*Texto escrito en coautoría con Gabriela Cabañas y Matías Peralta.
Varias películas de ciencia ficción parten con algo así como “luego de la pandemia del 2025…”, un relato que nos informa sobre los eventos catastróficos que ocurrieron para llegar al mundo, generalmente distópico, en el que transcurre la historia de la película.
Al parecer el coronavirus a puesto en movimiento la imaginación de célebres autores (Naomi Klein, Slavoj Žižek, Harari, Byung-Chul Han, David Harvey, entre otros y otras) que han publicado artículos en los que se preguntan sobre el rumbo que podría tomar la sociedad durante y luego de la pandemia.
Y si bien aún estamos en medio de la crisis y los esfuerzos deben dirigirse a superar la emergencia sanitaria, social y económica, tal vez la forma en cómo se enfrenta la amenaza determinará la película en la que viviremos en los próximos años.
Los juegos del hambre, la película distópica.
Para Naomi Klein, la crisis actual abierta por el coronavirus puede ser el momento perfecto para que los poderosos pongan en marcha una doctrina del shock, esto es, que aprovechen la situación de caos, de menor atención y capacidad de control de la ciudadanía sobre los que están en el poder, para incorporar transformaciones institucionales que favorezcan a los más ricos y hagan pagar los costos de la crisis a la mayoría de la población.
En Chile sabemos harto de doctrina del shock porque nos la han aplicado hasta el cansancio; por lo que esto suena a una historia conocida. La aprobación reciente del proyecto de teletrabajo que precariza y desdibuja los límites del horario de trabajo, el arriendo de Espacio Riesco, la insistencia en no perturbar demasiado el funcionamiento de la economía, son algunos ejemplos, pequeños aún, de cómo el neoliberalismo trabaja activamente en dar soluciones privadas que privilegian el cuidado de la economía, en medio de una crisis sanitaria brutal.
Podríamos incluso preguntarnos ¿Y si la falta de urgencia de nuestro gobierno es el camino de una nueva doctrina del shock que busque detener, por un lado, el proceso iniciado con la revuelta social del 18 de octubre, pero además, generar las condiciones para la incorporación de un nuevo set de medidas neoliberales como solución frente a la crisis?
La película distópica que se asoma, es la de un mundo en el que sobrevive el más fuerte. Las murallas, las cúpulas protectoras, los espacios protegidos serán un privilegio de quienes puedan pagarlo. El resto tendrá que vivir en una gran zona de sacrificio ambiental y biológico. Un escenario así, claro está, tendrá que ser administrado con algo probablemente muy distinto a la democracia, algo mucho más parecido al estilo de los estados asiáticos, que si bien han sido capaces de enfrentar con éxito la pandemia en base al alto nivel de información sobre la ciudadanía que manejan, es al mismo tiempo ese uso omnipotente de la información la que le permite, a China por ejemplo, reprimir a grupos disidentes y comportamientos de la población que no van en la línea oficial. Un estado de excepción permanente, los militares indefinidamente en la calle, la democracia indefinidamente aplazada.
En una película así tampoco es difícil imaginar el fin de la idea, que ya es débil, de derechos humanos universales, de justicia internacional, de comunidad global racional, de la ciencia como voz con autoridad. Más bien se avizora un nuevo feudalismo en el que cada nación se esconde en sus fronteras y lucha por los suyos (o por algunos de los suyos), en el que las noticias falsas y los discursos demagógicos derrotan definitivamente al conocimiento científico.
Lo anterior le podrá sonar exagerado a alguien, pero ¿no es lo que ya está ocurriendo? ¿No es el privilegio de poder permanecer en cuarentena y no tener que ir a meterse al metro o a una micro, una muestra de cómo surgen las cúpulas y espacios protegidos para una parte de la población? ¿No es tener un auto o poder pagar siempre un uber una señal clara de estar dentro (de la cúpula), mientras tener que andar en metro en hora punta, es la realidad de quedar fuera?
