1.
Recuerdo la semana que murió Fidel. Estuve una tarde entera discutiendo en una red social sobre su figura. El campo de batalla se extendía bajo un post de una foto que subí, en la que posa junto a García Márquez. Ambos están en un muelle, con pantalones cortos y en sandalias. Sonríen abrazados, mientras muestran sus piernas lampiñas a la cámara. El cubano anda con chancletas sencillas. El colombiano en cambio, calza unas chalas con correas cruzadas y algo de taco. Lleva un reloj en la muñeca izquierda. ¿posan después de una vuelta en lancha? ¿es temprano? ¿se tomaron ya el primer trago de ron?
Lo que se discutía era la acusación contra el barbudo mayor de ser un dictador despiadado (y ese era un parámetro que en el país de Pinochet resultaba difícil de encajar). Eso me sonaba, y me suena hasta ahora, a propaganda anticastrista bien informada. Sin embargo, no hace mucho había leído poesía y prosa de Reinaldo Arenas; y me había dolido en sus miserias de escritor proscrito. Lo vi desesperado y flaco esconder manuscritos de novelas que perdió -para siempre- en el entretecho; lo miré desfalleciente leer la Ilíada escondido entre los arbustos de un parque. Así que Fidel seguía ahí a pesar de todo, erguido en la estatura de lo que había significado para la historia y el pensamiento sudaka.
Durante ese tiempo sé que Pacheco se dedicó a escribir un texto que lleva por título; Patria y Velorio, una despedida. En él despliega una alegoría espacial que funciona como bobina poética para descifrar las primeras visiones de la máscara mortuoria del recién fallecido Fidel. En esa tesitura, a medio camino entre el ensayo y la elegía, el Cristian se imagina al difunto velado con escándalo de petardos líricos por las mil esquinas de todo el barrio sudaka: “Que nadie nos quite la posibilidad de despedir a Fidel Castro cual choro vieja escuela se merece: disparando escritos al aire, con la policía esperando afuera del pasaje y con las cámaras transmitiendo desde lejos el violento velorio por la televisión”. Esa imagen que percuta una ráfaga de palabras que revientan contra la noche neoliberal, despidiendo al revolucionario cubano, era la ponderación del peso de su irrupción en la historia de la segunda mitad del XX. Sabía bien que se trataba de un texto fundamental si se quería saldar cuentas con la bajada que acompaña el nombre de la revista digital: “…de cultura y política latinoamericana”. Sin ser condescendiente, el texto tomaba partido ante un panorama intelectual que titubeaba ante la repentina muerte de Fidel en nombre de los alardes de una democracia tutelada por las prerrogativas del imperio. Hacia el final, ese texto -que vale la pena revisar- dice: “La Raza Cómica se suma a los nueve días de duelo, lo hace con dolor y alegría, con la pasión puesta en la batalla de ideas, riéndonos de las anécdotas y discutiendo los condoros del difunto. Que hartos que se mandó, como todo papi fundador”.
Ahora, cuatro años después, en el 2020 de la pandemia mundial, un periodo de tiempo extraño, que dejó caer el peso sordo de su guadaña sobre el transcurso de meses inciertos, muere Diego Armando Maradona, uno de los jugadores de fútbol más extraordinarios de la historia. En cosa de horas las redes sociales ardieron en enormes piras fúnebres digitales y, en paralelo, se levantaron contra ellas un coro de voces detractoras que impugnaban la figura del fallecido. Cultura y política colisionaban a la velocidad del meme. Algo había que escribir, aunque ese algo tan solo fuese un catastro de los principales humores y alegatos puestos en juego en la querella.
2.
Maradona muere el día internacional de la Eliminación de la Violencia hacia la Mujer, declarada en 1981 en memoria del asesinato de las hermanas Mirabal bajo las órdenes del pérfido dictador dominicano Rafael Trujillo. Esa fecha es por sí sola un acelerante contextual que no está demás tener en cuenta. Una parte de la enorme y heterogénea composición del pensamiento feminista observó en la figura del ídolo del fútbol los ominosos patrones que configuraban al arquetipo del macho sudaka. Sin embargo, la dialéctica en torno al icosaedro truncado y su máximo exponente, interpelaba una memoria emotiva compleja, que trascendía la indiscutible calidad futbolística del difunto y lo narraba a partir de otros ángulos. Algunos de ellos destacaban su origen popular y su férreo compromiso con los bloques políticos de la izquierda finisecular. Esa sola alusión, interpretada como un salvoconducto de clase y filiación política, recrudecía la inquina frente al diagnóstico acerca de una izquierda latinoamericana añeja, signada por perspectivas y prioridades eminentemente masculinas. A esas alturas, parecía como si una inmensa capa generacional crítica se deslizara bajo otra que se levantaba agitada por la presión. Esta repentina subducción describió una profunda falla que remeció -una vez más- el territorio cultural, exhibiendo tensiones tectónicas difíciles de interpretar. Como cualquier golpe telúrico su descarga de energía tiró al suelo construcciones débiles y probó los cimientos de algunas mejor edificadas.
