Lo único que pido realmente son pasión e ironía permanentes, donde la pasión es tan importante como la ironía.
Donna Haraway
En contextos conservadores y represivos como en los que vivimos, los activismos de disidencia sexual han tenido que explorar en estrategias estéticas y creativas que pongan en cuestión el patrón normativo que nos domina y nos castiga. Son estrategias que toman elementos de la sátira, la parodia y lo burlesco que nacen desde el mundo del teatro. Un desarrollo de los modos que utilizaban los bufones de antaño, para lograr decir lo que el pueblo no podía. Estas expresiones políticas y estéticas han proliferado porque las denuncias serias, formales y jurídicas en casos de discriminación y violencia son necesarias, pero no son suficientes. El cambio de las sociedades no siempre es legislativo sino también cultural. De hecho, hemos visto por la prensa como personas e instituciones abiertamente conservadoras y homofóbicas han utilizado la «ley Zamudio» –la ley antidiscriminación número 20.609 que nació luego del crimen homofóbico contra el joven Daniel Zamudio el año 2012– para exigir presencia mediática manifestando lo paradójico que se sustenta en una ley que no anticipa que las posiciones conservadoras, teniendo los recursos para interpretar la ley a su antojo, terminen por utilizarla para castigar aún más a las mujeres y a las sexualidades disidentes. No necesitamos solamente leyes escritas y pensadas por la mente heterosexual para hacer justicia, pero sí necesitamos la presencia de abogadas feministas y disidentes sexuales que sepan unir vacíos legales y cuestionar las cartas legislativas que nos rigen, sobre todo la constitución de la dictadura que, por más enmiendas y cambios, sigue con su discurso restrictivo, conservador y neoliberal que moldea cada uno de nuestros comportamientos. Necesitamos una nueva constitución.
En este texto, me quiero referir de manera sintética a dos estrategias que utilizan los activismos de disidencia sexual en contextos conservadores: la ironía y el outing. Esta lectura es a propósito del testimonio emitido por el escritor y prostituto José Carlos Henríquez en el programa online Pelambres Subversivos que se transmitió por Instagram el sábado 13 de junio, donde el activista expone una relación que habría sostenido hace más de 10 años, es decir cuando era mayor de edad, con el actual Ministro de Salud, Enrique Paris. Este caso que ha tenido profundas repercusiones mediáticas me sirve para pensar, a la luz de los hechos, en estas estrategias activistas.
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La política de la ironía
Las acciones activistas de disidencia sexual, que son una respuesta tanto a la violencia del género como también al género mismo como violencia, han sido realizadas con una política de la ironía que defendemos como posición. Es importante aclarar que la ironía es una estrategia discursiva que profundiza en las contradicciones y fallas, pero también es un método político porque pone cercanas a situaciones que no deberían ir juntas, abriendo nuevas posibilidades de sentido.
La ironía es una falla en el imaginario estético que permite importantes politizaciones; es una exageración, un cortocircuito en el «sentido común». Exagerar o saturar nos sirve como estrategia para para ver lo que en otra escala está sucediendo. Este excéntrico método político nos permite comprender que la ironía trama una oposición con el «sentido común», el de lo lógico, lo matemático y lo masculino. Pero la ironía no apunta a un humorismo fácil, sino todo lo contrario: busca escarbar en los espacios más sacramentados de la «vida democrática» para develar su profunda contradicción y sometimiento, es una estrategia escénica seria. En particular para las disidencias sexuales, la ironía, en su descripción injuriosa, ha sido una importante estrategia para llevar adelante un programa de crítica al integracionismo del «orgullo gay», que bajo su retórica de la felicidad y su imagen de la belleza hegemónica estereotipada en los cuerpos (masculinos, delgados y musculados), menosprecia las corporalidades no-normativas, no-centralistas y sexo-disidentes por no encajar en sus listas de atributos coloniales.
“¿Deberían leerse a lxs sodomitas andinxs como gays? O mejor, ¿podría la etiqueta gay con su repertorio de derechos, su impronta liberal, su consumo, su hedonismo, su cultura ocurrente, su homonormatividad dar cuenta con dignidad de este exterminio? ¿Está la primermundocéntrica etiqueta a la altura de las circunstancias de la heterogénea y contradictoria realidad latinoamericana?”, se pregunta el activista y escritor ecuatoriano Diego Falconí1 al leer las producciones maricas dentro de las literaturas del continente mostrando, una vez más, lo conflictivo de la expresión «orgullo gay» para entendernos.
Utilizar la ironía en nuestros activismos nos advierte, al mismo tiempo, de cómo las vidas de mujeres y disidentes sexuales han estado siempre narradas bajo las retóricas de la vergüenza, el ocultamiento y el estigma, a la vez que permite hacer de este dolor una herramienta de lucha no-victimizante. Porque en cuanto la ironía pierde su potencial injurioso, ya no es más un arma subversiva.
La ironía o más bien la “subversión paródica” fue una de las estrategias que leyó la filósofa feminista Judith Butler, una autora mundialmente reconocida y validada académicamente, para entender nuestras nociones contemporáneas del “género”. Butler construyó su teoría de la performatividad del género, gracias al análisis de las actuaciones que realizaban las drag queen en los bares gays de Estados Unidos, donde le fue posible entender que el género es, antes que todo, una repetición cultural de tecnologías como lo son la femineidad o la masculinidad.