Como destaca Žižek, en Reino Unido se están preparando para aplicar un protocolo que han llamado «Los tres reyes magos», que en resumen, llegado el momento en el que la infraestructura de salud se ve superada, delega la decisión de a quién le toca ventilador mecánico y a quien no a un equipo de tres personas en cada hospital. Ahí el criterio es dar espacio a la gente joven y sana dejando atrás a los viejos y enfermos crónicos. Además de ser un panorama desolador en el que tratamos a humanos como pedazos de carne, Zizek se pregunta ¿no será acaso este protocolo el terreno perfecto para una corrupción incalculable? ¿Un mercado negro que lo que vende es la posibilidad de seguir viviendo?
Y cuando vemos que las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud o del Colegio Médico, organismos que basan sus directrices en evidencia científica, son menos escuchados que el «dios-economía» ¿no es una derrota de la acción basada en la ciencia?. Según Zizek estamos viendo el retorno de un «animismo capitalista», es decir, la postura de tratar a la economía como un ser vivo misterioso e indescifrable que puede ponerse «nervioso» o exigir sacrificios. Mientras se muere gente les preocupa que el mercado se ponga «nervioso». ¿Qué más se puede justificar por la necesidad de contentar al dios-economía? ¿Es muy tonto imaginar a la economía como una coordinación que la humanidad lleva a cabo en favor de su bienestar?
En una sociedad así, del más fuerte, los privilegios de unos grupos humanos sobre otros sólo se pueden exacerbar. Como señala David Harvey, la fuerza de trabajo del área de la salud, como de los cuidados en general frente a la crisis, en el mundo está desproporcionadamente sobre los hombros de cuerpos racializados y de género femenino. Esto implica que quienes se están haciendo cargo del enorme número de enfermos, son los mismos grupos han sido explotados en nombre de la productividad y la preservación del capital.
Así es más o menos el mundo que ofrece el neoliberalismo frente a la crisis. Sálvese quien pueda.
El estallido dentro del estallido
En varios sentidos, la actual coyuntura ha reforzado varias de las lecciones que veníamos aprendiendo desde octubre de 2019: el sistema de salud pública está totalmente abandonado; el sistema de AFP no vela por la seguridad de las pensiones de nuestras personas mayores; quienes trabajan en empleos precarios e informales viven en la incertidumbre económica.
Si en Italia se han lanzado peticiones para financiar los implementos de sus hospitales, en Chile incluso antes de las protestas de octubre teníamos al sector de salud movilizado porque el presupuesto simplemente no alcanzaba para llegar a fin de año.
Al mismo tiempo, ya hacia fines de la tercera semana de marzo los fondos de las AFP registraban dramáticas bajas debido a la aceleración de los contagios y muertes a nivel global. Mientras la respuesta del gobierno a la demanda por pensiones dignas se habían limitado a ajustes poco ambiciosos; la realidad de nuestra enorme dependencia de un sistema que protege la rentabilidad de las AFP por sobre el bienestar de las personas vuelve a golpearnos con fuerza.
Por otra parte, las señales iniciales del gobierno para paliar los efectos de la paralización de gran parte de las actividades sociales y de consumo —pubs, cines, restoranes y otros considerados «no esenciales»— están centrados en apoyar a las y los trabajadores formales. Lo inadecuado de esta medida no resiste análisis. Gran parte de nuestra población se ha vuelto dependiente de ingresos informales, sobre todo a través de aplicaciones móviles de transporte, reparto de comida y compras a domicilio, que se suman a quienes dependen de propinas y otros servicios que simplemente no pueden funcionar bajo normas de aislamiento como taxistas o centros de estética. La precariedad contra la que nos habíamos rebelado también vuelve a estar en el centro de la discusión.
El enfoque colectivo: no sólo es justo, funciona mejor.
Una de las disyuntivas a las que se enfrentará Chile y el mundo en este nuevo trance corresponde a cuáles serán los valores que nos guiarán. Durante los primeros días del inicio de la pandemia en Chile, se pudo ver a individuos de clase alta, conscientes de que su capital les permitiría sortear las consecuencias sanitarias a las que podrían enfrentarse, decidiendo no hacer cuarentena, viajando, saliendo y contagiando. De la misma forma, desde Europa, Byung-Chul Han comenta que el individualismo europeo trae aparejada la costumbre de andar con la cara descubierta, en oposición al ciudadano más colectivizado en Corea1.
