I.
Para empezar a sanar una enfermedad hay que poder reconocer los síntomas1. Un médico alópata educado en la tradición científica moderna reconoce estos síntomas de manera racional. Busca en su enciclopedia mental qué datos se conectan con determinadas imágenes y números, etc., para luego poner un nombre técnico a esa conexión. Unas conexiones pueden ser más complejas y otras más simples, pero en el vocabulario de nuestra civilización «enfermedad» y «síntoma» están neuróticamente conectados. La «causalidad», la relación de causa/efecto entre ambos, es tan lejos como nuestro sentido de la salud civilizado puede ver. La crisis de antidepresivos, opioides, y analgésicos que vive actualmente EEUU y el mundo en general es testimonio de ello.
En las tradiciones pre-industriales, en casi todas las culturas del mundo, la enfermedad y los síntomas son parte de un universo mayor en el que «la medicina» se desarrolla más como un arte que una ciencia. Quizá la distinción entre estas dos miradas era menos estricta antes porque la división del trabajo aún no había hecho lo suyo. El curandero también tiene que poder reconocer los síntomas antes de actuar, pero algo que lo distingue es que la sintomatología no se reduce a lo racional, y que los síntomas son sólo el enunciado o señal de una historia más larga.
El astrónomo y revolucionario Anton Pannekoek sintetizó este problema de una manera excepcionalmente clara: la ley de gravedad es la abstracción conceptual que nuestra capacidad intelectiva extrae del fenómeno de la caída (Lenin, filósofo [1938]). Las ideas se confunden con la realidad tanto como el síntoma con la enfermedad. Pensamos que el dinero es riqueza, y al cabo de un tiempo nos terminamos hundiendo en números. Esto intentaba hacer ver un confundido periodista a la jefa del departamento de economía de la OCDE (organización de la que Chile es el único y orgulloso miembro latinoamericano): “estamos siendo testigos de cómo frente al retroceso de la actividad económica global hay un avance y recuperación inmediata de los ecosistemas que tanto han sufrido en las últimas décadas”. Pero del otro lado no se encontraba con ninguna respuesta: “la situación va a hacer que nos cuestionemos profundamente la manera en la que hemos llevado la economía las últimas décadas”.
II.
La transformación de la vida cotidiana a la que estamos asistiendo revela la pobreza de contenido de las películas de ciencia ficción con las que la industria cultural intenta vendernos «el tiempo» como un gadget más o, en el mejor de los casos, como una fantasía sobre la que proyectar nuestros propios sueños. Pareciera que nunca había sido tan cierto que «la realidad supera la ficción». Incluso más: la situación actual está borrando el límite entre una y otra.
El escritor y activista norteamericano Derrick Jensen desarrolló en su libro Endgame, la idea de que el imaginario apocalíptico es una característica propia de las “culturas civilizadas”. Dicho de revés, no es propio de la condición humana el miedo o deseo de «fin de mundo», sino propio de la civilización. Esta sutil distinción entre miedo y deseo (rechazo y aprobación) es digna de observar de cerca. Así es como la industria cinematográfica divide falsamente a su audiencia: mientras para algunas personas el escenario post-civilización es una pesadilla para otras es un «sueño hecho realidad», pero a todo el mundo fascina por igual.
Menos interés parece concitar el hecho de que a otrxs tantxs no quedan ganas siquiera de imaginar un «más allá».
III.
El pensamiento se empeña en «poner orden» para encontrar una salida a las dificultades de la carne. Pienso, luego existo. Las medidas de gobierno, las políticas de Estado, la violencia sistémica, etc., por muy abstractas y ajenas que parezcan tienen un efecto directo sobre nuestros cuerpos y mentes. El «cambio», cuando no es conducido por el propio espíritu sino por fuerza externas, se vive como una dolorosa tragedia.
Las respuestas y soluciones que vemos esgrimir a los expertos por televisión e internet nos parecen irracionales, desquiciadas y alejadas de la realidad, justamente porque lo son: lo suyo es el espectáculo, no la realidad. Nuestras vidas están en manos de ineptos totales en el mejor de los casos. Esta alienación profunda es el tipo de problemas que el intelecto intenta resolver hasta que duele la cabeza o da insomnio (la coraza se tensa). Y cuando al virus le siguen terremotos y maremotos2, cuando los planetas parecen alinearse para sacudir la soberbia del “humano plaga”, a muchxs lxs inunda un extraño sentido de agradecimiento hacia la Pachamama.
La historia de la humanidad es también la historia de las respuestas que hemos dado a estos problemas existenciales. Hay muchas de esas historias. Nuestra civilización, desde luego, no las conoce todas y borra con el codo tantas más.
