¿Cuál fue la primera vez que sufriste violencia de género? Esta fue la pregunta que una estudiante y textilera feminista mexicana hizo en marzo de este año sin pensar la respuesta: más de 500 relatos de mujeres de su país y de otros puntos de América Latina, historias que ella está plasmando desde entonces en una manta rosa, la misma que cubre camas y cuerpos de niñas, las que han sido abusadas desde siempre y que en el acto del decirse y plasmarse en la tela se encaminan a la reparación desde la sororidad.
Un llamado por redes sociales fue el comienzo de todo en marzo de este año. A días de un nuevo 8M, sintió la necesidad de realizar una acción en su ciudad, en la cual las marchas y acciones feministas no eran habituales. Hasta este año. Fue ese sentido de urgencia desde el cual nació el proyecto Estoy harta de vivir con miedo, a partir del cual mujeres de diversos territorios han respondido a la pregunta “¿Cuál fue la primera vez que sufriste violencia de género?”, vivencias e historias que están siendo bordadas en una manta rosada para ser denunciadas en el espacio público.
La iniciativa es impulsada por Cindy Molina, de 23 años, que vive en Tecate, Baja California. “Nadie sabe dónde es eso, pero está al lado de Tijuana”, dice, aclarando que ambas ciudades están a una hora de recorrido en auto.
¿Qué le voy a escribir a mi cartel?
A inicios de este año, relata Cindy, “hicimos la primera marcha feminista de la historia por el día de la mujer en mi ciudad. Nunca se había hecho. Siempre había sido sólo del gobierno, entonces estaba pensando: ‘¿qué voy a llevar?, ¿qué le voy a escribir a mi cartel?’”. Allí surgió la idea. “Están todas las frases como ‘nos están matando’, ‘ni una menos’, pero una de mis frases favoritas es ‘camino a casa quiero ser libre y no valiente’, porque ahí está funcionando esto que ser valiente es lo más cool. Yo no quisiera tener que saber violencia para poder cuidarme”, cuenta sobre lo que la llevó a un recuerdo del pasado y con ello a levantar esta iniciativa.
“Me acordé de la primera vez que empecé a sentir ese miedo a la calle. A los 12 años, a tres casas de la mía, unos hombres estaban tomando alcohol afuera, y me gritaron a mí y a mis amigas: ‘¿por qué van solas?, ¿por qué no le pasan acá a tomar con nosotros?, mejor acompáñennos’, y recuerdo sentir ese terror total. O sea, no estaban diciendo nada obsceno ni gráfico, pero de todos modos sentimos ese miedo y salimos corriendo. Desde ese día ya nunca me he sentido completamente cómoda en la calle”, cuenta.
Desde ahí nada fue lo mismo. “Estás pendiente de que te están viendo. Aunque no te estén chiflando o gritando, sabes que en cualquier momento lo pueden hacer, que no importa qué ropa lleves, va a pasar; arreglada o no arreglada, vayas completamente cubierta en invierno, lo van a hacer y literalmente me surgió este pensamiento: ‘estoy harta de vivir con miedo’”. Ahí explotó la idea. “Iba manejando, me orillé y dije: ‘eso voy a hacer, eso voy a preparar: voy a bordar la edad que yo tenía cuando yo sufrí violencia”.
Pero Cindy le contó a una amiga que le sugirió hacer más bordados. “No sé si alguien va a querer contarme sus historias”, pensó, pero “hice un flyercito, lo puse en mi cuenta de instagram, y tuve más de 300 mensajes de personas mandando sus historias”, cuenta sobre la abrumadora respuesta que recibió.
De ellas, alcanzó a bordar una docena de nombres y edades en la manta rosa de dos por tres metros que circuló por las calles de Tecate este 8 de marzo, acompañada de un micrófono y hojas con las historias detrás de esas experiencias, las cuales leyó ante las compañeras que salieron a la calle. “No puedo concebir llevar la manta a algún lado sin que sea acompañada de sus historias, que no sean sólo nombres y números. La manta y las historias son inseparables”, cuenta sobre esta primera acción del proyecto que sigue abierto y en curso.
La manta rosa
¿Por qué una manta rosada? Como explica Cindy, eligió esta tela y el color “como representación de la transgresión del espacio íntimo, pero también quería que fuera como de niña pequeña, para visibilizar eso, qué tan chica inician estas vulneraciones”.
Esto se conecta con que “la primera historia que me llegó fue de una chica de 4 años. Estaba preparada para encontrarme con que a los 12, 13 años, cuando enfrentamos nuestro primer acoso callejero, cuando no pensamos en nosotras como tan niñas –incluso nosotras en esa época nos sentimos más grandes–, pero empezaron a llegar un montón de historias muy explícitas de violación, de abuso sexual por parte de padres, hermanos, abuelos. También pensaba que para la mayoría su primera experiencia iba a ser en la calle, con desconocidos, y hasta la fecha la mayoría de las historias que he recibido son de niñas menores y es en sus casas por familiares o conocidos”.
