No, me digo, no es posible que en este país la matriz patriarcal/colonial nos ponga la bota encima con tanta facilidad. En tiempos de pandemia, me digo, todo es posible. En tiempos de dictadura todo fue posible. Existe una especie de peso muerto que nos aplasta como en aquellos tiempos de la bota cívico-militar. Tanta miseria circulante, tanto abandono, tanta pobreza, tanta injusticia que emergió en este ex oasis. Las fracturas geológicas a la orden del día. Junto con ello tanta burla, tanta estulticia, tanta bobería, tanta necedad, tanta indolencia, tanta vacuidad que nos violenta desde los poderes de turno. Y así, de buenas a primeras, hombres columnistas con aires intelectuales (haciendo gala de la intertextualidad), califican a la presidenta del Colegio Médico como “zorra”. Izkia Siches, mujer sensible a las diferencias culturales de este país, es capaz de situarse como sujeto en esa trama quemante de género/etnia/clase; profesional que ha puesto la palabra entendida en su materia, -la salud-; que ha develado un posicionamiento ético y político respecto de la crisis sanitaria; que se ha mostrado abierta a colaborar con el gobierno maltrecho de Piñera, para que esta debacle pandémica no sea naufragio definitivo; es maltratada sin ambages desde la palabrería burda de un hombre cualquiera. Esta mujer profesional, -dirigenta máxima del colectivo de su gremio-, por aparecer tal cual es en lo público es denostada y violentada. No, no es la primera vez que le ocurre, ni es a la primera mujer que le sucede. Entonces esta sociedad chilena machista, misógina, sexista se muestra incapaz de aceptar la presencia de mujeres que desafían la naturalización del lugar de lo femenino: esa relegación de las mujeres a lo íntimo, a lo privado que pareciera no tener relevancia política. Se equivocan. Porque “lo personal es político”, lema levantado por las feministas de los setenta del siglo XX. Hoy es, más que nunca, nuestra bandera de lucha. No hay jerarquía entre lo privado y lo público para las feministas. Ambas son esferas políticas que nos demandan aparecer como sujetos de voz y voto en lo que nos convoca para actuar: la injerencia en cuestiones políticas álgidas para la sociedad en su conjunto y el ámbito que sostiene la producción de la fuerza de trabajo, ese territorio sin salario, profundamente ético-político, que en tiempos de pandemia se ha vuelto fundamental porque es la zona frágil de los cuidados. La “zorra” aparece como la voraz mujer que espera detentar un cargo de poder: la misoginia aparece desacreditando a las mujeres que hemos disputado los territorios masculinos y su hegemonía. También la zorra es el calificativo que nombra en ocasiones a la “puta”, la mujer que trabaja y comercia con su cuerpo para ganar el sustento vital. En oposición a la “virgen”, la puta aparece en la voracidad sexual, esa nutrición carnal que los hombres han dicho merecer siempre porque no pueden contenerse en su deseo tan “legítimo”. Los sostiene el falocentrismo en ello. Y entonces la zorra aparece en la noche como loba, esa mujer profesional, la médica, se transforma y se entrega a los placeres ilegítimos. Los nombres y las comparaciones de las mujeres con el mundo animal forman parte de la razón moderna patriarcal binaria. Nos quieren situar aun en la zona de la barbarie, del instinto, de la naturaleza, por eso levantan las dicotomías perversas que han llevado a esta civilización por derroteros que van en caída directa a lo in-humano. Es necesario desbaratar feministamente estos binarismos para cambiar la vida. Así una violenta discriminación hacia las mujeres se toma la escena pública. Y entonces, inevitablemente aparecemos nosotras, las aguafiestas feministas. Bienvenidas. Somos las que no perdonamos ni una coma a este sistema sexo-género heterosexual, racista, clasista, colonial, homofóbico (Gayle Rubin). Las que ponemos siempre la nota discordante; las que incomodamos con nuestros chasquidos feministas; con nuestros conceptos sudorosos (Ahmed); las que vamos siempre más allá de las consabidas, autoritarias y nefastas intervenciones de quienes se conciben desde el ordenamiento cultural, supuestamente normal, del género normativo, tradicional y conservador. Somos las resistentes a la violencia estructural de este sistema capitalista-patriarcal voraz y su pedagogía de la crueldad (Rita Segato). Somos quienes denunciamos a las mujeres que se convierten en las regalonas del patriarcado (Margarita Pisano), como la recientemente nombrada Ministra de la Mujer Macarena Santelices. La que a todas luces no está preparada para liderar un ministerio que dice proteger y cautelar los derechos de las mujeres. Las feministas hemos dicho a coro en el país: “no tenemos Ministra”. Lo reiteramos hoy cuando Santelices acaba de nombrar como Jefe de División de Estudios del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, a Jorge Ruz, un ex editor del periódico “La Cuarta”. Un sujeto que, según su currículum, se desempeña como gestor de eventos de la fanfarria, de concursos y festivales. Aparece en reemplazo de la economista María José Abud. ¿Por qué? No hay razón moderna que valga. Estas regalonas del patriarcado, como Santelices, están sometidas a los tejes y manejes del poder patriarcal; son genuflectas a los ordenamientos institucionales masculinos más arbitrarios; padecen de la ilusión del falo (Julia Kristeva); no tienen ninguna conciencia de género (Julieta Kirkwood); tranzan fácilmente con los hombres y sus poderes mezquinos; carecen de una perspectiva crítica de género que las ponga en un lugar comprometido con las mujeres, con sus demandas múltiples y urgentes. No debiera asombrarnos, por lo tanto, este gesto grosero de la Ministra. Más bien nos invade la indignación porque estamos otra vez frente a la bofetada. Frente a la violencia hacia nosotras al nombrar en un cargo a un hombre sin ninguna formación en Estudios de Género y que por lo tanto, como “crónica de una muerte anunciada”, incumplirá las labores necesarias que demanda su área. No hay justicia. Por ello insisto, como feminista radical añosa, la lucha más larga continúa (Juliet Mitchell) y lo que persiste, lo que no cesa, lo que vuelve una y otra vez (Sara Ahmed) amerita, más que nunca, nuestra movilización colectiva en resistencia interminable.
Santiago Centro
Junio, 2020
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