Reseña Aborto Libre: Materiales para la lucha y la discusión en Chile. Ed. Karen Glavic (Pólvora Editorial, 2019)
Nos seguimos preguntando cuándo será el momento del aborto libre, tal como señalan estas escrituras. Un aborto en la medida de lo posible llegó a sellar la culminación de una transición, cuya democracia que vendrá hace que sea cada día más ridículo sentir la esperanza. Ese 21 de agosto de 2017 salimos a las calles igual, aunque con sabor amargo. Llenamos el paseo Huérfanos frente al Tribunal Constitucional, con cara de resignación. Algunas dicen algo es algo, por algo hay que partir, es un primer pasito. La lucha por el aborto se vuelve un loop interminable en nuestra historia, comienza una y otra, y otra vez.
La emancipación biológica de las feministas del MEMCH, los derechos sexuales y reproductivos, la educación sexual integral, el aborto libre, el aborto libre y legal, el aborto libre legal, seguro y gratuito. Demandas, consignas, anhelos que se enquistan como abscesos, que aún no logran ser una molestia en la cara del poder. Mientras los programas contra la anticoncepción en las poblaciones, mientras la única posibilidad es ser madre, mientras el pecado, mientras la vida sagrada, mientras nos agobia:
el derecho de la vida al que está por nacer.
Así dice el Artículo 19 Nº1 inciso segundo. Constitución redactada en dictadura. Constitución que deja el legado de la dictadura, pese a sus cientos de reformas, y un proyecto de nueva constitución tirado a la basura. No importa que Jaime Guzmán pierda la batalla en la Comisión Ortúzar en lo relativo al aborto. Nada lo detiene en su convicción de meter su nariz en nuestros cuerpos, logrando meter su cara completa por nuestra vagina hasta el útero. La prohibición del aborto es la marca de agua del proyecto antidemocrático. Ni democracia en el país, ni en la calle, ni en la cama. Se entrega tranquilamente el país en las manos de la Concertación de partidos por la democracia: el trabajo ya está hecho. No hay forma de borrar el puño dictatorial de sus letras. Las cartas ya echadas, demarcan nuestro lugar: si no puedes ser madre, es porque fuiste víctima. Si no eres víctima, entonces tienes que ser madre.
Cada vez que se me atrasa la regla pienso en esa sonrisa maldita de Jaime Guzmán, como un holograma que reemplaza a Dios enrostrando la culpa del placer y del deseo. Poco importa mi identidad atea, la culpa carcome mis entrañas esperando que no haya nada que haya comenzado a crecer en mi endometrio, que todo se expulse, que todo salga. Pero claro, las redes feministas y la educación han hecho que tenga la suerte y el privilegio de que ese holograma desaparezca y se convierta simplemente en la vomitiva sensación sublingual del misoprostol en sus tres dosis. Incluso he llegado a aprenderme de memoria los pasos de su uso, dónde encontrarlo, cómo protegernos, cómo cuidarnos entre nosotras, cuándo sí y cuándo no acudir a un centro médico. Los excesos visuales de la representación ecográfica del feto no dañan, no nos aterra, no modela nuestra identidad, no nos hace arrepentirnos, podemos ser madres en otro momento, podemos no serlo, podemos decir como Gabriela Mistral: algunos tienen hijos, yo tengo cuadernos. Pueden encasillarnos como aquellas mujeres excepcionales, locas, abortistas, exageradas, barbáricas, asesinas. Tenemos suerte de poder serlo, tenemos mucha, mucha suerte. Sin embargo, también tenemos la conciencia despierta, para luchar porque esa suerte se vuelva derecho, y entonces haya algún momento donde no hayan museos de la memoria, sino museos del capitalismo, y entonces en esos museos les niñes y (probablemente) los robots miren y comenten este libro: Te cachai que hubo un tiempo dónde las mujeres tenían que ser mamás aunque no querían, que jevi, que weá más terrible.
El 2018 fue obvio para quienes estuvimos en las movilizaciones feministas bajar la toma y luego irnos a luchar por el aborto, dada la reactivación del debate que causó la campaña en Argentina. Con el torso todavía descubierto por la protesta por la educación no sexista, nos pusimos los pañuelos verdes. Nos encontramos las mismas. Pese a nuestros feminismos diversos, y todas las discusiones que había traído la revuelta, comprendimos la necesidad del momento, desempolvamos nuestros apuntes, afiches y estados de Facebook del 2017 para darle un giro más allá de estas tres causales, que ya se diluían en la poderosa trampa de la objeción de conciencia.
Aquel primer pasito en la medida de lo posible nos escupía en la cara que ni siquiera someterse a los tribunales, comités médicos, espacios de acompañamiento era suficiente. Recordé haber leído en aquel tiempo que trabajaba en el Tribunal Constitucional, que el aborto en varios países se regula como un delito contra la demografía del Estado. Recordé que varios de esos objetores de conciencia pontificios argüían que las causales de peligro de vida de la madre e inviabilidad fetal ya eran parte de la lex artis, parte de la práctica común del cuerpo médico, y que, por tanto, esta ley no tenía sentido. Recordé a dos ministros del Tribunal entrando a la sala de la presidencia en uno de los intermedios de las audiencias públicas para decir: “te cambiamos la objeción de conciencia por la tercera causal”, con el mismo tono de voz de quien cambia láminas de un álbum, pero con la certeza de que habían intereses que defender, y ellos, todos ellos estaban mandatados más allá de la «justicia», o su obligación constitucional, y esto ya habíamos tenido el infortunio de tener que verlo en los debates parlamentarios.
Claro, el problema era la violación.