El impactó se esparció por el ciberespacio y se sintió en el mundo de las comediantes chilenas y trasandinas. Charo López escribió en una de sus cuentas: “Me llevó todo el día entender que no hay peor opción que elegir ser yuta de la emoción del otre”. Mientras Palomoza publicaba desde la antípoda: “Cristián Precht fue un cura que luchó en contra de la dictadura, trabajó en la Vicaria de la Solidaridad, salvó personas, escondió a otras y eso no le quita ser abusador de menores. Ejemplos hay en todas partes”, para enseguida agregar en los comentarios: “Libertad y parte de la justicia es dejar de romantizar a los abusadores, aunque hagan goles, aunque repartan plata en las poblaciones, aunque hayan sido buenos contigo”. También el ambiente musical percibió la sacudida a través de las encontradas reacciones que tuvo la despedida al futbolista que la cantante Ana Tijoux subió a sus redes. En otro punto del ciberespacio, la académica e historiadora Claudia Zapata reflexionó en un posteo acerca de la condición disonante -y por lo mismo irregular- del espacio popular como clave de lectura para comprender parte de las capas sociales que componen la estampa del ídolo deportivo. Dice ahí: “Lo popular es impuro, imperfecto, tenso; lo interseccional un desafío, también para las feministas de todos los pelajes”. Esta equivalencia entre estos flancos, en tanto territorios abruptos e inestables, establece vasos comunicantes que no tarda en describir: “Lo interseccional es complejo, contradictorio y desafiante, está muy lejos de ser una solución mágica (ojalá lo fuera) y qué mas contradictorio que lo popular, que es de donde vengo y que también me pertenece. Hay veces, como esta, que prefiero mirar esa contradicción y asumir cuando se hace carne que andar de policía de los sentimientos de otres. Esa dimensión policíaca hacia lo masivo y popular me parece deplorable y hasta clasista”.
3.
Más allá de los cadalsos y las idolatrías que marcaron algunas de las expresiones menos audaces -y más comunes- desarrolladas durante las primeras horas de la reyerta digital, lo cierto es que existía un punto sensible que pronto se reveló irreconciliable. Este terminal nervioso que dejaba expuesto el subsuelo de la polémica, consiste en la indeleble huella de la experiencia; esa lagartija solar que trepana piel y hueso hasta poner sus blanquísimos huevos en la penumbra de la memoria. Lo cierto es que para buena parte de una generación la figura de Maradona no significaba absolutamente nada, y su evocación sólo adquirió pleno sentido en la súbita conjunción con el feminismo. Mientras que, para otro segmento generacional, también inserto en el inmenso oleaje del feminismo sudaka, existía un Maradona histórico impreso en la retina de una edad transcurrida. Ni hablar de la población argentina que lo recuerda en el mundial de México 86 remontar fulgurante la cancha; dejando atrás a los medio campistas y zagueros ingleses, como protagonista de una jugada difícil de no interpretar como una revancha por los muertos de las Malvinas, y en la que deporte y política parecieron vibrar en una misma frecuencia. La épica de meter un gol con la mano y otro con el corazón punzando en las piernas. Cuadros crudos que por lo general se recuerdan adheridos a una emoción de la alegría compartida, en la que lo íntimo y lo colectivo se mezcla y afianza.
Quizás solo reste por anotar algunas preguntas que quedan dando vueltas alrededor del altercado y más allá de él. La primera es respecto a la cultura, acerca de las múltiples formas que adopta dentro de las relaciones sociales del siglo XXI: ya sea como descompresor de conflictos sociales, ya como levadura para perfilar nuevas perspectivas de análisis de discusión. Cuánto de este torrentoso caudal de expresión y recepción cultural no se encuentra mecanizado tácitamente para reaccionar a todo en términos dados; de agrado / desagrado, me gusta / no me gusta, y sus tramposas alternativas: me entristece / me enoja. Dicho de otro modo, de qué manera el algoritmo inocula sus parámetros en nuestras criterios. De otro lado, pienso en alguna salida al obtuso maniqueísmo del homenaje/repudio, cuya principal característica consista en trasponer la lectura atomizada de los materiales. Una que evite la militancia de consumo cultural; esa que exige credenciales de pertenencia que más se parecen a los imanes pegados en el refri -en cuanto a universo estético cerrado y desprovisto de conflicto. En ese sentido, fuera del individualismo rampante que reina tanto en el ídolo como en el villano, este otro horizonte se extiende hacia una consideración colectiva e histórica de los personajes y los sucesos que los constituyen. En el caso particular de Maradona ahí está la barriada, el fútbol, la miseria, las izquierdas sudakas, el negociado millonario, el fútbol otra vez, el mandato viril que entraña su ejercicio, la lacerante adicción, es decir, un puñado de entrecruzadas señas que aún persisten en aquella entelequia que nos da por llamar identidad latinoamericana. Al final, un pantallazo a un posteo en redes sintetizó de forma lúcida la dimensión telúrica de la muerte del futbolista: “Le conté a mi sobrina de 4 años que había fallecido Maradona y me dijo ‘se abre un proceso de reflexión crítica sobre un fenómeno cultural latinoamericano con sus luces y sombras’”.
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