Hoy desalojaron a mi mamá, por suerte no fue con fuerza, no a ella. Vivió 20 años en la Cerro Chuño, alguna vez fue una población de viviendas sociales y luego devino en toma. Cerro Chuño es un caso paradigmático de vulneraciones múltiples, una de ellas es su ubicación, emplazada al costado de residuos tóxicos altos en plomo, arsénico, mercurio, boro y cadmio, los que contaminaron a más de 15.000 personas en distintos grados, entre ellas a nosotras. Estas 20.000 toneladas de “barro metálico” fueron compradas por la empresa chilena Promel a la empresa sueca Boliden. La transacción recibió todas las autorizaciones sanitarias y administrativas del Estado Chileno, un chanchullo rasca y cruel iniciado en 1984, durante la dictadura.
Las viviendas sociales, sin plan regulador de por medio, fueron emplazadas fuera del radio urbano, sobre lo que había sido un basural, mismo lugar al que llegaron los depósito de estos residuos. Pasaron muchos años antes de comenzar a dar respuesta a los extendidos efectos contra nuestra salud: embarazos molares, cánceres de distinto tipo, problemas pulmonares, dolores en articulaciones y huesos, daños neurocognitivos; la vergonzosa reubicación de los desechos, trasladados a menos de un kilómetro en línea recta de las viviendas y sin ningún tipo de aislamiento; la polémica pérdida de los primeros exámenes y resultados obtenidos el año 2005; la mala atención en salud que ha sido denunciada por vecinos y vecinas, los que han sido tratados de paranoicos cuestionándoles que haya causalidad entre la contaminación por plomo y sus enfermedades. Todos estos son daños irreversibles y profundos. Un legado insondable que se extenderá por generaciones.
Pensar en todas las ilegalidades, faltas de deberes, la “reparación” vergonzosa, el desolador efecto en la salud, la inacción en dar una respuesta habitacional adecuada a más de treinta años de iniciados los sucesos, me hace arrastrar una pena, rabia y vergüenza milenaria. Podría mencionar tantos tristes detalles. ¿Y es que acaso puede haber confianza posible con este historial? ¿qué futuro se puede proyectar cuando esta vida ha sido tu cuna y probablemente tu sentencia de muerte?
Toma Cerro Chuño, Arica
Pero hoy, ante el advenimiento del desalojo y las grúas esperando fuera de las viviendas, quiero mencionar algunas cosas vividas desde la experiencia de mi mamá, y también por mis visitas a mi casa originaria.
Nadie merece vivir como se vivió ahí. Y no solo lo digo por la contaminación. Con el proceso de traslado por etapas de los y las vecinas propietarias, se desmembró el barrio y con esto la comunidad restante quedó viviendo en el sector desabastecida de todo tipo de servicios y de sus redes de apoyo, en un panorama visual que se asemejaba, sin exagerar, a un espacio bombardeado. Llegó a un punto tal la precarización que el camión de la basura y la locomoción dejaron de pasar, volver a la casa después del atardecer era tentar la desgracia. Nuestras casas eran un peladero de perros abandonados, amargo y oscuro. Un dolor que se vuelve habitual es encontrarse cada cierto tiempo con los vecinos y vecinas en los velorios, ante la muerte de otra persona de la población a causa del cáncer.
Nadie merece vivir como se vive ahí, y aun así se ningunea y desprecia a quienes han formado parte de la toma, un repudio social, que considero, es animado por el desconocimiento y el temor. La población al devenir en “ocupación irregular” adquirió otras capas de precariedad, y quienes lo han vivido, en general, son familias sin capacidad de ahorro que usualmente dependen de un sueldo mínimo o de pequeños ingresos informales, que no cubren los gastos mínimos para sostener a una familia, muchas veces con personas postradas en cama, niñes o adultos mayores.
Hay personas que llevan demasiados años en listas de espera para una vivienda social; personas que mediante el endeudamiento han sido bancarizadas y al mismo tiempo excluidas, pues nunca son lo suficientemente pobres para avanzar en lo que debería ser un derecho, en circunstancias en que el sueldo no da para un arriendo en la ciudad, ya que los proyectos mineros y termoeléctricos la riegan de especulación inmobiliaria y hacen que el suelo haya aumentado 4 veces en la última década. Así también llegaron muchos inmigrantes, la mayoría maltratados por las instituciones o sus empleadores.
Ciertamente este episodio tiene grises, sin duda, pero no dejan de doler y dar vergüenza las reducciones clasistas y racistas que rondan, la miopía e insensibilidad ante lo que significa no tener un techo seguro y vivir en esas condiciones. El terreno lo contaminaron y se debe evacuar, sí, por el bienestar de las mismas personas que viven en él. Pero, ¿dónde van a quedar esas personas en este contexto de crisis económica y sanitaria? ¿Existe alguna opción entre contaminarse o no tener dónde vivir en medio de una pandemia?
Preguntas que para “los sacrificados” por el sistema, generan respuestas obvias. La indolencia avanza y la pandemia recrudece la precariedad de este modelo de vida. Que la empatía supere la incredulidad, porque las exclusiones del “oasis” están en todas las periferias y rincones de este país.
Esta crónica no tiene mayor pretensión que entregar un testimonio. Para mayores detalles de los hechos pueden visitar:
Mapa de conflictos socioambientales: Caso Plomo en Arica, realizado por el Instituto de Derechos Humanos de Chile
Documental “35 años muriendo: el silencio sobre la contaminación por polimetales en Arica” realizado por el Colectivo Salud en Movimiento.
Trailer documental “Arica”, dirigido por Lars Edman y William Johansson Kalén
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