Las mujeres van a mentir diciendo que las violaron para poder abortar. Las mujeres van a empezar a tener sexo sin pensar en ser madres ¡QUE HORROR! Las mujeres van a empezar a pensar en gozar. Las mujeres van a convertir el aborto en un deporte, como en Cuba. Las mujeres, las mujeres, las mujeres se atreven a ponernos a discutir estos temas. Se atreven a traer el Oikos -la casa- a los asuntos de la polis, nos hacen perder el tiempo, cuando hay que discutir los verdaderos asuntos de la República. Osan decir que lo personal es político. Desafían las leyes de la comunidad, encima lo quieren escupir en nuestra cara.
Nos dicen: El aborto siempre ha existido.
Nos dicen: El aborto va a existir siempre con o sin ley.
Nos dicen: el aborto existe hoy en clandestinidad.
Nuestras abuelas también se hicieron abortos.
Nos admiten: vamos a seguir luchando por el aborto libre.
Porque queremos poder decidir sobre nuestros cuerpos.
Nuestros cuerpos.
¿Decidir sobre sus cuerpos?
Decidir sobre nuestros cuerpos.
Así como se decide sobre tomar un té o un café en la mañana, quieren decidir si alguien las toca o no en la micro, quieren decidir qué ropa pueden utilizar, quieren decidir no tener que cargar con todas las tareas de la casa, quieren decidir si tienen sexo, aunque estén casadas. Quieren dejar de ser madres, quieren dejar de ser víctimas. ¿Qué quieren ser?
¿Qué queremos ser?
Queremos poder siquiera habitar el espacio de la pregunta. Que no haya género, ni clase, ni raza, ni identidad, ni subalternidad que nos impida preguntar/ preguntarnos. Es así, como siendo octubre de 2019, esta serie de textos compilados por Karen Glavic, editados por la Editorial Pólvora, llegan para interrogar desde este coro no armónico, no lineal, sin condescendencias la lucha por las posibilidades del habitar en este mundo, más allá de nuestra función reproductiva. La libertad y el deseo son temas principales de este corpus de mujeres, que desde experiencias militantes y activistas nos entregan visiones disonantes con el cuerpo en las letras, sobre la importancia y el peso del aborto en los movimientos sociales actuales, así como también las tensiones existentes en aquel universal de mujer que nos han construido, ese feminismo higiénico; y aquellas quienes han decidido mirar con sospecha la conformidad presente en quienes dicen «todas», y se les escapa el algunas, y en realidad quieren decir casi ninguna, y en realidad quieren decir: “lo que nos importa es la paridad en los cargos de poder”.
Este libro construye desde aquella sospecha, articulando feminismos que, pese a sus voces disonantes, tienen en común aquel ejercicio crítico de mirar desde el feminismo como una práctica política situada, cuyo horizonte emancipatorio es la alteración al orden heteronormado y reproductivo, así como también la conquista de los derechos sociales. Un feminismo cuyo cuestionamiento a la política actual es la interrogación a las fronteras entre lo aceptable y lo inaceptable; las complejidades en dicha disputa entre ser feminista y militante de los partidos del orden; la utilización de los lenguajes, y formas escriturales que desafían la historia oficial en la que no existen mujeres, aborteras, disidencias sexuales. Esa historia actual en que la indexación uniformó la comunicación de nuestros procesos de movilización sociales y políticos, en la que no existe movimiento feminista detrás de nuestras ganadas, sólo hombres blancos de la República, que bajan de su podio a reconocer nuestra existencia barbárica y otorgarnos pequeños logros humanitarios. Cuyas discusiones estratégicas vuelven a poner en tensión una vez más el rol de las feministas en los partidos políticos, los riesgos entre la autonomía y la institucionalidad, y también los desafíos contra el procesamiento del neoliberalismo para no ser convertidas en una nueva marca registrada, una posible identidad aislada que se impregna al algoritmo de nuestras redes sociales, y nos impida ver más allá del propio pañuelo verde.
También este libro nos deja la pregunta por la estrategia misma: cómo convertir nuestras trincheras en una alianza, en una voz que se levante contra los discursos de la dominación, dominación aquella dónde el aborto es agenda valórica, en cuyos «valores» se esconde clase, se esconde raza, se esconden identidades subalternas, diversas, cruzadas. Historias de vidas donde el aborto es pecado, pero también es palillos de tejer, y también es el tallo más curvilíneo de un apio, y también es ganchos de ropa. Y también no es, porque sólo se puede ser madre, porque «Chile crece contigo» y el «bono por hijo», porque no hay mayor realización de una mujer. Porque el aborto nunca es deseable, porque el aborto siempre es traumático, porque quien se embaraza y no lo desea, necesita apoyo en su discernimiento, porque solas no van a tomar la decisión correcta.
Desactivar la naturalidad con la que circulan estos discursos requiere de una articulación disonante, pero que tal como este corpus de textos, permite desafiar las diversas aristas de uno de los temas que toca de manera más profunda la conexión entre libertad y deseo. El posicionamiento por un aborto libre es finalmente la liberación del deseo. La posibilidad de vidas, cuerpos y orgasmos libres, presupuesto fundamental para que la democracia no sea sólo una promesa que avanza en su medida posible.
Ha comenzado a circular la idea de que un libro escrito por mujeres es siempre un acto de resistencia. Un libro escrito por feministas es un libro que hace de aquella resistencia un acto de transformación. No se lanza al vacío. Cuida su circulación, hace de su escritura y su lectura un espacio de debates, encuentros, y cuestionamientos sobre los modos en que ha sido precarizada nuestra vida. Aborto libre es un libro que nos permite repensar el cómo luchar para el cambio radical de esta vida. Una palabra transformadora desde lo múltiple, que se rebela contra el silencio al que nos han querido relegar nuevamente.
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