Aquí es donde las sociedades del mundo tienen un camino que se bifurca para enfrentar esta crisis hoy y en el futuro: insistir en el individualismo, en que los marginados se rasquen con sus propias uñas, manteniendo las claves del neoliberalismo en salud, previsión y trabajo; versus plantear nuevos elementos que sean capaces de instalar nuevos valores hegemónicos como lo es la cooperación, solidaridad y fraternidad.
Nos encontramos en un momento muy gráfico de la disyuntiva del neoliberalismo. Estamos viendo individualismo y mercado para enfrentar el virus, lo cual permite que sólo quienes pueden pagar se traten o conozcan la presencia del virus; pero al mismo tiempo, desata el caos en quienes no pueden hacerlo, impide que se controlen los contagios de manera sustancial, provoca crisis económicas en las familias y atenta contra la integridad de estas, incluso mercantiliza la cura para el coronavirus. En esta línea, Nuria Alabao desde España plantea que “nos han pedido que nos encerremos para controlar el virus. Y lo hacemos”. Pero para algunos la cuarentena implica un costo, un sufrimiento altísimo (casas en situación de hacinamiento, violencia, etc. “¿Y qué reciben a cambio por echarse encima por igual los problemas derivados del encierro?”2.
Por otro lado, se ha demostrado que es la cooperación la única salida a esta crisis, concientizando a las sociedades de que hacer cuarentena es la única forma de controlar el virus, desarrollando un sistema de seguridad social de emergencia o permanente que garantice que las familias podrán vivir, y empujando al mercado de fármacos a cooperar para desarrollar una vacuna de la manera más rápida posible.
Como señala James Meadway, la contención del virus sólo funcionará si es universal, que significa que todos estén en condiciones de poder aislarse. Nos advierte que “la salud de todos depende de la salud de los más pobres entre nosotros”. ¿Cómo andamos en Chile con eso?
Según este autor, el Estado debe encargarse de proveer lo básico para el bienestar de las personas y desactivar el funcionamiento de toda la industria que no sea de primera necesidad. Al contrario de la lógica de no poner nervioso al mercado, Meadway propone que si el PIB y el consumo de mercancías de segunda necesidad, es bastante bajo −en el contexto de pandemia y si la vida de las personas es lo más importante− aquello puede considerarse un programa económico exitoso.
No podemos permitir que vuelvan a ser los sectores que ya estaban golpeados por el sistema quienes paguen el precio de esta crisis. Ceñirnos a requerimientos restrictivos es necesario para enfrentar la pandemia, pero no cuando es usada para defender los privilegios de unos pocos y menos cuando no nos ofrecen una alternativa para sobrellevar los sacrificios de la cuarentena. Como señala Alabao: “Aceptamos pues por el bien colectivo. Aceptamos el encierro y que no todas llegamos a él en las mismas condiciones. (…) ¿pero toleramos no tener derecho a ninguna ayuda?”.
No, no es tolerable y el título del texto de Alabao deja en claro su consigna: “Si quedarse en casa es incondicional, la renta básica también”. Tal vez la crisis no abre sólo un camino desolador.
El otro futuro que se hace imaginable
La renta básica universal es una idea que ha estado presente en el debate por lo menos desde los tiempos de Tomás Moro; en los últimos 20 años ha ganado más peso en círculos de pensamiento y organizaciones políticas. Se trata, en simple, de un pago mensual que el Estado realiza a todas las personas de un país, independiente de cualquier condición. El objetivo es que cada persona pueda solventar sus gastos básicos. En las últimas semanas, la idea de una «renta básica de cuarentena» ha estado en la lista de posibles medidas que varios países barajan frente a la crisis. No sólo es posible, en algunos casos, cuando se ha decretado cuarentena total, una renta básica de emergencia parece ser la única opción realista. Lo que parecía una medida utópica, comunista, se vuelve la opción seria y concreta.
Naomi Klein cita una idea fundamental de Milton Friedman, ideólogo del neoliberalismo y de la doctrina del shock. Una idea que para Klein tiene potencial de operar en distintas direcciones políticas:
Solo una crisis −real o percibida− produce un cambio real. Cuando esa crisis ocurre, las acciones que son toman dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Esa, pienso, es nuestra función básica (la de los economistas neoliberales) desarrollar alternativas a las políticas actuales, mantenerlas vivas y accesibles hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente necesario.