Si se trata de rastrear el origen de la catástrofe en la que nos encontramos, las apuestas se disparan. Se puede hablar de años, décadas, siglos, milenios o kalpas. El itinerario de la cosmología hindú, por ejemplo, es cíclico y no lineal, es multidimensional y no uni-dimensional. Según su calendario nos encontramos justo al comienzo de una de las cuatro eras que componen un ciclo: Satya Yuga, Treta Yuga, Dwapara Yuga y la nuestra, Kali Yuga. En la primer era no hay vicio; en la segunda el vicio se introduce; en la tercera el vicio se ubica en el centro y crece; en la cuarta el vicio se apodera de todo, Kalki aparece y destruye ese todo para que vuelva a empezar el ciclo. Este último yuga empezó hace 5000 años, es el más corto de todos y dura 432.000 años. Si bien, según algunos cálculos, la sumatoria de las cuatro eras resulta en 4.32 millones de años, lo importante es observar que el ciclo que describen es traducible a cualquier medida de tiempo.
Los 5000 años de Kali Yuga andados parecen coincidir con los cálculos que hacen otrxs observadores contemporáneos. Claudio Naranjo, el psiquiatra chileno fallecido en 2019, databa este problema a unos 6 mil años, fecha aproximada en la que según él transitamos desde una comunidad humana matrística (o matriarcal) a una sociedad patriarcal (La mente patriarcal, 2010). Coincide en esto con otro psiquiatra, Ian McGilchrist, que observó cómo en cierto momento de la historia humana nuestro lado izquierdo del cerebro se “tomó la palabra” en desmedro del lado derecho3.
El teórico Jaques Camatte apunta también a un ciclo temporal mayor. Según él la Errancia de la humanidad (disponible en castellano), su locura y alienación, sólo terminará cuando se reintegre a la naturaleza de la que escapó hace varios miles de años. En su opinión este largo periplo está llegando a una conclusión ante nuestros ojos, pero es aún imposible vislumbrar si esta conclusión significará la realización de la comunidad humana (Gemeinwesen) o su extinción.
En una carta reciente a “un/a compañerx de la región chilena” (disponible aquí) a propósito de la pandemia, Camatte confesó: “Lo interesante es que estamos siendo testigos del resultado de este vasto fenómeno que se desarrolla durante miles de años entre los dos momentos de la afirmación de la amenaza del riesgo de extinción. Estamos en el corazón de su despliegue, es decir, de la manifestación, de la epifanización para señalar su potencia integral, del riesgo. Es como si nada fuera a pasar y, sin embargo, todo está sucediendo ahora. No obstante, no sabemos cuánto tiempo va a tomar. En última instancia, lo importante es ser capaz de poder experimentarlo —vivirlo— efectivamente en su totalidad, lo que requiere restablecer la preeminencia de la afectividad que permite el sentido de la continuidad y, por consiguiente, del poder de la vida”.
IV.
Lo que más cuesta aceptar es que el problema lo estamos teniendo aquí y ahora.
Esa es la primera condición para sanar nuestro mal-estar.
RB / 2&3Dorm
28 de Marzo 2020
Perfil del autor/a:
Notas:
- A la pregunta de “¿Cuánto tiempo dura el tratamiento?” Sigmund Freud responde con una referencia a una fábula de Esopo: “Uno tendría que conocer el paso del caminante antes de estimar la duración de su peregrinaje” (La iniciación del tratamiento, 1913).
- El terremoto registrado en las islas Kuriles, Rusia, el pasado 25 de marzo tuvo durante algunas horas en pánico a los países del pacífico ante la amenaza de un maremoto.
- En su trabajo The master and his emissary. The divided brain and the making of the modern world, McGilchrist ofrece una completa síntesis sobre cómo nuestros cerebros están constituidos y perciben la realidad. Ahora bien, el autor no propone una glorificación del sentimiento a expensas del pensamiento. A diferencia de la doctrina comúnmente aceptada, McGilchrist argumenta que la división del cerebro en hemisferios permite dos tipos de atención que sirven a tareas esencialmente diferentes. En términos muy generales, el hemisferio derecho está a cargo de la percepción de la totalidad del contexto, mientras que el izquierdo está a cargo de la atención orientada al detalle. Estas dos formas de percibir dan origen a dos versiones incompatibles del mundo, con prioridades y valores muy diferentes. Un punto central de la obra es que, si bien la conciencia se produce constantemente a través de las conexiones entre nuestros hemisferios, prácticamente hemos perdido contacto con la información procedente de nuestro hemisferio derecho a raíz del dominio del creciente cientificismo de la cultura tecnológica. McGilchrist sugiere que el fomento del pensamiento preciso y categórico a expensas de la experiencia y la visión de fondo ahora ha llegado a un punto en el que está distorsionando seriamente nuestras vidas y nuestro pensamiento.