, que hemos ganado los muros y las calles citadinos, aunque la lucha (más larga) no ha terminado.
Gilda Luongo
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*Imagen de Gustavo Ramírez Torres
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