Con la crisis que genera el virus han aparecido varios imposibles que se vuelven necesarios. La renta básica es una. También hace poco en Chile la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA) ha salido a decir que «hay que ser pragmáticos, no ideológicos» y no descarta seminacionalizaciones como medida para salvar empresas. «No ideológico», es como si dijeran «bueno, vamos a olvidarnos de Milton un rato, porque aquí se nos viene todo abajo si no pedimos ayuda al conjunto de la sociedad».
Si las acciones frente a la crisis pueden ir en distintas direcciones, en este caso ¿será el rescate de las empresas un crédito barato que obtendrán del bolsillo de la gente? Un crédito que ¿nos devolverán cuando puedan, cuando ya estén enriqueciéndose tranquilos de nuevo? o ¿será la oportunidad para que distintos actores de la sociedad, no necesariamente sólo el Estado, tengan participación en la propiedad de sectores estratégicos de la economía?
Frente al escenario de un nuevo feudalismo, de la película distópica en la que el más fuerte sobrevive, aparece otro escenario, otro mundo posible. Para Žižek esa posibilidad, es la posibilidad de una sociedad alternativa que llegue más allá del Estado nación, que tome la forma de una cooperación y solidaridad global. Žižek cita a Will Hutton:
En este momento está muriendo una forma de globalización no regulada basada en el libre mercado, con su propensión a las crisis y las pandemias. Pero está naciendo una nueva forma que reconoce la interdependencia y la primacía de la acción colectiva basada en la evidencia.
Esta interdependencia basada en la evidencia, tiene como ejemplo la situación a la que se ve enfrentada la OMS (y el Colegio Médico en Chile), esta es, como declaró su presidente hace unas semanas, que a pesar de que las autoridades sanitarias cuentan con la capacidad de combatir exitosamente la propagación del virus, algunos países han demostrado un nivel de preocupación inferior al nivel de la amenaza. ¿Tiene sentido que en plena globalización e inmediatez de la comunicación, algunos países, como también denuncia Hutton, “recurran a sus propios análisis, (…) con primitivos enfoques sobre la contención?”. La misma tensión entre el ministro de salud y la presidenta del Colegio Médico en Chile: liderazgo neoliberal, que es capaz de ignorar las medidas basadas en la evidencia (si atentan contra el beneficio económico), versus un liderazgo basado en la ciencia, que está dispuesto a hacer lo que sea necesario para salvar vidas humanas.
La cooperación y la solidaridad no son en este caso actos de entrega por amor al prójimo, son incluso la mejor forma de salvarnos individualmente. Todas estas «medidas colectivas de emergencia» tal vez, si peleamos por ello, no serán solo la excepción que tuvimos que hacer para salvarnos del coronavirus, sino nuevos paradigmas de cómo se debe organizar la sociedad. Nuevas pandemias, cambio climático, crisis económica, disrupción tecnológica, propiedad intelectual ¿Acaso no nos sobran problemas frente a los que sólo es posible una solución en común?
Perfil del autor/a:
Notas:
- “En Europa impera un individualismo que trae aparejada la costumbre de llevar la cara descubierta. Los únicos que van enmascarados son los criminales. Pero ahora, viendo imágenes de Corea, me he acostumbrado tanto a ver personas enmascaradas que la faz descubierta de mis conciudadanos europeos me resulta casi obscena”. Byung-Chul Han.
- “Nos han pedido que nos encerremos para controlar el virus. Y lo hacemos. (…) Pero el encierro no implica lo mismo para todos; para algunos supone un altísimo coste: personas con niños que habitan casas en situación de hacinamiento, a veces sin calefacción, mujeres y menores que sufren violencia en sus hogares. Otras son obligadas a trabajar en medio de la pandemia en lugares sin medidas de seguridad cuando tienen a personas a su cargo que quizás son población de riesgo. Buena parte de ellas no puede elegir. Muchas no pueden teletrabajar o no saben qué hacer con sus hijos sin cole y sus trabajos basura que no se han suspendido (…) ¿Y qué reciben a cambio por echarse encima por igual los problemas derivados del encierro?”