Con esta información no dudó en cuanto fue a comprar la tela que ésta tenía que ser rosada. “Quería que tuviera ese simbolismo de usar eso de pequeña, que era algo infantil, porque hay un antes y después. La primera vez que te pasa algo ya no lo ves igual. Antes sólo existías y vivías, y ya después que sucede vives alerta y con este miedo. Por eso es importante poner la edad, porque una vez que ya empieza no termina”. En definitiva, “la manta es algo súper íntimo, es una colchita de niña chiquita, de tu cama, porque ahí te buscan, llegan donde sea que estés. No hay un espacio que no sea transgredido por la violencia”.
Sobre por qué el arte textil para realizar este proyecto, Cindy contesta que ya sabía que quería trabajar con esta técnica, lo cual la conecta con Chile y con los saberes transmitidos por su madre y su abuela. “Aprendí a bordar en la secundaria. Tenía un taller de corte y confección, pero además toda mi familia está muy unida al bordado en general, pero nunca había hecho nada político con eso. Precisamente fue el año pasado durante el levantamiento de Chile que empecé. Estoy muy inspirada en eso”. Según lo que Cindy conocía, “nunca había visto que pudiera ser tan fuerte y política una creación de bordado”. Fue también ese momento donde “empecé a investigar más y encontré sobre el arpillerismo y se me hizo algo súper fuerte, y ahí fue cuando empecé a hacer bordados políticos”.
Reflexionando como se ha desarrollado esta experiencia hasta ahora, confirma que no podría haber sido diferente. “No me lo imagino solo escribiéndolos o haciéndolo digital, porque siento que cada nombre que voy bordando, cada vez que voy perforando esa manta, lo veo como una experiencia. No es que lo borde y me ponga a ver la tele o a escuchar música: cuando estoy bordando los nombres no hago nada más que darle respeto a ese dolor”.
“Nunca se lo he dicho a nadie”
Como aclara Cindy, Estoy harta de vivir con miedo es un proyecto permanente: “sigo recibiendo historias, sigo bordándolas”. Si bien pensó que la cantidad de respuestas recibidas sólo se debía a la conmemoración del 8M, a la fecha siguen llegando mensajes en la cuenta de Facebook e Instagram, los cuales ya van por cerca de los 500 relatos.
“No es que me la dan y ya ‘bye’”, aclara, sino se toma un tiempo con cada una para hablar. “A veces me cuentan cosas muy íntimas o hay algunas que me dicen ‘nunca se lo he dicho a nadie’, entonces no les puedes decir ‘ya, gracias, adiós’. Tengo historias por revisar y tengo una lista para bordar. Me doy el tiempo porque es algo que emocionalmente es muy fuerte”.
A la fecha, Estoy harta de vivir con miedo ha recibido mensajes de chicas de Latinoamérica, principalmente de México, pero también de territorios como Costa Rica, Uruguay, Argentina y Chile.
“Hay chicas que me dan la historia, algunas me cuentan una suma de detalles, otras llegan y me dicen algo súper cortito, gracias, y se desaparecen, y lo respeto. Y pues yo les digo fundamentalmente que esto no fue su culpa, que no hay ninguna circunstancia mediante lo cual esto estuviera justificado. Les digo que si hubiera posibilidad –sobre todo para quienes no le han dicho a nadie– de encontrar a alguien con quien se sintieran cómodas contándolo, que les pudiera ayudar eso a liberarse. Que si es un familiar siempre es más delicado, pero que tienen todo el derecho de alejarse de esa persona, y que a veces no es posible pero algunas medidas se pueden tomar”, cuenta desde la empatía y la vivencia: “yo personalmente sufrí un intento de abuso sexual a los 14 años por un familiar, entonces eso también es parte de lo que a mí me orilló a buscar el feminismo”.
En esa búsqueda encontró información sobre sobrevivir violaciones y abusos desde las feministas, quienes “eran las únicas que estaban brindando ese apoyo”. Con eso “me fui dando cuenta que lo que me pasó a mi no fue ni mala suerte, ni estaba en el lugar equivocado: nos está pasando a todas, por todos lados, y no tiene que ver con tus decisiones, sino que con las decisiones de un sistema patriarcal que es violento contra las mujeres. Entonces para mí este proyecto es muy personal, en el que siento que les puedo brindar algo que a mí me hubiera gustado que me brindaran en la época, alguien que me escuchara y que me dijera ‘no estás sola, esto nos está pasando a muchas personas. No es tu culpa, es sistemático’, sobre todo en mi país que es todavía más grave las estadísticas de violencia”.
Es en ese sentido que este proyecto, analiza Cindy, cruza la premisa de «lo personal es político». “Es personal, es feminista y pienso que es político porque es visibilizar estas historias, sobre todo el abuso y la violencia sexual, que es como ‘no, mételo debajo del tapete y que no salga nunca más”.
Y finaliza: “escuchamos tan seguido cosas como ‘siempre están hablando de abusos, y no sé de qué hablan, dicen que hay muchos, que la estadística es alta, pero quién sabe dónde están’. Aquí están, estas son las personas. Cada una de esas historias siento que tienen la validez de ser escuchadas y ser representadas”.
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