Un chasquido feminista. Leer ansiosa La vejez de Simone de Beauvoir por tercera vez. Tomar este libro denso para sentir, entender profundo la vida, la mutada, la metamorfoseada, la trastornada de una mujer en proceso de envejecimiento. Julia Rojas, feminista entrañable, lo puso en mis manos hace una década atrás. El deterioro senil de mi madre en sus noventa, volvió mis ojos grandes, entristecidos, a sus páginas por primera vez. La labor de investigación me obligó una segunda lectura. Ahora, Alondra Castillo, cantautora feminista de amar, con sus entrevistas sobre mi experiencia de la vejez, me re-volvió a Simone. Libros escritos por/para las mujeres feministas. Trayectos posibles para imaginar de modo interminable nuestras vidas. Compañías benéficas, provocadoras del sentipensar. Porque “vivir una vida feminista” (Ahmed) necesita de sustentos poderosos, qué duda cabe, para no descalabrar, para no sucumbir ante los muros excluyentes, o para caer y volver a resistir en medio de las preguntas por la vida, “lanzar la vida como una pregunta al aire” (Ahmed). La aguafiestas feminista necesita de un aparataje que le favorezca sobrellevar su agotadora mirada crítica del mundo porque rompe, resquebraja, hace estallar en pedazos lo que se entiende como sentido común, como lo normal. “Morir prematuramente o envejecer: no hay otra alternativa”, dice Simone. Sentencia breve, cortante, definitiva. Esta experiencia vivida en el cuerpo, incardinada en su singularidad por las mujeres en sus diferencias, resulta una labor ardua en sociedades capitalistas y patriarcales voraces, expoliadoras de la sobrevivencia humana. Un chasquido feminista. La revuelta del 18 de octubre del 2019 y la pandemia de marzo 2020, en Chile, se dan la mano: dos episodios que me han movido a sentir, pensar, habitar la cuestión de las diferencias generacionales como una tensa, cortante, filosa ‘casa de las diferencias’ (Lorde). La revuelta social me llevó, de modo radical, a recordar la experiencia de la Unidad Popular, el golpe de estado y la dictadura en Chile. Creo que estas memorias que portamos las mujeres viejas, las transgresoras y políticas de la época, no han sido puestas a circular desde su singularidad en cruce con los feminismos, en su ancha complejidad psíquica y social. No estoy hablando solo de hacer acopio de los eventos vividos en los contextos de politización y las militancias partidistas intensas de esos años. Tampoco estoy hablando de erigir monumentos, autoridades, ni museos; menos de victimización. Estoy sentipensando en las memorias múltiples en cruce con nuestras subjetividades, afectos, deseos, vulnerabilidades, heridas profundas que sangran cada tanto. La política feminista de los afectos. Un chasquido feminista. La fragilidad experimentada con los militares en las calles, la represión de lxs pacxs, las violaciones a los derechos humanos otra vez, muertes, torturas, abusos, golpizas, mutilaciones, detenciones, vuelven a abrir esas heridas que necesitamos curar. Sanar es resistir (Yolanda Aguilar). Cuerpos vulnerados por combatir, ayer y hoy, la violencia estructural de un sistema perverso. No, no es la misma historia, pero quién sabe la dimensión de estas imágenes reiteradas al infinito en la imaginación de cada mujer vieja. La mujer vieja que siente, recrea, rememora, experimenta en su cuerpo esa dimensión. “Tu cuerpo puede ser lo que te frena” (Ahmed). Ya no puedes estar en primera línea, aunque lo desees con fervor; no puedes huir de la repre, las rodillas gritan; no puedes respirar en medio de las lacrimógenas porque el resuello no alcanza. La cuerpa no da, la energía no da. Las emociones en revuelta: miedo, pena, rabia. Y qué decir de la pérdida de ingenuidad frente a los poderes de la clase política y su cocina institucional sucia. La nueva constitución en el marco del pacto por la paz como pesadilla que reitera su ecolalia mezquina: “en la medida de lo posible”. No hay consuelo. Un chasquido feminista. Y casi como en una pirueta de salto mortal nos damos de frente con la pandemia. Coronamos el reino de Chile con el coronavirus. Pareciera ser que la revuelta quedó aplastada. Pero no. Otra vez la vejez es protagonista silenciosa. Aparece como precarización extrema del patriarcado capitalista. Cuerpos que no importan porque no producen ni engordan al mercado. Lábiles, tienen menos defensas, están menos preparados para resistir la invasión a los pulmones, órganos deteriorados. No pueden lidiar con los términos bélicos que rondan el combate viral, su batalla. Cuerpos precarios que van a sucumbir. Hacer vivir y dejar morir. La necropolítica (Achille). Un chasquido feminista. Y las mujeres viejas, las pobres, las pensionadas de miseria, las abuelas sin acceso a la salud decente, a la dignidad de un trato humano, las que hemos cuidado toda la vida porque nos enseñaron que ese era el lugar que nos correspondía por naturaleza, ahora quedamos a expensas de las erráticas e injustas decisiones de un estado terrorista que ayer no más abusaba, reprimía, violentaba, detenía, golpeaba, sometía al movimiento social. Las autoridades, que hacen ahora de salvadoras de la vida, no han hecho ni una sola mención a las viejas, ni siquiera como simulada e hipócrita preocupación. Un chasquido feminista. Y los militares vuelven a la escena, los que ayer reprimían hoy son los ‘buenitos’ que cautelarán el orden social para ‘protegernos’ de nosotrxs mismxs en medio de la emergencia catastrófica, calamitosa de la pandemia viral. Un chasquido feminista. Simone de Beauvoir, provocadora como siempre, nos regala al final de La vejez lo que pulsa como latido urgente en medio de la revuelta y la pandemia: “Cuando se ha comprendido lo que es la condición de lxs viejxs no es posible conformarse con reclamar ‘una política de la vejez’ más generosa, un aumento de las pensiones, alojamientos sanos, ocios organizados. Todo el sistema es lo que está en juego y la reivindicación no puede sino ser radical: cambiar la vida.” (650)
*Gilda Luongo, integrante Auch!
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