Dentro de la realidad local, una de las artistas que utilizó de manera muy continua esta estética de la ironía fue la transformista Hija de perra (1980-2014). En la mayoría de sus performances urbanas, acciones académicas y textos, utilizó una estética sobrecargada y exagerada parodiando a la familia tradicional y a las estéticas de la derecha, para develar las normas estéticas de un conservadurismo que ha demostrado sus fallas en muchos casos de corrupción y abusos reiterados. Su nombre mismo, “Hija de perra”, hablaba de la ironía como política.
Otra de las importancias de la ironía es que desacredita la injuria porque una vez que se utiliza las palabras con las que nos han querido ofender («perra», «zorra», «maricón») se desactiva esa expresión y funciona como activismo político. Era ese deseo de shock, de anarquía estética, esa interrupción que asusta, una de sus estrategias escénicas. Muchos confundían el signo de la performance pornográfica con la gravedad de la interpretación realista, desconociendo el poder del porno que ya enunció la intelectual Susan Sontag en el libro Estilos radicales: “la pornografía que es al mismo tiempo literatura seria se propone ‘excitar’ en la misma medida en que los libros que reflejan una forma extrema de experiencia religiosa se proponen convertir”.
Cuando nos enfrentamos a una política chilena donde un presidente de derecha afirmaba que una niña de 11 años debe y puede ser madre, no se sabe qué pensar; qué es más aberrante: si esta noticia o una trans vestida de novia lamiendo un dildo. Esa es la potencia que tiene la estrategia política de la ironía: cuestionar desde imágenes. La ironía nos ayuda a la imaginación política porque a veces es necesario un shock escénico que despierte a las consciencias adormecidas.
Otras de las artistas que han trabajado esta estética paródica son, por ejemplo, la fotógrafa Zaida González, el poeta Héctor Margaritas, las performances públicas de la activista contra la gordofobia Rocío Hormazabal, el cineasta Wincy Oyarce, las compañías Teatro Sur, colectivo escénico La Comuna, la compañía de teatro La Niña Horrible, los textos del prostituto feminista José Carlos Henríquez, como también algunas acciones del Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS) y de otros colectivos artísticos locales sexo-disidentes.
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El outing
A propósito de la polémica que involucra al actual ministro de salud Enrique Paris y el testimonio del prostitutx y activista de disidencia sexual José Carlos Henríquez, quisiera proponer otro dato a la discusión. Cada uno puede hacer en su vida privada lo que quiera con su sexualidad sin que eso tenga que, obligatoriamente, informarse de manera pública. En eso estamos todxs de acuerdo. De hecho, por mucho tiempo y todavía ocurre, muchos disidentes sexuales ocultaban sus deseos por miedo a perder su trabajo o su familia. No es que lo quisieran ocultar, sino que lo hacían por miedo, debido a la homofobia que aún reina en muchas instituciones, espacios de trabajo, educativos e inclusive artísticos. Ahora bien, como hemos aprendido de algunos activismos de otras partes del mundo, porque tenemos historia, hay una estrategia de acción directa que se ha utilizado en ciertos casos y que se llama «Outing». Esto significa sacar del clóset de manera pública a algunos políticos homosexuales. Pero esto no se hace con cualquier político ni en cualquier momento: se ha hecho principalmente cuando hay políticos homosexuales que en su trabajo legislativo o político se oponen a cualquier avance en materias de derechos sexuales con las comunidades LGBTQ+ y con lxs trabajadores sexuales. La idea es evidenciar las contradicciones de ciertos políticos de doble moral.
Las estrategias pueden cuestionarse, como siempre pasa en la política, pero el «outing» tiene una historia y una tradición y ha sido utilizada por muchos años para generar cambios que ponen en jaque la moral sexual de su tiempo. Un ejemplo claro fueron varios activismos que durante la época de los 80’s reclamaban por las condiciones a las que eran sometidas las personas que vivían con VIH, quienes pusieron en evidencia a algunos políticos homosexuales que se oponían a varias medidas que podrían controlar la pandemia.
Las relaciones de dominación económica con o sin extorsiones sexuales son prácticas que tienen que ponerse siempre en cuestión, denunciarse y ciertas estrategias como el «outing» tienen historia. No olvidemos que estamos hablando de un gobierno que ha violado los derechos humanos de manera sostenida desde el estallido social, que ha precarizado y estigmatizado la prostitución porque no lo consideran un trabajo, que no ha asegurado la triterapia a las personas viviendo con VIH durante la pandemia, que no ha hecho avances significativos en materia de penalizar la discriminación, que se ha burlado públicamente de la población (el ex ministro Mañalich decía en las primeras declaraciones que le llegaban felicitaciones del extranjero por su manejo de la pandemia), y ahora estamos con una de las tasa de contagio y letalidad más alta del continente.
Fotografía de Jorge Matta.
Perfil del autor/a:
Biólogo y escritor disidente sexual